Con protocolos, se reanudó en Caballito el servicio gratuito paralizado por la pandemia
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Los sábados y domingos, el barrio de Caballito retrocede en el tiempo. Parece una ilusión óptica. No lo es. Los vecinos ya están acostumbrados, pero el forastero desprevenido se refriega los ojos para confirmar la aparición. En cambio, muchos otros son los que se acercan decididos para añorar el tiempo aquel y mostrárselo a los más chicos. Lo cierto es que para nadie resulta inadvertida la flota de tranvías históricos que recorre las veinte cuadras que demanda el paseo turístico sobre las viejas vías que se resisten a desaparecer.
Debido al confinamiento social, durante casi todo el año pasado los coches estuvieron detenidos, aletargados bajo el tinglado que los cobija. Rechiflados en su tristeza, diría el porteño canyengue. Sin embargo, la pandemia impiadosa no pudo con el ritual. A pura convicción, volvieron a las pistas, mejor dicho, a las vías, con bríos renovados y todos los controles sanitarios para que el viaje no genere ningún tipo de riesgo para los eufóricos pasajeros resueltos a transitar la amorosa experiencia.
El valioso servicio es ofrecido por los voluntarios, que trabajan ad honorem, de la Asociación Amigos del Tranvía & Biblioteca Popular Federico Lacroze. Tal es la vocación que ellos mismos deben comprarse el uniforme, incluidas las clásicas y pintorescas gorras que definen su status. Son los esmerados fanáticos de los rieles que esforzadamente lograron conformar una colección de vagones que es envidiada en el mundo entero. “Lo hacemos por amor al tranvía”, se ufana Raúl Bernater, uno de los 50 integrantes activos de la Asociación, quien, a sus 68 años, encuentra que su actividad es todo un homenaje a ese abuelo que lo llevaba a pasear en tranvía desde La Paternal hasta Villa Devoto.
La escena es digna de una narración impregnada de realismo mágico de Gabriel García Márquez. Una docena de niños observa con fascinación el avance elegante del pintoresco vagón amarillo por Emilio Mitre. No falta el automovilista que no sabe cómo esquivar al coloso. Avanzar o frenar, esa es la cuestión. Los ciclistas se hacen a un lado. Todos los respetan. A medida que se acerca, la gran mayoría le apunta con el celular. No faltan las selfies que registran ese encuentro de ensueño. Historia y modernidad se dan la mano. Milagro del tranvía.
A la altura de José Bonifacio, se detiene. En el frente se lee: “Rosario-Gascón-Sarmiento-San Martín-Plaza de Mayo”. Es el coche 652, que otrora realizara aquel recorrido desde Primera Junta al centro cívico porteño.
Los que esperan para subir, interpelan con la mirada a los que bajan, reclamando celeridad. Es que la ansiedad gana la partida. Los grandes buscan recuperar algo de una vida pasada, recordar aquellos viajes al trabajo o el primer beso a bordo de un Lacroze. Para los chicos, se convierte en una experiencia iniciática tan divertida como una competencia de jueguitos en red a través de la Tablet. “¿El subte anda por la calle?”, le pregunta una nena a su mamá. Le erró por poco, los coches se guardan en el taller Polvorín, donde conviven con sus colegas que surcan las profundidades de la ciudad.
“Lo tomaba en Pompeya para ir hasta la escuela de Parque Centenario donde trabajaba”, explica Roque, docente jubilado, quien, a los 85, no puede evitar que sus ojos se humedezcan ante la presencia del viejo vagón que perteneciera a la compañía Anglo. Los jóvenes son mayoría, acaso porque, en tiempos pandémicos, los adultos mayores se preservan un poco más. “Hay gente que hasta viene con los perros. Cuando me preguntan si pueden subir con las mascotas, siempre les digo que, si se portan bien, no hay problema”, sostiene con humor Roberto Luis, quien ocupa el rol del guarda encargado de hacer subir a la gente. Como el viaje es gratuito, no tiene que vender los boletos, como sí lo hacían sus colegas de antaño. El plantel de colaboradores rota sus roles cada semana. El motorman puede ser guarda y el guarda puede convertirse en el vendedor de souvenirs.
