Historia, tradiciones, gastronomía, lujo extremo, spa Gerlain, los más admirados jardines. Una vida entera de María Antonieta con la cabeza bien puesta.
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Soñemos por un momento. Es la mañana del sábado temprano. Despunta un fin de semana largo con algún feriado que se anuda al domingo. Desde tu ventana ves el Grande Arche. La Defense en París se está desperezando y, como un local, es hora de pensar en un plan para estos días. Más que tomar el tren para un ida y vuelta veloz, se podría pensar en una escapada, similar al desahogo porteño de encontrar un escape a la fatigosa Buenos Aires.
Ir a Versalles: con el alma argentina en geografía parisina
Es posible desdibujar una costumbre del turista tradicional y darle una oportunidad a esa excursión agobiante de un día que deja todos los planes inconclusos. Ir a Versalles por la jornada no le hace justicia. El viajero va, se encuentra abrumado por la inmensidad del recorrido. Sólo corre tras el reverberante salón de los espejos. Llega a él medio harto de codazos y perdiéndose gran parte del recorrido que, en su hojaldre de lujos y colores, desgrana un cuarto detrás de otro. Estancias que, entre la hostilidad de los visitantes, la impronta exuberante del lugar y lo mucho para digerir, pasan como una hilera de hormigas. El turista regresa a casa, comúnmente antes de lo previsto, harto de las mil colas y poco goce, fastidiado con las distancias enormes, sin apreciar el valor real del sitio. Pasado el viaje se limita a tachar en el casillero el palacio como un hito alcanzado.
Un poblado francés casi a la antigua
La idea es diferente. Versalles puede ser un destino en sí mismo para huir de una París excesivamente repleta, o para encontrar algo de verdadero poblado francés casi a la antigua, sin tener que andar por mucho tiempo en auto (aunque es una opción muy aconsejable, se llega en 30 minutos), ni que pensar en destinar demasiados días.
Un hotel con mucha historia
Empecemos por la elección del sitio donde alojarse. Si hay ganas de darse una panzada real de Versalles, el Waldorf Astoria Trianon Palace Versalles es el sitio perfecto. Está dentro mismo de los jardines del palacio. Una de las entradas principales del castillo linda con el ingreso de carruajes del hotel. Sus ventanales balconean a los jardines míticos de María Antonieta, lo mismo que la galería exterior y el restaurante. Tanta cercanía tiene, además del lujo de la vista y la comodidad de la cercanía, el beneficio extra de poder recorrer todos los jardines en cualquier momento del día, incluso cuando la marea de turistas del día ya se retiraron. Dentro, el Spa Guerlain no es un tema menor: un oasis de 2800 metros cuadrados, 14 cabinas de tratamiento, piscina cubierta climatizada, un sauna, un hammam, una sala de fitness, un estudio de yoga y cancha de tenis. Casi que convence la idea de llegar al hotel y sólo salir para irse.
Inaugurado en 1910, vivieron en él Sarah Bernhardt, Marcel Proust, el banquero Lafitte y el aviador Santos-Dumont, uno de los artífices del Parque Nacional Iguazú. Fueron habitués Paul Valery, Sacha Guitry y Marlene Dietrich. John Rockefeller y Paul Getty preferían sus habitaciones durante sus estadías en París.
Durante la Primera Guerra Mundial fue hospital para las tropas británicas. Es allí cuando, el 7 de mayo de 1919, en la sala que ahora lleva su nombre, Georges Clemenceau dicta las condiciones del Tratado de Versalles que se firmaría luego en el propio Palacio.
Para la invasión alemana, fue requisado y allí instaló la sede la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana, a instancias del mariscal Goering. Tras su recuperación, en sus cuartos Eisenhower, Patton, Bradley, el general de Gaulle y Montgomery tejieron estrategias de guerra.
Las aventuras y la trascendencia de los sucesos han quedado impregnados en sus paredes. Un tiempo bajo sus techos permite imaginar otros tiempos con la serenidad de un retiro espiritual.
Tan lejos, tan cerca
Más allá del palacio, Versalles toma el nombre de la ciudad que lo cobija. Una locación bucólica, detenida en el tiempo, con pequeños bristrós, buena pastelería, rica arquitectura y paso cansino para recorrer sus calles sin urgencias.
En 1623, el Palacio de Versalles distaba de ser la obra arquitectónica barroca que deslumbra hoy, con más de 800 hectáreas y 2.300 estancias. Antes de instalarse en el departamento de Yvelines, los reyes residían en el Palacio del Louvre, sitio que hoy se ha convertido en el mítico museo que lleva su nombre, de hecho, la antigua cámara de infancia de Luis XIV es ahora una sala más del museo.
