Durante la guerra del Atlántico Sur, lideró junto al Brigadier Mayor Gustavo Rubén Zini los Skyhawk A-4B que tanto daño hicieron a la Armada Británica
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El 28 de enero último, hoy hace exactamente un mes, murió un héroe de la patria: el comodoro (RE) Ernesto Ricardo Dubourg. Sus amigos lo llamaban “Conejo”. También sus pilotos, aunque solo en tierra firme, porque en el cielo todos lo conocían por su nombre de guerra: “Furia”. Combatió en Malvinas. Fue jefe del Segundo Escuadrón de Skyhawk A-4B de la Fuerza Aérea Argentina. Guió a sus pilotos en el enfrentamiento contra la segunda flota más poderosa del planeta, la Armada Británica.
DE MAR DEL PLATA A MALVINAS
El “Conejo” Dubourg nació en Mar del Plata, dueño de una personalidad arrolladora. Desde muy temprana edad soñó con remontarse en los cielos argentinos dentro de la cabina de un caza Gloster Meteor, jet que en esa época utilizaba la Fuerza Aérea Argentina. Finalmente, el 14 de diciembre de 1963, egresó de la Escuela de Aviación Militar, en Córdoba, con el grado de alférez.
Le tocó atravesar la “era dorada” de la Fuerza Aérea Argentina. Se convirtió en piloto de reactores Skyhawk A-4B, avión en el que consolidó una amplia experiencia como piloto de caza en la V Brigada Aérea de Villa Reynolds, provincia de San Luis.
La Guerra de Malvinas lo sorprendió como Jefe del Segundo Escuadrón de Skyhawk A-4B. Junto al vicecomodoro Gustavo Zini, que entonces era Jefe del Primer Escuadrón, construyó y consolidó un poderoso equipo, único para la época, pese a que sus aviones ya mostraban huellas de un uso excesivo. Comparados con los aviones enemigos, sus A-4B estaban en evidente inferioridad tecnológica, lo que los dejaba en clara posición de desventaja.
Sin embargo, Dubourg siempre confió en la capacidad de su escuadrón. Depositó toda su esperanza en la experiencia que tanto él como sus pilotos habían acumulado en la cabina de los Skyhawk. Dominaban sus naves con excelencia gracias a la enorme cantidad de horas ganadas en adiestramiento.
El valor y la destreza que demostraron sus hombres en los ataques a la flota británica sorprendieron al mundo. Los elogios para los temibles “halcones” (nombre que adoptó el escuadrón desde su origen, inspirado en el nombre de su avión) no solo llegaron de parte de los ingleses: el as franco brasilero Pierre Clostermann, que voló en la RAF durante los años de la Segunda Guerra Mundial, los visitó luego de la guerra. Quería conocer a los hombres que enfrentaron sin titubear a la tercera potencia mundial, torciéndole el brazo, algo inimaginable. A los temibles “halcones”, como se conocía al escuadrón, que adoptaron el nombre
“EL LÍDER QUE CUALQUIERA QUISIERA TENER EN LA GUERRA”
La muerte de Dubourg caló profundo en sus pilotos. Antonio Zelaya, actual Comodoro (RE) VGM y que fuera uno de los Jefes de Escuadrilla bajo las órdenes de Dubourg lo recuerda: “Era el líder que cualquiera quisiera tener en la guerra... y nosotros tuvimos ese privilegio“.
El Brigadier Mayor Sergio Gustavo Mayor (RE) VGM también destacó el liderazgo extraordinario de Dubourg: “A pesar las durísimas pérdidas sufridas, mantuvo la cohesión del escuadrón. Siempre dando el ejemplo. Cualquiera de sus pilotos no hubiera dudado en acudir al combate junto a él… hasta que no quedase ningún avión o ningún piloto”.
