Alberto Muñoz, hombre orquesta
Fue uno de los tres guionistas de Okupas, por Canal 7, pero desde hace años es un personaje de culto en la ciudad, cuando aparece investido como dramaturgo, poeta o músico
Dice que las mejores cosas que le pasaron este año fueron fundar una editorial de poesía, y la repercusión de Okupas, el programa que produjo Tinelli, dirigió Bruno Stagnaro y del que fue uno de los guionistas.
Y lo más seguro es que la poca gente que lo reconoce sea por eso, porque lo vio en la entrega de los Martín Fierro, parado sobre el escenario con su aspecto de elfo.
Pero Alberto Muñoz es un personaje bastante más complejo: actor, director, músico, poeta y dramaturgo. Tal vez por prepotencia de trabajo y por talento se impuso hace tiempo en ciertos ámbitos culturales de Buenos Aires.
Mucho antes de que tuviera que pararse sobre un escenario, con su elfo a cuestas, para recibir un premio para Okupas, Muñoz ya había hecho infinidad de obras teatrales, múltiples libros de poemas, varios discos, y también había escrito otros guiones para televisión. Okupas no fue el primero y no será el último.
De hecho, además de andar enfrascado en la epopeya de Ediciones en Danza, está en plena etapa de laboratorio, con el mismo equipo de guionistas que tuvo Okupas, de una nueva miniserie. "Por un lado es darle continuidad a un equipo de trabajo. Por el otro estamos entusiasmados con la historia, que va a girar en torno de personajes que generacionalmente quedaron al margen, los que rondan los 50 años, que son demasiado viejos para empezar de nuevo y demasiado jóvenes para estar acabados. Es fascinante estar haciendo carne todo el tiempo los conflictos de una edad en la que se instala la posibilidad de plenitud y, a la vez, encontrarse con que todo lo que esa gente tiene para pensar es un horror. Transitar por ahí es complejo. Se va a llamar Los invisibles", dice, mientras atusa su barba entrecana con minuciosidad de relojero.
Y entonces cuenta que trabajar como trabajan es raro, que escriben tres personas, que por eso hay que producir una cabeza para los tres. "Somos muy distintos, así que sale una especie de Frankenstein, que tiene particularidades de cada uno. Eso es realmente bárbaro y funciona muy bien. A esto se agrega el detalle de que uno de los tres guionistas es el director, Bruno Stagnaro, que además aporta su mirada de director."
Más allá de su cualidad de ser pensante, Muñoz tiene una particularidad: parece contener multitudes, parafraseando al poeta Walt Whitman, que enfocan su atención en sitios, oficios, pasiones, tan disímiles como la de guionista, músico, poeta, dramaturgo, actor...
Y aunque a cualquiera esa variopinta galería de actividades le puede resultar imposible de llevar a la práctica, él le encuentra espacios equivalentes a todas, y además puede explicarlas: "En realidad, hay una respuesta muy simple para esto: en algún sentido, el período del Renacimiento era la posibilidad para el sujeto de tener diversos entrenamientos frente a la realidad a la que estaba sometido. El mundo ha girado alrededor de que esto se fuera acotando para llegar hasta la especialización. Y yo no entré en esa rueda. Soy un sujeto totalmente disperso y la dispersión siempre ha sido condenada. Hay una frase: el que mucho abarca poco aprieta, que es como una marca de ganado. Yo nunca me sometí a esa marca. Probablemente no por una autoimposición, sino porque cerré los ojos, los abrí y me encontré en esa posición. Esto tiene la posibilidad de vincularse frente a algunos hechos puntuales con distintas observaciones. Dicho de otra manera, en la medida en que tenés capacidad de observaciones y algún lenguaje podés intentar algo. Creo que, en definitiva, mi dispersión tiene que ver casi exclusivamente con eso: una mecánica en mi cabeza que permite articular algunos lenguajes, manejando algunos mejor que otros, y focalizando casi siempre las mismas cosas".
Su mirada es monotemática y sus instrumentos son variados. El motor parecería ser una suerte de obsesión, que lo hace perseguirse por distintos caminos o, en todo caso, por distintos atajos.
Y aunque el estigma de la dispersión sigue vigente, a Muñoz las marcas de ganado no le provocan mayores inconvenientes.
