El líder del “movimiento carapintada” revisa los cuatro días en que tuvo en vilo al país. “Nadie me reprimió porque tenía el apoyo de todas las fuerzas armadas”, asegura
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Aldo Rico (79), que hoy camina apenas encorvado y acompaña cada paso con un bastón canadiense, tuvo al país en estado de conmoción durante cuatro días. Fue durante la Semana Santa de 1987, hace exactamente 35 años. Se alzó en armas y, junto a 300 camaradas, se “auto-acuarteló” en la Escuela de Infantería de Campo de Mayo. Tomó el control de la unidad, buscó adhesiones por todo el país y dijo desconocer a sus mandos naturales. Como la mayoría de los mandos medios del Ejército, despreciaba a sus generales: lo habían decepcionado durante la guerra de Malvinas y sentía que les habían soltado la mano, que lo habían dejado solo, tras la lucha contra la subversión.
La sublevación, según su líder, tenía por objeto detener el desfile de oficiales y suboficiales por los juzgados federales donde eran interrogados y encausados por delitos cometidos en lo que llaman “la guerra contra el terrorismo”. Para el poder político, se trató de un intento de golpe de Estado que se diluyó con el correr de las horas al no encontrar eco en las otras fuerzas armadas y en otros cuarteles.
El levantamiento recién terminó el Domingo Santo, cuando el presidente de la Nación -y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas- voló hasta Campo de Mayo para entrevistarse con Aldo Rico. De regreso en Casa Rosada, frente a una multitud, Raúl Alfonsín pronunció aquél histórico discurso: “Felices Pascuas, la casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”, dijo.
“Yo me sublevé, desconocí mis mandos naturales. Pero no me rebelé, jamás desconocí la autoridad del presidente”
Aldo Rico, que nunca fue condenado por el alzamiento de Semana Santa, por condicionar al poder político a través del uso de las armas del Estado, recibe a LA NACION en su hogar, en Bella Vista. Se trata de un chalet importante, algo añoso, con techo de teja y un gran parque, al que se mudó hace poco más de una década, “en la segunda gestión”, cuando formalizó su relación con Marisa Guilanea, política y justicialista, veintiséis años menor.
La entrevista sucede en el living, planta baja, un ambiente decorado con fotos familiares, memorabilia castrense y un gran retrato de la Fontana di Trevi. La mesa ratona, bajo una tapa de vidrio, exhibe una colección de cuchillos entre los que se destaca el puñal de un gurkha que Rico trajo de Malvinas.
El ex teniente coronel ofrece “café, té, gaseosa… ¿algo?”. Nadie lo asiste. Recoge el pedido y parte rumbo a la cocina. Le preguntamos por su renguera y dice que la rodilla de titanio lo tiene a maltraer. “Son 30 años de paracaidismo, saltando de aviones con 120 kilos de equipo”, insiste. De regreso, cede el sillón principal, de tres cuerpos, a su entrevistador, y se ubica cómodo en un butacón. Prepara mate y coloca su pistola automática, sin retirarla de su funda sobaquera, en el butacón vecino. “El arma no se deja por cualquier lado”, dirá luego.
Lo que sucedió en Semana Santa de 1987 se estudia en los colegios secundarios. El portal educ.ar, del Ministerio de Educación de la Nación, ofrece recomendaciones para los profesores y un cuadernillo con ejercicios “para analizar y debatir en clase”. Sin embargo, aún hay gran confusión alrededor del tema. Se repite como verdad que el alzamiento carapintada logró torcer el brazo de Raúl Alfonsín obligándolo a conceder “las leyes del perdón”. Esta teoría ignora que la ley de Punto Final había sido promulgada el 24 de diciembre de 1986 y que la de Obediencia Debida fue anunciada por el entonces presidente en los primeros días de enero de 1987. Por otro lado, el concepto de Obediencia Debida le daba un marco legal a la teoría de “tres niveles de responsabilidad” que Alfonsín había utilizado en reiteradas oportunidades durante su campaña presidencial.
-A la distancia, 35 años después, ¿cómo cree usted que debería recordarse el levantamiento de Semana Santa de 1987?
-Como lo que fue: una sublevación. Yo me sublevé, desconocí mis mandos naturales. La sublevación es un delito contra la disciplina, la rebelión es el delito contra el orden constitucional. Yo no me rebelé, no desconocí la autoridad del presidente.
