Alexander Calder, maestro del equilibrio
París, octubre de 1930. Un estadounidense apodado Sandy acaba de llegar con dos maletas a una reunión de artistas de vanguardia. Piet Mondrian, Joan Miró, Fernand Léger y Le Corbusier, entre otros, lo observan montar un circo en miniatura y dar vida a pequeños animales que ha creado con alambres, madera, trapos, cuero y objetos reciclados. Una actuación similar a las que ya ha realizado en su país, y que el escritor Thomas Wolfe ridiculizará en su novela póstuma No se vuelve a casa, publicada en 1940.
Los europeos, sin embargo, aplauden la audacia de Alexander Calder. Y muchos críticos señalarán más tarde estas acciones como un hito en la prehistoria de la performance. Mondrian lo invita a conocer su luminoso taller, que recrea en tres dimensiones la obra del pintor holandés: está decorado con muebles en blanco y negro, rectángulos de color en las paredes y una Victrola pintada de rojo. "Fue Mondrian quien me hizo abstracto", confesará Calder sobre el impacto que le produjo aquella visita, clave para el surgimiento de sus obras más famosas.
Marcel Duchamp deja otra profunda huella en su carrera al bautizar como "móviles" sus primeras esculturas cinéticas. Es el año 1931, cuando inaugura en la galería Percier la muestra que lo consagrará como uno de los artistas más influyentes del siglo XX. El artista que protagoniza ahora una gran exposición en Fundación Proa presentó entonces por primera vez una veintena de piezas abstractas, que Léger comparó en el texto del catálogo con las de Mondrian, Duchamp y Brancusi por su "belleza silenciosa". Aquellas cambiantes composiciones cosmológicas, que funcionaban como pinturas tridimensionales en movimiento, compartían algo del lenguaje de Miró, gran amigo suyo. El rumor sobre este nuevo talento corrió rápido, y Pablo Picasso llegó antes de la inauguración.
La naturaleza fue otra gran fuente de inspiración para Calder. Solía recordar aquella madrugada de 1922, cuando vio desde un barco el sol y la luna enfrentados desde ambos extremos del horizonte. Aunque ya se había recibido de ingeniero, poco después decidió mudarse a Nueva York y comenzar su formación como pintor en la Art Students League.
Llevaba la vocación en los genes. Nacido en Pensilvania en 1898, en una familia de artistas, en 1909 les regaló a sus padres para Navidad sus primeras piezas de animales.
Dos décadas más tarde, en otro viaje en barco, conocería a Louisa, nieta del escritor Henry James y futura madre de sus dos hijas. Juntos se instalaron en Estados Unidos en 1933, aunque su carrera continuó creciendo en ambos continentes. En 1934 realizó sus primeras esculturas para el exterior, antecedente de sus obras monumentales, y en 1937 creó una fuente de mercurio en el pabellón español de la Exposición Internacional de París, ubicada frente al Guernica de Picasso.
Hombre de acción, jamás se detuvo: en 1952 ganó el Gran Premio de Escultura de la Bienal de Venecia, y en las década siguientes tuvo retrospectivas en el Guggenheim de Nueva York y en el Museo Whitney, que conserva su famoso Circo Calder. Hasta su muerte, en 1976, mantuvo el espíritu lúdico con el que creaba objetos desde niño.
En palabras de Holland Cotter, prestigioso crítico de The New York Times, "los móviles suspendidos de Calder –por lejos su trabajo más interesante– son juguetes de cuna y también experimentos sobre el balance gravitacional. El hecho de que se puedan colgar significa todo: es lo que los vuelve serios. Porque la altura automáticamente implica profundidad, y eso es lo que sentís cuando los ves".
Como si estuvieras contemplando el sol y la luna enfrentados, en ambos extremos del horizonte.
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