En 1946 y 2019, Truman y Trump, respectivamente, intentaron negociar por Groenlandia
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En este mundo, desde el más remoto pasado hasta hoy, las tierras normalmente se ganaron, y se ganan, por la vía militar. Pero Estados Unidos consiguió dos excepciones imposibles: obtuvo dos de sus más importantes territorios por medio de una simple transacción económica. Y estuvo a punto de adquirir un tercero.
Nueva York, a precio regalado
Viajemos al pasado, al año 1609, cuando Manhattan todavía pertenecía a los indígenas Lenape. Por entonces, ellos la llamaban “Manahatta”. Ese año, un tal Henry Hudson, explorador inglés, llegó como representante de la compañía holandesa “Dutch West India Company”. Su barco ingresó navegando por el río que algún día llevaría su nombre... Hudson tenía una misión: la empresa le había pedido que expandiera su mapa de operaciones comerciales. Él no solo logró eso, sino que consiguió mucho más: su viaje sentaría las bases para la colonización holandesa de lo que hoy es Nueva York. Los europeos tendrían un asentamiento en el valle fluvial del Hudson que llamarían “Nueva Amsterdam”.
Siempre hubo curiosidad, por parte de historiadores y de los propios neoyorquinos, sobre cómo se veía la isla de Manhattan cuando allí todavía no había una jungla de cemento como lo es Nueva York. Hoy, el ecologista Eric Sanderson, de la Sociedad de Conservación de la Fauna Salvaje en Nueva York, la imagina así: “Desde el agua, Manhattan se veía como una larga y finita isla llena de árboles con playas arenosas en la orilla. Sin los edificios, se podía apreciar una paisaje lleno de lomas y acantilados en el lado Oeste. Y seguramente también se veía el humo de las cocinas de los Lenape brotando desde el sector más bajo de la isla. Seguramente era hermosa”, dijo el científico.
En la isla, también había muchos castores, lo que produjo que cientos de holandeses se apresuraran en llegar a Manahatta. ¿Por qué? Pues en Europa, la piel aterciopelada del animal era un bien muy codiciado en la época: era un excelente material para producir sombreros. Rápidamente, llegaron muchas personas ansiosas por hacerse de este bien; allí se formó la base del intercambio entre los holandeses y los Lenape. Los indígenas ofrecían el pelaje de los castores, mientras que los europeos, a cambio, les daban metal y paños.
La relación comercial entre europeos y americanos continuó hasta 1626, cuando se produjo la transacción más importante entre unos y otros. A partir de este punto, esta “historia” puede ser más bien referida como una leyenda, porque en los detalles, sobran hipótesis y faltan pruebas.
El mito cuenta que los Lenape le vendieron Manahatta a los holandeses por una pequeñísima cantidad de baratijas, que equivalía a uno U$S 24 de hoy. No es la única versión: hay otra que dice que no fueron baratijas, sino 60 florines neerlandeses. Hasta el día de hoy, hay quienes creen que esto es “puro humo”, que no habría habido chance de que los nativos se dejaran estafar de tal manera. Si bien muchos historiadores prefieren ser escépticos a la hora de analizar este relato, la mayoría de ellos lo consideran como la versión oficial. Paul Otto, profesor de Historia en la Universidad George Fox de Oregon, dijo que este hito fue “el certificado de nacimiento de la ciudad de Nueva York”.
Tanto Otto, como otros expertos señalan que hay una evidencia insoslayable: una carta escrita por Peter Schagen, un mercante que formaba parte de la Dutch West India Company. El texto iba dirigido hacia los lords holandeses. En ella, Schagen detallaba el inventario de cada barco, todos llenos de productos de intercambio comercial, y además mencionaba explícitamente la venta.
La carta del mercante holandés es resistida por algunos historiadores. Hay quienes piensan que los holandeses le compraron la isla a los Munsees, una sub-tribu de los Lenape; pero solo se trata de una teoría.
Por demás, si bien Schagen nombra la venta, no hay ningún papel firmado, ningún recibo que confirme que efectivamente ocurrió. “La carta es el único documento que tenemos. Pero no queda claro si podemos llamarlo ‘evidencia’ o no”, dijo Johanna Gorelick, administradora del Departamento de Educación del Museo Nacional de los indios americanos.
Nadie puede asegurar, con certeza, qué ocurrió. Algunos quieren creerle a Schagen, pero otros juzgan que no es suficiente evidencia. En los Estados Unidos, estas historias se convirtieron en el símbolo de los orígenes de Nueva York, una de sus ciudades más icónicas, pero a muchos les suena increíblemente extraño.
La “locura” de Seward
Dos siglos después, Estados Unidos concretó otro excelente “negocio” que extendió sus fronteras. Sobre esta transacción no existen dudas.