-¿Cómo se gestó la sublevación de Semana Santa?
-Semana Santa estaba atado a un oficial que dijera “no me presento”. Tendría que haber sucedido unas semanas antes, cuando citaron a declarar a dos oficiales en Córdoba. Pero estos oficiales anticiparon que no se iban a presentar y, por lo tanto, suspendieron la llamada. Cuando lo llaman a Barreiro (por el mayor Ernesto “Nabo” Barreiro) y dice “no me presento”… ahí empieza todo.
-¿Cuánto tiempo antes habían decidido actuar?
-Como dos o tres meses antes. Pero no sabíamos cuándo iba a suceder porque, como le explico, necesitábamos a uno que dijera “no me presento”. Estábamos expectantes, todos sabían lo que iba a pasar.
-Si todo el Ejército sabía de sus planes, seguro que sus superiores también. ¿No intentaron detenerlo?
-Yo estaba en San Javier, Misiones. Mi jefe era el Comandante de Brigada. Cuando no se presenta Barreiro, antes de la sublevación, me ordenan presentarme en el Comando de Brigada, en Posadas. Querían evitar que actuara. Pero yo me vestí de civil, agarré la camioneta, me fui al aeropuerto, me tomé el avión y me bajé en Buenos Aires.
-Un avión de línea, vuelo de Austral.
-Sí, por supuesto, ¿en qué iba a venir? No teníamos otra cosa. Sólo teníamos el convencimiento de que no iba a haber reacción. Y no la hubo. Al contrario.
-¿Cómo llega usted a convertirse en líder de este movimiento al que los periodistas bautizaron como “carapintada”?
-Por mi actitud como militar, como soldado. Soy reconocido en la fuerza como un buen soldado.
-En aquél entonces no tenía ninguna causa en su contra.
-Nada. Después tuve dos acusaciones por las que ni siquiera me encausaron. Una me la hace Estela de Carlotto, que me acusa de que yo podría haber sido el entregador de los hijos de Ernestina Herrera de Noble. En la otra, Norma Kennedy me acusa de haber sido el secuestrador y asesino de su hermana y de su cuñado. Y tampoco.
-En esa causa por el secuestro y la desaparición de Delia Kennedy y Américo Sady, en 1976, le declararon la falta de mérito.
-Fui a indagatoria, declaré, probé donde estaba y se acabó el problema.
-Entonces, sin ninguna causa en su contra, ¿por qué le puso el cuerpo a esta rebelión?
-Porque somos camaradas. El camarada es camarada, es el sentimiento más sublime entre los hombres.
-¿Vale la pena poner el cuerpo por alguien como el mayor Ernesto Barreiro, que después se comprobó que había cometido crímenes de lesa humanidad?
-Yo puse el pecho por todas las fuerzas y todos lo que me acompañaron. Y lo sigo poniendo. Fue una guerra, como dice el fallo de la cámara que condena a los comandantes. Dice que “las organizaciones subversivas, con los atentados, con los crímenes y con los muertos civiles habían creado un contexto de guerra revolucionaria sin cuya causa este juicio no hubiera tenido lugar”. Había un contexto de guerra revolucionaria.
-Al principio de la rebelión, Jueves Santo, usted da una conferencia de prensa en la Escuela de Infantería donde entrega un comunicado escrito y pide por favor a los periodistas que “sean objetivos a la hora de informar”. ¿Cuál era su temor?
-Que se dijera que era un golpe de Estado. No era mecanismo de golpe de Estado. ¡El golpe de Estado tiene que ir a la Casa de Gobierno! Yo lo tuve a Alfonsín ahí sentado: si hubiese querido un golpe de Estado, lo capturaba.
-Leopoldo Moreau, entonces muy cercano al presidente Alfonsín, sostiene que no se consumó el golpe de Estado porque usted no consiguió el apoyo explícito de todas las Fuerzas Armadas.
-Esa es una opinión de Moreau, cuyas opiniones no respeto, en absoluto, ninguna. Mire, si yo hubiese convocado a un golpe de Estado, no me hubiera seguido nadie. Porque nadie quería un golpe de Estado, ¿entiende? Ahora, si no conseguí el apoyo de las fuerzas, ¿por qué no me atacaron? ¿Por qué no me reprimieron?
