Adriana Pegueroles: alma nómade
Nació en Santos Lugares. Trabajó como bailarina y actriz, vivió aquí y allá. Hasta que un día la llamaron del célebre Cirque du Soleil para incorporarse al staff. Y ahora vino a su propia tierra con el espectáculo Saltimbanco, de la compañía canadiense. Esta es su historia
El ritual se repite inevitable. Cualquiera que sea el rincón del mundo en el que se encuentre. Llega a su habitación de hotel y corre los muebles a su antojo, saca de la valija sus portarretratos, su computadora, su cafetera y su taza de té personal, y arma su rincón.
"Siempre hay que empezar de cero", dirá Adriana Pegueroles hablando de su carrera. Pero, en ella, vida y carrera se confunden en un manojo de límites imprecisos.
Es la única argentina (la única latina también) entre los 55 artistas de todo el mundo que conforman el elenco de Saltimbanco, el espectáculo que vino a presentar por primera vez en el país el Cirque du Soleil, la compañía circense de Canadá reconocida internacionalmente. Con ellos recorre el mundo desde hace seis años y, desde entonces, ya hizo su exhibición de zapateo y boleadoras más de dos mil veces.
"Sí, necesito mi taza y armar mi rincón para sentir que el lugar en el que estoy es un poco mío", dice.
Diferentes países, ciudades, hoteles y personas. Lo que se dice, una verdadera vida de circo. Una vida ambulante. Será porque vive en un mundo en el que todo cambia permanentemente. Será por eso que ella elige mostrarse firme. Segura. Invulnerable. Casi arrogante. Su metro setenta y cinco, los rasgos duros de un rostro rematados por una profunda mirada de ojos oscuros y una actitud corporal de permanente estado de alerta la ayudan.
Su historia no le rehúye a ninguno de los elementos típicos del género. Si fuera un libro, no faltaría del estante: Vidas en pos de un sueño. Su transformación en artista del circo más refinado y reconocido del planeta es una parábola ascendente casi perfecta. El punto de inicio: Santos Lugares, provincia de Buenos Aires, donde nació hace 43 años y donde al tiempo sintió la clara inclinación por ser artista. "Bailarina, actriz; lo que sea, pero artista". Luego, la Escuela Nacional de Danzas del Teatro General San Martín y más adelante, su ballet estable. Tiempo después, una gira por Rusia y España, y allí la tentación, origen de su vida de trotamundos actual: "Me di cuenta de que tenía ganas de irme y de investigar otros mundos y me jugué". Volvió a la Argentina sólo para preparar sus valijas y marcharse definitivamente.
En Europa no tardaron en llegar los (infaltables) tiempos difíciles. La distancia, la falta de dinero, el idioma extraño y hasta su excesiva altura, que la inhabilitó para consagrarse en el mundo de la danza, la hicieron bailar al ritmo de la incertidumbre. Eran los primeros –de muchos– cambios.
"Algunos pueden pensar que es fácil irse a Europa y adaptarse, pero es muy, muy difícil. El choque cultural, la distancia… Todo pesa. Profesionalmente no es nada fácil evolucionar donde no te conoce nadie. Hay que empezar siempre de cero. Por momentos, lo único que me quedaba era la fuerza interior como para seguir luchando y decir: bueno, si me fui es para algo. Hay que salir adelante."
Adelante la esperaba el próximo paso: como un desenlace natural de su preferencia por la danza de carácter, los roles "más actuados" y el flamenco llegó a los ritmos folklóricos de su país natal y, con ellos, al malambo y las boleadoras. "Me di cuenta de que la danza de mí país era lo que más me hacía alucinar. Que era una danza de carácter y de coordinación que iba mejor con mi forma de ser", define segura.
Tiene una manera determinante de hablar. Disparando palabras en español, inglés o francés sin parar para respirar. Ante la falta de silencios en su alocución hay que estar atento para adivinar cuándo llega un punto y empieza una nueva frase. Así suena. Categórica y con algo de garbo transitando la trastienda del inmenso circo como ama y señora. Así se mueve.
Asegura que siendo argentina en París se podría haber dedicado al tango y que hubiera ganado "muchííííííísimo" dinero. Pero no quiso. "Yo dije: voy a respetar lo que me viene de adentro. Y este número de boleadoras es lo que quería hacer."
En ese momento apareció la posibilidad de trabajar con el grupo Los Indianos, de Koki y Pajarín Saavedra (los reconocidos bailarines folklóricos oriundos de Santiago del Estero) y de hacer su número con boleadoras por primera vez en el contexto de una compañía. "Ahí me dije: por acá, por acá está la cosa. Y la vida empezó a sonreír."
Volver a empezar
Al tiempo estaba trabajando con Alfredo Arias (el célebre director teatral argentino radicado en París) en un espectáculo musical titulado Mortadela, que la trajo de gira a la Argentina en 1994 y luego la llevó a Canadá. Fue ahí donde su camino se cruzó con el de la gente del Cirque du Soleil. "Me conocieron y finalmente, en el año 2000, me llamaron y me dijeron: ¿estás disponible para empezar el show?".
Seis años después el show está por empezar. Faltan minutos para que comience una de las funciones de Saltimbanco en la Argentina y Pegueroles repasa su historia en el centro de la carpa de diez mil metros cuadrados del circo.
"Digamos que el Cirque fue empezar otra vez con otra cosa… Fue otro cambio rotundo en mi vida porque tuve que dejar todo… Dejé París, dejé los amigos, dejé todo, todo, todo…", repite, mientras por sobre su cabeza, a cinco metros del suelo, la china Ren Jun limpia el alambre por el que caminará durante la función.