En 1867, el secretario de Estado, William H. Seward, bajo estricto sigilo, negoció con Rusia la compra de un importante y extenso territorio: Alaska.
Seward mantuvo largas conversaciones con su par, Edouard de Stoeckl, que negociaba en nombre del Zar Alejandro II. El 30 de marzo de 1867, ambos acordaron que los Estados Unidos le pagarían a Rusia 7 millones de dólares por el territorio. Un número que, aún en ese momento, parecía un negocio demasiado bueno. ¿Por qué Rusia aceptaría tan poco dinero por una región tan valiosa?
Rusia ni si quiera sabía que allí había petróleo, pero las razones eran otras. Rusia quería deshacerse del territorio desde el siglo pasado, cuando el zar Pedro el Grande envió a Vitus Bering a explorar sus costas. Pedro veía a Alaska como una gran oportunidad, sabía que sus tierras eran ricas en recursos naturales y que, además, estaba poco habitada. Pero su imperio no contaba con los recursos financieros para establecer puestos militares en Alaska. Lógicamente, llevar parte de su población hacia allí les hubiera sido aún más difícil, fuera por cuestiones económicas o por razones de distancia.
Además, en el siglo XVI, Estados Unidos también estaba interesado en Alaska. Envió personas hacia allí, exploradores y comerciantes. Rusos y estadounidenses compitieron por explorar e investigar los secretos naturales de la región codo a codo. Pero, eventualmente, ganaron los americanos.
En 1859, De Stoeckl le dio al gobierno estadounidense el visto bueno para negociar. Pero había pasado mucho tiempo y los Estados Unidos tenían otras prioridades. Estaban en plena guerra civil, por lo que la respuesta se demoró hasta 1867. Recién entonces Seward dijo que sí.
Para concretar la compra, Seward debía conseguir la aprobación del Senado. Los congresistas, en su mayoría, desconfiaban y se burlaban de él. Había mucho escepticismo rodeando la propuesta. La pregunta que todos se hacían era “¿Para qué?”.
“¿Por qué queremos un territorio rodeado de icebergs, glaciares, osos polares y morsas? ¿Por qué queremos invertir en un territorio helado, nevado y rocoso. Sería mejor reducir los impuestos”, fue el pensamiento más repetido en el debate.
Finalmente, el 9 de abril, los congresistas votaron a favor de la compra. La posición de Seward ganó por una gran diferencia: 37 votos positivos contra 2 negativos. Un mes más tarde, el presidente Johnson firmó el tratado.
Alaska fue formalmente transferida a los Estados Unidos el 18 de octubre de 1867, dejando a Rusia sin presencia en Norteamérica.
A veces, hay 2 sin 3
El “negocio” de Alaska sirvió para impulsar la compra de Groenlandia, cuyos intentos comenzaron casi inmediatamente y se extendieron hasta la presidencia de Donald Trump.
Estados Unidos siempre estuvo interesado en Groenlandia. De hecho, había un antiguo reclamo sobre la isla, ya que el estadounidense Charles Francis Hall había sido “el primero en explorar las costas del noroeste”, durante la expedición Polaris.
En 1946, el gobierno de Harry Truman hizo el primer intento por adquirir la totalidad de su territorio: ofreció 100 millones de dólares en barras de oro, lo que hoy equivale a por lo menos 1.300.000.000.
Eran tiempos de posguerra y Estados Unidos explicó que Groenlandia era “una necesidad militar”.
Pero Dinamarca se negó rotundamente en aquella ocasión. El Primer Ministro respondió, una y otra vez, que el territorio no estaba a la venta y llegó a calificar los intentos de los Estados Unidos como “absurdos”.
Estados Unidos no insistió. No volvió a presentar una oferta en 73 años. Hasta que el presidente Donald Trump retomó el viejo anhelo. “El concepto surgió y dije, sin duda, estratégicamente es interesante y estaríamos interesados, pero hablaremos un poco (con Dinamarca)”, dijo el expresidente estadounidense.
Luego propuso que “se podrían hacer muchas cosas. Podría ser un gran negocio inmobiliario”. Y pensó que le sería fácil negociar: “Además, Groenlandia está dañando mucho a Dinamarca, que pierde casi 700 millones anuales manteniéndola”, dijo.
Pero del otro lado, la Primer Ministro danesa, respondió: “Groenlandia no está en venta. Groenlandia no es danesa, es groenlandesa. Espero de verdad que no sea nada que se haya dicho en serio”, aseveró sobre los dichos de Trump. Y luego agregó que “es una discusión absurda”.
Trump finalmente desistió. Antony Blinken, el actual Secretario de Estado, dijo que “el concepto había surgido”, pero que este gobierno estadounidense ya no tiene “intenciones de comprar Groenlandia”.
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