-Nadie lo reprimió, es cierto. Pero sus camaradas tampoco se plegaron de forma explícita.
-Estaban todos plegados, por todos lados. Los oficiales y suboficiales de la Escuela de Caballería, vecina a nosotros en Campo de Mayo, vinieron con una bolsa y dijeron “no se preocupen que la Escuela de Caballería no va a atacar. Acá están los percutores de los tanques”.
-En definitiva, usted contaba solo con 300 hombres, entre oficiales y suboficiales.
-Sí, no aguanta más la Escuela. Hay que darle de comer a más de 300… ¿Pero qué pasó con todo a nuestro alrededor? ¿La Escuela de Ingenieros que estaba al lado? Nosotros no habíamos tomado ninguna actitud de defensa. Lo único que había era un control en la puerta.
-El general Ernesto Alais, entonces jefe del Segundo Cuerpo de Ejército con asiento en Rosario, quien debía reprimirlo, quedó muy expuesto: tardó demasiado en movilizar su tropa.
-Pobre Alais, no pudo mover a nadie. Llegó solo.
-¿Usted intuía que no lo iban a reprimir o lo había acordado con sus compañeros de armas de antemano?
-No me reprimieron porque levanté una bandera de todas las fuerzas armadas. Todos pensábamos lo mismo. No estaba consensuado, nunca hablé. Mire, un almirante llamó a la Escuela de Infantería. “¿Qué general está a cargo?”, preguntó. “Ninguno, hay un teniente coronel”, le respondieron. “Yo no participo, pero estén tranquilos que no vamos a hacer nada”, dijo. Y fue así.
-¿Jamás supo de camaradas que quisieran reprimirlo?
-Sé de dos que me quisieron atacar, pero no voy a dar nombres porque eran compañeros míos. Es lamentable. Uno, terminado el hecho, pidió el retiro. El otro está preso por crimen de lesa humanidad.
-No hubo muertos, tampoco combate. ¿Usted impartió una orden precisa al respecto?
-No íbamos a matar camaradas. Fuimos a defender camaradas, no íbamos a poner en peligro la vida de los camaradas… como ocurrió después en otros acontecimientos (Rico no lo dice, pero refiere a los levantamientos militares posteriores, conducidos por el coronel Mohamed Alí Seineldín, donde hubo bajas militares y civiles).
-Hubo escenas de mucha tensión. La gente sobrepasó los alambrados y cercos periféricos de Campo de Mayo y llegó hasta la tranquera de la Escuela de Infantería. Quedaron “cara a cara” con los oficiales rebeldes, que montaban guardia armados.
-No hubo ningún problema.
-¿Y si esa gente se desbordaba?
-¡No sé qué hubiese pasado! Pero no se desbordó. No me pregunte por cosas que no pasaron. Estaban ahí… Pregúntele a Moreau, que quiso entrar. Un teniente coronel, mayor en aquella época, le dijo “usted no va a entrar”. Moreau insistió: “Vamos a entrar y vamos a entrar por la fuerza”. ¿Sabe qué le dijo el teniente coronel, que mañana me viene a visitar? “No hay ningún problema, usted va a ser el primero que va a caer”. Se fue Moreau.
-Dicen que no iban a entrar en acción, pero tenían la cara pintada, uniforme de fajina y las armas cargadas.
-Si la amenaza no es creíble no sirve, viejo.
-Le creyó el país.
-Se la creyeron todos, por supuesto. Pero hasta ahí llegamos. Está claro que no era un mecanismo de golpe de Estado. ¿Quién quiere dar un golpe de Estado y se sienta en la Escuela de Infantería en Campo de Mayo?
-¿Cuál fue, a su criterio, el momento de mayor tensión?
-La verdad es que no hubo.
-No le creo, el país estaba en conmoción.
-Fue todo igual. No hubo un momento especial. Los políticos entraban, todos entraron a charlar. Adentro estuvo sentado Cafiero, con quien después fuimos compañeros (ríe).
-Finalmente, el domingo por la tarde lo fue a ver el presidente Raúl Alfonsín.
