Adrián Paenza: pasajero en tránsito
Doctor en matemática, periodista deportivo, comentarista de fútbol, conductor de un programa político, es además autor de un libro sobre matemática que ya lleva catorce ediciones agotadas y cuyo tercer volumen acaba de salir al mercado
El, de entre todos los hombres.
El: el hijo de Fruma y de Ernesto, de judía y de católico unidos por fe en el ateísmo.
El, hermano de Laura, sobrino de Delia, de Elena, de Miriam, de Elenita.
El, que a los diez tocaba el piano en Radio Provincia y que propiciaba un grupo de rock llamado The Hooks. El, que supuso que la química era su vocación hasta que, en el examen de ingreso a la facultad, tuvo una clase de lógica matemática y supo que, si la matemática era eso, él quería. El, que se doctoró con una tesis titulada Corrientes residuales en el caso de intersecciones no completas, y que pasó un año intentando desentrañar el enunciado: entender qué era lo que tenía que resolver. El, de entre todos los hombres. El hizo lo que hizo: lo insólito, lo inédito, lo único: tornó a la matemática best seller. El. El ciudadano Paenza.
Y es, al menos, extraño porque de todas las ambiciones que puede tener una persona la que sin dudas no reclama Adrián Paenza para sí es la de ser alguien con una vida extraordinaria.
–En general, en la vida nos manejamos en términos medios. Uno siempre tiene la tentación de creer que lo que piensa es importante. Y eso es muy peligroso. Yo trato de protegerme de eso todo el tiempo. Y no me cuesta.
Al otro lado de la línea, desde Chicago, la voz de Adrián Paenza se enciende rodeada por un halo de estática. Es la voz del entusiasta perfecto: la voz de alguien que avanza sin que le importe el resultado. La voz de alguien suspendido, eternamente, entre el asombro y la curiosidad.
Del fútbol al periodismo
Nació en Villa Crespo en 1949. Empezó el colegio primario a los cinco años, el secundario a los once, la facultad a los 14, y nunca sintió que eso fuera producto de alguna condición excepcional: él prefiere decir que no fue mérito suyo sino que todo se lo debe a su madre y su padre, que se ocuparon de sacar, de su potencia, lo mejor.
A los 16, porque le gustaba el fútbol pero sabía que no podría jugar decentemente, se ofreció, y lo aceptaron, para trabajar en La Oral Deportiva, junto a José María Muñoz: él prefiere decir que no fue mérito suyo, sino efecto de haberse cruzado en el camino de Muñoz y encontrar el coraje para preguntarle “¿Por qué no me hace una prueba? Yo quiero ser periodista”.
Sea como fuese, desde entonces se entregó feliz a ese destino en el que se mezclaron el fútbol y la matemática, una vida pública entre la televisión y la radio (que tuvo a su vez una trayectoria extraña: de La Oral Deportiva y Fútbol de Primera a la revista Veintiuno y los programas televisivos Día D y Periodistas) y una vida austera que transcurría en las aulas de la Facultad de Ciencias Exactas y naturales de la UBA donde daba clases. Y a lo largo de treinta años de trabajo constante Adrián Paenza fue un pasajero en tránsito: un matemático que devino periodista deportivo que devino conductor de programas políticos que devino conductor de programas de ciencias que devino el hombre que escribe sobre matemática. Su vida, de a poco, empezó a convergir hacia lo que siempre fue.
Desde Chicago
–Vine a Chicago porque estaba hablando mucho, y tenía que callarme y empezar a escuchar.
La voz de Adrián Paenza suena igual a sí misma por teléfono: firme, concisa. Ajustada a las frases como un guante firme. El vehículo más eficaz para transmitir lo que quiere transmitir: el amor por la peor y la mejor de las bestias, por esa dama erizada.
–Vine a Chicago en diciembre de 2002. En abril de 2002 les dije a mis compañeros de Periodistas y al productor, Claudio Martínez, que cuando terminara el contrato con ese programa me quería ir a hacer una experiencia en Estados Unidos. Y me vine. Viajo a la Argentina seguido para grabar Científicos Industria Argentina, el programa que sale por Canal 7 y en el que yo cuento, al final, una historia relacionada con la matemática, una paradoja, una curiosidad.
Y fue esa pequeña coda la que encendió la mecha: un día de principios de 2005 sonó el teléfono en Chicago y la voz de Diego Golombek, director de la colección Ciencia que ladra... de la editorial Siglo XXI, preguntó: “Adrián, ¿te animás a escribir un volumen sobre matemáticas para la colección que estoy dirigiendo?”. Golombek aseguró que bastaba con que pusiera por escrito los problemas de los que hablaba en su programa de televisión. Paenza le dijo que creía que eso no le va a interesar a nadie.
–Me dijo que no importaba, que de eso se encargaba él. Y me quedé pensando. Si había hecho dos años de programas, a 52 por año, tenía 104 historias. Si escribía más o menos dos historias por día, en cincuenta días terminaba.
