Fortalecer la autoestima como padres es un recurso necesario para guiarlos en su camino de autodescubrimiento. Cómo lograrlo.
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Cuando nuestros hijos se acercan a la adolescencia, como adultos, lo mejor que podemos hacer por ellos es fortalecer nuestra autoestima. Para poder diferenciarse y descubrir quiénes son, ellos van a poner en duda nuestra cosmovisión, van a apartarse de nuestros caminos conocidos para investigar otros nuevos y diferentes a esos caminos elegidos y queridos por nosotros y por ellos mismos hasta poco tiempo antes... Rendimiento académico, ropa, peinado, intereses, gustos, deseos, forma de hablar, forma de relacionarse pasan a formar parte de sus investigaciones y ensayos.
Salvo en cuestiones fundamentales como salud, ética, seguridad o el bienestar de todos, no hagamos fuerza en contra de sus exploraciones porque así no necesitan alejarse tanto. Por otro lado, en muchos temas van a darse cuenta solos de que el camino conocido es mejor que el que ellos ensayan.
En cambio las exploraciones se hacen muy largas cuando se convierten en desafíos, peleas, luchas de poder. Confiemos en lo que venimos haciendo y en lo que ellos son, más atentos a eso que a lo que hacen.
La mejor fórmula
Es importante que los adultos seamos plenamente adultos en nuestra forma de movernos, vestir, actuar y hablar para que ellos no necesiten ir tan lejos en sus intentos de diferenciarse: la bikini más chiquita, el tatuaje más grande, el riesgo más alto, la música más fuerte, la respuesta más grosera, etc.
Volviendo a nuestra autoestima: no nos tomemos personalmente las cosas, no las hacen en contra nuestra sino a favor de sus investigaciones. Recordarlo nos va a permitir conservar la calma y no ofendernos ni enojarnos tanto. Es preferible dejar clara nuestra postura, decir las cosas una vez y retirarnos, ya que en los primeros meses de ensayos adolescentes es probable que protesten -incluso digan que no- pero hagan caso, siempre hay tiempo para insistir si no fuera así y anunciar una consecuencia.
Cuando llegamos a anunciar la consecuencia busquemos una que podamos hacer cumplir, es muy denigrante para nosotros por ejemplo forcejear para sacar de la mesa a nuestro hijo de 12 que mide y pesa igual que nosotros… ¡y no lograrlo!. ¡Cuanto más seguro -y más eficaz- es decirle “me voy de la mesa si volvés a hablar así (o eructar, o molestar a tu hermano, etc.)” que pedirle que se vaya y empezar a gritar y/o tironear si no lo hace!.
Además de cumplibles, las consecuencias tienen que ser preanunciadas: darles una oportunidad de hacer lo que les pedimos como modo de evitarlas. Lo mismo que con los más chicos, las mejores consecuencias son cortas, activas y reparadoras. Y después de que las cumplan ¡nos olvidamos del tema! No les recordemos ni los amenacemos todo el tiempo con lo que ya pasó (mirá que vas a volver a quedarte sin teléfono), solo logramos arruinar el clima de la casa. Aprendamos a dar vuelta la página y a que cada día empiecen con la hoja limpia y no con una larga lista de antecedentes que sacamos a la luz a cada rato.
La mejor fórmula para esta etapa y para todos los años de crianza: empatía + firmeza amorosa + paciencia. Cuando miramos el mundo desde su posición y entendemos lo que sienten y desean nos va a ser más fácil decir que sí o decir que no amorosamente y la paciencia va a llegar sola, sin necesidad de que la convoquemos.
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