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La eventual -o concreta- suspensión de clases y cierres de circulación nos encontraron “con el caballo cansado” como dicen en el campo. El año pasado hicimos un esfuerzo sobrehumano para sostener casas, trabajos -o pérdidas de trabajo-, hijos y sus clases virtuales, padres mayores aislados y asustados, etc., etc.. Lo resistimos porque fue ocurriendo de a poco, porque también se anunciaba de a poco, y cuando nos dimos cuenta de que iba para largo ya se acercaban la primavera y la esperanza o ilusión de las vacunas y la apertura.
Sin resto emocional ni económico
Hoy la situación es muy distinta: no tenemos resto emocional ni económico-financiero, ya sabemos de qué se trata y lo que ocurre cuando nos quedamos en casa durante tanto tiempo. Tememos que se repita ese encierro que resultó innecesariamente largo y no cumplió con los objetivos. Durante ese tiempo no se tomaron las suficientes medidas -tan indispensables como prometidas- para afrontar esta inevitable segunda ola (me refiero a más testeos, más camas en los hospitales, más personas vacunadas). Si a eso agregamos el vacunatorio VIP, ¡qué pocas ganas nos quedan de colaborar y cómo fantaseamos con tirar todo por la borda y hacer lo que tenemos ganas!, lo que de hecho vienen haciendo los adolescentes que no piensan tanto antes de hacer lo que les divierte. Pero... los adultos tenemos que responder buscando la mejor solución para todos, en lugar de reaccionar impulsivamente.
Recuperar las energías
Todos los días suena el despertador y volvemos a empezar, sin cambios… Nuevamente en casa con los chicos y el teletrabajo, o, más grave aún, sin trabajo… ¡cómo se parece la vida hoy a la película El día de la marmota! Respiremos hondo varias veces cada mañana al despertarnos y busquemos la forma de cuidarnos los adultos a nosotros mismos para poder seguir acompañando a nuestros hijos y a nuestros mayores. Un ratito más en la cama, una ducha caliente, cinco minutos al sol en el balcón o en la plaza, otro tanto de ejercicios de yoga o de meditación, un llamado telefónico a una amiga, una caminata, una lectura, un ratito para ver televisión: introduzcamos a lo largo del día actividades cortitas que nos devuelvan energía, que nos permitan recuperarnos, volver al eje, seguir funcionando, sonreír.
No podemos bajar los brazos, somos como la gallina del cuento que ponía todos los días un huevo de oro, tenemos que encontrar la forma de tener energía para seguir poniéndolos, sin rendirnos y sin dejarnos llevar por nuestro enojo o frustración. Esto implica bajar nuestras expectativas; volver a decir muchas veces que no sin ofendernos por las malas caras de los otros; pedir ayuda, incluso exigirla, a nuestros chicos; hacer convenios familiares; sostener las rutinas. Esas son algunas de las cosas que podemos hacer durante el día para cuidar nuestro capital energético e intentar no sólo llegar a la noche en cierto equilibrio sino también despertarnos al día siguiente de la misma forma. Pensemos los días de a uno, sólo por hoy (como decía Juan XXIII), es la única forma de no desperdiciar la escasa energía que tenemos ya sea añorando el pasado o temiendo el futuro.
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