Alergias: la enfermedad del futuro
Hoy, una de cada seis personas es alérgica a algo. Dentro de veinticinco años ese número crecerá hasta alcanzar a la mitad de la población mundial. Esta es la historia de una enfermedad que puede tocarle a cualquiera
Rocío es una rubia intensa. Se trepa a los bancos de madera, se ríe mucho, a pesar de tener la piel cubierta por un sarpullido seco y las manos recorridas por lastimaduras apenas cicatrizadas. Son las 9 de la mañana y la sala de espera del Servicio de Alergia del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez está repleta de niños y madres. Algunos lloran. Muchos tienen las mangas arremangadas, con los antebrazos al descubierto, y ostentan las marcas que les ha dejado el test de alergia –prick test–, que consiste en raspar la piel con la sustancia, muy diluida, a la que la persona podría ser alérgica.
–Me pica... me pica.
Grita una morocha de 3, con los antebrazos recorridos por dos hileras perfectamente paralelas de gotitas de agua, y de ronchas: eso quiere decir, más o menos, que la niña es alérgicas a todo: el pelo de los animales, el polvo, los hongos del aire, el polen. Pero Rocío es campeona. Rocío, la rubia entusiasta, tiene 5 años y no puede comer huevo, ni acercarse a perros o gatos, ni bañarse con otro jabón que no sea el que se usa para lavar la ropa, ni estar en la casa cuando su mamá, María Rosa García, hace limpieza general y levanta polvo. Se llena de ampollas si se sienta en la arena y casi no conoce el sabor del chocolate. Debe escapar como del diablo del maíz y del huevo. Una vez se escondió en su cuarto a comer una delicia desconocida: un pedazo de pan duro. –Me partió el alma –dice mamá María Rosa–. Sacarle ese pedazo de pan me dolió más a mí que a ella.
Uno de cada seis habitantes de la Tierra padece algún tipo de enfermedad alérgica. En la Argentina, hay más de cinco millones de personas que lo pasan mal con la leche y el trigo, las mascotas, las nueces y las frutillas, la soja y el kiwi, el polen y la picadura de una hormiga, la penicilina y el ibuprofeno, los pescados y los animalitos de peluche. Para ellos, un gato es una amenaza de estornudos imparables; el roce de una partícula de leche la segura inflamación de la piel; el botón del jeans contra la piel, una roncha segura; la picadura de una abeja, la glotis cerrada y la sensación de la muerte por ahogo. Los alérgicos son personas que viven en un mundo igual, pero distinto. Más incómodo. Más peligroso. Un alérgico es alguien que reacciona distinto ante estímulos perfectamente comunes: alimentos, medicamentos, polvo. El doctor Carlos Crisci, presidente de la Asociación Argentina de Alergia e Inmunología Clínica, dice: –La alergia se define como reacción distinta. El organismo, frente a la exposición a sustancias normales, produce un anticuerpo perjudicial para sí mismo. Los anticuerpos nos defienden contra infecciones, parásitos, virus. Pero en el caso de la alergia, un anticuerpo que se llama inmunoglobulina E (IgE) se dirige contra ácaros del polvo, hongos de la humedad, alimentos, polen, medicamentos, y en lugar de proteger produce una reacción diferente, y de ahí lo de alergia. El cuerpo responde como no debería hacerlo contra elementos que normalmente son inocuos. El cuadro más temido es el shock anafiláctico, que eventualmente es fatal. Desciende la presión arterial, comienza una taquicardia, y puede acompañarse o no del edema de glotis: se hincha la glotis, la laringe se cierra y no se puede respirar. La mayoría de los casos es reversible si se trata rápidamente con adrenalina, antihistamínicos y corticoides. Pero si uno demora la acción, el cuadro puede volverse irreversible.
Según qué, según dónde Según el alergeno –la sustancia– que las provoca, las alergias se agrupan de la siguiente forma, de la más común a la más extraña: dermatofagoides (ácaros), mascotas, polen, hongos en el aire, alimentos, fármacos, sustancias químicas (conservantes y colorantes) e insectos (hormiga, abeja, avispa). Dependiendo del órgano que ataquen, pueden producir asma, rinitis, sinusitis, conjuntivitis o urticaria.
