Adaptación extrema. Los argentinos ante el Covid-19
Abrupto e inesperado, el cambio radical de hábitos que instauró la pandemia de Covid-19 no solo se dio de un día para otro, sino que nos encontró sin referencias, sin modos de actuar ensayados y con poco o nulo entrenamiento en las tecnologías que se han vuelto clave en la nueva normalidad. Una sociedad entera recluyéndose puertas adentro sin simulacro previo, con reglas de conducta reformulándose en tiempo real y un horizonte en fuga que todos los días se aleja un paso más: se planteó por 15 dias y AMBA lleva más de 170, en la restricción a la circulación más extensa del mundo.
En un escenario signado por la incertidumbre que generó una sensación de vulnerabilidad inédita, la gente se quedó en sus casas, dejó de juntarse con amigos y familiares, adoptó la costumbre de saludarse codo contra codo e incorporó el tapabocas cuando se le pidió que lo haga. "A los argentinos naturalmente nos costó: somos muy de abrazarnos, de besarnos, de compartir mate, y la verdad es que fue un esfuerzo muy grande –afirma el médico infectólogo Pedro Cahn–. No fue algo inmediato, llevó tiempo entenderlo y adoptarlo, y ahora que pasaron meses, creo que está incorporado en una gran mayoría de la gente".
"El miedo hizo que todos nos cuidemos. Sobre todo por lo contagioso de este virus y la poca información al respecto", opina Gastón Peremateu, de 44 años, padre de tres niñas, y agrega: "Hasta mi hija más chiquita de 3 años y medio adoptó muchas de las sugerencias de cuidado, como el distanciamiento, el evitar besos y abrazos. Ellas no salieron hasta que estuvo permitido en la ciudad de Buenos Aires".
Una medida incuestionable del acatamiento de los argentinos al pedido de quedarnos en casa se verifica en las estadísticas de tránsito porteñas: del jueves previo a la cuarentena (12 de marzo) al primer jueves poscuarentena (26 de marzo) el número de personas que viajaron en subte se redujo un 98%, el de trenes un 96%, el de colectivos un 90% y el de automóviles un 78%. En la última semana de agosto, solo se realizaba el 6%, 14%, 29% y 62% de los viajes habituales precuarentena, respectivamente.
"La movilidad de la ciudad durante la pandemia está viviendo una situación histórica. El impacto más notorio y constante se vio en el subte, donde durante las primeras semanas se registraron mínimos históricos de pasajeros trasladados, con menos de 20.000 pasajeros por día, un 98% por debajo de lo habitual, ya que en un día típico puede ser utilizado por más de un millón de personas ", dice Juanjo Mendez, secretario de Transporte y Obras Públicas porteño, quien destaca que el incremento gradual del movimiento en la calle corrió en sintonía con la autorización de nuevas actividades: "A medida que se fueron autorizando actividades y comenzó el Plan Integral y Gradual de Puesta en Marcha de la Ciudad, el nivel de flujo vehicular fue aumentando en relación con esas aperturas". Lejos de traducirse en conflictos, las restricciones al uso del transporte público dieron impulso a una tendencia en ciernes: la de la micromovilidad, que se nutre de la bicicletas convencionales, pero también de las eléctricas y los monopatines eléctricos. Max You, compañía de monopatines eléctricos, empezó el año con 400 consultas mensuales y finalizó el semestre con 2400, y de igual modo se incrementaron sus ventas: pasaron de 1000 a casi 4000 mensuales.
Gastón Peremateu da cuenta del cambio: dejó de usar el auto para sus traslados individuales y lo suplantó por un monopatín eléctrico, con el que va de Saavedra a Villa Urquiza, para cumplir con sus responsabilidades de director financiero del laboratorio Ferrer. "En monopatín no contamino, no gasto nada, llego mucho más rápido y no estoy en contacto con nadie", asegura.
La micromovilidad representa la respuesta más accesible –las bicicleterías, por estos días atestadas de gente que busca reparar esas viejas bici arrumbadas, son ejemplo de ello– a una decisión de la que dio cuenta una encuesta de Adecco, según la cual casi la mitad de los trabajadores argentinos (46,74%) dice que evitará el uso de los medios de transporte públicos. Lo que se encuentra detrás de esa decisión no es una prohibición, sino un signo de la vida tras la aparición del Covid-19, que es una mayor sensación de vulnerabilidad.
