Ai Weiwei: “Yo era la persona más controlada de China”
Antes de la inauguración en Fundación PROA, a fines de este mes, de la gran retrospectiva de su obra, el artista que enfrentó la censura habla de por qué no le interesan los museos y de cómo Internet lo convirtió en “adicto a las redes sociales”
Cuando estuvo por primera vez en el país, a principios de agosto último, Ai Weiwei –uno de los más famosos y polémicos artistas contemporáneos, referente cultural del siglo XXI y de la disidencia china–anduvo en lancha por el Riachuelo, se tomó selfies por Caminito y dejó flotando en el aire algunas frases fuertes: “En China mi padre era considerado un enemigo del Estado, tal como me consideran hoy a mí”; “Mi mayor temor es que se pierda la conciencia de la humanidad”, y “Los Estados Unidos de Trump y China están cada vez más parecidos”. Arte y política son indiscernibles en su labor. Su obra siempre es de alto impacto y se viraliza en las redes. Su tema es siempre la realidad, vista desde el lugar de los más débiles. La consciencia social planetaria lo mueve por el mundo, primero filmando y después presentando su documental Human Flow (2017), que retrata la realidad de los refugiados en campos de Irak, Grecia, Jordania, Gaza, Pakistán, Bangladesh y Kenia. Gran parte de su producción –objetos, instalaciones, obras en papel, wallpapers y material audiovisual– podrá verse a fines de este mes en Buenos Aires: el sábado 25, Fundación Proa inaugura la esperadísima exhibición antológica, con sus obras más representativas.
Su padre, Ai Quing, también fue artista y se formó en París. Lo encarcelaron cuando regresó a Shanghái, en 1932, por oponerse al Kuomintang (partido nacionalista chino). En la prisión se hizo poeta. Era considerado enemigo del Estado y lo condenaron a trabajos forzados. Ai Weiwei vivió la condena social y creció en un pozo en la tierra. Su padre limpiaba baños y él conoció el hambre. El poeta quería que su hijo tuviera un oficio terrestre, común, pero Ai Weiwei vio que el arte era lo que salvaba a su padre. Tenía algo que nadie podía tocar. En la oscuridad que habitaban, había un rastro de calidez en su corazón cuando escribía o dibujaba.
Ai Weiwei repitió la historia, con sus diferencias y matices. Se formó en los Estados Unidos, donde vivió entre 1981 y 1993. Regresó a China luego de que su padre enfermara. Allí continuó con su producción artística y trabajos por los derechos humanos. Generó controversia con una investigación que realizó sobre las víctimas del terremoto de Sichuan (2008): denunció falta de transparencia en la revelación de cifras oficiales de víctimas, así como falencias en la construcción de un campus escolar que derivó en muertes evitables. Se dedicó a compilar en Internet testimonios de víctimas, publicando sus nombres. Mientras exponía sobre este tema en Chengdu, la capital de Sichuán, fue golpeado duramente por la policía. Su instalación no había sido más que la lista de más de 5000 niños fallecidos en el terremoto. Por la golpiza, sufrió una hemorragia interna y tuvo que ser sometido a una cirugía cerebral de emergencia.
Tiempo más tarde, el gobierno demolió su estudio en Shanghái: fue acusado de haberlo construido sin los permisos necesarios. El artista explicó que lo había planificado bajo la supervisión de funcionarios del gobierno, como muchos otros artistas que fueron instados a crear un espacio cultural. Denunció que el gobierno de Shanghái estaba frustrado con sus campañas de derechos humanos. El 3 de abril de 2011 fue detenido en el aeropuerto internacional de Pekín. En China pasó 81 días en la cárcel sin cargos oficiales (aludieron a “delitos económicos”) y cinco años de estricta vigilancia en los que no podía salir del país.
“Yo era la persona más controlada de China”, cuenta. Le habían intervenido el teléfono y la computadora y seguían todos sus movimientos. En su casa había doce cámaras. En 2005 había comenzado a “romper el bloqueo”, con un blog sobre arte que luego incluyó sus comentarios sobre noticias de todos los días. Sus posteos comenzaron a viralizarse rápidamente en un contexto de falta de libertad de expresión. “Era algo mucho más grande que un diario. A la gente le encantaba y a mí también.” La censura no tardó en llegar: le fueron cerrando cada blog que abría y al día de hoy, su nombre no puede aparecer en la Internet china. “Fue un proceso gradual: uno se enamora y comienza a expresar sus sensaciones y sentimientos. Comienzan las discusiones y surgen los activistas. Es muy sencillo. Por eso pensé que nada podía ser mejor que sentarme en mi computadora y hacer eso.” Respecto del control estatal sobre Internet, Ai es optimista: “Todavía no encontraron la forma perfecta para hacerlo”. En los últimos dos años, le dieron la visa y comenzó a viajar por el mundo.
