Se fue siendo niña, volvió para triunfar en Argentina, pero su espíritu nómade se impuso: “Nuestros ambientes son moldes que, si nos dejamos influenciar, nos dan forma”, dice.
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Con apenas 12 años, Anabella Bergero amaneció rodeada de sonidos y olores extraños. Su Córdoba natal había quedado atrás para darle paso a la Ciudad de México, una urbe inmensa, aunque fascinante para una niña soñadora y creativa, que veía en cada paisaje una obra de arte.
Irse no había sido una elección propia, claro, tan solo seguía los pasos de su padre, quien en acuerdo con su madre, habían decidido emigrar por trabajo. Adaptarse a la nueva atmósfera resultó ser un desafío que la marcó para siempre. A su corta edad, Anabella debió enfrentar choques culturales intensos, no siempre fáciles de sobrellevar. Pero algo más sucedió: su gen viajero comenzó a despertar, y junto a él, se expuso su naturaleza exploradora, su curiosidad innata, y se evidenció más aún su profundo amor por el arte: “Sin saberlo, estaba entrenando un músculo de resiliencia que luego usé en mi vida para afrontar los cambios y transiciones de forma cada vez más preparada”, asegura, al repasar su historia.
“Ese choque cultural, como lo llamamos, hoy lo entiendo como una expansión del yo. Nos identificamos con ciertas identidades y observé que la permanencia en un mismo lugar hace en muchas ocasiones de nuestras identidades una zona de confort. En mi caso, con esa primera mudanza, mi nacionalidad y mi espacio cultural familiar próximo se expandieron. Mi sentido del yo empezó a incorporar esos trazos de otra cultura. Mudamos lugares y mudamos identidades. Al final del día, a través de ese proceso de conocer al otro, nos expandimos. Eso sí, para realmente acceder a esa expansión hay que dejar todos los juicios y prejuicios de lado”.
Volver a la Argentina y alcanzar el reconocimiento
México había sido tan solo la primera puerta hacia el mundo. Tras una década, Anabella regresó a vivir a la Argentina, mientras que sus padres alternaron sus puertos, entre el suelo porteño, Brasil y la tierra azteca hasta, finalmente, instalarse en Colombia. Sus hermanas, por otro lado, hallaron a su vez sus caminos lejos de su país natal. En el fluir de la vida se habían transformado en una familia nómade, acostumbrados al cambio y la transición: “De Córdoba al mundo”, suele decir su padre.
En aquel primer regreso a Buenos Aires, Anabella tenía 22 años. Su tierra, de pronto, se sintió extranjera. ¿Quién era? Ahora la invadía esa sensación de no ser ni de aquí ni de allá, tal vez un poco de todos lados, una sensación que, a medida que crecía, le susurraba al oído que era tiempo de volver a la aventura.
A pesar de los deseos viajeros, Buenos Aires fue el hogar elegido para estudiar Diseño Textil y de Indumentaria hasta que, cierto día, Dinamarca le dio la oportunidad de volar nuevamente de la mano de un intercambio estudiantil en la Real Academia de Bellas Artes de Copenhague.
Fue allí, en suelo escandinavo, que Anabella comenzó a desarrollar su marca, Maison Nomade. A la Argentina regresó enriquecida, con una confianza que le permitió afianzarse en la industria de la moda, dejando su sello en las pasarelas del Faena, Buenos Aires Fashion Week y el Mercedes-Benz Fashion Week México.
Casi en un despegue meteórico, su carrera en Argentina había alcanzado un reconocimiento interesante, con un cierre exitoso del año 2015, cuando fue seleccionada entre los 35 referentes sub 35 por el diario La Nación y votada como diseñadora emergente por Harper’s Bazaar Argentina.
Algo, sin embargo, se sentía extraño en su piel. El llamado a la aventura había regresado y, en medio de tiempos laureados, Anabella debía decidir si lo iba a atender.
Atender el llamado a Londres, vivir en Nueva York: descubrir la ciudad a través de los supermercados
Irse en aquel pico de gloria parecía una locura, pero Anabella sabía que debía volar para abrir su panorama y expandir sus habilidades. Fue en 2017, cuando surgió la posibilidad de enriquecer sus estudios, que Londres apareció en el horizonte. Aquel sería un viaje diferente, ella lo presentía, donde dejaría atrás una etapa clave en la Argentina, aquel suelo que fue tan fértil para cumplir muchos de sus sueños de su infancia.