Sin certezas
"La necesidad de adaptarnos [a las medidas de aislamiento y cuidados que implica la pandemia] ha sido extremadamente abrupta porque los cambios se dieron en múltiples áreas en forma simultánea y fueron disruptivos, en el sentido de que rompieron con la manera tradicional de hacer las cosas", señalan Mariana Iesulauro, Bernardo Geoghegan y Sebastián Codeseira, de la consultora VMLY&R, en cuyo informe Disrupted Futures advierten sobre la sensación de vulnerabilidad que ha generado el coronavirus. "La adaptación recién empieza y con un horizonte de estreno, sin precedentes que nos guíen, la incertidumbre es alta. Sin certezas, nos sentimos vulnerables", agregan.
De ahí que una posible lectura de la mayoritaria adopción de pautas de aislamiento y cuidado no sea que responde solo a querer evitar las penas y multas previstas para quienes las transgreden, sino una nueva mirada sobre nosotros y su intranquila relación con el entorno. "La mayor sensación de vulnerabilidad genera impactos en distintos niveles, desde el cuidado del cuerpo y la alimentación hasta nuevos hábitos de protección y formas de ver la vida. Atravesar como sociedad esta experiencia significa recorrer una curva de aprendizaje que dejará una mayor conciencia sobre la salud e incorporará hábitos más saludables de cara al futuro".
"Esta pandemia ha sido un cambio radical en nuestras vidas", afirma el médico psiquiatra Juan Eduardo Tesone, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). "Adaptarnos depende de la estructura psíquica previa de cada persona, que puede oscilar entre el extremo de la omnipotencia, por la cual se niega todo riesgo y se concluye que el riesgo lo tiene sólo el otro, y la vivencia paranoide, por la cual se vive en la persecución permanente del virus invisible que ataca, paraliza y y dificulta el actuar de manera racional. En el medio estaría la posibilidad de tener un respetuoso temor al virus, tomando las medidas aconsejadas para morigerar el riesgo".
Pedro Cahn, por su parte, coincide con la idea de que la pandemia ha generado una mayor sensación del vulnerabilidad: "Hay una gran mayoría que aún pudiendo hacer uso de muchas de las situaciones de apertura no las ha utilizado. Hay mucha gente que ha ido a bares pero también mucha que no; mucha gente que no necesita que le digan que se tiene que quedar en su casa porque se queda, y creo que eso va a durar hasta que tengamos una salida más clara, ya sea a través de la aparición de una vacuna o de la caída de la curva".
Vivir en el trabajo (y en el aula)
Los chicos en la escuela, los grandes en el trabajo, las mascotas (de haberlas) dispuestas a recibirmos a nuestro regreso al hogar. Buena parte de los hábitos y rutinas se encuentran estructurados entre esa separación entre espacio laboral/escolar y espacio familiar. Y si bien desde hace rato el concepto de home office viene tendiendo puentes entre ambos polos, la cuarentena generó una suerte de big bang inverso en el que trabajo, familia y escuela implosionaron en un solo espacio físico. De un día para otro, sin preaviso y sin simulacro de convivencia.
"Aquellos que podemos trabajar desde casa ahora vivimos en el trabajo –sintetizan desde la consultora VMLY&R–. Esto implica mayor estrés (imposibilidad de desconectar, falta de espacios personales), pero también mayor bienestar: ahorro de tiempo de viaje, manejo de los tiempos, disposición para realizar otras tareas en paralelo, etcétera".
Claro que los pro y los contra se pueden sopesar mejor con antelación, mientras se analiza e implementa el cambio de rutinas necesario, nada de lo que ocurrió con la pandemia. "Sin preparación y sin aviso previo, a partir del 20 de marzo todo los trabajadores tuvieron que cambiar sus rutinas. Y algo que sucedió es que ninguna casa de ningún trabajador estaba preparada para esto", advierte Alejandro Melamed, consultor y director general de Humanize Consulting.
"De un día para otro tuvieron que reorganizar sus casas, sus rutinas, sus conexiones, sus hábitos, y también adaptarse a las nuevas necesidades de las organizaciones. Esto no fue gratuito y se están viendo las consecuencias: un incremento sustancial de los niveles de ansiedad, depresión y fatiga, con impactos múltiples desde lo físico, lo mental, lo emocional y lo espiritual. Los que están solos y las mujeres que tienen hijos en edad escolar son las dos poblaciones en la que está impactando más este cambio; y la tercera son los que tienen a su cargo adultos mayores".
"Desde que comenzó la cuarentena, voy y vengo por lo menos uno o dos días de la semana recorriendo farmacias, bancos y supermercados para hacerles las compras y los trámites a mis viejos y mis suegros. Hago el chiste de que soy el chico de los mandados, pero lo cierto es que es la única forma que está a mi alcance para cuidarlos", dice Santiago Valles, de 48 años, que critica los obstáculos para movilizarse (vive en provincia y sus familiares, en Capital) impuestos desde el Gobierno. "Hubo un momento que me daba más trabajo llenar los cambiantes formularios online y ver qué nuevo acceso a la ciudad habían cortado que hacer las siempre largas colas en la farmacia, el banco o el súper", dice, al tiempo que cuenta que, por ser su trabajo esencial (periodista), nunca dejó de trabajar.