Fue el padre del Rey Sol, Luis XIII, quien tomó la iniciativa de poner los ojos sobre Versalles. Era común que aún como delfín cazara con su padre, Enrique IV, esta región que, por entonces, era un bosque pantanoso. Cuando el delfín decidió a distanciarse de su madre, María de Médicis, ya por entonces a cargo de la regencia, luego del asesinato de Enrique IV, encontró en su agorafobia una excusa perfecta. Eligió Versalles como un destino lo suficientemente pueblerino y distante, sin alejarse demasiado de las tretas de su madre.
La primera construcción data de 1623 con la idea de acoger al rey cuando iba a cazar. Se amplió en 1631 con jardines a la francesa e instalaciones para el paseo real. Más tarde cayó en el abandono, cuando los sucesores de la corona decidieron concentrar sus energías en París.
Llegarían tiempos de obras permanentes durante los reinados de de Luis XIV, Luis XV y Luis XVI. El Gran Trianón de mármol se habilitó en 1687 como una residencia alternativa del Rey Sol. Allí vivirían Luis XV y la reina María Leszczyńska. El Pequeño Trianón se construyó de 1761 a 1768 para concubina del rey, Jeanne-Antoinette Poisson, Madame de Pompadour. La habitante definitiva de ese sitio sería más tarde María Antonieta, quien hizo instalar un teatro y una aldea rural de inspiración normanda.
La Revolución Francesa arrebató 7.000 hectáreas al dominio. Aunque en parte arrasado por la turba revolucionaria, finalmente Napoleón se instalaría en el Gran Trianón y tuvo la intención de transformar el palacio en una residencia imperial. Más tarde se esbozó como residencia de verano, pero nunca llegó a configurarse como tal. Fue Napoleón II, inspirado por la emperatriz Eugenia, quien lo convirtió en un sitio de conservación, museo, y diplomacia.
El Tratado de Versalles de 1919 que dio fin a la Primera Guerra Mundial se firmó en el palacio. El general de Gaulle utilizó el Gran Trianón como residencia para los jefes de Estado extranjeros que visitaban Francia.
Como si fuéramos con Sofía
En la recreación de la película de la gran Coppola, Versalles se redimensiona a partir de su propia lectura de María Antonieta. Con la increíble banda sonora en la cabeza, se puede recorrer este destino bajo un prisma diferente.
A partir del castillo, y de su puntillosa simetría, se distribuyeron viviendas y palacios menores con la idea de dar vivienda a la población vinculada a la Corte. El distrito de Notre-Dame, en el lado derecho, y el distrito de Saint-Louis, en el izquierdo, cobijan hoy, en lo que eran edificios oficiales, a una población serena que disfruta de la calma de una ciudad tranquila.
La “Ville-Neuve”, en el norte, creció entre la avenida que conduce a Saint-Cloud y el estanque de Clagny. Destinado a albergar a la población al servicio de la Corte y del Rey, fue diseñado por el arquitecto Louis Le Vau y su socio François d’Orbay. La Place Hoche (antes Place Dauphine) unió el poblado al castillo en 1674. Doce años más tarde se construiría la iglesia de Notre-Dame que serviría como parroquia real.
A partir de 1725 comenzaría la vida en barrio de Saint-Louis. La Catedral fue construida entre 1742 y 1754 por Jacques Hardouin-Mansart de Sagonne, nieto del arquitecto Luis XIV. Ahora Catedral de Versalles, es una bella iglesia barroca.
La vida se siguió desplegando con el mercado de Notre-Dame en 1725 y el de Saint-Louis en 1736. Cercano al primero, en el Passage de la Geôle, se encuentra el distrito de antigüedades, un mercado de arte afincado en el corazón de la ciudad en un pasaje peatonal conservado intacto desde 1671.
El Boulevard de la Reine (1733) es la avenida central que bordea el estanque del Château de Clagny, secado por Luis XV para fundar el barrio de Prés. En este bulevar se encuentra el Hôtel Lambinet que data de 1751 y alberga un museo.
Llegarían en 1760, el Hôtel de la Guerre, luego del Hôtel des Affaires internationales et de la Marine, próximos al castillo. En este último se negoció el tratado de paz de 1783 entre Francia y Gran Bretaña, que puso fin a la Guerra de Independencia de Estados Unidos.
