Alejandro Rozitchner: “¿Aplastados por la realidad?”
¿La realidad nos aplasta?
Acudamos a un esquema básico y sencillo, distingamos entre dos posiciones existenciales: está la persona caída, aplastada por el peso de la adversidad, que padece la realidad a veces al punto de la parálisis, y está la persona en pie, erguida, entera, que intenta hacer frente a las dificultades de la vida y entiende que no hay vida que no las presente. Se me dirá que con las cosas que están pasando -pandemia y gobierno desastre- la primera posición es la única posible, que no hay otra manera de vivir hoy. No creo que sea cierto. Hay, por supuesto, recrudecimiento de las dificultades y también casos extremos, pero la actitud personal no siempre es directa derivación de tales situaciones. Se cuela en ella un añadido, una especie de fatalidad de desánimo y amargura que se presenta automáticamente como actitud básica. Hasta podríamos decir que en el plano nacional el recrudecimiento que padecemos proviene de un aplastamiento previo y generador de la situación, y que lo que pensamos como resultado debería ser considerado también como posible causa del asunto.
Aplastados o en pie
La visión del aplastamiento se expresa en una moral de encierro y resistencia. La posición en pie promueve más bien el uso de la fuerza de la que se disponga para intentar hacer lo posible. Daría la impresión de que la persona aplastada debe su aplastamiento a una incomprobable superioridad idealista, mientras que la persona en pie tiende más a situarse en un “las cosas como son” y a sentir que los resultados en su vida dependen en gran medida de sus actos. Y por supuesto, este planteo reduce a un esquema de A o B lo que en las formas concretas de lo real es mucho más matizado: de ahí su limitación, pero también de allí su valor.
Este planteo tiene innumerables derivaciones interesantes. Una de ellas sería la de entender que por más que la situación sea dificil no es correcto ceder todo el terreno al tema único y excluyente: el hundimiento. Creo que se puede hablar de otra cosa, que debemos hacerlo. No es negación, no es superficialidad, no es distracción: es vivir de manera menos fatalista y mover esas visiones y deseos imprescindibles para cualquier mejora de la mala situación. La obsesión de mirar el tema permanentemente no es un ejercicio de inteligencia, es mera obsesión. Vale más siempre un querer, un querer algo y el movimiento que busca darle realidad.
El síntoma no se cura hablando del síntoma
O para decirlo con una idea que aprendí de mi analista (y de las lecturas por él sugeridas): el síntoma no se cura hablando del síntoma. Más bien, parece, la recurrencia del tema lo afianza y fortalece. ¿Qué quiere decir? Que lo necesario frente a una situación que se evalúa como negativa (a la que por supuesto no es bueno negar) no es quedar hechizado, capturado, por la observación minuciosa de sus detalles sino potenciar esa relación con el mundo a la que tendemos por deseo y por fuerza, en lo posible, y dando forma nueva a la experiencia del avance.
No olvidemos que rige en todo caso la regla básica de la realidad universal: nadie sabe nada. O, si quisiéramos aligerar la formulación, diríamos que todo saber es parcial. Los pronósticos quedan constantemente invalidados por hechos imprevisibles que no paran de producirse. Los saberes se quedan cortos, pensar no es repetir ideas, pensar es mirar de nuevo. Esto siempre se hizo así es razón, hoy, para un sano “entonces hagámoslo de otra manera”.