El Brigadier Mayor Gustavo Rubén Zini (RE) VGM, jefe del Escuadrón Uno, quien lideró junto a Dubourg el Grupo V de Caza, lo recuerda como una persona que sabía expresar muy bien sus ideas: “Su sensibilidad permitía que los demás sintieran lo mismo que él y eso impactó muchísimo en todos nosotros. Era un gran profesional, su inteligencia y aplomo le permitieron sostener a sus pilotos en momentos difíciles. Su conducción se basaba en el ejemplo y eso repercutió tremendamente en su escuadrón y en todo el grupo. Éramos dos escuadrones, pero conformamos un gran equipo. Así lo entendimos ambos. Su partida nos produce un gran dolor irreparable”.
Dubourg era un caballero del aire, un piloto “de otros tiempos”. Querido, leal, honrado y dueño de una sonrisa contagiosa. Sus camaradas lo reconocían como un hábil piloto y un tirador letal. Sus manos, que empuñaron el comando y acelerador de un A4B Skyhawk durante los duros días de 1982, podían sacar las más dulces melodías de una guitarra acústica. Era un buen cantor de folclore.
UN JEFE EN EL AIRE
Durante la Guerra de Malvinas, el “Conejo” Dubourg recibía las órdenes de sus superiores y las mejoraba para que sus pilotos tuvieran mejores chances de ataque y resultados exitosos en sus misiones. Cuando las órdenes no eran precisas, exponía con vehemencia las desventajas que presentaban: sabía que cualquier error, por más mínimo que fuese, podía costarle la vida a sus pilotos.
No se limitó a liderar su escuadrón desde la base: voló junto a sus pilotos sobre Malvinas, en pleno conflicto. El 28 de mayo de 1982, completó su primera misión: al mando de la escuadrilla “Nene”, recorrió a baja altura la variada geografía del archipiélago. Sus pilotos trataron de convencerlo de que permaneciera en tierra, ya que preferían que su líder se mantuviera “fuera de peligro”, pero eso para “Conejo” era inaceptable.
El 7 de junio volvió a despegar, esta vez con la escuadrilla “Potro”. Dubourg piloteó el Skyhawk A-4B (C-207). Los otros “halcones” jefes, que no tenían obligación de salir, a quienes se les recomendaba directamente no volar, tampoco evitaron el conflicto. No se quedaron en el nido. El Jefe del Escuadrón Uno, el Vice Comodoro Zini también participó en misiones. Y el Vice Comodoro Mariel tuvo que insistir para que le permitiesen volar junto a sus pilotos, hasta que lo consiguió el 24 de mayo...
Ese día, la escuadrilla “Nene” compuesta por el Vicecomodoro Manuel Mariel, el Teniente Cervera, Mario Roca, Primer Teniente Héctor Sánchez y el Alférez Marcelo Moroni ingresaron a la bahía de San Carlos para atacar a la flota británica.
Un camarógrafo inglés captó las imágenes que sorprenderían al mundo: los Skyhawk del Segundo Escuadrón, volando a 950 kilómetros por hora entre los mástiles de los buques británicos, perseguidos por fuego antiaéreo y misiles. Durante el ataque, una bomba lanzada por el teniente Cervera alcanzó al buque Sir Lancelot y le ocasionó averías de consideración.
Los “halcones” de Dubourg ya habían dado muestras de su coraje previamente, el 12 de mayo, cuando dejaron de combate al destructor HMS Glasgow, obligándolo a regresar a Gran Bretaña. Pagaron un precio muy alto por su hazaña: perdieron a cuatro de sus mejores hombres.
Dubourg, Zini y sus pilotos planificaron una misión única: atacar el principal puesto de comando británico entre los Montes Kent y dos hermanas. Dubourg y Zini insistieron en participar de la misión, pero los pilotos les informaron que su cuota de liderazgo se encontraba cubierta. Ya habían demostrado su valor y su profesionalismo al volar junto a ellos. Les dijeron que los necesitaban en tierra.
Las islas se encontraban rodeadas. La flota británica circundaba el archipiélago. Las tropas enemigas ya habían conquistado sectores claves y seguían avanzando. Y su aviación mantenía controlado el espacio aéreo, casi en su totalidad.