En breve, también será la argentina la que se prepare aporreando sus boleadoras antes de salir a escena.
La rutina de trabajo es muy precisa: no bien empieza el espectáculo, en su rol de presentadora recordará la prohibición de utilizar teléfonos celulares e indicará con gracia, ahí sí, lento y pausado, cuáles son las salidas de emergencia. Inmediatamente después se cambiará de ropa y hará su número completo para nadie tras bambalinas. Treinta minutos después lo repetirá, pero frente a una platea deslumbrada que intentará seguir con la mirada el recorrido imposible de sus boleadoras.
Cuenta que hasta hace poco hacía la rutina completa antes, durante y después del show, "porque necesitaba descargar la energía y para ver si resistía hacer otra función inmediatamente". Pero confiesa que ahora tiene mucha más tranquilidad para trabajar.
Ahora dice que adquirió una madurez profesional indispensable para poder hacer lo mismo "todos los días, todos los días, todos los días…"
–¿Tenés que estar siempre "muy arriba" para rendir?
–Siempre… todo el tiempo... (contesta sin pensar). Pero no, no muy arriba. Hay que estar donde hay que estar. Porque si te vas muy arriba después te vas muy para abajo. Hay que tener mucha disciplina porque, si no, no aguantás. Son diez shows por semana y llega un momento en que, si te pasaste para el otro lado, te lastimás, te cansás, te enfermás. Y hay que seguir trabajando.
–¿Cuánto hay de obsesión en tu trabajo?
–Es muy obsesivo. Uno trata de mejorar, mejorar, mejorar, y el día que te salió mal, o que no llegaste al diez, te frustrás. Yo tuve momentos en los que miraba el video de cada función todos los días. Todo los días durante años, miré cada función, cada detalle. Después me di cuenta de que no era por ahí. Ahora ya trabajo de otra manera. Pero sí, hay mucho de obsesión.
–Vos sos bailarina pero estás en un espectáculo que tiene mucho de acrobacia, ¿cuánto podrías decir que hay de ballet y cuánto de acrobacia en lo que hacés?
–No (terminante). Yo no soy acróbata ni me tiro por el suelo haciendo de payaso ni todas esas cosas. A mí me llamaron para desarrollar una técnica precisa que yo ya hacía de una manera completamente diferente, mucho más salvaje. Me llevó mucho tiempo adaptarme a la ropa, al vestuario, al maquillaje, al concepto escénico. Tuve que adaptarme completamente a esto. Pero está bien así. Porque lo lindo es que uno está formando parte de algo. La vedette es el Cirque du Soleil. Nosotros vamos participando del show, pero no es nuestro show. Nosotros somos anónimos; la vedette es el circo.
–¿Cómo se combina un trabajo tan pasional con una estructura tan industrial como la del Cirque du Soleil?
–Tenés que amar mucho lo que hacés. De otra manera no aguantás. Hay que tener, de entrada, la voluntad personal de acomodar toda tu vida a esto.
–¿Y qué hay más allá de esto?
–Sé que profesionalmente va a ser muy difícil arrancar con otra cosa después de esto. Yo quiero ser actriz. El próximo paso de mi carrera es actuar. Entonces va a haber que empezar de cero otra vez. La gloria nunca la tenés por completo. Ahora yo estoy en un momento muy interesante, pero termina el show y se terminó todo. Es lindo y es agradable, pero no hay que creérsela jamás. El día que te la creés porque estás trabajando en el Cirque du Soleil, chau, terminaste tu carrera. Decí adiós, porque de ahí arriba no te baja nadie y te quedás solo. La carrera de un artista es muy efímera. Todo está hoy y mañana no hay nada más y hay que empezar todo otra vez.
–¿Y en la vida personal?
–En la vida privada hay cosas que no están. En un momento tuve un noviazgo de unos dos años; la relación duró lo que tenía que durar. Yo no quise sacrificar mi vida profesional y él tampoco. Yo sigo con mi trabajo, sigo con mis cosas. El día que conozca a alguien que me dé vuelta la cabeza por ahí dejo de trabajar. O encuentro a alguien acá (en el circo), durante la gira… En este momento tengo un amigo, una relación con alguien de acá que ojalá dure, pero no sé, porque esa persona por ahí el año que viene se va para otro show… O por ahí me voy yo… O por ahí paro de trabajar... Por eso es muy difícil tener una relación. Quizá se pueda, pero hay que hacer sacrificios personales y profesionales que yo no estoy dispuesta a hacer por nadie en este mundo. En algún momento tenés que tomar una decisión. Y, para mí, la prioridad siempre fue mi carrera. Si no, no estaría acá.
Si no, no estaría ahí: bañada por las luces del circo. La mirada firme. El rostro colmado de una sonrisa plena. El cabello color caoba tirante hacia arriba. Y el traje en blanco y rojo rematado por unas botas hasta la rodilla.
Ahí. Ante la mirada de dos mil quinientas personas boquiabiertas. De pie, arriba del escenario, con el mismo aire de autosuficiencia que demuestra abajo. Con el aspecto de una reina que encandila a sus súbditos con malabares geniales mientras, impiadosa, les da órdenes. Una soberana distante que gira sogas en el aire hasta volverlas invisibles mientras sin ningún esfuerzo aparente dice: "¿Ven lo que puedo hacer?".
A nadie se le ocurriría siquiera imaginarla moviendo los muebles de su cuarto de hotel para sentir que ese lugar le pertenece, aunque sea, momentáneamente. Para empezar, una vez más, de cero.
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