“La decisión de irme fue el asumir empezar de nuevo. Con maleta en mano con aprendizajes increíbles, las cartas de buenos augurios de mi familia y los sueños de expandir mi práctica creativa a otros territorios”, dice Anabella, pensativa. “Así fue como pasito a pasito pude cosechar sueños y exhibir mi arte en Londres y, más tarde, en Nueva York, donde realicé un posgrado”.
Al aterrizar en la Gran Manzana, Anabella volvió a sentirse un poco como aquella niña de 12 años. En cada mudanza, la emoción, adrenalina y curiosidad, solían venir acompañados por algo de resistencia, pero la magnitud de Nueva York traía consigo un desafío sin precedentes un tanto abrumador.
“Recuerdo las llamadas a mi familia y su aliento para hacerle frente a este nuevo desafío. En muchas ocasiones quise desistir, pero el sueño y la aventura siempre son más grandes”, revela. “Ya para ese momento y con la experiencia en el bolsillo de algunas mudanzas previas puse en movimiento la ejecución de una estrategia: hacer un reconocimiento de los barrios, hacer una búsqueda de un hogar, reconectar con algún vínculo amigos o conocidos que estén o hayan estado en esa ciudad, inscribirme a un estudio de yoga, participar de un colectivo de arte, etc”.
Para su adaptación, Anabella también optó por tomar un camino que le había funcionado en el pasado: descubrir la ciudad a través de los supermercados. Aquellas primeras compras cumplían mucho más que un rol proveedor. Allí, entre productos y colores novedosos, podía observar a personas de entornos diferentes en un mismo espacio, como si fuera una pequeña muestra de la gran ciudad.
“Y los productos también hablan de la nueva cultura a la que uno se muda”, continúa Anabella. “Nueva York, al ser una ciudad tan multicultural, la sentí como un cosmos que contenía pequeños fragmentos de los diferentes lugares en los que había vivido hasta ese entonces. Fue una ciudad que se sintió muy familiar y a la vez extraña”.
La cultura hustle neoyorquina: “En Nueva York hay un sentido de inmediatez y urgencia”
Entre bocinas, sirenas, y luces estridentes, las calles de Manhattan se presentaron abrumantes. Al poco tiempo de su llegada, Anabella decidió mudarse a Brooklyn, un espacio compuesto por una arquitectura menos avasallante, espacios verdes y seres humanos más relajados y conectados con la tierra. Un lugar en el mundo donde su camino como artista podía emprender un mejor vuelo.
Aun así, escapar de la cultura hustle neoyorquina parecía imposible. Allí todos aparentaban estar siempre ocupados, alertas, sin tiempo, a la caza de la siguiente oportunidad. Aquel ritmo no le era extraño, Anabella provenía de una familia enfocada en el trabajo ya desde sus abuelos, que habían llegado a un pueblo del interior argentino y que jamás habían tomado vacaciones.
“Sin embargo, en Nueva York hay un sentido de inmediatez y urgencia. La exacerbación de ese valor y la prevalencia del trabajo y la competición 24/7 en una ciudad que no duerme fueron impactantes. Nueva York la sentí como una urbe en constante movimiento con hiper estímulos sensoriales constantes. Los ruidos de la ciudad son una melodía que llena las calles de esta ciudad: ambulancias, voces en diferentes idiomas, los sonidos de la llegada del metro raspando las vías”, dice Anabella, quien para comprender mejor su entorno, decidió investigar las olas migratorias de Nueva York y halló sus semejanzas con Buenos Aires.
“Nueva York me abrió mucho mi perspectiva sobre mi entendimiento del mundo. Disfruté mucho las oportunidades de encontrar comunidades de lo que te imagines. Aprender de fuentes tan diversas y encontrar que es un espacio en donde se encuentra todo lo que uno busca en calidad de vida urbana: arte, oferta gastronómica y nocturna, eventos, conferencias, y más”.
Tiempo de vivir en Miami: “Una de las ciudades en Estados Unidos con mayores emprendimientos y desarrollo”
Desde 2018 a 2022, Anabella vivió en Nueva York, hasta que un nuevo llamado cambió una vez más su rumbo. Era tiempo de abrirles las puertas a Miami. En un principio, había elegido su nuevo destino para lanzar la rama de una startup de arte y tecnología. Pero, apenas pisó su nuevo destino, la mujer argentina fue recibida con tal amor, que a la ciudad pronto la sintió y eligió como hogar.