Identificados desde el principio de la pandemia como principal grupo de riesgo para el coronavirus, los adultos mayores fueron los principales destinatarios del pedido de confinamiento en el hogar. Y la respuesta de la sociedad fue indudable: "Realizamos una encuesta que mostró que el 73,6% de la sociedad está preocupada y que el 23,6% se sentía triste por la situación que viven los adultos mayores desde que empezó el aislamiento social preventivo y obligatorio en el AMBA", comenta la psicóloga Marina Rovner, investigadora de la Universidad Abierta Interamericana, que indagó cómo se generó una red de apoyo y contención social en torno a los adultos mayores, que involucró a sus hijos (52,6%), sus nietos (20,5%) e incluso a vecinos (7,5%)
El programa Mayores Cuidados del GCBA, que ofrecía voluntarios para ayudar a personas mayores que no contaban con familiares que pudieran dar respuesta a las nuevas necesidades planteadas por el confinamiento, reclutó en su primera semana 25.000 voluntarios.
Es que un aspecto no menor de la cuarentena es que obligó a repensar nuestro concepto de cuidado: "En condiciones normales, para cuidar a los adultos mayores es necesario dotarlos de la mayor autonomía e independencia posible, estimulando la actividad física, atención a su dieta y actividades generales, todo lo cual cobra sentido en un marco de afecto –explica Rovner–. La paradoja que se le presenta al cuidador durante la pandemia es que debe sugerir al adulto mayor todo lo contrario de lo que hasta el momento se entendía por bienestar: impidiéndole salidas, reduciendo sus actividades físicas, transmitiéndole miedo e incertidumbre acerca del momento actual".
"Cuidar a una persona mayor en el marco de la pandemia se está volviendo un proceso estresante", agrega. Para muchos que no tienen ese mínimo contacto que representa el visitar periódicamente a sus mayores, la reciente autorización de que los bares y restaurantes puedan poner mesas en la vereda ha funcionado como válvula de escape a la necesidad de ver cara a cara a padres y abuelos (y, obviamente, otros familiares), en un marco de menor riesgo que el que representa el encuentro en el espacio cerrado del hogar: "Desde que comenzó la cuarentena que no veía a mi mamá, y sentarnos a tomar un café nos dio esa posibilidad –cuenta Valentina Frías, empleada administrativa de 32 años–. Era algo que necesitábamos, tanto ella como yo".
Tareas hogareñas
Todo, todo el tiempo, en un mismo lugar, sin pausa y sin límites claros entre lo laboral y lo familiar. El alienante escenario que ha planteado la cuarentena, en el que en un mismo espacio conviven el home office, el aula virtual y la vida familiar plantea la siguiente pregunta: ¿cómo ha respondido el tradicional modelo de organización de las responsabilidades y rutinas hogareñas?
"Sin dudas el confinamiento a raíz del Covid-19 restructuró la vida de los argentinos e intensificó el uso del hogar", comienza diciendo Estefanía Lestanquet, ejecutiva de cuentas de la División Insights de Kantar. "Nuestros estudios muestran que más argentinos y argentinas se encuentran realizando tareas de limpieza y cocina durante la cuarentena, pero que la actividad que crece con mayor fuerza es la del cuidado de los hijos, que llega a acaparar un 20% más de la población en relación con los tiempos previos al aislamiento obligatorio".
"Sin duda alguna, las mujeres siguen liderando las tareas del hogar también en cuarentena –agrega–. Sin embargo, los hombres fueron los que incrementaron su participación en mayor medida en las tareas cotidianas (cuidado de los hijos, limpieza y cocina). Mientras que 8 de cada 10 hombres declaran participar en estas actividades, prácticamente todas las mujeres indican realizarlas. Entre ellos, los más dispuestos a tomar parte en dichas tareas son los hombres menores de 35 años, mientras que entre los de mayor edad la tendencia llega con menor fuerza, decreciendo aún más si miramos los números en el interior del país".
Mala praxis virtual
Dejamos de ir a la oficina, a la escuela, al cine, a visitar amigos y familiares, y nos metimos en un Zoom eterno. Y de nuevo, lo hicimos de golpe, sin medida y cero preparación. "La experiencia con Zoom o cualquiera de las plataformas de videoconferencias o videoclases sincrónicas [que permiten reuniones o clases en síncronía] era bastante poca", afirma el sociólogo Alejandro Artopoulos, director de I+D del Centro de Innovación Pedagógica de la Universidad de San Andrés.