"Lo único que me interesa descubrir, en términos de obsesión, es cómo funcionan las cosas, de qué están hechas -asevera con gesto adusto y tono didáctico-. Yo observo que esta característica a los 6 años ya la tenía, y a los 15, y a los 20, y ahora, a los 50, la tengo. Eso genera un motor. La posibilidad de entrenarse para eso. Es lo que creo haber hecho en mi vida: me entrené para encontrar algo. En realidad lo interesante es el viaje hacia el encuentro y no el objeto por encontrar. También creo que ese motor es una construcción, que está hecha con el beso de los padres cuando uno ingresa en el mundo. Hay una historia, una representación familiar que impulsa."
-En tu caso, ¿cuál fue esa representación familiar?
-Hay algo que para mí es muy claro, que no es tanto una historia familiar como la educación. Yo soy un mal educado. Y hay una figura muy atractiva, que es la babia.
Estar en babia...
-Exactamente. Cuando vos escuchás todo el tiempo: "Está en babia. Está en babia. Está en babia", hay dos posibilidades, o hay una región y ese individuo se está situando en esa región, o es un malentendido de la gramática. Y yo creo que es una región.
Y ese remoto paraje, de dimensiones y ubicación geográfica desconocidas, es el que Muñoz reconoce y reinvindica como terreno propio, en un momento histórico en que los terrenos propios son tan ajenos a la mayoría.
"Yo he estado durante mucho tiempo en babia, que es como la luna de Valencia. Tiene distintos nombres y posibilidades de habitar. Yo soy un habitante de la babia. Me encanta vivir ahí."
Entonces, Muñoz se va en detalles: cuenta que su vida se divide entre la Capital y el Tigre, lugar este último donde confiesa haber depositado una construcción de tipo paradisíaco que no coincide con la realidad. "Quiero destinar mis últimos buenos años a vivir en la isla, que es una tamización de esa babia puesta en la realidad. Es el único lugar en el que, apenas llego, tengo la presencia de las cosas de una manera mucho más declarada y no tengo que estar protegiéndome ni cuidándome de nada. Por todo esto es que me gusta declarar la existencia de ese sitio y la posibilidad de habitarlo."
Con semejante discurso no resulta extraño que este hombre como elfo predique epopeyas de criaturas olvidadas. La poesía se lo permite como se lo permiten el teatro y la música. Lo que sí es raro es que alguien así pueda habitar canales de televisión, lugares comúnmente despojados de toda babia, propensos al estrés y a la carrera de las mediciones.
Pero Muñoz siempre tiene una explicación pormenorizada sobre todo aquello que le atañe.
"Probablemente de manera equivocada, pero tengo la intuición de que el lenguaje televisivo, como lenguaje, no ha sido descubierto. Es decir, la TV es utilizada como una herramienta que traslada cosas del cine, de la radio, de la televisión y cosas de la calle, pero como lenguaje en sí mismo me parece que no existe. Desde ese punto de vista creo que es un lugar riquísimo para explorar. Todo lo que está vinculado con la comunicación me parece que son todos malos entendidos. A mí lo que me interesa es ver la posibilidad de estar dentro de eso viendo cómo funciona, en qué consiste, porque tiene una representatividad desmedida, tiene una vidriera omnímoda, y el objeto que se muestra es una cáscara de nuez. Falta un elemento dentro de eso. En todas partes del mundo sucede eso mismo. Entonces, es un lenguaje generador de ruido, y quizá sea sólo eso, pero debería probarse otra cosa."
-¿La experiencia con Okupas le dio alguna posibilidad de probar otras maneras?
-Para mí fue muy importante, no porque crea haber descubierto algo, sino porque me permitió insertarme. Tengo la sensación de estar dentro de eso, observando cómo funciona. El proyecto tuvo algunos chispazos de novedad y el mérito de eso recae sobre el ojo de Stagnaro. A mí me encanta descansar detrás del ojo de Bruno, mientras observo, cautelosamente. Mi ojo está en otros lados y también por eso ha sido una experiencia de aprendizaje, mejor dicho, de aprehendizaje. Es como si fuera la figura del camaleón, que permite insertarse en la trama de las cosas y desaparecer en ellas.