"Estás desorientado y no sabés que trole hay que tomar para seguir "
“Desencuentro” - Aníbal Troilo y Cátulo Castillo
Liturgia en pandemia
El mágico ritual comienza en la vereda del gran galpón de Subterráneos de Buenos Aires ubicado en la esquina de Emilio Mitre y José Bonifacio. Allí, una mesita oficia de tienda de recuerdos, cuya venta ayuda al mantenimiento del funcionamiento del servicio. Almanaques, llaveros, revistas especializadas forman parte del inventario de productos ofrecidos. A un costado, un grupo se dispone a escuchar la charla introductoria brindada por uno de los colaboradores. Eso sí, antes de arrancar se les pide a todos un saludo a viva voz. “Buen día, guarda”, dicen los más lanzados. Si la cosa va con timidez, hay que repetir la escena. Ahora sí, el saludo de los aspirantes a pasajeros es tan fuerte que llega a escucharse a varios metros.
“Después de la charla, donde se cuentan detalles de la historia de este medio de transporte, a los pasajeros se les toma la temperatura. Luego, un guarda de tierra los acompaña hasta el coche. Antes de subir, se les coloca alcohol en las manos. Nadie puede ingresar a la formación sin su tapabocas colocado correctamente. Para que el aire se renueve, la formación siempre circula con las ventanas abiertas. Además, por protocolo, solo funcionan dos tranvías, con la mitad de sus asientos ocupados”, explica Gabriel Matalía, quien es uno de los encargados de atender al público en la valiosa Biblioteca Popular Federico Lacroze, especializada en transporte. Para preservar el distanciamiento, de los 32 asientos de cada unidad, solo se ocupan 16. Los tranvías que circulan actualmente pertenecían a las compañías Lacroze y Anglo, que, en su tiempo, eran las más famosas de la ciudad.
El servicio del Tramway Histórico de Buenos Aires, que figura en las más importantes guías turísticas del mundo, fue inaugurado el 15 de noviembre de 1980, diecisiete años después que los tranvías dejaran de circular por la ciudad. Tal es el excelente estado de conservación de los coches que, en más de una ocasión, fueron cedidos para la filmación de películas y publicidades. Los colaboradores de la Asociación aún recuerdan a Graciela Borges sentada en uno de los coches, dispuesta a filmar una escena de la película Pobre mariposa de Raúl de la Torre. En la ficción, el personaje de la actriz, vestida como en los años ´40, viaja hasta La Boca. El motorman y el guarda tomados por la cámara son integrantes de la Asociación. Guillermo Francella aún no era famoso cuando cumplió el papel de guarda para una publicidad de los famosos quesitos que se venden en triangulitos.
María Luaces es una joven mamá que se acercó a Emilio Mitre y José Bonifacio con sus hijos mellizos: “A ellos les encantan los trenes, así que se sorprendieron cuando vieron las vías sobre la calle y que se podían pisar sin peligro. Para mí también es una sorpresa, porque jamás viajé en tranvía”. Antes de ascender o luego del recorrido, nadie escapa al ritual de las fotos y a una recorrida bordeando la formación en busca de sus detalles exteriores. “¿Para qué sirve eso?”, le pregunta un chico a su padre, quien debe recurrir a la ayuda profesional del conductor, quien explica que el entramado de hierro que llevan las formaciones en sus extremos y casi tocando el piso se llama “miriñaque” o “salvavidas”. Si una persona es atropellada por el vehículo, el cuerpo rebota y queda contenido en esa suerte de parrilla, evitando ser succionado por las ruedas. El niño escucha un poco impresionado la explicación.
También llama la atención la soga que va atada al llamado trolley, el elemento que sale del techo y que conecta con los cables de electricidad que van sobrevolando el recorrido de la línea. En aquellos tiempos, en días de temporal o mucho viento, el trolley solía salirse de su cauce, debiendo el conductor y el guarda volverlo a poner en su lugar. Los chicos solían colgarse de la soga con la sola finalidad de hacer enojar a la tripulación. Juegos ingenuos en tiempos sin PlayStation. El trolley, que fue argentinizado como “trole”, conduce el polo positivo de la electricidad, mientras que la vía es el negativo o cable a tierra.
“Es raro manejar en una ciudad moderna, un vehículo de hace casi cien años. Siempre es lindo ver la sorpresa de la gente, tanto de los transeúntes como de los automovilistas. Cuando pasamos por avenida Rivadavia, es muy gracioso observar la cara de la gente que va en los colectivos. Ponen cara de ´¿qué es eso?´”, dice Gustavo Schwarz, el motorman del imponente Anglo que pinta con nostalgia el paisaje de Caballito un domingo de otoño por la mañana. Como la pasión se hereda, Schwarz es hijo de otro colaborador que trabaja para que el servicio se cumpla con eficacia.
