De espíritu emprendedor, Germán Iriart siempre buscó el progreso. El estrés y las obligaciones le pasaron factura. De la difícil experiencia, ideó un proyecto para estar cerca de lo que le hace bien.
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Sin el sostén de familia ni su gran ejemplo a seguir, la vida lejos de su ciudad natal fue sacrificada. Oriundo de la ciudad de Lobería, en la provincia de Buenos Aires, a los 17 años -como todo adolescente de pueblo chico con ambiciones de seguir una carrera universitaria- Germán Iriart (38) se mudó a La Plata junto con su hermano (un año mayor que él) para estudiar Ciencias Económicas. La vida para ellos no había sido fácil. A los 14 y 15 años habían perdido a su papá en cuestión de veinte días, producto de un cáncer terminal que había puesto fin a su vida en la Navidad de 1997.
A Germán no le sobraba nada pero buscó la manera de reducir gastos y compartió en esos años de formación académica, un departamento con otros estudiantes. “El contexto del país era caótico: corralito, inflación, saqueos. Por eso hacíamos todo lo posible para cuidar el dinero. Así, entre otras cosas, para evitar el pago de las expensas nos encargábamos de las tareas de limpieza y mantenimiento del edificio en el que vivíamos”.
El esfuerzo rindió sus frutos. Consiguió una beca en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y comenzó a prestar servicio en el Departamento de Contabilidad. Ya en tercer año de la cursada, trabajaba todas las mañanas y estudiaba por la tarde. A los 24, una vez recibido, entró a trabajar en un estudio multinacional muy importante (PWC). Heredero del espíritu emprendedor de su padre -que tenía un boliche en Lobería y había sido presidente del Club Independiente de esa ciudad-por esos años surgió la posibilidad de adentrarse en el mundo de la gastronomía.
Debut como emprendedor y una lección de vida
Junto a su hermano y un primo, abrió un bar al que llamó Liberio. Representó el primer gran paso de responsabilidad en su vida. No solo porque era su debut como emprendedor sino porque, además, entre otras cosas, había pedido dinero prestado. “Con ese primer bar aprendí de todo: desde cómo administrar un negocio hasta cuestiones impositivas, laborales y solicitudes de habilitaciones. Aprendí que el hecho de que el bar funcionara bien dependía solo de nosotros; sin dudas, ver que tus amigos la están pasando bien un fin de semana mientras vos laburas, con veintipico de años, no es sencillo. De todas formas fue una gran experiencia. Entendí lo que era ser responsable, disciplinado y a hacer de todo: en Liberio cobraba, reponía la bebida, reemplazaba a algún mozo que se ausentaba, realizaba la limpieza, llevaba la contabilidad del lugar, lidiaba con proveedores, clientes, regulaciones municipales. Era un dueño multitasking”.
A Liberio le siguió otro proyecto similar, que rápidamente comenzó a marchar sobre ruedas. Pero trabajar de noche durante tantos años se había convertido en algo realmente desgastante. Además, Germán tenía su trabajo en la Contaduría General de la Provincia, de lunes a viernes. Fue en ese contexto cuando, en 2017, le ofrecieron un cargo importante en el área de finanzas de un organismo público nacional. “Después de hablarlo con mis socios del bar, decidí tomarlo. Sabía que era un trabajo que me iba a demandar mucho tiempo y esfuerzo. Y todo se acomodó a mi favor. Al poco tiempo surgió una posibilidad de venta del negocio, que se terminó concretando a mediados de ese mismo año. La verdad es que ya estábamos todos bastante cansados por el ritmo y todo lo que conlleva trabajar de noche. Yo vivo en City Bell y mi nuevo trabajo implicaba viajar a Capital Federal todos los días, con lo cual salía de mi casa a las 7 de la mañana y regresaba a las 8 de la noche. Entre el ritmo de trabajo, la presión, las horas en la autopista y el tránsito no me quedaba tiempo para dedicar a otras actividades. Por andar siempre a las corridas, no pude continuar con tanta regularidad en crossfit, comencé a alimentarme mal y a no descansar lo suficiente”.
“Tenía las arterias de una persona mayor”
Pero pronto el estrés de una rutina tan demandante le pasaría factura. Fue una tarde como otras, mientras estaba haciendo crossfit cuando empezó a sentir molestias en el pecho. La sensación era la de una puntada fuerte en el esternón. Al principio le restó importancia porque desaparecía rápido. Sin embargo, con el tiempo, esas molestias se hicieron más frecuentes e intensas. Y entonces decidió hacer una consulta con el médico. El diagnóstico fue esclarecedor: en un primer estudio, los especialistas pudieron visualizar una obstrucción coronaria.
“Me fui muy preocupado y desconcertado del consultorio. Al día siguiente, después de almorzar comencé a sentirme mal de nuevo y terminé en la guardia de la Clínica Bazterrica, donde me realizaron más estudios. Los especialistas me dijeron que tenía tres arterias obstruidas, y que en virtud de la gravedad de las mismas la posibilidad de colocar un stent no era una alternativa. Tenía que ir a cirugía. En ese momento tenía 35 años y nunca antes había estado internado. De repente, me encontré en una unidad coronaria y me empecé a preguntar y a cuestionar mil cosas”.
