Impensado cuando aún trabajaba en una conocida casa de indumentaria, pero su fama fue tal que los clientes se multiplicaron con los años: “Cuando venía Sergio Denis el local se llenaba de gente”
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En San Telmo lo conocen como “Oscar, el florista”. Su oficio pasó a ser su apellido. No es casualidad que muchos vecinos lo saluden diciéndole “Ahí llegó el 81″, ya que en la quiniela dicho número significa las flores. Oscar Larrea tiene 70 años (aunque con su energía aparenta muchos menos) y es un personaje muy querido en el barrio. “Soy un amante de la naturaleza. Ella me salvó, me dio fuerzas para seguir adelante. Es que a principios de los 90 me quedé sin empleo y tuve que empezar de cero: arranqué a vender ramitos de rosas, fresias y jazmines en la calle por la zona de Microcentro”, rememora, mientras acomoda la colorida vidriera con fileteado porteño de su local, sobre Av. Independencia 711, con rosas, gerberas, crisantemos, margaritas y variedad de plantas colgantes para el interior de los hogares.
“No son clientes, yo les digo amigos. A ellos les debo todo”
Don Oscar es una persona alegre y llena de vitalidad. Todo el que pasa por su local lo saluda. Él los llama por su nombre. “Para mí no son clientes, yo les digo amigos. A ellos les debo todo”, dice. Y comienza a relatar su historia. Nació en La Boca y es fanático del club azul y oro. De pequeño jugaba en la calle a la pelota de trapo. Luego, se crio en Barracas. “Mamá me decía que era importante el estudio, pero no pude terminar la escuela. Trabajé desde muy chico. A los diez años me iba a acompañar al hielero con el reparto para ganarme unos pesos. Hacía varios mandados para ayudar en la economía familiar”, cuenta. Una tarde, mientras jugaba en la plaza con sus amigos, lo descubrieron los productores de la película “Alias Gardelito” y lo convocaron para actuar de extra en una escena. “Había que rebuscárselas. Me divertí. Durante un tiempo fui asistente del cantante Héctor Jorge Ruiz, de nombre artístico Sabú”, agrega. Años más tarde, trabajó como verdulero, carnicero y en diferentes sastrerías de la ciudad. Hasta que le llegó la oportunidad de ser gerente en una importante casa de indumentaria, que antiguamente se ubicaba en la calle Santa Fe y Larrea. “En esa época trabajábamos marcas internacionales. Venían a buscar muchos trajes clásicos, camisas y corbatas. Atendía a gente del ambiente artístico, periodistas y jugadores de fútbol”, recuerda. Sin embargo, a principios de los 90 el local cerró y él se quedó sin empleo.
Una tarde de 1992
Don Oscar, caminaba desahuciado y sin rumbo en busca de nuevas oportunidades laborales. Lucía un prolijo traje, camisa y corbata. Mientras cruzaba Corrientes y Acuña de Figueroa, le llamó la atención el delicioso aroma del flamante “Mercado de las Flores”. Sin dudarlo ingresó: buscaba despejar y aclarar las ideas. “Fue amor a primera vista. Las plantas, ramos y arreglos me cautivaron. Todo era una belleza”, admite. En ese instante se le ocurrió la fantástica idea de comprar varias y salir a venderlas por la ciudad. “Recuerdo que llegué a mi hogar repleto de flores. De las cuales no sabía ni sus nombres. Mi familia me decía que estaba loco. A mí lo único que me importaba era que a ellos no les faltara el pan, quería trabajar y hacer algo digno.”, rememora. Esa noche, preparó pintorescos ramitos con papel transparente y cinta de colores, que colocó en una enorme caja de cartón. A la mañana siguiente, entusiasmado, tomó el colectivo y comenzó a ofrecerlos a los viajeros.
