De chico vivía en un pueblo de 200 vecinos en Argentina y soñaba con estudiar en Estados Unidos y Alemania; de grande cumplió su sueño, pero un país lo conquistó de maneras inesperadas y lo obligó a reinventarse y encarar un duro camino
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Román Espino llegó a España en el comienzo de la llamada “crisis del 2008″, incapaz de percibir el aprieto a su alrededor. “Para un argentino esto no puede llamarse crisis”, bromeaba con sus amigos. Y más aún, para él, en la atmósfera se respiraba alegría pura y sorpresa constante.
En sus fantasías viajeras, Madrid no era el destino típico cuando pensaba en las ciudades europeas, pero la capital española lo cautivó desde el primer instante. Todo le parecía fantástico, desde la infraestructura del aeropuerto o el subte, la sensación de seguridad, hasta el nivel de festividad constante.
“Me cautivaron la cercanía de los españoles y la gente de Madrid, la sensación de que todo era posible, la historia extraordinaria de este país y el nivel de desarrollo que había alcanzado en sus poco más de cuarenta años de democracia”, cuenta Román pensativo.
Vivir en un pueblo y soñar con volar: “Borges escribe en algún lugar que hay que imaginar un futuro tan irrevocable como el pasado”
Román siempre supo que en algún momento dejaría la Argentina atrás. Desde San Enrique, su pequeño pueblo de doscientos vecinos, soñaba con cruzar las fronteras del partido de 25 de Mayo. A los 13 logró dar un primer paso, cuando se mudaron a Sierra de la Ventana, la pequeña ciudad cerca de Bahía Blanca. A diferencia de su lugar de nacimiento, allí él y sus hermanos tenían acceso a una educación secundaria.
Ya entonces, allá por 1992, comenzó a repetir que quería estudiar en el extranjero, en Estados Unidos o Alemania: “En un entorno de aldea primero y de pueblo pequeño después, y de una familia trabajadora como la mía, eso sonaba un poco a delirio. Mi mamá, Elda, sin embargo, me alentó a soñar en grande, y poco a poco me hice a la idea”, cuenta Román. “Borges escribe en algún lugar que hay que imaginar un futuro tan irrevocable como el pasado, y un poco fue así”.
El joven decidió estudiar la carrera de Letras en la Universidad Nacional del Sur, que culminó con éxito. En el año 2007, desde su rincón en Bahía Blanca, comprendió que si quería llegar a una gran universidad, debía contar con una experiencia internacional previa, lo que lo llevó a presentarse a una beca de la Fundación Carolina, España.
“Quedé seleccionado”, rememora. ”Para mi familia y mis amigos fue, por un lado, una gran alegría, porque en principio yo me iba solo por nueve meses y era la oportunidad que estaba esperando, pero no fue fácil la partida”, continúa Román, quien jamás imaginó que nueve meses se convertirían en dieciséis años.
“Y contando. Quizás ahora, que nos vamos haciendo todos más mayores, y que por mi trabajo y diversas circunstancias apenas puedo ir una vez al año, quizás ahora es cuando se está haciendo más difícil”.
Magnífica Madrid y la fascinación con los argentinos: “Esa forma extraña del amor”
Con Madrid fue amor a primera vista. Román se instaló en Delicias, cerca de Atocha y allí pasó sus tiempos iniciales, mientras estudiaba un máster en Filología Hispánica y Análisis del Discurso en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el CSIC (similar a CONICET).
El joven desentrañó poco a poco los secretos de una ciudad siempre viva. Desde el comienzo, pudo apreciar una calidad de vida alta y una cocina sin igual, acompañados por un clima magnífico y la cultura de beber “cañas” (cerveza) en las calles, en bares, de pie, comiendo tapas y pinchos.
“Me cautivó también la serenidad con que se toman las cosas, y la sensación de igualdad, esto fue bastante sorpresivo, porque viniendo de un país como la Argentina, donde las clases sociales, por así decir, viven `separadas´, aquí hay una sensación, quizás ahora menos marcada, de igualdad, de una enorme y extendida clase media”, observa Román.
“Otra cosa que me sigue llamando mucho la atención es la extraña fascinación, generalmente positiva, que los españoles sienten por el acento argentino, por el yeísmo rehilado que caracteriza el habla de quienes nacimos en el centro del país, y por expresiones muy propias de nosotros, la velocidad con que hablamos o nuestro despiadado humor negro incluso entre personas cercanas, esa forma extraña del amor”.