Para poder conducir el coloso, personal especializado brinda a los aspirantes un curso de varias semanas que permite desentrañar todos los misterios de la conducción sobre rieles, tarea que, según dicen, no es tan compleja como parece. Para lograr el permiso de manejo, se deben rendir varias pruebas prácticas. “Cada coche pesa más de catorce toneladas, así que hay que saber calcular la frenada, que es muy diferente a la de un automóvil. Uno de los secretos es anticiparse a lo que sucede más adelante, pero, más allá de eso, es muy sencillo de manejar”, afirma Schwarz. El frenado puede realizarse a través del motor o a partir de un dispositivo de aire. Para estacionar la formación, una rueda giratoria cumple el rol de frenado en esa situación.
Lucio di Lorenzo es el ayudante más joven. Tiene solo 14 años, razón por la cual desarrolla tareas de asistencia a los guardas: “Me gusta colaborar porque es el único medio de transporte en el que puedo estar a mi edad”, dice con realismo, mientras hace sonar la campana anunciando que el viaje está por comenzar. La formación avanza por Emilio Mitre en busca de Rivadavia. Luego seguirá por Hortiguera hasta encontrarse con Directorio, avenida que lo depositará, nuevamente, sobre Emilio Mitre. A su paso, lento y elegante, de ensoñado balanceo, lo saludan con bocinas o juegos de luces. Más de un transeúnte se frena casi en señal reverencial.
“Hay gente para todo. Está el que mira las estrellas o quien junta estampillas. A nosotros nos une el amor por el transporte sobre rieles y, sobre todo, por el tranvía”, sostiene Alberto Schwarz, un veterano que ha viajado en los trenes del mundo y que supo transmitir la pasión a su hijo, quien es un avezado motorman. Por dentro, las unidades revestidas en madera recuerdan a los viejos vagones La Brugeoise que circularon durante cien años en la Línea A de subterráneos, la más antigua de Latinoamérica.
"El Odeón se manda la Real Academia, rebotando en tangos el viejo Pigall, y se juega el resto la doliente anemia que espera el tranvía para su arrabal"
“Corrientes y Esmeralda” de Celedonio Flores y Francisco Pracánico
Aquel triste final
Seguro, no contaminante, de tránsito agradable. El tranvía, que sigue funcionando en muchas ciudades del mundo, es un transporte ideal para las grandes organizaciones urbanas. Sin embargo, el Buenos Aires querido que tantas veces lo reflejó en sus letras de tango, hace décadas que no cuenta con este servicio. Modernidad, se argumentó cuando se los borró de un plumazo. Curioso concepto de la vanguardia. Algunos barrios alejados del centro, que aún conservan calles empedradas, todavía ven resistir a las viejas vías que se rebelan ante el asfalto.
“Fue levantado por un decreto de 1961, que daba por finalizado el servicio tranviario de Buenos Aires hacia fines de 1962. En realidad, los últimos tranvías circularon en febrero de 1963, cien años después de iniciado su funcionamiento”, rememora Raúl Bernater. Paradojas de la Argentina inconclusa, debido a que cuando se interrumpió el servicio aún estaba vigente un contrato con Fabricaciones Militares, la empresa continuó produciendo aquellos vagones grises conocidos como FM.
Ciudades como Milán en Italia, Toulouse en Francia, San Francisco en Estados Unidos o Lisboa en Portugal aún cuentan con redes que alternan la utilidad del transporte público con el atractivo turístico. “El tranvía fue impulsado por los ferrocarriles para acercar a la gente a las estaciones desde los barrios. Luego, los empresarios se dieron cuenta que era un transporte ideal para circular dentro de la ciudad y con recorridos más amplios. Los hermanos Lacroze y los hermanos Méndez inauguran, el 27 de febrero de 1870, las dos primeras líneas de tranvías urbanos cuyos coches eran tirados por caballos hasta 1897, cuando llega el tranvía eléctrico”, agrega Bernater.
El último servicio que circuló en Buenos Aires unía Puente Saavedra con el centro. El impulso de la industria automotriz y la fabricación multiplicada de ómnibus fueron minando el terreno para la desaparición del tranvía, un medio ecológico a diferencia de los colectivos contaminantes del medio ambiente y más inseguros. “En aquellos tiempos se decía que el tranvía era vetusto, incómodo, antiguo. Y que había quedado atrasado con respecto a una ciudad pujante”, rememora Bernater.