Sin embargo, seis Skyhawk A-4B argentinos lograron deslizarse entre las islas sin ser detectados y alcanzaron su objetivo. Sorprendieron a los británicos en su puesto de comando, los bombardearon y generaron un gran caos.
Durante el escape del area, uno de los siete Skyhawk A4-B fue alcanzado por fuego enemigo. El jet era piloteado por el joven Alférez Guillermo Dellepiane que comenzó a quedarse sin combustible. Dubourg en tierra escuchaba las comunicaciones desesperadas del piloto que pronto debería abandonar su avión y quedar para siempre perdido en el mar. Los ruegos de Dubourg fueron atendidos desde lo alto, todos los aviones regresaron a San Julián y pudo abrazar a su piloto al regreso de la misión.
Los “halcones” pelearon hasta el final del combate. El 8 de junio otra escuadrilla del Segundo Escuadrón hundió el lanchón de desembarco Foxtrot 4.
“Mis pilotos me dieron una lección mayor: me enseñaron cómo se muere por la patria”
Tras la guerra, el “Conejo” Dubourg cultivó un bajísimo perfil. Apenas concedió un par de entrevistas. No le agradaba que lo llamaran “héroe”. Él siempre respondía que era un profesional formado en la Fuerza Aérea Argentina. “Uno entre tantos”, insistía. Tampoco se hubiese considerado digno de este merecido homenaje.
Bregó, desde el final de la guerra y por el resto de sus días, para que los nueve pilotos del Grupo V de Caza caídos en combate fueran reconocidos como héroes de la patria “Cada uno de ellos es mi hijo. Los formé y los vi crecer como profesionales. Les enseñé cómo se combate por la patria… pero ellos me dieron una lección mayor: me enseñaron, como se muere por la patria”, dijo alguna vez.
Luego de su retiro, el “Conejo” Dubourg pasó el resto de sus días “en el ostracismo de la Patagonia”, como solía decir. Se asentó primero en San Carlos de Bariloche y luego en Villa Mercedes, provincia de San Luis.
Dejó escrito y grabado un discurso memorable que ofreció en un acto durante un aniversario de la Guerra de Malvinas: “Cuando ya no esté, les pido que me recuerden junto a ellos, en el más modesto lugar, al final de la lista, no porque lo merezca o pretenda estar a su altura, sino para que me recuerden como alguien que los llevó en el corazón y quiere quedarse para siempre en el de ustedes. Alguien que hizo lo posible por protegerlos, alguien que lloró muchas veces a los hijos que perdió, alguien que, cuando los recuerda henchido de orgullo, los imagina como ese Halcón solitario que nos vio nacer allá, en lo alto de la montaña y nos representa. Ese Halcón tiene nueve heridas en el pecho que jamás van a cicatrizar, pero también tiene una gota de sangre en el pico y, aunque tenga los ojos humedecidos por la emoción, no lo oculta pues sabe que, entre otras cosas, un guerrero valiente es aquel que sabe llorar a cara descubierta. Aún con sus lágrimas este Halcón herido conserva la fiereza en su mirada: alerta, desafiante y aguerrido está listo para volver a golpear en la próxima batalla”.
El “Conejo” Dubourg vuela libre como un halcón solitario orbitando entre los cerros. Su jet de combate Skyhawk A-4B (C-207) permanece en el Museo Nacional de Aeronáutica, testimonio ineludible para las presentes y futuras generaciones de argentinos. Es el recuerdo inequívoco de una constelación de aviadores únicos, de buena madera, que fueron tallados por Dubourg y Zini.
Temple que lleva los apellidos de Nivoli, Ibarlucea, Del Valle Palaver, Guadagnini, Arrarás, Bolzan, Vásquez, Gavazzi y Bustos, caídos en Malvinas. También de los “halcones” que luego del conflicto se les unieron: Gelardi, Varela, Mariel y el del Segundo Jefe de Escuadrón, Ernesto Ricardo Dubourg.
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