Estados Unidos, el mayor sueño: “Un mundo de meritocracia”
En los años que le tocó vivir en España, Román tuvo la oportunidad de viajar por la región y en su camino conocer la diversidad de climas, lenguas, territorios e historia. Sin embargo, cierto día supo que era momento de seguir viaje hacia su destino natural: Estados Unidos.
En Madrid había conquistado la experiencia internacional que necesitaba para lanzarse hacia las becas de posgrado de las universidades estadounidenses. Se postuló para el Middlebury College y Princeton University, y lo admitieron en ambas.
Sin escalas, Román pasó de vivir en España a hacerlo en el gran país de Norteamérica, en lo que representó la cima hasta entonces de su carrera académica. Allí estudió un máster en Foreign Languages Teaching y comenzó un doctorado en literatura comparada.
En un comienzo todo fue extraordinario, Román había llegado a una burbuja, en un campus de élite parecido a las películas: “Pero que no son los Estados Unidos reales, por así decir”, asegura.
“La experiencia fue de admiración y agradecimiento, la sensación de estar en un mundo que siempre había soñado, un mundo de meritocracia, con todos los medios disponibles para quienes tienen ambición y ganas de abrirse paso, con las mentes más preclaras del planeta en todos los campos, y con un enorme incentivo a la innovación, el emprendimiento individual y la mejora”.
“Conocí a gente de todo el mundo, entre ellos a la profesora Liria Evangelista, que creo aún trabaja en la UBA, a todo tipo de personas que parecían tener siempre un plan, una inquietud y ganas de hacer cosas. Era un poco el paraíso”.
Una sensación extraña y la decisión más relevante de una vida: “No tenía ahorros, sabía que dejaba un espacio seguro académico”
Para Román, vivir en Estados Unidos significaba haber conquistado uno de sus grandes sueños de la vida, y a pesar de ello, una sensación extraña comenzó a apoderarse de él: quería regresar al país ibérico, extrañaba `vivir a la madrileña´.
Fue así que cuando llegó el momento de presentar un proyecto doctoral que lo anclaría a Estado Unidos, tomó lo que él denomina `la decisión más relevante de su vida´: volver a España.
“No tenía ahorros, sabía que dejaba un espacio seguro académico, y que aquí las cosas iban a costar, pero lo hice, fue en secreto, no les conté a mi familia y amigos que me volvía, porque parecía un poco una decisión irracional, pero lo hice”, confiesa.
Y tal como lo había anticipado, volver fue duro. Tardó nueve meses en conseguir una plaza de investigador en la Universidad Autónoma de Madrid: “En ese tiempo trabajé en muchas cosas, desde seguridad en una discoteca a clases particulares a domicilio en el extrarradio de la ciudad, pasando por una beca de colaboración muy modesta en la oficina de estudiantes internacionales de la UAM, a clases de conversación en inglés”, continúa Román, quien en su plaza de investigador doctoral desarrolló su tesis sobre la obra en colaboración de Borges y Bioy Casares.
“Fueron años felices, de mucho trabajo, de mucho leer y aprender, de ir haciéndome poco a poco mi vida aquí, años, además, marcado por el agradecimiento a grandes profesores que había conocido en el primer máster”.
El fin de los años felices y tomar un camino impensado: “Me fui haciendo a la idea de que había alternativas”
Los años felices llegaron a su fin. El mundo académico y universitario dedicado a las humanidades, a la enseñanza de la literatura europea y clásica, o la literatura comparada, era un campo cada vez más limitado, y en 2014, con su contrato terminado, Román lo vivió en carne propia. Ya no había plazas ni puestos por concurso abiertos ni demasiado futuro en la enseñanza de su especialidad. Había llegado el momento de repensar su camino sin abandonar su idea de vivir en España.
Para el argentino fueron años muy difíciles, ¿qué tenía para ofrecer al mercado laboral español? ¿A qué podía dedicarse?: “Mi familia me apoyaba en la distancia, y lo mismo mis amigos aquí y quienes habían sido mis profesores, y la que entonces ya no era mi familia política pero seguía (y sigue) tratándome como uno más de los suyos”.
“En esos dos años comencé otra vez a ganarme la vida con clases particulares, pero sobre todo con clases de inglés conversacional para empresas privadas y altos funcionarios públicos (jueces, asesores de ministerio, directores generales, etc.), y poco a poco me fui haciendo a la idea de que había alternativas”, continúa Román.