Lo que más asustaba a Germán era no poder recuperar su vida. Los médicos le decían que no iba a poder volver a hacer crossfit, que iba a tener que tomar medicación de por vida, modificar sus hábitos alimenticios y controlar el estrés laboral. El posoperatorio fue dificilísimo. “No me podía levantar de la cama sin ayuda, no podía hacer fuerza, ni manejar, ni bañarme solo. Para todo necesitaba de otro. Pasé de ser una persona independiente a una absoluta y completamente dependiente hasta para servirme un vaso de agua. Realmente, esa readecuación mental y psicológica a mi nueva realidad fue casi tan dura como mi recuperación física”.
“No poder ir a la cancha a ver a River fue lo más duro”
Después del bypass coronario tuvo que ser internado en tres oportunidades más. La recuperación fue lenta. Seguía sintiendo molestias en el pecho, aunque ahora lo vincula más con un ataque de pánico que con un dolor cardíaco en sí. Su rutina se modificó por completo. Tenía que realizarse controles médicos periódicamente. De siete días de la semana, tres estaba en algún consultorio médico haciéndose chequeos. Su familia, sus amigos y su novia Florencia lo acompañaron en todo momento. Incluso el día de la cirugía, sus amigos de Lobería y su familia de Mar del Plata fueron hasta la clínica en capital para apoyarlo.
Tras la operación, Germán tuvo que dejar de trabajar, de hacer crossfit y muchas otras actividades de las que disfrutaba. Y comenzó el camino de su rehabilitación. “Pese al esfuerzo y a la voluntad que puse, mi mayor miedo seguía siendo no poder recuperar mi vida, mi rutina, mis actividades; tener que vivir como una persona mayor a los 35 años. Quería seguir yendo al Monumental para alentar a River, viajar, salir con mis amigos. En ese sentido, sin dudas fue la recomendación médica de no ir a la cancha por un buen tiempo lo que más me costó asumir. Me advirtieron que no podía exponerme a situaciones de estrés ni emocionalmente fuertes; debía mantenerme tranquilo, sin sobresaltos. Todo esto justo en 2018, en medio de la Copa Libertadores”.
Fanático de River, cuando se mudó a La Plata comenzó a ir regularmente a la cancha. Con el tiempo, armó un grupo de amigos de distintos lugares que conocía en la tribuna y con los que empezó a seguir al equipo por todo el país y el exterior. Lima, Japón, Asunción fueron algunos de los destinos que visitó para alentar a River. “En agosto de 2018, cuando tuve mi operación de corazón, River estaba disputando los octavos de final de la Copa Libertadores. No pude ir a verlo a la cancha, solo seguirlo por TV hasta que un día no aguante más. Desoyendo las recomendaciones de mi médico, fui a la frustrada final con Boca. Ese día (y al siguiente) volví a la cancha por primera vez desde mi bypass. El partido se suspendió en ambas oportunidades y tomarse un avión para ir a Madrid era una opción muy arriesgada para alguien en mi estado”.
Barajar y volver al ruedo
Después de la operación coronaria, entendió que el trabajo ocupaba un lugar importante en su vida y necesitaba encontrar aquel que lo motivara y le diera satisfacción. “No hay que esperar el momento oportuno, ni que se den todas las condiciones. Porque ese momento ideal no existe; siempre habrá obstáculos. Pero hay que darle para adelante, más allá de todo. De eso, me di cuenta el año pasado, como probablemente le haya sucedido a muchos”.
Tras renunciar a su cargo, empezó a explorar el mundo del café y los negocios digitales. En febrero de 2020, previo al inicio de la pandemia, había reservado un local en La Plata con el fin de abrir una cafetería; idea que quedó trunca como consecuencia del confinamiento estricto y que tuvo que readaptar a la nueva realidad. Así, ese proyecto devino en un negocio virtual al que llamó Delivery de Café.
Pronto el negocio superó sus expectativas y además le permitió conocer mucha gente vinculada al rubro. “Mi objetivo era acercar el café de especialidad — que dada la situación epidemiológica no podía consumirse en las cafeterías- a los hogares de esos consumidores de manera accesible. Al mes de haberlo lanzado, ya había logrado armar una red de distribución no solo en La Plata sino también en Chascomús, Mar del Plata y Olavarría”. Pero su propósito final era montar su propia cafetería, objetivo que pudo cumplir el mes pasado. En septiembre, Nómade, café de especialidad abrió sus puertas al público, frente a la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de La Plata, donde había obtenido su título.
“Hoy, mirando en retrospectiva, creo que las cosas suceden por algo. A mí me tocó atravesar momentos de salud muy duros y difíciles para entender que lo importante no se compra, que lo que parece urgente la mayoría de las veces no lo es tanto y que la felicidad se encuentra en el progreso. Por eso vale la pena apostar por lo que queremos y arriesgarnos. Con esta idea como premisa, hace un año retomé mis clases de crossfit, el domingo pasado fui a la cancha a ver el Superclásico y decidí perseguir mis sueños”.
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