Alejandro Rozitchner: “Leer, ¿para qué?”
Leer no es tan importante como parece. Sí, darse cuenta de esto es un golpe, porque la lectura fue siempre para nosotros una buena causa: nos parece que leer es bueno, valioso, que todos debieran hacerlo, que si la gente en general leyera más el país y el mundo serían más educados y que todo funcionaría mejor. Tenemos una especie de utopía de lectores. Nos alegramos cuando en el subte o en el colectivo vemos muchas personas leyendo, sentadas o paradas, capturadas por su mundo interno en ebullición, creciendo como árboles, cada uno su madera, cada uno su follaje. Pero… sí, hay un pero.
Me dí cuenta hace un par de años, y me produjo un gran desconcierto. El punto es este: la mayor parte (o una parte importante, digamos) de las personas lectoras, -en un sentido literario y humanista, el público de librerías y los que acuden a carreras universitarias tales como sociología, letras, filosofía, antropología, psicología, etc.- tienden a apoyar a dictaduras como la de Cuba o Venezuela y a identificarse con aventuras idealistas y autoritarias por el estilo. Poseen, además, una visión falsa e ignorante respecto de qué cosa es en verdad el capitalismo (el gran mecanismo que promueve las libertades, el desarrollo y combate la pobreza) y reproducen también una versión falsa e incompleta en relación con el rol de los Estados Unidos en la cultura global, por poner un ejemplo clave. Incluso es entre los léidos en donde se ubica gran parte del votante que en nuestro país hace fuerza en contra del crecimiento, no valora el respeto de la ley, idolatra a ineficientes y corruptos y tiene constantes objeciones frente a los intentos de limitar el peso de las corporaciones y las mafias. ¿Entonces? ¿Para eso tanto libro?
¿Hay que dejar de leer?
Hay que aceptarlo -cruda, cruda verdad- la lectura no es el valor absoluto que creíamos. Se puede ser un gran lector y tener al mismo tiempo severas limitaciones en la comprensión de la realidad. Casos sobran. Y al revés también vale: muchas personas que no han casi leído o que han leído poco poseen sabiduría y riqueza sensible. Sí, por supuesto, no todos lo uno, no todos lo otro. Esta relación entre cultura e infantilidad progre no es un fenómeno nacional sino global, y no tengo respuesta al por qué pero creo que es una buena y legítima pregunta.
En todo caso, si la lectura no es la garantía que gustábamos creer que era, ¿hay que dejar de leer? De ninguna manera, ciertas experiencias humanas de alto valor suponen gran capacidad de trabajo con textos. Digamos que la lectura es condición necesaria pero no suficiente. Hay cosas que solo pasan leyendo, ideas que solo se construyen y desarrollan por esa vía, mundos que existen a partir del encadenamiento de sentidos y palabras logrados en los libros. Además, para muchos, es un disfrute sin igual, lo que también cuenta.
Ultima pregunta, ¿será que la lectura genera, sí, capacidades de lenguaje y hasta refinamiento sensible pero no garantiza posición moral? ¿Es esa la conclusión que cabe, debe formularse así? Más allá, o más abajo, de la lectura está la posición existencial, la consistencia afectiva que da forma a la misma experiencia de leer y la determina. La lectura no altera cierta posición básica del lector en relación con el mundo: quiere ver realidad o quiere negarla, quiere resolver y construir o quiere dar rienda suelta a su resentimiento engalanado con autores. Las visiones precarias que caracterizan al progresismo y sus adictos lectores (al llamado progresismo que es en realidad una pasión anti desarrollo) no obedecen al grado de cultura. Ciertas definiciones sensibles, identificaciones, preexisten y determinan el uso de la sutileza o inteligencia que pueda alcanzarse.
El libro no es, en sí, vehículo de cultura y mejoramiento humano. Puede serlo, pero puede ser también lo contrario, y lo es en muchos casos: objetos de adoctrinamiento, activos agentes creadores de esos idealismos vacíos que rechazan las realidades. Habrá que reconsiderar el valor de la lectura. Des-idealizar la lectura, des-sacralizar al libro, entender que la lectura es parte de un encadenamiento de factores que la superan y enmarcan. Hay que repensar el fenómeno de la lectura. No hay problema, pensar no es repetir ideas sino mirar de nuevo.