Vendió un par, pero no se desanimó. Ese mismo día se ubicó en una esquina estratégica: Rivadavia y Perú, a metros de Plaza de Mayo. “Muchos habitués, entre ellos empresarios y banqueros, que venían a la casa de indumentaria me reconocieron. Me compraban seguido y me empezaron a mandar clientela”, dice. Con el tiempo, se hizo conocido en la zona como “el florista Oscar”. Cuenta que en esa época, a diario, vendía unos 500 paquetitos. “Era muchísimo”, reconoce. Luego, se compró un canasto de mimbre para llevar más cómodo la mercadería. Desde siempre se caracterizó por la buena atención y variedad de ramos según la temporada: rosas, jazmines, claveles, gardenias, lisianthus, entre otras. Los fines de semana lo encontrabas con su canasto por las calles de San Telmo.
Durante más de diez años Don Oscar fue vendedor ambulante
En el 2003 logró cumplir el sueño de abrir las puertas de su emprendimiento. “Ese día había terminado mi jornada laboral. Venía tranquilo con el canastito de mimbre vacío y vi un enorme cartel de “Se alquila”. Enfrente había un puesto de revistas, comencé a charlar con el diariero y resulta que nos conocíamos de la infancia en Barracas. Parecía que la vida me estaba dando una señal: encontré el local y a Horacio, un amigo”, rememora Larrea. En un principio, pensó en llamar a su florería “Naguil”, en honor a Nadia y Guillermo, dos de sus hijos, pero los mismos clientes le sugirieron que sea “Oscar”. Él admite que lo dudó, pero al fin y al cabo así era conocido en el barrio.
“Abrí con lo que tenía. Un par de flores y plantitas. Siempre fui de meterle para adelante y no aflojar”, dice. Por la mañana, los siete días de la semana, él llega antes de las ocho al local para acomodar toda la mercadería en sus respectivas macetas. Está abierto todo el año, salvo en Navidad y Año Nuevo. “Pero si surge algún pedido en esas fechas voy a entregarlo personalmente”, dice, entre risas. Una de las actividades que más disfruta del oficio es visitar el mercado de las flores “Mercoflor” en La Plata. Allí, se acerca todos los lunes, miércoles y viernes en busca de sus preciadas flores, plantas (de interior y exterior), tierra, fertilizantes, entre otros artículos de jardinería que le solicitan los clientes. Tiene proveedores de años, pero le encanta personalmente elegir la mercadería que va a ofrecer y recorrer cada uno de los puestos.
Sergio Denis, solía ser un habitué. “Venía y se llenaba el local”
En lo de Don Oscar los ramos y arreglos florales se preparan en el momento, según el pedido. Él suele hacer sugerencias, pero tiene un ritual: siempre escucha las necesidades de cada cliente. Sencillos, de colores claros o llamativos, pomposos, para sorprender a un ser querido, fiestas de quince, casamientos, coronas para funerales, entre otros. Con moño, cinta, papel manteca o madera. “Las flores nos acompañan durante toda la vida: desde el nacimiento hasta la muerte”, dice. El Día de la madre y el de la Primavera son dos fechas en las que tiene gran cantidad de pedidos. Ahora se prepara para San Valentín. “Ese día salen mucho las rosas, las astromelias y los lirios perfumados”, anticipa. Oscar, está contento de que uno de sus hijos continúe sus pasos: Guillermo abrió un puesto de flores en la calle Belgrano y Perú. “Tiene una mano para armar los ramos”, dice, orgulloso.
A su florería llegan clientes de toda la ciudad. Incluso muchos lo acompañan desde sus inicios. Cuenta que durante la pandemia crecieron las consultas por las plantas para interior y las asesorías en balcones y jardines. “La calidad no se negocia. Me emociona cuando me doy cuenta del paso del tiempo. El otro día, le preparé un ramo de novia a una clienta que también tuve la oportunidad de acompañarla en su comunión y fiesta de quince”, confiesa. Sergio Denis, solía ser un habitué. “Cada vez que venía se llenaba el local”, dice. En una época Larrea regresó a su faceta de actor y participó en algunos sketchs de Susana Giménez.
“Amo las flores y el encuentro con la gente. Día a día para mí es más lindo. Acá estoy un montón de horas y me siento muy feliz. Hasta el final de mi vida quiero trabajar de esto”, remata. A su lado, se encuentra una canasta de mimbre que guarda como reliquia, es la que lo acompañó durante sus primeras andanzas en las esquinas porteñas.
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