Adaptación al jardín: ¿y si los padres no se integran?
Valeria llega al jardín temprano: la adaptación programada para la primera semana es de 8 a 9. A medida que van pasando los días, advierte que le gustan las maestras, el trato, el espacio, los tiempos que manejan. No le quedan dudas: es el jardín ideal para su hija. Sin embargo, se encuentra con un factor que no ponderaba: a pesar de que evidentemente comparte mucho con el resto de los padres y madres que eligieron esa institución, no siente ningún tipo de afinidad con ellos.
Hace unos días, un audio de voz en el que una de las madres de la sala de la hija de Luciana Salazar la criticaba, ponía en evidencia la misma cuestión: elegir el colegio idóneo para los chicos no garantiza una comunión con el resto de los padres y madres.
Lo que a partir de la primaria puede llegar a ser un factor más bien accesorio, ya que los chicos manifiestan autónomamente sus preferencias a la hora de elegir amigos, en la etapa del jardín de infantes pareciera ser no solo fundamental sino también parte del proceso de socialización de los más pequeños: la adaptación misma requiere de la presencia de los padres, los programas entre semana son en compañía de un adulto, al igual que los cumpleaños. Y si bien en un escenario deseado las madres de los nenes se convierten en grandes amigas, la pregunta es ¿qué pasa cuando esto no ocurre? ¿Cómo influye la integración de los adultos durante la adaptación de los chicos? ¿Hasta donde forzar una simpatía que no es genuina?
"Muchas de las mamás de la sala no llegan a los 30 y yo rozo los 45. En los cumpleaños se la pasan sacándose selfies, charlando de salidas que hicieron sin los chicos o de un plan familiar en una quinta. No solo no formo parte de nada de eso, sino que me la paso corriendo a mi hija de un lado al otro del salón de fiestas. Ni siquiera llego a participar de las conversaciones", sostiene María, madre de Julieta, de 3. Sin embargo, esto no le afecta: "No creo tener nada en común con ellas. Además, ni siquiera llego a ver a todas las amigas que tengo, realmente no necesito ni tengo tiempo de tener más amigas", sentencia.
Así lo viven muchos padres y madres. En un momento de la vida en el que, por lo general, ya se cuenta con uno o varios grupos de amigos, y que es además muy exigido en términos de dividir el tiempo entre trabajo y crianza de hijos chicos, no siempre es un período propicio para que los padres quieran formar nuevos vínculos de amistad. Mismo por cuestiones de personalidad, puede que a veces ni siquiera se les ocurra cómo entablar una charla: "La adaptación al jardín también es una adaptación para los papás, y es un proceso que se puede vivir con cierta ansiedad o cierta angustia, porque también es comenzar una nueva rutina, a veces en un nuevo lugar, con gente desconocida, y hay adultos que se llevan bien con eso, y otros que más bien lo padecen", sostiene Marisa Russomando, psicóloga especialista en Crianza y Familia.
Cuestiones etarias, sociales, ideológicas, psicológicas, familiares, o simple desinterés. Varios son los motivos que pueden influir en que una madre se sienta "sapo de otro pozo" en el grupo. En el caso de Celina, las condiciones objetivas de su familia claramente influyen, pero también las de crianza, a la hora de ejercer una "autoexclusión", como ella lo denomina, en la sala de 1 de su tercera hija. "Mi nena va a guardería en Palermo, y al principio me negaba a participar del chat, ya que todavía no comparten cumpleaños, son muy chiquitos. Por cuestiones organizativas me incluyeron, y la verdad es que son insoportables. No sé si serán todas primerizas o si yo ya estoy de vuelta porque es la tercera y no estoy tan atrás de los detalles, pero hablan desde el color de la caquita hasta la posibilidad de hacer una nota colectiva porque creen que el menú tiene muchos hidratos, y yo cuando lo leí me pareció súper sano. Las tengo silenciadas pero aun así las leo y hay frases que no puedo creer. Siento que lo que son problemas para ellas, para mí directamente no existen como tema", detalla.