No tardó cincuenta días, sino más del doble. Meses más tarde llegó a Buenos Aires a firmar contrato y se presentó ante Carlos Díaz, el director de la editorial Siglo XXI, con una condición no negociable: que el libro se pudiera bajar, gratis, de la páginas de Internet del departamento de matemática de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. “Yo soy profesor ahí –explicó– y siento que usé el tiempo que me paga la facultad para escribir el libro.” Díaz dijo que sí, y Paenza firmó el contrato. Sin leerlo.
Y así fue como el periodista deportivo y conductor televisivo y profesor más o menos secreto Adrían Paenza devino autor de un libro llamado Matemática... ¿estás ahí? que lleva más de diez ediciones agotadas.
Y autor, un año después, de un segundo libro, llamado Matemática...¿estás ahí? Episodio 2, que lleva vendidos 40.000 ejemplares.
Y autor de otro libro llamado Matemática... ¿estás ahí? Episodio 3, que sale este mes, y del que, se supone, puede esperarse algo parecido.
Pero, cuando firmó aquel contrato, de todas las cosas que sucedieron Paenza no esperaba ninguna. “De hecho –escribe en el prólogo del libro número 3– la editorial imprimió 3000 (tres mil) ejemplares como primera edición del tomo 1. En cambio, imprimieron 40.000 (cuarenta mil) de la primera edición del tomo 2. O sea, yo no sabía lo que iba a pasar, pero ellos tampoco.”
Y ahora que Paenza es completamente matemático pocos recuerdan que, alguna vez, fue periodista deportivo.
Y aunque parezca extraño, un tiempo hubo en que sucedía exactamente lo contrario.
Amor a la matemática
Hay una historia algo repetida que dice que alguien –quizás el mismo Einstein– intenta explicar, a otra persona, la teoría de la relatividad. La persona que recibe la explicación no entiende, y el que explica intenta de nuevo, de una forma más simple. Pero la persona sigue sin entender, y el que explica intenta de nuevo, de una forma todavía más simple. Y así la explicación sigue simplificándose, hasta que, al fin, la persona que recibe la explicación exclama “¡Ahora sí: ya entendí!”. Y la persona que explica, resignada, dice: “Bueno. Pero ahora ya no es más la teoría de la relatividad”. En los libros de Paenza la teoría de la relatividad es, siempre, la teoría de la relatividad, y ha logrado que el ciudadano que tiembla de horror ante la palabra “cateto” se disponga, libro en mano, a desentrañar el secreto del triángulo de Pascal.
–Es raro, porque las historias que yo cuento no tienen nada inédito. Son cosas conocidas. Es como un libro de cuentos, pero de cuentos que no escribí yo.
En sus libros plantea preguntas, paradojas, curiosidades y problemas que tienen como protagonistas a gatos, pintores, autos, River, Boca, la AFA, el truco, el póquer, las zanahorias o los acolchados: cosas que no asustan. Cosas que todos, él también, han visto.
–La gente odia la matemática, porque no conoce la verdadera matemática. Yo quería mostrarles que la matemática no es eso que te enseñan en el colegio. Imaginate que a un chico lo querés entusiasmar para que juegue al fútbol y le decís: "Te voy a enseñar a ser parte de una barrera". Nunca le va a gustar jugar al fútbol. O que a una persona que no sabe nada de música le quiero enseñar y empiezo poniéndole marchas militares. No creo que sea un buen lugar para empezar. Y la matemática que se enseña es el equivalente a las marchas militares. Se empieza a enseñar por un lugar ríspido. Nadie nace sabiendo manejar, pero uno sabe que vale la pena aprender, que es mejor saber manejar que no saber. ¿Pero qué beneficio te trae a vos saber que los ángulos opuestos por el vértice son iguales? ¿Quién se levanta a la mañana, mira el techo y dice “Mirá estos ángulos”. Las matemáticas, tal como te las enseñan, te responden preguntas que vos no te hiciste. Y nadie se interesa en respuestas a preguntas que jamás se hizo.
–Pero si vamos a comparar la matemática con la música, nadie le va a pedir al arte que mida la razón de su existencia en términos de cuán útil es, o si da o no respuestas a situaciones prácticas.
–Es verdad. Al arte no se le pide una razón práctica para su existencia, pero tampoco el arte clama estar en todos lados. La matemática está en todos lados y cuando uno pregunta para qué sirve te dicen: “Ya te va a servir más adelante” ¿Y cuándo es más adelante? Nunca. La matemática que se enseña en el colegio se enseñaba hace cuatrocientos años. Lo cual no quiere decir que sea falsa, pero atrasa 400 años. ¿Cómo puede ser que una ciencia que entre sus especializaciones tiene una que se llama teoría de juegos no se enseñe en el colegio primario ni en el secundario? No sé. Yo soy un matemático mediocre. Más bien me transformé en un difusor de la ciencia. Se trata de ser lo mejor que uno puede ser, y yo me vi siempre con la capacidad de contar. O mejor: de poder entusiasmar. Pero si yo hubiera sabido lo que iba a pasar con estos libros, los hubiera escrito hace veinte años.
