Ahora vienen por el sueño
¿Estamos preparados para un mundo que ya no existe? ¿Un mundo con días y noches, con primaveras y otoños? ¿Sin vuelos transmeridianos, sin aire acondicionado, sin series de TV durante toda la noche? ¿Se viene el fin del sueño? ¿Y de los sueños? Si bien las palabras recientes del presidente de Netflix ("nuestro principal competidor es el sueño") sonaron apocalípticas y terroríficas, vale la pena analizar su puño lleno de verdades. No es nada nuevo: el sueño fue también el gran enemigo de la Revolución industrial; había que lograr que esas chimeneas humearan todas las noches y, casi literalmente, reinventar la luz (un tal Thomas Alva tuvo mucho que ver con esto). Pero si en algún momento el insomnio fue un hecho forzado, o al menos aceptado como un mal necesario (pero un mal, después de todo), hoy lo perseguimos como una zanahoria con cafeína. De todas las tecnologías exponenciales, el insomnio es la más peligrosa.
Algo así argumenta el profesor de arte Jonathan Crary en su estremecedor libro 24/7: el capitalismo tardío y el fin del sueño. Uno de los ejemplos es conocido: cómo la guerra produce picos de innovación y nuevas tecnologías. Está, por ejemplo, la invención del modafinilo, una droga milagrosa mantiene soldados despiertos durante días, sin (¿sin?) efectos secundarios. Y quien dice soldados, obviamente dice parroquianos que quieran saber de qué se trata. O las investigaciones sobre las aves migratorias que se mantiene despiertas durante una semana tratando de llegar a destino. De nuevo: quien dice aves migratorias está a un paso de decir ejércitos, atletas… ciudadanos. Incluso ha habido planes dignos del Kaos del Superagente 86: en los 90 un consorcio ruso-europeo propuso poner en órbita una cadena de satélites que redirigirían la luz del sol hacia la Tierra… por las noches. Todo cierra: menor consumo de energía, plantas confundidas, negocios nocturnos. Pero se parece demasiado a las torturas por deprivación de sueño que hemos visto en tantas películas (y, tristemente, también en la vida real). No solo eso: aun no sabemos el alcance de los efectos de la contaminación lumínica durante la noche, que sin duda afecta a plantas, insectos y, claro, a nosotros mismos.
Más allá de los trabajos nocturnos o los vuelos alrededor de la Tierra, tenemos Grandes Ladrones de Sueños en nuestras casas y hasta nuestros bolsillos. Sí: las pantallas –esas prótesis del siglo XXI– equipadas con una luz nada inocente que le dice al reloj que todos llevamos dentro que no se preocupe, que es de día, que nos queda mucho tiempo de vigilia. Por casualidad o no, la luz que emiten los leds de la televisión, monitores, celulares es de un color tal que confunde a nuestros ojos y cerebros llevándolos a revivir y alargar el día. Y convengamos en que últimamente nadie duerme solo. Allí están, en mesas de luz, paredes y hasta almohadas las pequeñas y grandes alarmas roba-sueños.
En su libro, Crary culpa de estos robos a los sospechosos de siempre: globalización, capitalismo, neoliberalismo… ¿Será que el sueño es nuestro último refugio contra el enemigo? La idea es que a primera vista el sueño no tiene productividad, ni plusvalía… aunque si miramos un poco más, nada de eso se puede lograr sin un cuerpo descansado y saludable (ojo: no sabemos para qué dormimos, y seguro no es solo para descansar, pero sí sabemos que es fundamental para la vida). No es tan nuevo: ya un tal Marx había definido al capitalismo como un reordenamiento de los tiempos que, si antes se reglaban naturalmente por días, noches, estaciones y cosechas, ahora son los mercados los que mueven las agujas a su antojo.
Momentito: no se trata de volver a las fuentes, plantar nuestra propia acelga, comenzar el día con un saludo al sol y renegar de una buena serie en la tele. Quizá el verdadero activismo consista en aprovechar lo mejor que tiene para ofrecernos la tecnología, sin caer en la trampa de que seamos nosotros los únicos aprovechados. Proletarios del mundo uníos… y defended el sueño como una de las grandes conquistas humanas.