A los 17 años Diego fue al Interact Club Olivos (una rama juvenil del Rotary Club), en el que era el presidente de un grupo de 15 adolescentes que buscaban mejorar el barrio. Ese día una integrante invitó a una amiga, Lorena. Cuando Diego la vio el flechazo fue instantáneo pero no recíproco, apenas hablaron unos minutos y ella nunca más volvió.
Diego no quería despertar sospechas de su flechazo, así que en lugar de pedir el teléfono a la amiga que tenían en común, llevó a cabo un plan detectivesco en dos partes.
Primera parte: buscó el nombre completo en el "libro de actas" de las reuniones, buscó su apellido en la guía telefónica y consiguió la dirección. Esta claro que no eran tiempos de WhatsApp ni tanta tecnología.
Pero cupido no le iba a poner el camino tan fácil: la calle donde vivía no figuraba en la guía Fil-car (qué recuerdos, ¿no?). El paso siguiente fue acercarse a la municipalidad donde le dieron el nuevo nombre de la calle que había cambiado.
Segunda parte:le escribió breves notas que él mismo se ocupaba de ir en bicicleta hasta su casa para dejarlas, "eran esquelas breves, enigmáticas, graciosas, elogiosas y no revelaban el emisario", cuenta Diego, que las llevaba cada dos o tres días y en una ocasión no pudo dejarlas porque estaban los abuelos conversando en la puerta.
La visita que cambió todo
En la cuarta visita, una noche de verano, golpeó la puerta y pasó por debajo una nota que decía "Te espero en la esquina".
Se alejó y esperó sentado con ansias y nervios, al verla acercarse su corazón empezó a latir más fuerte. "¡Sos vos!" le dice Lorena y sonríe. Se abrazaron, se dieron un beso y la conexión fue instantánea, pero no duró mucho más porque detrás de ella, a unos tres metros, estaba el padre de Lorena, en pijama, apuntando con una escopeta a Diego. Tiempo después supo que en verdad era un rifle de aire comprimido, pero como en ese entonces su conocimiento en armas era nulo, se pegó el susto de su vida.
"No dispare", le pidió con una risa nerviosa.
"Papá, es Diego", dijo Lorena.
Así que el padre se volvió a su casa refunfuñando sin saber que ese al que había apuntado terminaría siendo su futuro yerno.
"El hombre creyó posible que la nota debajo de la puerta la podría haber dejado algún desequilibrado, o que podría haber sido la treta de algún ladrón o de alguien que quería hacer un cuento del tío. O un poco de todo, por eso salió a proteger a su hija", explica Diego.
Aclarada la situación siguieron charlando esa noche donde comenzaron un noviazgo que duró dos meses. Ese mismo año volvieron a intentarlo pero esta vez el noviazgo duró tan solo dos semanas.
5 años después
Pero cupido, que se la venía poniendo difícil, cedió al amor de la joven pareja: a los cinco años se reencontraron en un bar, esta vez sin suegros ni escopetas, donde comenzaron el último noviazgo que los unió en un feliz matrimonio de 22 años de casados y tres hijos.
"En aquel verano de 1990, ya en confianza, le confesé a Lorena que hubo un día en que no pude dejar la nota porque en la puerta estaban sus abuelos. "Son mis papás", le respondió ella. "Mal comienzo", pensé. Pero hasta en las películas románticas hay momentos así. Y además, después de dar el primer beso mientras el padre de la novia lo apunta a uno con una escopeta, todo lo que pase después será para mejor", concluye Diego enamorado.
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