Hubiera: no es tiempo verbal que convenga a un matemático.
lguerriero@lanacion.com.ar
Fotos: Soledad Aznárez (Apertura)/gent. Ed. Siglo XXI
Para saber más: www.sigloxxieditores.com.ar
Un adelanto...
Matemática... ¿estás ahií? 3. Capítulo: Juegos y matemática.
La matemática tiene una rama que se llama “Teoría de juegos”. Sí: teoría de juegos. ¿No debería ser suficientemente atractiva una ciencia que ofrece juegos en su menú? ¿No sería interesante considerarla como alternativa para estimular a los niños/jóvenes en el colegio? Ahora bien: ¿de qué se trata esta teoría? Se trata de aprender y diseñar estrategias para ganar, y que sirven en la vida para enfrentar situaciones cotidianas. Obviamente, nadie puede asegurar un triunfo (porque todos los participantes podrían haber estudiado del mismo libro), pero se trata de encontrar la mejor manera (la más “educada”) de jugar a un juego, o de enfrentar un problema de la vida diaria. Quiero empezar con lo que se llama pensamiento estratégico. Dos personas o grupos compiten para conseguir algo que está en juego. Puede ser una partida de ajedrez, un partido de fútbol, pero también una licitación que hace un gobierno para adjudicar cierto tipo de telecomunicaciones, o la electricidad. Incluso, individuos que quieren conseguir un trabajo. Usted y el otro, o usted y los otros, alguien puja con usted para obtener algo. Este (esos) otro(s) piensa(n) igual que usted, al mismo tiempo que usted, acerca de la misma situación. En todo caso, se trata de saber quién es capaz de maximizar el retorno (en el sentido de “ganancia”).
En esencia, se trata de diseñar una estrategia para enfrentar a sus oponentes, que deberá incluir inexorablemente cómo anticiparse a lo que ellos van a hacer, cómo contrarrestarlos, y cómo hacer para que prevalezca su posición o, si lo prefiere, cómo hacer para que pueda ganar usted. Por supuesto, así como tendrá que considerar qué es lo que el otro jugador está pensando, él, a su vez, tendrá que considerar lo que piensa usted. Y justamente, la Teoría de juegos es el área de la matemática que se ocupa de cómo optimizar ese tipo de toma de decisiones, y se basa en generar y estudiar modelos que simulan interacciones entre dos (o más) partes, y encontrar la estrategia más adecuada para obtener un objetivo determinado. Y acá entra en escena el comportamiento racional. ¿Qué quiere decir? Uno puede decir que actúa con racionalidad cuando: –piensa cuidadosamente antes de actuar; – es consciente de sus objetivos y preferencias; –conoce sus limitaciones; – sabe cuáles son las restricciones que impone el contorno; – estima qué va a hacer su oponente de acuerdo con lo que usted cree que son sus virtudes y flaquezas; – puede anticipar varias jugadas; – puede imaginar diferentes escenarios. La Teoría de juegos agrega una nueva dimensión al comportamiento racional, esencialmente, porque enseña a pensar y a actuar en forma educada cuando uno tiene que enfrentarse con otras personas que usan las mismas herramientas. Como escribí más arriba, la Teoría de juegos no se propone enseñar los secretos de cómo jugar “a la perfección”, o garantizar que nunca va a perder. Eso ni siquiera tendría sentido pensarlo, ya que usted y su oponente podrían estar leyendo el mismo libro, y no podrían ganar al mismo tiempo. La mayoría de los juegos son lo suficientemente complejos y sutiles, e involucran decisiones basadas en la idiosincrasia de las personas o en elementos azarosos, como para que ni la Teoría de juegos (ni nada) pueda ofrecer una receta que garantice el éxito. Lo que sí provee son algunos principios generales para aprender a interactuar con una estrategia. Uno tiene que suplementar estas ideas y métodos de cálculo con tantos detalles como le sea posible, de manera tal de dejar librado al azar, justamente, lo menos posible, para de esa forma ser capaz de diseñar lo que se denomina “la estrategia óptima”. Los mejores estrategas mezclan la ciencia que provee la Teoría de juegos con su propia experiencia. Pero un análisis correcto de cualquier situación involucra también aprender y describir todas las limitaciones. Tome cualquier juego en el que haya interacción y apuestas entre los participantes. Por ejemplo, truco, tute o póquer, por sólo nombrar algunos de los más comunes. Parte de la estrategia es saber “mentir”. Pero, otra vez, ¿qué quiere decir saber mentir en este caso?
Me explico: aunque parezca loco, se trata de que quien no tiene una buena mano, o no tiene buenas cartas, alguna vez sea descubierto por sus rivales. Lea de nuevo lo que dice: uno necesita que los oponentes lo descubran (a uno) mintiendo. ¿Por qué? Sencillamente, porque no es bueno para usted que se sepa de antemano que, siempre que usted hace una apuesta o un desafío de cualquier tipo, lo hace porque tiene buenas cartas. (...)
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