Aleida Assmann, la voz de la memoria
Referente mundial en el estudio de cómo las sociedades se sobreponen a las tragedias, la alemana dice que “la política del olvido nunca es eficaz”
La ola de calor no da tregua y en el edificio principal de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense no cabe un alfiler. Profesores e investigadores de todas partes del mundo hacen cola a pleno rayo de sol después del almuerzo. Desborda la capacidad del auditorio, pero aún así, los asistentes a este congreso –más de 1600– albergan la ilusión de poder escuchar de cerca a Aleida Assmann, una mujer diminuta con voz cálida que habla sobre la brutalidad de la guerra. En un edificio aledaño, en otro amplio auditorio, se transmite su conferencia en simultáneo por pantalla gigante. Esta profesora alemana, casi una rockstar, es en la actualidad la mayor experta sobre la memoria, una materia que hasta hace poco no era estudiada, pero que fue ganando espacio en los programas educativos de la esfera variopinta de las humanidades.
Assmann, egiptóloga y profesora de Literatura Inglesa, una de las intelectuales más prestigiosas del mundo contemporáneo, empieza a responder las preguntas que recibe de los afortunados que lograron ingresar en el auditorio madrileño donde se encuentra. La primera inquietud proviene de un arquitecto mexicano, que viajó desde su país solo para escucharla. Assmann elaboró una teoría sobre la memoria cultural o la memoria colectiva, es decir, el modo en el que una sociedad atesora su historia y sus recuerdos –no a través de los genes, sino de símbolos– y, con ellos, resguarda su propia identidad. Diferentes gobiernos en distintos sitios y épocas han intentado no solo modificar, sino borrar capítulos de la memoria nacional, un escenario donde predomina lo que ella denomina políticas del silencio. Ella suele confrontar con las ideas de Francis Fukuyama, habla del rol de la mujer, cuya voz fue acallada durante siglos, y asegura que la Segunda Guerra Mundial no ha concluido.
¿Dónde nace el estudio de la memoria?
Fuera de las universidades, eso es seguro. El primer lugar donde comienza es en la literatura. La memoria había sido siempre un tópico de los artistas, de los escritores en particular.
¿Y en la actualidad? La memoria se estudia en ramas del saber muy diverso.
El estudio de la memoria es complejo. Tenemos a la neurociencia o a la psicología, pero estas se refieren a algo individual. No hay un estudio específico para pensar el modo en el que la memoria afecta a los colectivos, a los grupos o a las naciones. La buena noticia es que los jóvenes se dieron cuenta de que es un tema candente y son más activos a la hora de estudiar y valorar a la memoria.
¿Somos, en la actualidad, más perezosos a la hora de recordar? Quizá no hacemos el esfuerzo por memorizar, ya que tenemos siempre el teléfono a mano. ¿La tecnología atenta contra la memoria?
No lo veo así. Tenemos acceso a una gran cantidad de conocimiento gracias a la tecnología. En las escuelas ya no se aprenden poesías, es cierto, como se hacía antes, pero los jóvenes retienen las letras de una gran cantidad de canciones pop. Las máquinas almacenan, nosotros, recordamos.
Assmann estudió el caso de Alemania luego de 1945 y a partir del rol de la sociedad civil, distinguió entre línea final y línea divisoria. La primera señala algo que ocurrió: "No lo tocamos, queda en el pasado, lejos". Para la investigadora, esta fue la estrategia alemana durante cuatro décadas. Luego, en los años 90, emergió una nueva etapa, signada por el segundo concepto: "Hay que recordar para superar, para que no vuelva a suceder".
Usted asegura que la Segunda Guerra Mundial aún no ha concluido en algunos países de Europa. ¿Por qué?
Las guerras no terminan necesariamente con tratados o contratos: siguen en la mente y en el corazón de la gente.
Habla de la política del silencio, una estrategia que existe en algunos lugares luego de las guerras.
En la Antigua Grecia, los atenienses tuvieron una guerra civil que terminó con la cláusula de no mencionar nunca jamás esa guerra. Nadie podía hablar en público sobre ella. La idea es, básicamente, aquello que no se menciona, se olvida. En España, después de la Guerra Civil no hubo una mutua búsqueda por olvidar; en 1977, con la Transición, se intentó algo así. Pero la política del olvido nunca es eficaz.
¿Cómo analiza el caso de España?
En España, Francisco Franco creó una versión particular, su propia memoria sobre la Guerra Civil. En Madrid hay muchos monumentos dedicados a la memoria de Franco, es decir, destinados solo a la mitad de su población. Pareciera que la Guerra Civil Española no ha concluido.
¿Y en Alemania? ¿Cuál fue su estrategia luego de la Segunda Guerra Mundial?
Después de 1945, la gente no se refería al pasado, no había que mirar atrás. Había que crear y construir una democracia fuerte, como si se pudiese borrar lo ocurrido. Pero el pasado jamás se marcha, siempre vuelve. Las víctimas del Holocausto pudieron comenzar a hablar y a ser escuchadas. Fue el estallido de una olla a presión que se produjo en los 90, a partir de los jóvenes.
¿Conoce el caso de la dictadura argentina?
Soy afortunada porque una de mis colegas en la universidad de Constanza, la doctora Kirsten Mahlke, desde la literatura, es experta en el tema. Construyó un grupo de estudio con siete mujeres que compartieron su experiencia durante la dictadura, e incluso vino una de las abuelas de Plaza de Mayo, quien nos contó su versión y experiencia. Nunca fui a Buenos Aires, pero sí estoy conectada con el grupo. Y aprendí mucho. Nunca habíamos visto un agente político así.