A pesar de que puedan existir diferencias abismales en estilos de vida o cuestiones ideológicas, los expertos consultados coinciden en que vale la pena "hacer el esfuerzo", ya que el riesgo de no hacerlo, sería alto: "Es importante que para los padres sea agradable, y que estén cómodos en ese lugar. A veces esto influye en la socialización de los chicos, porque de eso dependen los programas que hagan los papás y las mamás, esencialmente la mamá. Si esa mama queda excluida, no se termina de integrar al grupo o directamente cae mal, muchas veces dejan de invitar a su hijo o a su hija. El riesgo es que su hijo quede afuera", agrega Russomando.
Además, los especialistas aducen que no solo los padres pueden pasarla muy bien siendo amigos de otras familias, sino que también pueden llegar a encontrar una contención inesperada. "Ahora que la familia ampliada está tan reducida, donde los abuelos, tíos, tías, no están, o están tan ocupados como los padres; es casi imprescindible crear lo que podría denominarse extensiones familiares entre grupo de padres, de amigos con preocupaciones similares, redes de contención que ayudan a sostener la crianza, la socialización y por ende también la escolaridad de los hijos", reflexiona la doctora Hilda Katz, directora del Departamento de Niños y Adolescentes de APA.
Las ventajas de llevarse bien
De hecho, involucrarse con las demás madres permite –a una edad en la que es tan importante confiar en dónde se los deja– conocer a las familias para constatar si resultan confiables. Así lo entiende Claudia Amburgo, médica psicoanalista de APA: "Tengo muchas pacientes mamás que se angustian por no poder estar en la puerta a la salida del jardín, porque el nene puede perderse programas. La salida es un momento ideal para presentarse, averiguar si a la casa a donde lo invitan tiene protecciones, si la mamá se va a quedar. Si las madres se llevan bien, favorece la amistad de los niños, ya que se ven con mayor frecuencia: las mamás de a poco se van conociendo y confiando una en la otra. Después de los 5, son los chicos quienes eligen a la casa de quien quieren ir a jugar, y es más probable que los padres lo dejen si conocen a la familia. Hay que encontrar la manera de conocer a los demás, si no es a la salida porque trabajan puede ser yendo los fines de semana a los cumpleaños, o invitando a casa a otros padres con sus hijos. Hay formas de no quedarse aislado", analiza.
Sin embargo, nada es blanco o negro. A pesar de todo el esmero que se le pueda destinar al asunto, no siempre las relaciones paralelas entre padres e hijos amigos se sincronizan. "Yo no me hice amiga de las madres de las nenas con las que mi hija juega, me hice amiga de las que me caían bien, con las que me divierto, de hecho, vamos a un club con todas madres de varones y Ema juega con ellos porque yo veo a sus madres, no porque sean de su grupo de la salita de 4", cuenta Vanina. En el mismo sentido, Lucía relata: "Para mí no tiene mucho que ver lo que hagamos los padres. Con mi primera hija, de 5, que es bastante tímida, armé grupos y mil salidas, y solo se llevaba con las nenas que le caían bien a ella, y cuyas madres nunca me cayeron bien a mí. Y mi segunda hija, de 1, se lleva con todo el mundo y es re sociable". Paula cuenta lo mismo: no puede ir a buscar a su hija porque trabaja y nunca se involucró con la madres de la sala de 5. Aun así, Valentina es una de las más invitadas por los demás a la hora de hacer planes.
Evidentemente, incluso eligiendo un colegio afín, la conformación de cada sala, y por ende, de cada grupo de padres, es una configuración azarosa. Como todo en la vida, es una etapa que se transita mejor en compañía de amigos. En el mejor de los casos, esto sucede. Si no se da, lo ideal es intentar, al menos, un acercamiento para conocer y darse a conocer por familias que probablemente compartan con la propia mucho de lo que resta en lo que es la trayectoria escolar. Con todos los grises que hay de por medio.