–Según el órgano de choque, será donde se produzca la reacción alérgica –dice el doctor Natalio Salmún, al frente de la Fundación para el Estudio del Asma y otras Enfermedades Alérgicas (Fundaler)–. Si el órgano de choque está en la mucosa nasal o en las conjuntivas oculares, se va a producir rinitis o conjuntivitis. Si el órgano es la piel, se produce urticaria o eccema, y si el órgano está en el nivel de los bronquios, se produce el asma.
Las alergias más frecuentes son las respiratorias, y se deben en un 70% a los ácaros dermatofagoides, seres microscópicos que están por todos lados, pero en algunos sitios más: en las alfombras, las frazadas, las cortinas, el pelo de los animales, los colchones no aireados, los muñecos de peluche.
-Sí, es una tragedia viajar para un alérgico –dice el doctor Edgardo Bevacqua, presidente de la Asociación de Alergia, Asma e Inmunología Buenos Aires–. En un hotel, la alfombra, o el colchón, o la almohada pueden provocar molestias por los ácaros. Yo aconsejo que se lleven sus sábanas, y su almohada. Y si un alérgico alquila un departamento que estuvo cerrado, que una de las personas se quede limpiando y el alérgico se vaya.
El asma, nombrada para menos susto como bronquitis asmática, es una enfermedad de los bronquios que se caracteriza por la dificultad para respirar y que fue vista en un principio tan sólo como eso: un problema de excesiva contracción del músculo liso bronquial. Hoy se sabe que en un 99,9% de los casos es de origen alérgico. El asma es la patología crónica más frecuente en el mundo occidental. Ciento cincuenta millones de personas en el mundo son asmáticas. Unas ciento ochenta mil fallecen cada año por crisis respiratorias En la Argentina hay un millón cuatrocientos mil. Quizá por eso la Organización Mundial de la Salud declaró al asma alérgica como la epidemia del siglo XXI. En todo el mundo hay un notable aumento de casos de asma y de tasa de mortalidad. El doctor Natalio Salmún asegura que la prevalencia actual, en el mundo, del asma en chicos es de 17,2%, lo que significa que de cada cien chicos 17,2 han tenido en los últimos doce meses alguna crisis de broncoespasmo.
–Los porcentajes más elevados fueron para Inglaterra, Australia y Nueva Zelanda: en esos países, en el caso de chicos de 6 años, la prevalencia de asma llegó al 30%. El asma, como todas las alergias, es más común en ciudades más grandes y desarrolladas. Para esta enfermedad, la polución interna es la más importante, no la externa y nosotros pasamos el 80% del tiempo en ambientes cerrados. Hoy sabemos que el asmático puede hacer una vida normal.
Las alergias más comunes son las respiratorias, pero el doctor Jorge Bacigaluppi, especialista en alergia e inmunología, asegura que en los últimos quince años ha crecido la cantidad de alergias dérmicas.
–Es que cada vez les ponen más colorantes y conservantes a los alimentos, que producen reacciones alérgicas importantísimas. Al pollo le ponen hormonas y antibióticos, las frutas y verduras tienen colorantes y conservantes como la tartracina.
Mónica vive en Rosario, tiene 42 años, y desde hace unos años empezó a tener ronchas por todo el cuerpo. Pudo detectar que esto le sucedía cada vez que comía soja, de modo que la evitó. Pero un día, comiendo fiambres y encurtidos, tuvo un shock anafiláctico: algunos fiambres y embutidos tienen lecitina de soja como texturizante. No todos la declaran en sus etiquetas. El doctor Axenfeld es médico de planta del Servicio de Alergia del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez.
–Las alergias dermatológicas son producidas en gran medida por los químicos involucrados en la alimentación, y como la legislación no es muy severa en el país, hay muchos que no ponen todos los químicos que utilizan en las etiquetas. Yo tuve pacientes que comían atún en lata y generaban una reacción, pero comían atún natural y no tenían reacción. Es decir, no eran alérgicos al atún. El problema grave es que cuando los chicos son vistos por médicos no especializados, éstos les hacen una larga lista de alimentos que no pueden comer y ese chico termina desnutrido y, a veces, sin resolver el problema.