Artopoulos emplea el término mala praxis para definir nuestra actual vinculación con estas tecnologías. "El uso excesivo de zoom para reuniones laborales y para clases es contraproducente. Las personas sin la debida formación y con buenos hábitos de trabajo terminan excediéndose en la cantidad de reuniones, y eso genera mucho estrés, mucha ansiedad. Es verdad que se generaron nuevos hábitos, pero no hay que darlos por buenos", advierte, al tiempo que señala la necesidad de lograr un mix más adecuado entre plataformas que requieren una vinculación en tiempo real y otras asincrónicas, de perfil más colaborativo, en la que los involucrados pueden realizar sus tareas adecuando los tiempos a sus otras responsabilidades (familiares, sociales, hogareñas).
En el mundo educativo, prosigue, "hoy tenés una gran cantidad de docentes que se formaron para el aula presencial y no saben dar clases de otra forma, y terminan trasladando lo que hacían en el aula al Zoom; y, cuando no tienen eso posibilidad, hacen una versión incluso más pobre que es la tareitis: no puedo hacer Zoom para tener un aula virtual y te mando tarea".
Artopoulos advierte además que es muy reducido el número de chicos y adolescentes que hoy efectivamente acceden a clases virtuales. Las estadísticas de la Encuesta Permanente de Hogares señalan que, al comienzo de la pandemia, el 82,9% de los hogares argentinos tenía acceso a Internet y el 60,9% una computadora. Pero el porcentaje de alumnos que hoy recibe clases virtuales es mucho más pequeño: "solo el 20% de las escuelas de la Argentina están usando Zoom".
Este desigual acceso a la educación virtual es uno de los factores que caracteriza a la cuarentena, afirma Carmen B. Fusca, magister en Psicología Educacional e integrante de equipo Interdisciplinario de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP). "Nadie estaba preparado para esto: fue tan abrupta la interrupción de la escolaridad presencial, que si bien desde la escuela los docentes dieron respuesta inmediata, fueron modificándose las prioridades", agrega.
"La primera ilusión, cuando empezó la cuarentena, fue que se podía seguir enseñando los mismos contenidos de manera virtual. Pero al poco tiempo esta ilusión cayó, porque la educación online requiere otras preparaciones de los materiales y de los contenidos. El primer gran desafío fue repensar qué contenidos se podía enseñar y cuáles no –explica-. Por otro lado, empezaron a pasarles muchas cosas a los chicos y a los adolescentes que también era importante dar cabida en las escuelas, por lo que se empezaron a abrir espacios de diálogo con los chicos y espacios grupales"
(Anécdota personal: mientras escribo estas líneas una de mis hijas participa de un Zoom de la escuela. En medio de la clase de matemáticas, la docente nota que uno de los chicos está ajeno a la interacción y le pregunta si le pasa algo; el alumno contesta que esta semana murió un familiar cercano, que está triste. Rápidamente, la clase se reorienta y el foco de la interacción pasa de impartir contenidos a dar contención).
Los chicos, últimos
"Para Nacho, el zoom diario es un poco monótono y no es fácil hacer contacto e involucrarse con las tareas para poder cumplirlas. Siento que por momentos se vuelve abúlico", resume Yannina Krbavcic, de 46 años, mamá de Ignacio Arnold (17)."Para él, el cambio que implicó la cuarentena fue enorme, sobre todo siendo su último año de colegio con todas las expectativas, sin poder compartir salidas ni reuniones con amigos".
En los chicos y adolescentes, advierten desde las sociedades médicas dedicadas a su cuidado, el impacto de la cuarentena fue enorme, y no solo en lo que respecta a lo académico. "Como sociedad, en la cuarentena generada por la pandemia relegamos a nuestros chicos y adolescentes –opina el médico pediatra Jorge Cabana, presidente de la Subcomisión de los Derechos del Niño de la SAP, y ex presidente de esa entidad–. No entendieron porque nadie les explicó nada. Fueron espectadores de cambios imprevistos y drásticos impuestos a sus rutinas, que los afectaron en lo más profundo de su ser de chicos y adolescentes: afectos familiares, amigos, juego, escolaridad..."
"Con el paso del tiempo, cada uno según su edad, capacidad, grado de maduración, entorno familiar y social fueron entendiendo y, sobre todo, fueron logrando una síntesis para sobrellevarlo. Se adaptaron. No lo proclaman a viva voz, pero silenciosamente han sabido generar una nueva dinámica de funcionamiento en sus vidas, adoptando las medidas de higiene, aislamiento y cuidados, modificando sus conductas sociales y sus rutinas de estudio según las nuevas modalidades propuestas", dice y concluye: "La capacidad de resiliencia que han demostrado es una gran esperanza para el futuro de nuestra sociedad".
Producción: Marysol Antón
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