Dejó Argentina con grandes sueños y regresó para emprender una aventura extraordinaria; cuando volvió a emigrar a Norteamérica, conquistó un gran éxito que terminó de derrumbarse en un día trágico: el 11 S
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Hernán Casanova estaba paralizado. La Torre Sur acababa de caer y la otra ardía en llamas. El horror sucedía ante sus ojos, pudo ver a las personas tirarse al vacío y escuchar los gritos desesperados. Apenas estaba a 100 metros cuando la Torre Norte comenzó a inclinarse destinada a colapsar. Junto a su amigo, Alejandro, al fin empezaron a correr sin dirección hasta que dieron con un estacionamiento y un policía logró abrir un auto en el que se refugiaron cinco personas.
Hernán creyó que iba a morir bajo los escombros. El día se había transformado en noche, no veía absolutamente nada y tan solo pudo sentir los golpes de los cascotazos que caían sobre ellos. Incapaz de respirar, se cubrió el rostro con su remera con la esperanza de obtener las preciadas bocanadas de aire.
¿Cómo había llegado hasta ahí? Cuando la atmósfera se aclaró, otro pensamiento emergió con nitidez y llevaba un solo nombre: Argentina.
Enero de 1987
La primera vez que Hernán vio al suelo argentino alejarse, soñaba con una vida universitaria de película. Sin embargo, la llegada a Montreal, su nuevo hogar, fue traumática. En Ezeiza había dejado los 35 grados de calor húmedo atrás, para darle la bienvenida a esos 15 bajo cero que cachetearon su cara sin piedad. En ese mes de enero, en ese nuevo mundo, todo a su alrededor estaba tapado de nieve y pronto descubrió que no tenía en dónde vivir, tras esperar en vano una promesa incumplida. Montreal era demasiado cara para su bolsillo de estudiante y, tras horas de incertidumbre, le permitieron dormir un mes en una oficina de la facultad, hasta que pudo acceder a costearse un hostel.
A Canadá había llegado para hacer un máster en Ingeniería Minera en la Universidad McGill. Había conquistado la posibilidad gracias a una beca del CONICET, que se transformó en un dolor de cabeza. Oriundo de Mar del Plata, Hernán hasta entonces había vivido en San Juan, donde había estudiado Ingeniería de Minas en la UNSJ, y trabajado como docente e investigador, con un sueldo en ese momento de unos 120 USD (época de Alfonsín). “Casi no había minería en Argentina. Mi familia y amigos se alegraron mucho de que pudiera viajar a perfeccionarme en mi carrera y vivir una experiencia de este tipo”.
De la beca de CONICET, Hernán había recibido el pasaje de ida, con la promesa de que le girarían el resto a su llegada, algo que nunca sucedió y fue así que el joven quedó a la deriva y con la obligación de pagar 5 mil dólares por semestre (mucho más que los residentes) y costearse casa y comida: “La pasé muy mal el primer año, casi me vuelvo”.
Trabajar de lo que sea, marihuana libre y transformar la realidad: “Del CONICET todavía estoy esperando el pasaje de vuelta”
Ante el panorama inesperado, pero decidido a darle pelea a los contratiempos, Hernán optó por buscar trabajo de lo que fuera. Gracias a su apertura, surgieron diversos empleos en los que se dedicó a barrer la nieve, repartir volantes, trabajar de mozo, de extra, en una mina de carbón e incluso como dibujante.
En sus días de supervivencia, el joven argentino pronto quedó impactado por la cantidad de estudiantes de todo el mundo que había en aquella ciudad. Jamás había visto tanta diversidad y se maravilló al comprobar lo solidaria que era la gente allí en el norte del mundo.
“También muy formal (la palabra es ley)”, continúa Hernán. “Fue extraño comprobar que Montreal se divide en dos ciudades, de un lado se habla francés y del otro lado inglés, tuve que aprender ambos idiomas para poder trabajar. Tenían una ley (loi 101) de protección del idioma francés, que prohibía los carteles en inglés. También me impactó que en esa época la marihuana era libre y la gente viajaba a Jamaica y se traía un kilo, y lo fumaban en los bares, facultad...”