Víctor tiene 10 años y según su mamá, María Georgina, sufrió sin necesidad por el mal diagnóstico realizado por un pediatra. El nene tuvo desde chico un broncoespamo tras otro, la piel lastimada detrás de las rodillas y en el pliegue de los codos.
–El pediatra me decía que no era alérgico. Un día me dijo que era sarnilla y me dio Detebencyl. El gordo se brotó todo, se hinchó, no podía respirar. Era verano, lo sacamos al patio y lo manguereamos. Para los broncoespasmos le daba broncodilatadores, algún corticoide, lo curaba en el momento, pero nunca tocaba el tema de fondo. No estaba de acuerdo con hacer el test de alergia, me decía que siempre iba a salir que era alérgico a algo. Cuando por primera vez vi a un alergista y le hicimos análisis, salió que Víctor es alérgico a casi todo.
Rocío, la rubia del principio, es alérgica a muchas cosas. A tantas, que ni siquiera los médicos están seguros. Nació con granitos de pus a los que todos acusaban de ser un problema dermatológico que iba a desaparecer con el tiempo.
–Iba a un médico y me decía: “Lavelá con este jaboncito”. Uno hasta me dijo que era sarna. En el hospital Ramos Mejía le daban corticoides y cuando se los sacaban seguía igual. Un día la llevé a un alergista, le hicieron las pruebas y me empezaron a decir que no podía tomar leche, nada de trigo, huevo, harina de maíz. Me sacaron todo, pero se seguía brotando. Un día dije basta. Empecé a darle algunas cosas, y ahora lo único que no come es huevo y maíz. Pero nunca estuvo ciento por ciento bien. Para ella es normal rascarse y cada veinte días estamos con antibióticos porque se lastima.
Si la alergia se hereda, la nena tiene de quién: María Rosa desciende de toda una familia de alérgicos bronquiales y su marido es un alérgico de piel. Pero nada de la intensidad de lo que le sucede a Rocío.
–A los cumpleaños empecé a mandarla con las galletitas sin leche ni huevo hechas por mí. Como es alérgica a los ácaros tengo que lavar una vez por semana las cortinas, no tener alfombras ni peluches.
En el supermercado, María Rosa lee todas las etiquetas antes de comprar el más simple de los alimentos. Un producto inofensivo no declarado puede ser el caballo de Troya que transforme el cuerpo de Rocío en una pequeña catástrofe. Lleva a su hija todos los martes al hospital a las 7.30. A las 8 abren la ventanilla, retira un bono, y espera hasta las 9.30, cuando empiezan a atender. A las 11 es probable que esté afuera, camino a su casa en Mataderos, con el tiempo justo para comer y mandar a la nena al jardín. –Yo no podría trabajar aunque quisiera, porque no puedo faltar dos veces por semana para llevarla al médico. En verano no podés ir a la pileta porque el agua con el cloro le seca la piel, entonces tuve que poner una piletita en casa, sin cloro, llenarla de avena, cambiar el agua una vez por semana... Te juro, el que lo ve de afuera no lo entiende.
Hoy, una de cada cuatro personas es alérgica. Eso implica el 25% de la población. Se cree que, en veinte años, el 50% de la población será alérgica a algo. Y parece que todo esto nos pasa por limpitos.
–Hay una teoría que se llama higiénica –dice el doctor Bevacqua–. Cuando se unieron las dos Alemanias se hizo un estudio con cinco mil chicos. En Alemania Occidental, con gran confort, gran atención de salud, había menos infecciones respiratorias que en la Oriental. Pero en la Alemania Oriental hay muchísimos menos alérgicos y menos asmáticos. Del otro lado, hay muchos más alérgicos y asmáticos. La diferencia es la higiene. Cuando uno recibe un adecuado estímulo bacteriano, desarrolla defensas, pero si viene alguien con su hijo con 37,2 de temperatura y yo enseguida le doy un antibiótico, o sea que el estímulo bacteriano es abortado, no se desarrollan defensas adecuadas, y se produce una respuesta distinta, que muchas veces es de tipo alérgica.