¿Cómo definiría a este agente?
Las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo son uno de los eventos más sorprendentes del siglo XX. Por primera vez en el mundo, activistas de los derechos humanos fueron capaces, por su testarudez, su coraje y resistencia, de pelear contra la dictadura. Hasta ese momento, lo héroes habían sido muy masculinos o armados. Y, de repente, mujeres con sus pañuelos blancos se convertían en actores políticos. Su acción es una marca muy importante en la historia de la humanidad.
¿Qué puede hacer una sociedad dividida por su pasado para alcanzar una conciliación?
Lo que puede hacerse es historializar los monumentos. Debe entender que no se puede dejar atrás el pasado.
¿Qué ejemplo concreto me puede brindar?
Quizá, se podría poner una inscripción en los monumentos que indicaran que fueron construidos por Franco. Creo que hay que recordar para conectar.
Conciencia histórica
En su casa había alumnos de todas las nacionalidades. Aleida Assmann es hija de un teólogo que recibía en su mesa a jóvenes estudiantes de todas partes del mundo. A los 16 años partió de intercambio a San José, en Estados Unidos. Era 1963, el año que mataron a John F. Kennedy, y Assmann aún recuerda a la maestra que un día ingresó en el aula de California y pidió perdón a sus alumnos adolescentes: pedía perdón por la Guerra de Vietnam. "Aquella América me impactó". A los pocos años, muy joven, se casó con Jan Assmann y adoptó su apellido –fiel a la exigencia de la tradición de las mujeres, que debían partir al extranjero– un egiptólogo de renombre, líder de varias excavaciones. Aleida estudió también Egiptología para poder acompañarlo, recuerda, y lo dice con la sencillez y con la naturalidad de quien asiste a un taller de expresión corporal o realiza un hobby. También, estudió Literatura Inglesa y se especializó en la obra de William Shakespeare.
Assmann considera que la construcción de la memoria nacional bebe de los triunfos y olvida las derrotas: "En París, hay una estación que se llama Austerlitz, sin embargo, Waterloo está en Londres". A su vez, el modo de construir la memoria se manifiesta de modo circular con la propia identidad.
¿Se inspiró en Sigmund Freud para desarrollar sus teorías?
Sí, hay mucho Freud metido en mi trabajo. Él no era un estudioso de la memoria, teorizaba más con modelos. Sabía que traemos cosas del pasado y que necesitamos abrirnos al futuro. El recuerdo es una ayuda para trascender el legado del pasado y seguir adelante. La idea de Freud es que hay que leer la página antes de que puedas pasar a la siguiente.
Hay algunas sociedades más psicoanalizadas que otras, como la argentina. ¿Esto permite que puedan resolver mejor temas de su pasado?
Estoy convencida de que el concepto de Freud recordar para solucionar es un buen modelo para las sociedades y los Estados. La Argentina suscribió el memo del Holocausto en el año 2000 y con eso demostró que estaba muy avanzada en términos de conciencia histórica.
¿Qué ocurre si esas heridas no se cierran?
George L. Mosse escribió que no existen los puntos finales en las guerras y que estas convierten a la sociedad, las degradan. Tiene un efecto de daño en la sociedad civil. Si no intentás reparar ese daño, te metés en un callejón donde, por ejemplo, se crean héroes muy masculinos.
Algunos discursos actuales toman a la memoria como elemento de manipulación.
Sí, la memoria se utiliza por políticos contemporáneos. Es la sociedad la que debe llegar a un acuerdo, no los políticos.
¿Conoce a Francis Fukuyama? Sus trabajos están en constante diálogo con su obra.
No lo conozco personalmente, pero así es el modo en el que trabajo. Leo sus libros con mucho detenimiento. Discuto con él en cada página. Su pensamiento me ayudó a entender muchas ideas. A veces, los autores y los libros con los que te topas de casualidad te abren puertas y esas puertas te llevan a otras.
Voces femeninas
Explica que las mujeres han sido olvidadas por la historia hace algunas décadas, no así en la literatura.
Las mujeres han sido retratadas en la literatura desde el comienzo, pero por los hombres. Tomó mucho tiempo hasta que pudieron tener su propia voz.
¿Qué opina de las mujeres que ha retratado Shakespeare?
Es un genio, tiene tantos personajes femeninos en su haber... Él creó un estilo de mujer en la literatura que no se calla las cosas. Creó a una sumisa Desdémona, en Otelo, pero también a los personajes de Como gustéis, por ejemplo, donde aparecen mujeres muy inteligentes. Es cierto que estos personajes eran interpretados por hombres en su tiempo, pero emerge una voz interesante.
¿Cuándo emerge la voz de la mujer?
Uno de los personajes de Jane Austin, en Sensatez y sentimientos, dice: "Los hombres han sido más afortunados en contar su propia historia: la lapicera ha estado en sus manos". Ella es una de las primeras en hacerlo explícito. No había un interés en los hombres por crear una tradición de mujeres. Estábamos excluidas de los archivos. Con Virgina Woolf, no solo desde la ficción, se va empezar a debatir sobre nuestro espacio.
¿Hoy, la mujer puede escribir su propia historia?
Sí, aunque aún hay aéreas más silenciadas que otras, como las de las comunidades indígenas. Ya teníamos un tipo de historia oral, hace algunas décadas, pero toda la gente que aparecía y brindaba su testimonio, era anónima. Desde los 90 tenemos otra concepción a la hora de escribir la historia y es la de incorporar voces, testimonios que se identifican. Las mujeres han sido muy activas en la producción, en la trasmisión, en agrandar y en cambiar el foco de la tradición.
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