Agradecer, perdonar y pedir perdón
El ejercicio de hoy es tan sencillo como difícil. El orgullo puede presentar oposición, resistencia. Pero si pensamos en que la dimensión de nuestros dramas son proporcionales a nuestro ego, bien vale el intento de atreverse a agradecer, perdonar y pedir perdón. Comencemos la clase de hoy disponiéndonos a hacer tres columnas. Una para cada una de las siguientes preguntas o consignas: ¿A quién o quiénes debería agradecer? ¿A quiénes, pedir perdón? ¿A quiénes, perdonar?
Hemos aprendido a agradecer y/o a pedir perdón por mandato, por culpa, inseguridad, sumisión, por conveniencia. Quienes busquen un rédito sanador (y transformador) deberán saber que de nada servirá agradecer y/o perdonar por el sólo hecho del deber, sino por la auténtica necesidad y deseo reparador. No tiene ningún efecto positivo, y hasta puede empeorar aún más la situación, cualquier acto de gratitud o resarcimiento en el que no gobierne la plena conciencia, la auténtica decisión y el compromiso. Dicho esto, vuelvan a revisar la lista.
Cambiemos debería por deseo: ¿a quién deseo agradecer? ¿A quién, pedir perdón? ¿A quién, perdonar? Sólo resta poner el deseo en acto. Les aseguro que, sea cual fuere el daño, hay garantías de superación. Por algo la ciencia se ha apasionado en los últimos años por investigar y demostrar los beneficios físicos y emocionales que otorga el reconocimiento y el resarcimiento emocional. Los expertos han comprobado cuánto puede mejorar la calidad de vida de quienes han perdonado, incluso, hasta al asesino de sus propios hijos.
Vayamos por partes. Empecemos por los beneficios del gracias; por el despertar de emociones positivas que genera tanto en quien agradece como en quien recibe el agradecimiento. Sorprende ver la reacción positiva de diversas áreas del cerebro a la hora de dar o recibir un gracias. La gratitud es un potente reductor de estrés, angustia y ansiedad. En un estudio de 2002, Robert Emmons y Mike McCullough descubrieron que tan sólo con identificar cinco cosas por las que estamos agradecidos, nuestro nivel de felicidad se puede incrementar en un 25 por ciento.
Respecto al gracias, algo más: ¿el gracias de quién estás esperando? ¿Cuánto influye o condiciona esta espera? ¿Vale la pena seguir esperando? La ciencia dice que el perdón no sólo ayuda a combatir los trastornos del ánimo, sino que puede prevenir accidentes cerebrovasculares. Pedir perdón o perdonar, ¿es una capacidad, una virtud, un aspecto de la personalidad? Es, ante todo, una decisión. Un proceso interno, un trabajo tan personal e individual que puede llevarse a cabo sin que quien nos haya dañado se dé por enterado.
¿Qué fue lo que tanto te dañó? ¿Cuál fue la verdadera intención del agresor? ¿Es realmente imperdonable? La reconocida investigadora argentina y doctora en psicología Martina Casullo hace alusión a que "quien perdona se libera de un vínculo de apego negativo con aquella experiencia traumática". Podemos, incluso, perdonar hasta a aquellos con quienes ya no tenemos forma de contactar, ya sea porque hayan muerto o porque hemos perdido rastro. El perdón no implica indulto o reconciliación. El perdón libera.
Es por demás saludable dar por terminado un litigio, cerrar una herida o cualquier otro asunto pendiente. ¿De cuántas oportunidades de encuentro, crecimiento y autosuperación nos estaremos perdiendo por seguir enquistados en aquello que creemos (o que realmente) pudo habernos perjudicado? ¿Vale la pena otorgarle poder a aquello que nos distanció o trazó una grieta irreparable?
¿Quién puede tener más poder que uno a la hora de decidir sobre nuestros estados emocionales? El otro puede influir o condicionar, pero nunca determinarnos, excepto que decidamos condenarnos a la dependencia emocional.
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