La civilización es una dama traicionera. Da algunas cosas a cambio de otras igual de caras. Confort a cambio de polución. Inmunidad sarampionosa a cambio de alergia.
–Por un lado –coincide Crisci–, hay un uso muy frecuente y precoz de antibióticos, y parecería ser que la infección, cierto grado de contacto con gérmenes y bacterias, ayuda al sistema inmune a armar una respuesta de defensa, mientras que la falta de infección no permite entrenar al sistema inmune. Lo vacunamos rápidamente, entonces si me dan anticuerpos no tengo tiempo de instruir a mi sistema inmune y el sistema inmune se empieza a equivocar. Empieza a formar anticuerpos contra cosas que no debería.
Para ser alérgico hacen falta dos cosas: predisposición genética y exposición. Usted, lector, podría ser alérgico al pelo de camello, pero si su trabajo no le exige cruzar el desierto del Sahara cada dos semanas a lomo de ídem, es probable que nunca se entere de su alergia en potencia. Y si la tan mentada globalización no hubiera esparcido alimentos como el kiwi, por ejemplo, cientos de miles de personas ignorarían por completo que son alérgicas a esta fruta.
–Nadie se hace alérgico a una sustancia por entrar en contacto con ella una sola vez. Uno se hace alérgico a las sustancias con las que está en contacto habitualmente –aclara Crisci.
La alergia es un territorio obsesivo, incómodo y paradójico. La alergia laboral, por ejemplo. Hay luthieres alérgicos al polvo de la madera, albañiles alérgicos al cemento, curtidores alérgicos al cromo, cosechadores alérgicos al trigo.
–Muchas veces, estas alergias son tan severas que la gente tiene que cambiar de profesión –dice Crisci.
El mal río de la alergia se ceba en las ciudades grandes. Rosario, Córdoba, Buenos Aires, San Pablo, Nueva York tienen porcentajes de alérgicos mucho más altos que ciudades pequeñas.
–Estas cosas –dice Bevacqua– no suceden ni en Catamarca ni en Cipolletti. Las alergias respiratorias y alimentarias son más comunes en las grandes ciudades. Las respiratorias, por la polución y las alimenticias, porque se consumen muchas cosas con conservantes.
La alergia es una enfermedad que muerde cuando se le antoja. Uno puede vivir tan contento, y a los 60 años comerse un helado de pistacho y brotarse a punto reventón.
–Yo nunca fui alérgica –dice Carolina Nomel, una coqueta de 75– y hace diez años por un problema de ulceración de una várice me dieron un medicamento, y me hinché toda. De ahí en más, me fui haciendo alérgica a todo: las nueces, el tomate, la aspirina, los colirios. Cada vez que voy al médico es un quebradero de cabeza para ver qué medicamento me puede dar y cuál no.
Entre el 2% y el 2,5% de la población mundial sufre de alergia a los alimentos. En nuestro país, la leche, el huevo, el trigo, la soja, los pescados y mariscos, el tomate, los frutos secos, los cítricos y los cereales son los alimentos que comúnmente producen alergia.
–Las alergias a los alimentos, en un 50%, se curan alrededor de los 11, 12 años –dice el doctor Bevacqua–. Pero los alérgicos severos a algunas cosas no se modifican.
El tratamiento indicado para las alergias a los alimentos es sencillo: evitar el alimento que lo produce. Parece fácil. Pero los alimentos transgénicos han venido a cambiarlo todo. Hay, por ejemplo, un tipo de soja transgénica que contiene una proteína de castaña de Cajú. Y si hay algo que caracteriza al alérgico es que no necesita grandes cantidades del alergeno para sufrir una reacción molesta y, en casos de personas muy sensibles, shocks.
–Por otra parte –dice Bevacqua– existe lo que se llama alergias cruzadas. Mucha gente que tiene alergia a los alimentos la tiene porque previamente tenía alergia a inhalantes. Entonces los pacientes alérgicos a pólenes reaccionan también con manzanas crudas, avellanas, melocotón, damasco, cereza y zanahoria cruda. Maximiliano tiene 3 años y sufre de una alergia tópica, un eccema que se produce por la ingesta de ciertos alimentos. No puede tomar leche ni comer huevo, soja, tomate, ningún derivado de la vaca o el pollo, ninguna legumbre.
