La práctica del yoga en un momento de alta demanda laboral le abrió los ojos; y decidió volver a sus raíces.
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Asegura que tuvo una infancia estándar. Nacido y criado como hijo único en una familia de clase media de la ciudad de Mar del Plata, a los 19 años decidió que era tiempo de comenzar a invertir en su formación y se mudó a la capital para dar forma a ese deseo. Durante sus años de estudios universitarios, pronto comprendió que sentía una especial atracción por lo conceptual detrás del funcionamiento de los bancos. Una pasantía en IBM le dio la oportunidad de desplegar las alas. Al poco tiempo obtuvo un puesto como consultor en Ernst & Young y se sumergió en el mundo de los bancos. Hacia 2004 se trasladó a JP Morgan, siempre interesado en las finanzas.
“Aunque mi madre siempre me había estimulado para que realizara diferente tipo de actividades, sobre todo deportes, a mí siempre me había gustado el inglés: de chico siempre pedí estudiar ese idioma. Por eso cuando pude crecer dentro de esas grandes empresas sentí, de alguna manera, que estaba logrando todo lo que alguna vez había soñado. Banco, dinero, información y la práctica continua de inglés me pareció una combinación increíble”.
“Nueva York me abrió la cabeza”
Afianzado como joven profesional, su paso por la filial local en JP Morgan, lo animó a dar el siguiente paso. Aunque atravesaba una crisis personal propia de la edad, aceptó una propuesta para trabajar en las oficinas centrales de la empresa en Nueva York, Estados Unidos. Allí accedió a un programa para egresados de MBA de Estados Unidos, de Ivy Leagues (las universidades más importantes) y compartió tiempo con gente que estudiaba en Columbia, Harvard y Yale. Definitivamente había ganado su pase y estadía a las grandes ligas.
Nueva York fue un antes y un después en su vida. Aunque no de la forma en la que imaginaba. “Me abrió muchísimo la cabeza sobre todo cuando, al año y medio, me mudé a Brooklyn -en realidad fue a Williamsburg más precisamente-. En ese lugar estaba en auge la movida de los hipsters y fue increíble. Allí también conocí el universo del movimiento mindful: mayor conciencia con el ambiente, con las personas y con la responsabilidad que cada uno tiene en su paso por este mundo. De la mano de toda esta información, descubrí el mundo del yoga”.
Si bien parecía que recorría senderos antagónicos ya que por un lado cumplía jornadas laborales con cargas de hasta 16 horas diarias y, por el otro, se esforzaba por acercarse cada vez más a una existencia más consciente, lo cierto es que Leonardo Mustafá El Abed, estaba haciendo camino al andar.
“En medio de esa vorágine de obligaciones empecé a practicar yoga ya que necesitaba un espacio personal para poder tranquilizarme ante tanta demanda profesional. Me interesó especialmente la parte física, porque el Ashtanga, la variante que había elegido, es una disciplina intensa que se realiza de forma diaria, por lo menos seis veces por semana, ese es el objetivo. A través de ella pude en ese momento conectarme conmigo mismo: si bien es física, tiene su costado meditativo y, como toda meditación, me permitía tomar distancia de la óptica cotidiana, ver las cosas desde otra perspectiva, darle un freno a los modelos mentales que tenía para pensar desde un ser más auténtico. Esto me abrió a la dimensión del espíritu: ese silencio que me dio entre la práctica física y de respiración me permitió escuchar otra voz más que, desde mi forma de verlo, es el espíritu o el ser. Se terminaron uniendo cuerpo, mente y alma”.
“Entendí que era más feliz tomando mate en la playa”
Casi sin buscarlo, comprendió que estaba atravesando un despertar sin igual y, una por una, comenzaron a caer las fichas de lo que deseaba para su nuevo estilo de vida. Pudo identificar dónde estaba parado, qué estaba haciendo y qué quería hacer. Y, sin dar más vueltas ni reflexionar acerca de las ventajas y desventajas, decidió volver a su ciudad natal, Mar del Plata. Luego 16 años lejos de los afectos, pudo ver en retrospectiva que “siempre había seguido objetivos que eran más impuestos por la familia y la sociedad que producto de una elección real y propia. Me di cuenta de que era más feliz tomando mate en la playa que trabajando en Nueva York. Por eso decidí volver: para estar cerca de mi familia y de mis amigos de toda la vida”.
Se propuso entonces dedicarse de lleno a la disciplina que había contribuido a cambiarlo como persona. Pensó en abrir un estudio de yoga, pero -fiel a su formación en el mundo de los negocios- la descartó rápidamente por el escaso alcance que podría llegar a tener. Fue en ese contexto que pensó en crear Luleå, una marca de indumentaria pensada específicamente para la práctica de yoga. Se trataba de una línea de ropa inexistente en el país y que en otros mercados, como el de los Estados Unidos o el Reino Unido, movía grandes cantidades de dinero.
Una comunidad en crecimiento
“La idea de la marca surgió a partir de la necesidad de querer contribuir con un cambio de conciencia, de llevar el yoga a todos lados, de querer que esta disciplina se expanda y, sobre todo, ser más conscientes de lo que hacemos, cómo lo hacemos y por qué lo hacemos. La comunidad yogui es muy grande y, de alguna manera, está un poco desarticulada. Noté que había poca relación entre los estilos de yoga entre sí e incluso, dentro de los mismos y los estudios, no fluía la comunicación. Nuestro objetivo, entonces, es hacer este link, conectar estudios, profesores, estilos de yoga, alumnos. Queremos ser parte de esa fuerza que une a la comunidad y la desarrolla, conectando a los yoguis entre sí y conectando a luleå con la comunidad yogui de la que ya es parte”.
Desde la marca, Leonardo impulsa el comercio justo y apoya a los talleres que contratan para que tengan todos los papeles en regla desde el punto de vista legal y tributario. En general son microemprendimientos familiares, en los que una madre trabaja con sus hijas. La marca tuvo crecimientos superiores al 300% en sus primeros años de vida. Para ello se apoyó en un sistema de revendedores -en su mayoría profesores de yoga-, al tiempo que expandía su red de distribución propia. En la actualidad, cuenta con cuatro locales situados en Recoleta, Martínez, La Plata y Mar del Plata. En este último, además, tienen un café de especialidad y un estudio de yoga propio.
Hoy la rutina es sin duda muy distinta a la de los años en Nueva York. Leonardo la describe como un balance entre trabajo, luleå, la familia, su pareja Mercedes -que también es su socia en la marca- el tiempo con sus hijos y un constante volver a la naturaleza y la playa que lo devolvió a su tan preciada vida.
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