Sobrevivía junto a otros animales en un campo de la localidad de Mercedes, en la provincia de Buenos Aires. Probablemente allí había nacido y pasaba sus días confinada a lo que le había tocado por suerte en su vida: enganchada a un alambrado con su bozal que, además, tenía apliques de cadenas para ser atada junto a otro caballo. Este es un método que se usa para que los animales no crucen los alambrados. Al estar atados en tándem, cuando uno de los dos realiza un movimiento, casi con seguridad golpea con el palo la cabeza de otro.
Desde potranquita, Mancha había padecido golpes, en la cara y en el cuerpo, por lo que todo intento de tocarla o acercarse despertaba en ella el más absoluto terror y, lógicamente, su instinto de huir. En esas condiciones la encontró Agustina Rebagliati, una vecina de la zona que, en la medida de sus posibilidades, ayuda a los animales que lo necesitan. Después de una larga conversación con el dueño de la propiedad, Agustina logró que el hombre soltara al poni para poder brindarle asistencia veterinaria.
"Después de un rato logramos desatarla, fue ahí cuando le pregunté si me dejaba llevarla. A lo que accedió. Estaba lastimada. Y aterrada. Tenía 5 años. Cuando la tuve en casa, pude ver de cerca el bozal que tenía colocado. Seguramente llevaba años con ella. El problema era que la cabeza había crecido, pero el bozal no. Lo tenía incrustado en el cuero casi 5 cm. Y ella estaba sumamente lastimada. Lo peor era el terror que tenía a ser tocada. Si veía que alguien se acercaba y levantaba las manos, salía espantada. Antes de poder hacer algo con ella, había que sacarle el bozal, que además le generaba dolor en el hocico por los alambres que tenía".
Con la ayuda de su padre, que es médico veterinario, y luego de varios intentos, finalmente lograron sacarle el bozal. La manearon, la voltearon y retiraron la cuerda. Limpiaron la herida, le aplicaron antibióticos, la antitetánica y las vacunas correspondientes. Para el resto, Agustina sabía que tenía que ser paciente y el siguiente paso fue dejarla libre en un potrero de 1000 mts. para que pastara a gusto.
Los siguientes días, después de su jornada laboral en Tribunales, se dedicó a pasar entre 2 a 3 horas con Mancha para que la conociera. "Me quedaba quieta y dejaba que ella solita se acercara. Con el tiempo fui ganando su confianza, luego la entré a mi casa y comenzó a sociabilizar con más humanos. Siempre había que acercarse a ella con precaución para no asustarla. Le empecé a dar avena y pan como golosinas y se ponía feliz. Con el tiempo pasaba las tardes en casa y se acostaba con humanos. Eso fue un logro enorme porque el caballo se acuesta en lugares donde se siente confiado".
Al tiempo, Mancha consiguió un hogar y se fue a vivir a otro campo cerca de la casa de Mercedes. El caballo se caracteriza por su excelente memoria y recuerda especialmente a quienes lo han tratado bien y quienes han hecho de su vida una mala pasada. "Me daba mucha risa porque, a veces, cuando me despertaba a la mañana, la tenía frente a mi puerta, como quien pasa a saludar y, en su caso, a pedir golosinas. Le daba pan y la acompañaba a su nueva casa".
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