-Mire, en principio hay que reconocer que Alfonsín fue un hombre de coraje. Equivocado políticamente, pero un hombre de coraje porque se fue a meter a la boca del lobo. Él sabía con quien se iba a encontrar, seguramente sabía quién era el teniente coronel Rico porque le habrán explicado. El primero que le debe haber explicado es Julio Hang, su edecán. Alfonsín sabía que no le iba a pasar nada. ¿Con qué se encontró Alfonsín? Vio la cara de sus soldados, los que habíamos luchado contra la subversión y los que habíamos luchado contra el inglés.
-Alfonsín ya había anunciado la ley de Obediencia Debida...
-(interrumpe) No existe la Obediencia Debida. El Código de Justicia Militar nuestro, que son las ordenanzas de Carlos III, de 1750, y su ministro O’Reilly, el irlandés, imponía la inspección de la orden. El concepto de Obediencia Debida era una solución imperfecta que le reconozco a Alfonsín, pero fue saboteada automáticamente. Por un lado, por la Coordinadora radical. Por otro lado, por los generales. Porque Alfonsín se equivoca en lo más importante... En Campo de Mayo me pregunta: “¿Bueno, a quién nombro de Jefe de Estado Mayor?”. Yo le digo: “Señor presidente, esa es responsabilidad suya”.
-Jaunarena dijo que usted le entregó una lista con sus cinco candidatos para el Estado Mayor.
-Jaunarena no estaba ahí. No, Alfonsín me pregunta a quién nombro. Yo le dije: “Presidente, esa es una responsabilidad suya”. “¿Pero usted qué dice?”, insistió. Le dije textualmente: “Échelos a todos, nombre al más moderno”. “¿Quién es?”, me pregunta. “El general Vidal, le digo, está ahí en la puerta”. Era el segundo comandante de Institutos Militares. Así le dije.
-Alfonsín jamás nombró a Vidal (por Augusto José Vidal, director del Instituto de Perfeccionamiento del Ejército, quien acompañó al presidente Alfonsín en Campo de Mayo).
-Se equivocó. Nombró lo peor que podía nombrar, a Caridi (por el general José Segundo Dante Caridi).
-Cualquier alfonsinista diría que jamás Alfonsín le iba a preguntar a usted, un oficial en rebeldía, a quién nombrar.
-¡Pero me preguntó y tengo testigos! Si quiere los traigo… Me preguntó eso. ¿Y por qué no me iba a preguntar? Me pidió asesoramiento. Todo presidente necesita asesoramiento.
-No era el contexto para pedirle a usted asesoramiento.
-En esa mesa estábamos todos tranquilos hablando en forma civilizada sobre un problema que teníamos. No hubo ningún tipo de exabrupto ni de nada.
-Concretamente, ¿qué le pidió usted al presidente Alfonsín?
-Yo le pedí, textualmente, y lo repito permanentemente: “Solución política definitiva a las secuelas de la guerra contra la subversión”. Le pedí amnistía para todos los bandos y para todos los personajes que habían participado. Él me preguntó: “¿A usted cómo le parece que se logra esto?”. Le respondí: “Mi presidente, a mi juicio tiene que ser una amnistía. Usted tiene el poder para hacerlo y sacar la ley desde el Congreso”. Así nos despedimos. Fue muy cortita la reunión. Después lo dijo Alfonsín en su discurso: “No son golpistas, son héroes de Malvinas”.
-Fue la única parte del discurso que silbaron.
-Puede ser. A los veteranos de Malvinas tardaron mucho tiempo en aplaudirnos, tardaron más de diez años en reconocernos. Si hasta el proceso militar nos desconoció cuando llegamos de Malvinas. En vez de hacernos desfilar como corresponde delante de nuestro pueblo, las unidades con sus heridos y el hueco de sus muertos, nos escondieron.
-¿Que Alfonsín fuese egresado del Liceo Militar ayudó al diálogo?
-No lo sé, puede ser. La verdad es que el diálogo con Alfonsín fue muy bueno, muy amable.
-En el documental “Esto no es un golpe”, de Sergio Wolf, el edecán Julio Hang cuenta que, durante la reunión del domingo en Campo de Mayo, el presidente Alfonsín le pidió que buscase el término preciso para referirse al levantamiento de modo que cuadrase dentro de un delito que debiera ser juzgado por la Justicia Militar y no por la Justicia Civil.
