¿Adolescentes violentos?
Recientes hechos de agresión extrema protagonizados por jóvenes han sacudido a la opinión pública. Aquí, los expertos sostienen queel fenómeno no los involucra sólo a ellos, sino que es reflejo de una sociedad en crisis
Los expertos coinciden en que, víctimas y victimarios, hoy los jóvenes y adolescentes argentinos son hijos de una sociedad violenta, desigual y fragmentada que los empuja al miedo y a la desconfianza, a la frustración y al resentimiento.
El final del ciclo es la desolación, la ignorancia, la irritación, la agresión, la conducta antisocial y hasta el suicidio y el homicidio.
Ante semejante cuadro, muchos se hacen una pregunta hoy quizá más necesaria que nunca : ¿qué ha hecho la sociedad y qué ha hecho el Estado para que un chico de 15 años piense que su vida no vale nada?
De los 12,9 millones de jóvenes menores de 18 años que hay en la Argentina, 7 millones viven en hogares pobres. De ellos, 2,9 millones son indigentes. La franja más castigada –2,8 millones– corresponde a chicos de entre 6 y 12 años, aquellos que se encuentran en el período escolar primario.
Según la Organización Internacional del Trabajo, un millón y medio de niños de nuestro país de entre 5 y 14 años son explotados en las calles, obligados a trabajar de vendedores, de abrepuertas, de limpiavidrios, cuando no a prostituirse. El 40% de ellos abandona la escuela, y otro 14% repite o se atrasa.
"Los pibes son hijos de una sociedad despatarrada –dice el sociólogo Alberto Morlachetti–. Una sociedad que es nuestra creación, que de algún modo supimos construir. También es nuestra creadora; sin ésta no existirían los jóvenes que nos atemorizan. La violencia es hija de muchos silencios: nace de sus profundidades, aparece por un instante y regresa a sus abismos. Por eso, la infancia debe ser territorio de familia, escuela y juego."
El penoso acontecimiento de Carmen de Patagones, en el que el mes pasado un adolescente de 15 años mató a tres de sus compañeros, habría que observarlo desde el contexto social y no exclusivamente desde una geografía acotada al ámbito escolar, más allá de la patología que pueda establecerse del autor de las muertes. El hecho es, según los expertos, un emergente de la violencia social, del impacto de esa violencia en los niños y adolescentes.
Defensas debilitadas
"Las frustraciones y resentimientos que albergan los adultos dan lugar a dificultades para conectarse emocionalmente con sus hijos, cuidarlos y orientarlos", explica la licenciada Norma Krasnapolski, psicóloga (UBA), especialista en familia y coordinadora del programa de adopción del Hospital Dra. Carolina Tobar García.
"Es posible, así, que descarguen sobre los chicos esos sentimientos de frustración y resentimiento, ya sea en la forma de maltrato físico o psicológico, por desatención o por trato negligente –agrega–. Los efectos de tales conductas son tremendamente destructivos. Arruinan la infancia y dejan hipotecado el futuro de los chicos, ya que debilitan sus defensas físicas y psicológicas."
Estudios recientes revelan que los factores que más influyen sobre el comportamiento de los chicos son la familia, la pobreza o la marginalidad y los medios de comunicación, en ese orden.
En el caso de las escuelas, al decir de los maestros, cuando los chicos son protagonistas de actitudes violentas, por lo general los padres se desentienden, no concurren a las convocatorias y descargan culpas en el maestro o en la escuela.
Para completar el círculo de responsabilidades, uno de cada cuatro maestros sostiene que su escuela no toma medidas para prevenir la violencia.
Hugo Castellano, director del portal educativo Nueva Alejandría, reflexionó en oportunidad de una entrevista publicada en la Revista con relación a los episodios de violencia en las escuelas: "La agresividad de los jóvenes se ha exacerbado por una cultura que ha hecho de la violencia un espectáculo cotidiano, un entretenimiento que no provoca alarma ni repugnancia, sino pura satisfacción. Muchas manifestaciones violentas no tendrían lugar o no alcanzarían la magnitud que les conocemos sin el poderoso catalizador de los medios globalizados".
Para el presidente de la Fundación Centro de Actividades Psicológicas Asistenciales Comunitarias (Capac), doctor Pablo Rispo, el adolescente es el último eslabón de la violencia. "Es, por decirlo más gráficamente, como la ley del gallinero –afirma–. Uno de los errores más comunes es preguntar dónde está el culpable de lo que sucede, cuando todos somos responsables de esta situación. Si esto no se entiende así, vamos hacia la destrucción social."
Rispo señala además el doble discurso al que los chicos están expuestos constantemente. "En la escuela le dicen una cosa; en la familia, otra, y en la televisión, otra. Hoy, el chico y todos nosotros comemos con los muertos en la mesa; comemos con la televisión-verdad puesta en la mesa. ¿De qué se habla durante la comida? De muerte, de odio, de violencia extrema, de violaciones, de angustia, de desolación... Por eso, no busquemos un culpable; no culpemos a los jóvenes de todos los males; aceptemos que todos somos culpables."
Un recuerdo parece estremecerlo. Y lo cuenta: "Mire, un joven me ha dicho hace poco: no vale la pena vivir; las drogas son mis lágrimas ocultas. Este chico, un drogadependiente, para no llorar, se droga; para no angustiarse, se droga. Estos jóvenes, que no tienen proyecto, que no tienen futuro, que están aislados, lo que hacen es asociarse con quienes piensan igual que ellos. Y ahí ya los perdimos".