La exposición en Proa estará abierta al público hasta febrero y traerá al país algunas de sus obras más notables, como las instalaciones Semillas de girasol (100 millones de pequeñas semillas realizadas en porcelana) y Por siempre bicicletas, con 760 de estos vehículos apilados. Luego, la muestra partirá hacia el Centro Cultural Banco do Brasil, de Río de Janeiro, y es posible que siga rumbo norte a México. “Mi trabajo debe estar siempre basado en el estudio y la investigación, y tengo que involucrarme emocionalmente para entender las tradiciones y el idioma. Me tengo que convencer a mí mismo y eso lleva tiempo –dice–. Trabajo con las instituciones, los curadores y los museos, pero al mismo tiempo, la creatividad es totalmente libre. Se basa en mi juicio y en mi relación directa con la gente.”
Dice que la poesía es “la calidad superior para ejercer nuestra imaginación y el poder de nuestra mente. Espero que mi arte llegue a ese estándar. Como hijo de un poeta, creo que la poesía es la forma más pura de arte”. No tiene modales de estrella, viste comúnmente y es un “adicto a las redes”. Va dejando huella de sus incontables viajes en su cuenta de Instagram.
De voz baja y hablar pausado, Ai Weiwei conversó con La Nación revista durante la presentación de la muestra que abrirá en Proa. Lo hizo en La Boca, escaso de sonrisas, pero mirando a los ojos.
Este año viajó por el mundo miles de kilómetros.
Durante el rodaje de Human Flow viajamos por 20 países, visitamos 40 campos de refugiados y realizamos cientos de entrevistas a personas en más 900 horas de grabación.
¿Los refugiados son su mayor preocupación hoy?
Es el foco del último año y medio. Claro que, mientras tanto, hicimos muchas exhibiciones de arte, cerca de veinte. Y casi todas estuvieron relacionadas con la condición de los refugiados.
¿Qué puede hacer el arte por ellos?
No sé qué pueda hacer el arte, sólo sé lo que el arte puede hacer por mí: me ayuda a entender la situación y me da la responsabilidad de anunciar esta crisis humanitaria.
¿Ética y estética van juntas?
Es así. Es lo que intento decir: ética y estética van juntas con la moral y la filosofía. Intento que vayan juntas y mostrarlo así. No entiendo al arte que no está preocupado por la humanidad. Si el arte sólo se piensa para el mercado es una vergüenza. El arte no tiene nada que ver con el mercado.
En la conferencia de prensa que brindó en el país durante su visita en agosto, dijo también al respecto: “La idea de que se puede hacer el bien a través de lo que uno hace nunca fue mi ilusión. El arte puede hacer muchas cosas. Permite que los individuos transmitan sus sensitividades y eso está conectado con la libertad interna, que hace que la humanidad sea más poderosa”.
LA MATERIA PRIMA
“Me moviliza la memoria, volver en la historia, seguir aquello por lo que mi padre había luchado. Y descubrir el mundo de hoy, que es tan distinto.” Su único miedo, cuenta, es la pérdida de la consciencia de la humanidad. “Como artista es mi obligación expresarme. Y a veces tenemos dudas acerca de lo que estamos haciendo, y por eso tenemos que aportar humor: siempre hay dos caras de una misma moneda, dos posibilidades de cuestionar y ver. Es un mundo de posibilidades expuestas.”
Su trabajo tiene mucho impacto en la sociedad y es fácil de entender su mensaje. ¿Es algo premeditado?
Quiero hablar en lenguaje sencillo a la gente común. Pienso que el arte tiene que servir para darles esperanza, para aliviarles dolores y penas.
Pese a su constante mirada hacia los males del mundo, no es una persona pesimista. ¿Es así?
La vida es maravillosa aunque haya tantos problemas. La vida es un milagro. Debemos ser optimistas. Y nos sentimos bien si podemos luchar y hacer una pequeña diferencia.
¿Cómo ve al mundo de hoy?
Vivimos en una sociedad que cambia muy rápido a nivel global. El futuro no es predecible. Los medios y redes sociales hacen que la información sea más accesible, pero a la vez, los Estados y el mercado son más poderosos que antes.
¿Internet es clave en su práctica artística?