-Es mentira, Julito Hang no entró a la reunión. Lo conozco bien, estuvimos destinados juntos en el Colegio Militar, es un año más moderno que yo.
-No obtuvo la amnistía. Las “leyes del perdón” habían sido sancionadas o anunciadas con anterioridad. El indulto le llegaría años más tarde, en el gobierno de Carlos Menem. Entonces, la pregunta es: ¿qué ganó con el levantamiento?
-¡Es que nosotros queríamos eso: hablar con Alfonsín! Le contamos cuál era el problema y qué le pedíamos como Comandante en Jefe y como Presidente de la República.
-¿Era necesario convulsionar al país de esa forma?
-¿Y cómo? Dígame usted. Eso lo tenían que haber hecho los generales y los políticos antes de que empezaran a citar camaradas.
-¿Cuándo comunica que los sublevados van a “deponer la actitud”?
-Y ahí, después de la reunión. Nos dijimos “Hasta luego”, “Hasta luego”, “¿Terminado?”, “Terminó todo”… Alfonsín se fue y yo me quedé a dormir en la Escuela porque hacían varios días que no dormía. Me fui al otro día a la Escuela Lemos.
-No se fue: lo llevaron detenido.
-Por supuesto, si esas eran las formas. Alfonsín se fue con nuestro pedido. Nosotros le transmitimos el sentimiento y la preocupación de las fuerzas armadas. Nos dimos la mano. Él se fue con la intención de solucionar el tema y nosotros depusimos la actitud. Confiamos en el presidente. Y, nobleza obliga, el presidente no nos defraudó: nos defraudó el generalato, que no fue capaz de pararse y decir “este fue el acuerdo, queremos que se cumpla”. Otra vez nos defraudaron los generales, igual que en Malvinas.
-¿Cuál era el reclamo a los generales?
-Que no hacían nada. Y después peor, se juntaron con la Coordinadora. No podían permitir que un teniente coronel solucionara el problema. Entonces, automáticamente después de que Alfonsín termina su discurso, lo rodean entre la Coordinadora y el generalato. Entonces sale Caridi como Jefe de Estado Mayor. Un adefesio. Ahí estaba, por supuesto, el Coti Nosiglia.
-Usted nunca fue condenado. El juicio militar se demoró más de lo establecido y nunca se llevó a cabo: lo indultaron antes. Pero tendría que haber terminado preso.
-¡Si no me acusaron de nada!
-Estaba siendo acusado por “motín”.
-Lea el indulto de Menem. ¿Sabe por qué fui dado de baja y no tengo estado militar? Me acusaron de rebeldía. ¿Qué es rebeldía? Me fui de mi juez natural. Cuando me voy a Monte Caseros (el 16 de enero de 1988, donde protagonizó una nueva sublevación) mi juez natural estaba en Campo de Mayo. Por irme de mi juez natural me dan de baja, no me acusan de nada.
-¿Y por qué lo indulta Menem si usted no estaba siendo acusado de nada?
-Pero no me acusaron de nada.
-Había un proceso que debía llevarse a cabo en algún momento. Por “motín”.
-No sé, nunca me citaron, nunca declaré… Desconozco. Tuve prisión domiciliaria después de Semana Santa, pero poco tiempo. No se sustanció a nadie, no me acusaron de nada.
-¿Usted tenía futuro en el Ejército? ¿Podría haber alcanzado el cargo de general?
-Podría haber sido general… Pero no creo que me hubiesen nombrado, porque no era del régimen. Ojo, no tenía ningún problema, era un oficial distinguido, fui encargado de compañía en el Colegio Militar, fui escolta de bandera.
-Lo que quiero saber es si arriesgó una carrera con futuro brillante dentro del ejército o había alcanzado su techo dentro de la fuerza.
-Yo arriesgué todo: mi carrera militar y mi vida. Como todos los que estábamos ahí. Sabían cómo era yo, por eso la amenaza era creíble. San Martín decía: “El que no es capaz de defender sus convicciones, no puede mandar”. Textual. Cualquier alusión al presidente argentino actual no tiene nada que ver, es otra cosa (ríe). Yo defendí siempre mis convicciones y estuve rodeado de camaradas que eran capaces de defender sus convicciones. Lo hicimos en la paz y en la guerra. En la guerra contra la guerrilla y en la guerra contra el inglés.