“Otro tema era lidiar con el frío y la nieve. Después de una tormenta, se tapaba la puerta de entrada, y había una pala colgada al lado para cavar la salida”, explica. “Por suerte me encontré con algunos argentinos, uruguayos, entre otros, con los que soy gran amigo hasta hoy, y nos juntábamos a ver fútbol, comer asados y tanto más”, continúa.
En la facultad, mientras tanto, el desempeño de Hernán era muy bueno, por lo que pasado el primer período de grandes dificultades, las autoridades de McGill le otorgaron becas e incluso un cargo de docente que le permitió vivir y estudiar decentemente: “Creo que me tenían un poco de lástima”, recuerda con una sonrisa. “Del CONICET todavía estoy esperando el pasaje de vuelta”.
Una aventura más inesperada con Favaloro, Sting, Micheal Keaton y Sinnead O Connor y un breve pasaje por Argentina
Canadá se había transformado en una experiencia inolvidable, aunque la aventura más inesperada estaba aún por llegar. Hernán arribó a la Argentina al comienzo de la última década del siglo XX convencido de que su deseo era aguardar la gran noticia de que le habían otorgado la residencia canadiense. Y así, mientras esperaba volver al norte para comenzar su vida como ingeniero, lo impensado sucedió cierto día, cuando acompañó a su primo a una entrevista para trabajar como tripulante de a bordo en American Airlines.
Para su sorpresa, los seleccionadores le ofrecieron el puesto a él y desestimaron a su primo. A partir de entonces, el joven emprendió una odisea extraordinaria, en donde viajó a Dallas para entrenarse, le fascinó el trabajo y durante los siguientes cuatro años se dedicó a viajar por el mundo entero, conocer destinos increíbles y a personalidades como Favaloro, Sting, Michael Keaton y Sinnead O´ Connor: “La aventura duró hasta un día en el que leí un aviso en el diario de un concurso para ingenieros de minas para trabajar en el INTI, y pensé que era hora de trabajar en lo que había estudiado, me presenté y entré”, continúa Hernán.
El régimen de empleado público no conquistó a Hernán, quien en aquel puesto duró apenas unos meses. A pesar de todo, aquella experiencia le obsequió un tesoro invaluable: María Delia, una amiga entrañable.
Emprender en Nueva York: “Fue una época muy intensa, trabajamos más de 12 horas diarias y fines de semana”
El joven aún no se había decidido a renunciar, cuando recibió un llamado de su hermano, que vivía con su enorme familia (Hernán tiene ocho sobrinos de su lado) en Nueva York. Le contó que estaba armando una startup de telecomunicaciones (Call Back), y lo quería en su equipo: “Siempre había querido vivir allí, mis padres, argentinos, se conocieron y se casaron allá, en St. Patricks, así que en 1995 renuncié al INTI, y viajé a Nueva York, donde empezamos en una pequeña oficina con cinco empleados que terminó con más de cincuenta en Wall Street”.
“Fue una experiencia muy interesante ya que estaba naciendo internet y muchas de las empresas más importantes del mundo eran nuestros vecinos. La corporación me pagó estudios en Diseño Web en la NYU, en el primer curso que dieron, y me mandaron por el mundo a instalar equipos de comunicación (Turquía, República Checa, Polonia, Nicaragua y más)”, cuenta Hernán, quien junto a su hermano y Guibert Englebienne fundaron asimismo una empresa que llamada Internet Developers LLC, e hicieron algunos de los primeros sitios web de Estados Unidos: “Guibert, más tarde, sería uno de los fundadores de Globant”.