La domina totalmente. Desde 2007, documento y organizo mi labor a través de las redes, además que es donde anuncio trabajos. Todos los días busco ahí noticias y cosas para aprender. Me ayuda a entender el mundo y es una herramienta para comunicarme y para inspirar mi trabajo.
VIVIR VIGILADO
“Desde que nací mi familia ha sido vigilada. No puedo aceptar esa condición. En China sentís que no tenés secretos porque el Estado es tan poderoso que puede hacer que entre familiares se denuncien. No se puede decir libremente lo que se piensa porque puede tener consecuencias como ser sentenciado o enviado a un campo de concentración. Yo estoy acostumbrado a eso. Con la tecnología ahora es posible llegar a controlar todo. Es molesto. En mi casa tengo 20 cámaras.”
¿Quieren conocerme?, se dijo así mismo. Y colocó cámaras en su escritorio, su habitación y su jardín y se dedicó a transmitir su intimidad las 24 horas. Atrajo instantáneamente millones de miradas. Entonces las autoridades le pidieron que dejara de hacerlo y apagara todas las cámaras. “Siempre trato de usar su lógica. Aún así, muchas veces me sorprenden.”
Un día, mientras paseaba por un parque con su hijo, notó que alguien le sacaba fotos entre los árboles. Parecía un turista, pero igual logró sacarle al hombre la tarjeta de memoria y se fue a su casa sintiéndose mal por lo que había hecho. Estaba con dudas, pero cuando puso la tarjeta en su computadora, encontró imágenes del restaurante donde había ido a comer el día anterior, de su chofer, de su hijo. “¿Para qué necesitaba esas imágenes la policía secreta? Es un mundo paralelo donde la vida secreta de los ciudadanos es investigada para encontrar algún tipo de idea.”
En otra oportunidad encontró escondido dentro de su casa un micrófono muy pequeño. Abrió las conexiones eléctricas de su hogar y encontró otros tres. “Todo lo que decíamos, ellos lo sabían.” Les puso un pequeño explosivo al lado para que hiciera ruido. “Y ellos me pidieron que les devolviese los micrófonos porque eran propiedad del Estado. Se excusaron diciendo que se habían olvidado de sacarlos.”
¿Qué tan importante es para usted la libertad de expresión?
Es la más importante cualidad del ser humano. Es la más crucial para los artistas. Sólo con libertad de expresión nos volvemos individuos, nos autoconocemos y podemos decirle al mundo quiénes somos. Esta es la más importante característica en la vida.
Cuando su padre perdió la libertad, se volvió poeta. ¿Qué le pasó a usted cuando perdió la suya?
Mi padre perdió la libertad de por vida. Era un escritor que tenía prohibido escribir. Crecí con eso. Entiendo cómo es eso. Hoy en China tampoco hay libertad. No tenemos medios independientes, no se puede hablar de muchas cosas, no tenemos derechos ni voto. Podés ir preso por hablar de ciertos temas. Con su libertad de expresión la sociedad perdió parte de su humanidad, no hay poder en ella, no hay futuro.
¿Tiene miedo de volver a China?
Soy muy cauto porque mis abogados siguen presos, lo mismo que la mayoría de mis amigos. Fake está ahí, pero no funciona oficialmente [Beijing Fake Cultural Development Ltd es su compañía que, según la policía china, evadió gran cantidad de impuestos y destruyó las pruebas de sus cuentas]. No la cerraron totalmente, pero tampoco puede funcionar. Nunca tengo una respuesta directa.
¿Cómo es tu vida hoy?
Maravillosa. Puedo vivir en hoteles y viajar con mis colegas. Tengo a mi hijo conmigo. Tengo base en Berlín, pero viajo mucho.
Su reciente viaje a Chile tuvo que ver con su padre.
Mi padre y Neruda eran amigos. Él lo recibió en Chile y después, mi padre lo recibió en China. Por eso quise llevar a mi hijo a su casa, donde mi padre juntaba caracoles en la playa. He visto las fotos de chico, y mi padre me hablaba con mucha pasión de esta región.
Según lo que ha visto de la Argentina, ¿qué aspecto de nuestra sociedad podrían motivar una obra suya?
Toda sociedad tiene problemas. No existe la sociedad que no los tenga. Conozco poco de este país, pero puedo ver el problema de la polución a 50 metros de aquí, en el Riachuelo. Anduve por esas aguas y vi que son el resultado de un abuso incontrolado al medioambiente. En China está pasando también. Los países por querer ser ricos, sacrifican demasiado. Eso es muy malo para los chicos, las casas, para todos, y lleva mucho tiempo y dinero tratar de repararlo. En una sociedad democrática y saludable esas cosas pueden llegar a cambiarse gradualmente.
