“Agarrá la bici”, un consejo de locos
Los subtes están llenos. Hay que dejar pasar uno, dos, tres; y quizás todavía no se pueda subir. El tren hace un recorrido reducido, ya sea por obras, o por un accidente con un pasajero o porque una estructura de hormigón se derrumba y suspende el servicio de manera indefinida. El colectivo es una opción, pero las calles están saturadas, las frecuencias son una historia de ficción y generan todavía menos certidumbre acerca del horario de llegada al destino. La última opción legal tal vez sea tomar un taxi. Resignar dinero es una solución posible cuando la prioridad es ser puntual y no jugar con el tiempo ajeno. La excusa de "la calle está terrible" ya no sirve como excusa, y hay que salir con tiempo. Más tiempo que eso que antes era tiempo. Pero los dos primeros taxis que frenan no quieren ir para el lado del Micro y Macrocentro -porque después de las 11, sin tener el permiso correspondiente- sólo se puede circular por avenidas. Entonces, de vuelta al subte o al colectivo, lo mismo da. Lo que nunca -nunca- falta es quien te diga "agarrá la bici". De locos.
De manera lenta y progresiva quedó instaurada la creencia de que la bicicleta es una solución para cualquier problema de transporte, y no. Cuando se paga un boleto de tren o de subte o de colectivo, se trata de viajar bien y no de evitar tomar el transporte. Con frecuencias que se cumplan y en coches limpios y cómodos, como mínimo. Además, que tanto más feliz se llegaría al trabajo si el viaje fuera un viaje y no una sinfonía de empujones, ¿no? Pero no. Entonces, cuando se vive a 15 kilómetros, cuando se tiene que respetar cierta vestimenta, cuando en el destino no hay duchas ni vestuarios y cuando en el camino no hay ciclovías; ¿qué hay que hacer? ¿Agarrar la bici y hacer como que cualquiera está capacitado para andar en bicicleta por la calle? ¿Presumir que todos tienen bici, casco, accesorios reflectantes y un estado físico que permita llegar bien, trabajar todo el día y después volver? De locos.
Agarrar la bici es, sin dudas, una buena opción para los que viven en Palermo. O Caballito, por ejemplo. El sistema es muy bueno, pero no se puede ni siquiera desear que sirva para reemplazar a ningún otro medio de transporte. Buenos Aires no es Copenhague ni los argentinos somos suizos. Y eso es lo que los biciliebers no terminan de aceptar. Porque es tan cierto que mientras ellos suman kilómetros y estado atlético con cada trayecto, también aportan algo de caos cuando no frenan en los semáforos, se suben a las veredas o andan en zig-zag entre los autos. La verdadera solución -una que conjugue de manera correcta a los autos particulares, al transporte público, a los ciclistas, los moteros, los taxistas, los conductores de Uber (cuando no les pegan) y los peatones- lleva mucho más trabajo que decir "agarrá la bici". Que el marketing no tape la realidad. Por eso todavía hoy, en 2018, nadie parece estar ni cerca de cómo mejorar esa pavadita que se llama llegar a tiempo de un lugar a otro. De locos.