El ajedrez hoy tendría todo el derecho a esgrimir una frase polémica: darle las gracias al coronavirus por convertirlo en el único deporte en hacerle jaque mate a la pandemia: las partidas por internet se multiplicaron en el mundo, incluida Argentina. Entre abril y junio hubo días en que se jugaron 15 millones de partidas online, más del doble de lo habitual. Los beneficios del ajedrez por tecnología son horizontales y democráticos: es accesible a los grandes maestros y a los simples aficionados y puede jugarse gratis a partir de diferentes plataformas.
En realidad, aunque muchos hablaron de boom, auge o revolución durante la nueva normalidad de 2020, el ajedrez ya había avanzado varios casilleros en los últimos años. En el ámbito local, el título de campeón mundial sub-16 que Alan Pichot, un chico de Almagro, consiguió en 2014 implicó un resurgir parecido a los campeonatos mundiales juveniles que otros argentinos habían ganado en la historia, como Pablo Zarnicki en 1992, Marcelo Tempone en 1979, Carlos Bielicki en 1959 y el mejor compatriota de todos los tiempos, Oscar Panno, en 1953.
La inesperada amistad que fluyó en 2012 entre Pep Guardiola y Garry Kasparov también colaboró a que el ajedrez despertara un nivel de atención que no había tenido en el comienzo de siglo.
Pero en el ámbito internacional, una inesperada amistad que fluyó en 2012 entre Pep Guardiola y Garry Kasparov, excampeón del mundo entre 1985 y 2000, también había comenzado a llevar al ajedrez a despertar un nivel de atenciónque no había tenido en el comienzo de siglo.
La historia de este inesperado vínculo entre el fútbol y el ajedrez está contada en el libro Herr Pep, de Martí Perarnau. Es sabido que el actual entrenador del Manchester City se fue a vivir a Nueva York durante un año sabático entre sus ciclos en Barcelona y Bayern Múnich, pero lo que revela este libro es que en esa temporada, en octubre de 2012, allí conoció a Kasparov. El vínculo fue un amigo en común, extesorero del Barcelona, Xavier Sala i Martín.
En la primera comida juntos no se habló ni de fútbol ni de ajedrez, sino de inventos, de tecnología (Kasparov dice que internet está sobrevalorada, que no es la revolución que se cree que es y que el cambio de verdad fue la electricidad), del valor de romper moldes y de la virtud de no acobardarse frente a la incertidumbre. Pero hubo una segunda charla, ya entre los matrimonios Kasparov y Guardiola, y ahí sí se habló sobre ajedrez. Todavía faltaba un año para que el noruego Magnus Carlsen fuera el nuevo campeón del mundo, pero Kasparov ya sabía que lo sería.
Lo que entonces quiso averiguar Guardiola fue si Kasparov, el viejo maestro, podría ganarle una partida a Carlsen, el futuro rey, el pibe de 22 años. "Tengo la capacidad para ganarle, pero es imposible", le respondió, y Guardiola enloqueció. "Imposible, ¿cómo imposible?", le dijo el técnico de fútbol, e insistió: "Si tenés la capacidad, ¿por qué no podrías?". Pero el ruso se mantuvo: "Imposible, imposible". Guardiola pensó que en ese enigma estaba una de las claves del deporte de alto rendimiento. Volvieron a hablar de la exigencia, del desgaste emocional, de la concentración mental y, ya sobre el final de la cena, la mujer de Kasparov volvió a sacar el tema: "Si fuese una sola partida, y durase solo dos horas, Garry podría vencer a Carlsen. Pero no será así. La partida se alargaría cinco o seis horas durante varios días y Garry ya no querría repetir el sufrimiento de tener el cerebro a toda máquina calculando sin descanso. Carlson es joven y no es consciente del estrés que eso supone. Por eso, sería imposible ganar".
En Herr Pep también hay analogías entre la forma de cómo Guardiola prepara los partidos y cómo lo hace Carlsen. El proceso de análisis. Mucho video, mucha computadora. También hay frases de ajedrecistas, como la de un gran maestro, Savielly Tartakower, que dijo que "del ajedrez, ese juego lógico por excelencia, forman parte la suerte, la suerte y la suerte". Y otro comentario de Kasparov a Guardiola durante aquella noche: "No puedes atacar del mismo modo si estás en lo alto de una montaña que si estás en una llanura a campo abierto". Pero acaso la mejor enseñanza que Kasparov le dejó a Guardiola llegó sobre el final de la cena. "Cuando gané mi segundo Mundial, en 1986 –le dijo el ruso–, ya tenía muy claro quién me iba a ganar: el tiempo".
El mismo tiempo que durante esta cuarentena puso al ajedrez en un lugar de victoria.