EL DRAMA DE LOS REFUGIADOS
“Cuando cayó el Muro de Berlín, había once países con cercas y muros fronterizos. Para 2016, ese número había aumentado a 70. Estamos presenciando un aumento del nacionalismo, un incremento en el cierre de las fronteras y una actitud de exclusión hacia los migrantes, los refugiados, las víctimas de la guerra y de la globalización”, dijo a la prensa Ai en la apertura de su proyecto Good Fences Make Good Neighbours (las buenas rejas hacen buenos vecinos) que presentó en Nueva York el 12 de octubre pasado. La exposición se compone de más de 300 estructuras, fotografías y carteles que distribuyó por toda la ciudad. Las grandes jaulas emplazadas en lugares icónicos permanecerán en las calles hasta el 11 de febrero.
Human Flow, el film dirigido por el artista que fue estrenado en septiembre en Venecia y que podrá verse en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, también retrata la crisis global de inmigrantes y refugiados. Para la crítica, Ai busca poner en imágenes –que puedan trascender los títulos de diarios– la magnitud del problema, su “terrorífica e indescriptible inmensidad”.
“Me siento muy apegado a esta gente que está en una situación desesperante. Perdieron todo, llegan a una tierra en la que quieren ser felices, donde no hablan el idioma y tienen costumbres y religiones distintas. ¿Por qué atraviesan tantos peligros para cruzar el mar? ¿Y por qué hay tantos que mueren ahogados? De noche podía ver desde la playa –de Lesbos, Grecia– 20 o 30 barcos que llegaban con esta gente. Y me pregunté qué podía hacer por ellos. No podía darles ni un té y ningún estado europeo los estaba ayudando. Llegan con frío en la oscuridad, no tienen comida, son miles.”
Durante el curso de un año, Weiwei filmó en 23 países distintos y 14 campos de refugiados. Grabó más de 600 horas de entrevistas en África, el sudeste asiático, Medio Oriente, Norteamérica y muchos puertos de Europa. Para la monumental tarea se necesitó de un equipo de más de 200 personas, incluidos media docena de operadores de drones. “Eso me dio una imagen completa de la historia, los problemas y el futuro de los refugiados. Escuché sus miedos y sus recuerdos. Todo tristeza. Nadie quiere escucharlos. Un abuso a la dignidad humana.”
Su intención es siempre llegar a la mayor cantidad de gente posible. Cree que por mucho tiempo el arte contemporáneo ha sido una actividad de una elite que deja de lado al público. “Pienso que el arte le pertenece a todo el mundo y que todos tienen el derecho de entenderlo. Por eso siempre trato de romper los límites y trabajar en áreas que generalmente no se consideran arte. Muchos críticos dicen que mi trabajo es demasiado sencillo, pero para mí está bien. Por ejemplo, en el Líbano, una señora bajó de una moto para mostrarme un catálogo, como si fuera un pariente. Cuatro niños de 11 años me dijeron ¡Ai Weiwei! Me impresionó tanto que me conocieran los niños, lo mismo que los mozos o los vendedores de pizza que me piden selfies. Lo más emotivo para mí es estar conectado. ¡No me interesan los museos! Yo quiero crear a mi manera”.
1957
Nace el 28 de agosto, en Pekín. Su padre es denunciado durante el Movimiento Antiderechista y en 1958, la familia es enviada a un campo de trabajo
1961
Comienza su vida en Shihezi, Xinjiang, donde se exilian durante 16 años
1981
Vive en EE.UU., mayormente en Nueva York, donde estudia con grandes maestros y comienza a crear arte conceptual
1993
Regresa a China después de que su padre enfermara
2005
Es invitado a bloggear para Sina Weibo, la plataforma de Internet de China
2009
Le cierran el blog por sus opiniones sobre un terremoto y las Olimpíadas
2011
Es detenido por supuesta evasión de impuestos. Luego del revuelo mundial, es liberado tres meses más tarde
2014
Explora los derechos humanos y la libertad de expresión con su exposición en Alcatraz
El futuro
Desde el 25 de noviembre la Fundación PROA ofrecerá la gran retrospectiva de su obra. Por su parte, el Festival de Mar del Plata exhibirá su documental Human Flow (2017), con dos fechas confirmadas: el domingo próximo (19/11) y el lunes siguiente (20/11)
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