“Desde todo punto de vista, New York fue una experiencia increíble por la energía y multiculturalidad que tenía”, agrega Hernán, que a su vez, junto a sus amigos Alejandro Vigilante y Pablo Jendretzki, fundaros Zoom4.com, donde sacaban fotos en discotecas que subían al sitio: “Fue un éxito y nos llamaban de todos lados. Fue una época muy intensa, trabajamos más de 12 horas diarias y fines de semana”.
11 de septiembre de 2001, 20 de diciembre de 2001
De todos sus destinos inesperados, hallarse entre los escombros en Nueva York transformó a cualquiera de los recuerdos anteriores de Hernán en un juego de niños. De un día para otro, la vida excitante y acelerada de Manhattan se convirtió en un infierno que impactó de maneras profundas el espíritu del argentino, quien despertó en una nueva realidad, donde los velos rosas cayeron definitivamente para dar paso a una sola certeza: la vida dura un suspiro, la muerte puede llamar a en cualquier momento y no hay tiempo para postergar aquello que realmente tiene importancia.
Y tal como las torres habían caído, así lo había hecho de un día para el otro el negocio, golpeado por la gran crisis de las .com a fines del 2000. En los tiempos previos a la tragedia, Hernán había decidido pelear por reflotar la empresa hasta ese fatídico 11 de septiembre de 2001, en el que supo que era tiempo de regresar a la Argentina: “A partir del 11-S, New York cambió mucho, había mucha tristeza y violencia contra los extranjeros, y vinieron los ataque con ántrax, la caída del avión en noviembre, y ya Nueva York no era la ciudad que conocía”.
Las crisis, sin embargo, parecían perseguir a Hernán, quien mientras varios huían por las puertas de Ezeiza, decidió regresar en diciembre de 2001, justo al momento del colapso de la convertibilidad y la caída de De la Rúa.
“Irónicamente, lo que fue una desgracia para tantos, para mí, que tenía unos dólares ahorrados, fue una bonanza”, cuenta Hernán, quien finalmente junto a otro primo, Ricardo Garbesi, fundó la empresa GX, pequeñas aceiteras que permiten a los productores procesar su propia cosecha y vender equipos para ello.
Argentina, hoy: “No importa que tan mal esté tu país, es el único lugar en el que va a sentirse como tu casa”
Lejos quedaron los sueños de película edulcorados y en los recuerdos sombríos yacen los gritos entre los escombros. Lo que para Hernán sí permanece vivo en su memoria son las extraordinarias aventuras por el mundo, travesías que agradece y reafirma como una fuente de enseñanza y riqueza.
Sin embargo, a pesar de tantas idas y vueltas por el planeta Tierra, hoy dice que apenas es necesario rescatar dos o tres enormes aprendizajes, que se resumen en una sola palabra: amor. “Lo más importante sin duda, fue que a la vuelta de Nueva York me reencontré con mi querida amiga María Delia y se transformó en mi actual mujer. Con ella formamos una familia hermosa, y en el 2006, yo ya con 48 años, tuvimos a mi hijo, Ricardo, que tiene 18 años y está en la facultad. Ellos me hicieron ver qué era lo realmente importante en la vida”, revela Hernán.
“Un caso que lo refleja es el de mi querido hermano Ricardo, quien se fue a Estados Unidos, crio sus ocho hijos allí, todos exitosos profesionales gracias a la educación pública de excelencia que tienen, pero fue un gran sacrificio para él. Terminó separado y cuando se enfermó de cáncer quiso volver a morir acá, y ser enterrado junto con nuestros padres, en Mar del Plata”, continúa pensativo.
“Y entendí que no importa que tan mal esté tu país, es el único lugar donde vas sentirte en casa, y si trabajás igual de duro en tu país como lo hacés afuera, te va a ir bien. Se paga un alto precio por vivir lejos: pérdidas de amigos, fiestas, cumpleaños, muerte de seres queridos, y si uno habla con gente que hizo su vida afuera, y le fue muy bien, igual necesitan el reconocimiento de sus coterráneos para ser felices”, concluye.
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Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com
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