Aprendizaje
La adolescencia es crisis. Para la cultura china, significa caos y posibilidad.
La ciencia explica que la violencia, como todo comportamiento, es la expresión de lo aprendido previamente, y el aprendizaje es una función que cumplen las estructuras cerebrales (memorias) que atesoran molecularmente los mensajes recibidos como enseñanzas en los ámbitos familiar, escolar, laboral y social.
El neurobiólogo Osvaldo Panza Doliani –presidente de la Fundación Crecer Sin Violencia– indica que "ello ocurre porque el cerebro no elige los contenidos, sólo los procesa. El comportamiento es el producto final alcanzado por la enseñanza y el pensamiento".
Y agrega: "Es fácil concluir que deben borrarse de todos los ámbitos y circunstancias las enseñanzas de estos contenidos. Para ayudar, debe comenzarse por la observación detallada de los comportamientos de chicos y adolescentes durante las veinticuatro horas, principalmente en las edades vulnerables del desarrollo cerebral, esto es, desde la concepción, de 0 a 2, de 2 a 4, de 4 a 9 y de 9 a 15 años. Ante el registro de comportamientos impropios reiterados, sin importar la edad, el género ni la condición socioeconómica y cultural del observado, se debe actuar. No hay que esperar una corrección espontánea, sin diagnóstico ni asistencia correctos. Si esto no se entiende así, estamos perdidos".
La vida de la persona, desde su origen hasta su final, es un proceso de cambio evolutivo, dice el científico. Y amplía: "El cambio tiene lugar en las estructuras moleculares que la forman. La vida de una sociedad, obviamente, también es un proceso natural evolutivo porque depende de la evolución de las personas que la integran. Con ello digo que cualquier proyecto político que no programe prospectivamente, por lo menos por cincuenta años, sus bases en educación, salud, trabajo, atendiendo a la evolución natural de las estructuras de la vida cerebral de las personas, tiene el fracaso asegurado en cuanto a la formación de libres pensadores y a la convivencia tolerante".
El doctor Rispo coincide. Y apunta que la violencia está instalada "porque no se fomentan la solidaridad y la convivencia pacífica y no se elimina la discriminación. En la relación odiosa siempre existen la agresión y la destrucción. Y esto no pasa sólo en una familia, en un chico, en una escuela: pasa en toda la sociedad, porque el adolescente no es un ente aislado".
Por Jorge Palomar
"Máximas"
- Trate de darle a su hijo todo lo que le pide, desde su infancia. ¡No vaya a frustrarlo!
- Cuando aprenda a decir malas palabras, festéjeselo, así creerá que es muy gracioso.
- No hable nunca de temas profundos o espirituales con su hijo. Total, la vida se los enseñará o tal vez, mejor, sus amigos.
- Cuando es niño, vaya detrás de él levantando todo lo que deja tirado. No lo ayude a tener responsabilidad, ya que cuando sea grande la culpa la tendrá usted, o los demás.
- Las discusiones y las agresiones que puede tener con su cónyuge, téngalas frente a su hijo. Cuando sea grande, intentará irse del hogar por no soportar tantas situaciones de violencia familiar. Habrá aprendido a ser, también él, violento.
- Sosténgalo económicamente y no le enseñe a manejar dinero; menos, que se lo gane con su trabajo. Tampoco le haga pasar los sacrificios que usted pasó. Bríndele todo lo que usted no tuvo.
- Deje que su hijo pase largas horas con la computa-dora, jugando, chateando o viendo programas violentos o pornográficos sin que usted lo sepa.
(De Las posibles maneras y reglas para crear un hijo problema, elaborado por la policía de Houston, Texas, EE.UU., y adaptado por Capac, Buenos Aires)
Un futuro
Por Eduardo Corbo Zabatel
¿Por qué un adolescente se vuelve violento?, se pregunta en los medios una fauna variada de especialistas que no resisten la tentación de responder primero para pensar, quizá no siempre, después. ¿Por qué la violencia de algunos niños y jóvenes explota y nos lleva a pensar espasmódicamente?
En mi escenario, la violencia se instala en la cuadra, en el barrio, en la ciudad donde vivo y en el mundo, ya no distante, sino inmediato. Imágenes de la violencia pueblan, por más que no lo quiera, mi cabeza a un ritmo y con una intensidad que difícilmente puedo metabolizar. En ese mismo escenario, adolescentes y jóvenes que atraviesan una de las etapas más dramáticas y más fértiles –aunque no para todos– de la que será su historia despliegan su vida. Esa vida estará sujeta a su posibilidad de construir una identidad en un entramado de lazos sociales, en el ámbito de una familia donde la palabra circule, en condiciones a veces durísimas y otras no tanto, para pensar un futuro posible.
Esa vida exige una mirada responsable de parte de los adultos, que incluye la obligación del cuidado de ese otro que no responde al modelo de adolescente que fuimos, ni al que idealmente quisiéramos recuperar, porque la realidad es otra y porque en la construcción de esta realidad los adultos hemos tenido, por acción u omisión, una participación que nos obliga a responder por el otro: un adolescente, o sea, un futuro posible.
El autor es licenciado en psicología y magister en ciencias sociales