Volver a empezar, alcanzar otra cima y hallar pertenencia: “Soy un español de Argentina”
Cuando creyó que su mundo colapsaba, Román venció el temor que conlleva reinventarse. En 2016, consiguió una entrevista en una empresa importante (Eurostar Mediagroup, de la que forma parte, entre otras, Sigma Dos, una de las principales empresas europeas de estudios de mercado y demoscopia), allí conquistó el puesto en gestión cultural y descubrió que en su nuevo campo de trabajo existían múltiples oportunidades. Fue así que decidió abrirse a la curiosidad, acompañado del trabajo duro, lo que lo llevó finalmente a crecer y ser nombrado director de Comunicación.
“Tengo la suerte de estar en un grupo empresarial que tiene desde estudios de mercado a producción audiovisual, desde comunicación digital a interacción con medios, y donde uno puede crecer y desarrollarse si tiene ganas y empuje”, cuenta Román.
“La empresa se ha portado y porta increíblemente bien conmigo, tengo compañeros argentinos que he incorporado a mi equipo, sin saber que eran argentinos sino por su valía”, continúa. “Y sobre los lazos emocionales y personales con las gentes de España solo puedo decir que desde el minuto uno en que aterricé me han tratado estupendamente, la solidaridad y la cercanía aquí son la marca de identidad, y tanto por mi forma de ser como por mi trabajo he hecho muchos amigos y conozco mucha gente. Soy un español de Argentina”.
“Los trenes pasan todo el tiempo y uno puede tomar el que quiera siempre que tenga armado el equipaje”
Han pasado dieciséis años desde que Román atravesó las fronteras para conquistar ese primer sueño que significaba dejar la vida de pueblo atrás. Desde entonces, su relación con Argentina sufrió diversas metamorfosis, afectadas por la distancia y la memoria.
El país, sin embargo, nunca dejó de ser su referencia contextual de quién es, una consecuencia de tres factores determinantes; en primer lugar, esa propensión argentina a comentarlo todo y a convertir cada aspecto de la existencia en tema de una conversación que no acaba en torno a un café o una ronda de mates: “Un intento de narrar y contarnos a nosotros mismos quiénes somos y qué es la Argentina, ese acto de fe, como dijo alguien”, reflexiona Román.
“Lo segundo es que soy un producto de la educación pública argentina”, continúa. “Desde haber hecho la escuela primaria en San Enrique, a mi tiempo en Sierra de la Ventana, donde aprendí todo el inglés que necesitaba aprender, aprendí cosas tan potentes y hoy algunas extintas como mecanografía, caligrafía, dibujo, contabilidad, computación, historia europea, sin saber que me iban a ser tan útiles en el futuro de entonces que es ahora mi presente. Soy, asimismo, un producto también de la universidad pública, esa universidad abierta a todos los ciudadanos, independientemente de nuestro origen socioeconómico. Y dentro de la educación pública soy un producto de los maestros que tuve”.
“Y en tercer lugar, soy hijo de mi familia y de la ética de trabajo que me instalaron y de lo que nos transmitieron a mí y a mis hermanos: que si nosotros estudiábamos, si trabajábamos duro, íbamos a tener un pasar mejor que el que ellos podían darnos. Pienso que encarnamos en cierta forma esa idea del ascenso social a través del trabajo y la educación, esa idea que está en la base del sueño que sigue siendo la Argentina, un sueño aún irrealizado pero que continuamos soñando”.
“Estos dieciséis años han sido un regalo para mí. Mi mamá siempre nos ha dicho, desde pequeños, que los trenes pasan todo el tiempo y uno puede tomar el que quiera siempre que tenga armado el equipaje. Y bueno, es un poco sabiduría verdadera de madre, y creo que lo que he aprendido es que si yo pude, a los 35 años, cambiar de profesión completamente y en relativo poco tiempo crecer como lo estoy haciendo, todo es posible”.
“Quizás lo que he logrado es modesto, pero lo pongo en valor precisamente como el resultado de la experiencia de una persona que se fue de su país con, como diríamos coloquialmente, una mano atrás y otra adelante, y que ha salido adelante. Esto, naturalmente, como todo en la existencia, viene con un precio. El precio que yo pago es estar lejos de mi familia, de mis amigos de la Argentina, y del país donde nací y que forma parte de mi identidad”, continúa Román.
“Borges decía que la herencia argentina, la tradición argentina, es la literatura y la cultura universal, y que no tenemos por qué renunciar a nada para ser argentinos. Ese cosmopolitismo, esa idea del ciudadano del mundo, yo creo que lo he aprendido también a valorar mucho aquí, y en retrospectiva está, junto con la ambición de vivir mejor, como impulso central en mi vida. Uno es lo que los demás han hecho por uno. En sentido muy literal, somos los otros”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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