–Cuando come algo de eso –dice Rosa, su madre– se le hacen eccemas muy grandes y empieza a rascarse. Siempre está brotado. Me ha pasado en el colectivo, gente parada y el asiento a mi lado estar vacío. Yo viajo con nebulizador, con aerosoles, con la farmacia encima.
Maxi toma dos veces al día corticoides, tres veces por semana interferón, además de un medicamento para dormir por la noche, un aerosol matutino para respirar bien, y nebulizaciones los días que está fatigado. Cada frasco de interferón cuesta 280 pesos, y dura tres o cuatro aplicaciones. El tratamiento, dice Rosa, es de nueve meses. Rosa va todos los días al Hospital de Niños. Con suerte, tres veces por semana.
Los medicamentos, debido al actual abuso de automedicación y de la gran prescripción por parte de los médicos, son grandes alergenos. La dipirona y sus derivados, el ibuprofeno, la penicilina, las sulfamidas, la aspirina, pueden provocar reacciones alérgicas o anafilácticas, con el agravante de que, a veces, la alergia puede no ser producida por la droga en sí, sino por los conservantes y colorantes que se agregan en el preparado. Una persona que hasta la semana última tomaba un medicamento sin problemas, la semana siguiente se presenta al alergista con una hinchazón de campeonato. Lo mismo sucede con las picaduras de insectos: brotan de un día para el otro. Los tests para saber a qué se es o no alérgico son sencillos. Aunque el Plan Médico Obligatorio no los incluye en sus prestaciones básicas, son gratuitos en los hospitales públicos. Para impedir la reacción alérgica, hay tres tipos de acciones, que suelen ser conjuntas: control ambiental, que consiste en eliminar el contacto del paciente con todas aquellas sustancias a las cuales es alérgico; tratamiento con medicamentos, que pueden ser antihistamínicos o corticoides; tratamiento con vacunas, llamado inmunoterapia o hiposensibilización, de alta eficacia en el caso de alérgicos a picaduras de insectos y en alergias respiratorias. Gabriela es la madre de Daniela. Daniela tiene 13 años, hizo un tratamiento con vacunas hasta los 6 años y ahora está bien. Pero la pasó mal.
–Me ha pasado de ir a la guardia del hospital Garrahan –dice Gabriela–, porque la nena se hinchaba y la garganta le supuraba, y me decían que tenía anginas rojas, hasta que un alergista me dijo que era alérgica a la leche, entonces suspendí la leche. La llevé de nuevo al pediatra, y me dijo que el yogur no le iba a hacer nada. La nena tenía seis meses. Le di dos cucharaditas y se le empezaron a hinchar los ojos, la boca, la lengua y la llevé corriendo al hospital. Estaba cianótica, tenía edema de glotis. Tres inyecciones de decadrón le dieron y empezó brotarse. Quedó mal después de eso. Volví al alergista, hizo las pruebas de alergia, y dio que era alérgica a la leche. Desde ese momento no pudo comer más carne de vaca y quedó muy sensible. Al año y medio, metió la mano en un cesto de papeles donde había un tarro de yogur y se le hinchó la mano una barbaridad. Otra vez, en un cumpleaños, un chico le dio un beso con dulce de leche y le quedó la boca marcada. O el padre, que comió queso, le dio un beso en la frente y le quedó la frente hinchada. Una vez, cuando era chiquita, estaba en casa de una compañerita y el hermanito había estado comiendo chizitos y jugando con los ladrillitos. Daniela tocó los ladrillitos y se empezó a brotar. Tuve que salir volando a buscarla. Hasta el día de hoy, no sabe cuál es el gusto de los quesos o de la leche.
El enemigo, en estos casos, tiene una forma boba. Forma de kiwi, forma de flor, forma de milanesa de soja.
Debe ser duro mirar con gula un pedazo de pan de ayer. Sentir que una hormiga tiene el poder de Godzilla.
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