El Lycée Hoche se creó en 1772. Es el antiguo convento agustino fundado por la esposa de Luis XV, Marie Leszczynska para la educación de las mujeres. El Théâtre Montansier, por su parte, fue inaugurado en 1777 por Luis XVI y María Antonieta.
Otra de las atracciones es la del espectáculo ecuestre en el establo real a cargo de la Académie du spectacle équestre, un cuerpo de baile único en el mundo, dentro de la antigua Grande Écurie Royale. Combina la doma con diversas disciplinas como la esgrima, el baile, el canto o el Kyudo (tiro con arco japonés).
Allí mismo el Golf National, sede de la Ryder Cup 2018, es el destino ideal para sentirse una leyenda.
El Jardín del Rey, en tanto, fue diseñado en 1683 por Jean Baptiste de la Quintinie. Estaba destinado a abastecer la mesa real con frutas y verduras. Fue un lugar de experimentación para cultivar especies raras, o producirlas contra la temporada. Es un monumento histórico y el jardín es imperdible, sus cuidadores perpetúan el arte de la poda y mantienen la tradición de su origen de estilo francés.
El Versailles Osmotheque es un conservatorio internacional de perfumes único en el mundo. El lugar ofrece visitas y conferencias para descubrir o redescubrir perfumes legendarios.
Imperdibles los detalles: las floraciones vivas en sus canteros, los tulipanes de primavera, las fábulas de La Fontaine pintadas por artistas locales en sus usinas eléctricas callejeras, la mezcla perfecta del pasado palaciego, las líneas simples de los ´70 y el paso grande a la vanguardia cómoda y acogedora.
Lo indispensable para disfrutar del Palacio
La excusa del paseo, más allá de las aristas citadinas y los alrededores encantadores, no deja de ser el gran imán de la locación. Empecemos por saber que el Château es excesivamente visitado en temporada alta, especialmente los martes (con entrada bonificada) y fines de semana. Lo ideal es llegar lo más temprano posible, abre las 9, y dejar para después del mediodía el Trianon.
Las cuatro atracciones principales son Palacio propiamente dicho, los Jardines, el Gran Trianon y los dominios de María Antonieta
El lugar más emblemático del castillo, el Salón de los Espejos o Gran Salón reemplaza una amplia terraza abierta al jardín que separaba el Aposento del Rey por el norte y el de la Reina por el sur. El arquitecto Jules Hardouin-Mansart, imaginó una solución más adecuada y sustituyó la terraza por una amplia galería. El trabajo comenzó en 1678 y se terminó en 1684.
Más allá de esta riqueza arquitectónica e histórica, en el sitio hay una decena de cámaras más o menos grandes, pero todas engalanadas con estilo personal y repletas de detalles y obras de arte. Son imperdibles los grandes aposentos reales con las camas de los reyes.
Los jardines son los más maravilloso de Francia. Con sus fuentes, caminos, sendas de topiarios, pequeños recovecos sorprendentes repletos de esculturas. Merece darse un tiempo para perderse en ellos, apreciarlos desde diferentes ángulos y, además de tomarlos en perspectiva y distancia, acercarse a la obra detallista de estos jardineros magníficos. El acceso a los jardines de noviembre a marzo, es gratuito todos los días. De abril a octubre, es de pago los martes, sábados y domingos.
El Gran Trianon es un palacio de Versalles a escala menor. De todos modos, amerita una visita. Con menos público presente se pueden apreciar mejor los detalles. María Antonieta se hizo construir un bucólico refugio alejado de la corte, inspirado en un ambiente rural y campesino que adoraba. Se trata del Pequeño Trianón, los jardines de la Reina o la Aldea que imita un simpàtico pueblo rural inglés, aún hoy, en funcionamiento pleno.
Para el momento de descanso, el refugio perfecto es La Petite Venise. Es en el corazón de la finca del Palacio de Versalles, entre la cuenca del Apolo y el Gran Canal. El restaurante propone una base de productos frescos franceses, tamizados por la inspiración italiana. Recóndito, apartado del bullicio, con detalles impecables que llenan los ojos.
Si aún quedan ganas, para cerrar la velada, cuando empieza a dormirse el sol sobre la terraza del Trianon Palace, espera el restaurante Gordon Ramsay, galardonado con una estrella Michelin, con su clásico festín para los sentidos. Cocina francesa en el entorno poético del Parque del Palacio de Versalles. Chic, sinónimo de alegría culinaria, inspirado en el homónimo del chef en Londres, espera con un menú degustación de siete pasos para dejarse seducir y volverse francés de pura sepa. Creerse eso de que el hogar sigue esperando en La Defense, y esta es una legítima escapada de fin de semana.
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