Fue así que decidió continuar su carrera en las industrias creativas con proyectos de arte y diseño. Miami había llegado a su vida para revelarle nuevos rincones ocultos de su identidad y reencontrarse con aquellas raíces a veces un tanto perdidas, entre la lejanía de Copenhague, los callejones de Londres y el ajetreo de Nueva York.
“Miami tiene un sabor muy latino, una calidad de vida buena con mucha vida al aire libre y en la naturaleza, que son valores con los que fui criada y que aprecio mucho. Miami es una ciudad cosmopolita con un tamaño manejable y un ritmo de vida fluido y más relajado. Tiene códigos culturales similares a los de mi origen, con mucha diversidad, y luego de la pandemia, afianzó su lugar como una de las ciudades en Estados Unidos con mayores emprendimientos y desarrollo”.
“Y hoy, a modo de cerrar un círculo de experiencia artística profesional, que había comenzado en Faena Buenos Aires en 2015, el Faena Arts Miami me invitó a realizar una instalación y activaciones públicas en su espacio galería en Miami por una temporada. Mi último proyecto se encuentra en exhibición actualmente”, cuenta Anabella, quien también fue seleccionada para un programa para mujeres fundadoras de emprendimientos de JP Morgan, es coach certificada y ejerce como profesora en el Instituto Marangoni.
De aprendizajes y expandir la identidad: “Lo extranjero también vive dentro de uno”
Anabella recuerda a aquella niña de 12 años, en México, rodeada de paisajes extraños y voces nuevas, y sonríe con orgullo. En ella se reconoce, tras un largo viaje de exploración y autodescubrimiento. Tal como entonces, los sueños y el arte siempre fueron su motor; la diferencia desde entonces, es la cantidad de puertas que se permitió abrir en su travesía.
Cada destino, incluyendo su Argentina natal, significó un desafío que la ha reestructurado, experiencias de transformación intensas, siempre tras la búsqueda de oportunidades y dispuesta a disfrutar de la incertidumbre que conlleva llegar a puertos desconocidos.
“Mi carrera danzó con tanto movimiento, y mi práctica de moda y arte se adaptaron a esos cambios territoriales”, dice. “Y en todas las instancias me encontré con personas hermosas, amigos y mentores que se han convertido en familia. Mi camino me permitió tener experiencias de vida en espacios culturales con otras tradiciones o modos de vida, lo que siento que ha expandido mi entendimiento del mundo que me rodea y de las dinámicas interpersonales a mayor escala geográfica”.
“Hoy mi sentido del yo es múltiple y goza de más expansión gracias a cada experiencia con algo o alguien que en un principio se sintió no familiar o ajeno. Luego de mis experiencias entendí que el yo que construimos es permeable y poroso, tiene más flexibilidad de la que muchas veces creemos”.
“Mis mudanzas, en específico las de estos últimos siete años, las siento como una especie de viaje del héroe, siguiendo la estructura de Joseph Campbell. El resultado de haber respondido a ese llamado a aventura en el 2017 ha resultado en un proceso de individuación profundo y precioso. Tanto movimiento me enseñó a encarnarme. A medida que daba esos pasos cruzando fronteras geográficas, también lo hacía internamente accediendo a partes mías que desconocía que habitaban en mí”.
“Por más que deseemos creer que lo extranjero es ajeno a nosotros, la realidad es que lo extranjero también vive dentro de uno. En la medida que he incluido esas partes que quedaban como sistemas extranjeros internos, mayor paz he ganado. La multiplicidad existe en mí y eso me ha dado un acceso a una fuente inagotable de amor. En todo este trayecto pude sanar mucho, pude reescribir muchas narrativas que tenía internalizada sobre quién era. Hoy entendí que somos creadores. Nuestros ambientes son moldes que, si nos dejamos influenciar, nos dan forma. Me gusta pensar que, si asumimos la fuerza creadora que yace dentro nuestro, podemos cambiar de forma y ser agentes positivos de cambio en nuestros ambientes. Al asumir y reconocer nuestro poder transformador seremos capaces de recordar que nosotros somos nuestra primera obra de arte para crear”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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