“Si hubiese voluntad política, el tranvía podría volver. Hoy existe el Premetro, que es un medio algo parecido”, sostiene Gabriel Matalía, quien desde la Asociación brega por una nueva red de este servicio público. De hecho, cuando se construyó el Premetro, en la zona de Villa Soldati, se buscó que el tranvía histórico ampliara su trayecto hasta el cercano Parque Chacabuco, dado que las maquinarias utilizadas para el nuevo medio, también servían para montar las vías del tranvía histórico. La idea no fue escuchada. Ni siquiera el servicio turístico despierta, históricamente, el interés de las autoridades del Gobierno de la Ciudad. En pandemia, ya no hay presupuesto ni para correr las vías al cordón de Emilio Mitre a la altura del taller Polvorín, lo cual generaría mayor seguridad a los pasajeros que no deberían cruzar la calle para subir a las formaciones. El proyecto descansa encarpetado.
"Con su tramway, sin cuarta ni cinchón, sabe cruzar el barrancón de Cuyo. El cornetín, colgado de un piolín, y en el ojal un medallón de yuyo "
“Cornetín” de Pedro Maffia, Homero Manzi y Cátulo Castillo
Unidos por el tranvía
A puro esfuerzo, la Asociación Amigos del Tranvía & Biblioteca Popular Federico Lacroze funciona desde el año 1976 con el propósito de recuperar el patrimonio tranviario argentino y por la vuelta del tranvía como medio de transporte público.
Hoy es común la visita de padres que traen a sus hijos, imitando aquella visita que hicieron de niños. Luisana Lopilato y Luis Brandoni son algunos de los personajes famosos que visitaron el circuito. El actor lo hizo en más de una oportunidad en compañía de sus nietos. Hace poco, Marley y Lizy Tagliani estuvieron presentes y tomaron imágenes para el programa Por el mundo de Telefe. Antes de la pandemia, además del público local, el paseo era abordado por turistas de todo el mundo y numerosos estudiosos del transporte internacional. A aquellos que llegan desde lejos, los sorprende la magnitud de la flota y el buen estado de conservación de los coches. Hoy, la Asociación cuenta con 22 unidades repartidas entre tranviarias, de servicio y subtes antiguos. Ese es otro orgullo de esta notable institución: cuenta con una unidad de la época de la fundación de cada una de las líneas del subterráneo porteño. El esfuerzo de los asociados busca que no se pierdan más prototipos, como aquel llamado El Libertador o el poco usual vagón de dos pisos. Cuando se habla del esfuerzo de la Asociación, no se trata de un eufemismo. El Estado solo subsidia el consumo eléctrico que generan las unidades, similar al de un electrodoméstico hogareño.
Termina el viaje. Los pasajeros aplauden a la tripulación y a ese viejo vagón que los paseó un rato haciéndolos rememorar tiempos transcurridos. Ese aplauso se repete una y otra vez. Cada vez que el coche llega a Emilio Mitre y José Bonifacio, los 16 pasajeros hacen sonar sus palmas. No falta quien le pide una foto al guarda y al conductor, estrellas de la travesía. A los pocos minutos, la campana alerta nuevamente, el viejo Anglo vuelve a partir. Los grandes se emocionan, los chicos gritan, un colectivero hace sonar su bocina y un ciclista decide acompañar el viaje como espontánea guardia imperial de ese soberano sobre rieles. El motorman y el guarda saludan a los que quedan abajo. La fiesta del tranvía vuelve a comenzar.
"Tiempo de tranvías tropezando el empedrado. Patios que se abren a la luna y al parral"
“Tiempo de tranvías” de Raúl Garello y Héctor Negro
Tramway Histórico de Buenos Aires
De abril a noviembre: Sábados y feriados de 16 a 19.30 hs. Domingos de 10 a 13 y 16 a 19.30 hs.
De diciembre a marzo: Sábados y feriados de 17 a 20.30 hs. Domingos de 10 a 13 y 17 a 20.30 hs.
Total recorrido: 2 Km. Salidas: Cada 30 minutos Tiempo de viaje aprox.: 25 minutos
Servicio gratuito.
Única parada: Emilio Mitre esq. José Bonifacio (Emilio Mitre al 500).
Sin servicio los siguientes días:
1° de enero
Martes de Carnaval
24 de Marzo – Día de la Memoria
Viernes Santo
1 de Mayo – Día del Trabajador
24, 25 y 31 de diciembre
Jornadas electorales
Sin servicio los siguientes domingos por la mañana:
Domingo de Pascua
Día del Padre
Día de la Madre
8 de diciembre
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