Alberto Goldenstein y su retrato del mítico Rojas
Con las dos manos cubiertas de grandes anillos, Marcelo Pombo se toca la cabeza y cierra los ojos junto a la vidriera de una perfumería. Pablo Suárez mira directo a la cámara mientras fuma un cigarrillo, sentado junto a una puerta ventana que solo deja ver la luz exterior. Ruth Benzacar ríe a carcajadas junto con su hija, Orly, en la galería subterránea que marcó un hito en la historia del arte contemporáneo argentino. Marcos López come una empanada con cerveza junto a varias de sus obras colgadas en el Centro Cultural Ricardo Rojas, y Pablo Siquier posa en el pasillo de un aeropuerto, con aire misterioso de actor francés.
Cada uno de ellos es una pieza del gran retrato de época proyectado ahora en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Cuesta apartar la mirada de ese loop de más de 200 imágenes íntimas que nos transportan hacia la escena artística porteña de hace un cuarto de siglo. La luz tenue y el sillón instalado en este rincón de la sala invitan a hacer una pausa necesaria en el recorrido por la primera retrospectiva de Alberto Goldenstein.
Lo primero que se siente al observar este invaluable "archivo afectivo" es la vitalidad de ese grupo de artistas que frecuentaban el Rojas, usina del arte experimental del fin del milenio, convocados por el osado trabajo curatorial de su colega Jorge Gumier Maier. En 1995, Goldenstein fundó allí una mítica fotogalería que dirigió durante casi dos décadas, mientras se convertía en uno de los docentes de su especialidad más influyentes del país.
Pero a fines de la década de 1980, cuando comenzó a tomar estas fotos, no era conocido por nadie. Salvo por sus amigos, claro, cuyos nombres tampoco tenían relevancia en el magro mercado local. "Fue una época marcada por el deseo –recuerda Goldenstein–. Trabajábamos con la idea de goce, queríamos pasarla bien".
Varios de ellos figuran hoy entre los artistas más destacados de la escena contemporánea y tienen proyección internacional. En Colección Fortabat, por ejemplo, se exhibe en estos días una muestra dedicada a Omar Schiliro impulsada por Gumier Maier. Ambos están incluidos en El mundo del arte, una de las series más conocidas de Goldenstein, exhibida en el Rojas en 1993 e inspiradora de este viaje en el tiempo que ahora propone el Moderno.
En lugar de los retratos seleccionadas para aquella serie se exhibe aquí el lado b, el material de descarte y las tomas "robadas" en reuniones sociales de esa época. "Yo estaba en la borrachera general, y la fotografía era mi forma de vincularme con el mundo", explica Goldenstein. Y recuerda que en la prehistoria de las redes sociales "había cierta impunidad frente a la cámara porque no se sabía qué destino iban a tener esas imágenes".
No era el único destino que se desconocía. Solo los artistas consagrados podían aspirar a exponer en una galería, e incluso entonces la capacidad de convocatoria era limitada. En la era previa al celular y el WhatsApp, la forma más efectiva de "sumar likes" en eventos era repartiendo volantes en las muestras de los amigos. "Íbamos por donde nos marcaba la intuición –recuerda Goldenstein–. Eso no tenía lugar. Y si lo tenía, era horrible".
Entonces llegó el Rojas. Un espacio abierto a la experimentación, dependiente de la Universidad de Buenos Aires, que dio estructura institucional a una mirada más fresca sobre el arte. Mirada que ciertos críticos consideraron light, poco comprometida, pero que supo expresar el espíritu festivo e irreverente que acompañó el regreso de la democracia. Y que fue el centro de uno de los puntos de encuentro favoritos de la tribu contracultural porteña, como lo sería años más tarde la mítica Belleza y felicidad.
¿Qué queda hoy de ese espíritu? "Ahora la escena está más atomizada, profesionalizada. Todo carrera y hay más especulación", admite Goldenstein, aunque se resiste a insinuar que todo tiempo pasado fue mejor. "Ni antes éramos tan santos ni ahora son tan monstruos", dice, con la certeza de que "el arte no tiene tiempo".
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