Tenía una fuente de ingreso que no podía dejar pero se aburría, sin embargo, no se abandonó al tedio y tratando de innovar tuvo una ocurrencia genial
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Estabilidad económica y tedio laboral. Esa era la fórmula que describía en aquel momento de su vida su situación. Hacia 2007 había abierto un centro de copiado en el barrio de Balvanera cerca de las universidades. Una actividad aburrida, monótona, rutinaria, según más tarde recordaría. Todos los días eran iguales: abrir, hacer fotocopias, cobrarlas y volver a empezar. Se aburría horrores pero era un trabajo que le daba estabilidad financiera.
Criado en la localidad de Lanús, Andrés Iozzolino mamó la cultura del trabajo desde que tuvo uso de razón. Su mamá Franca manejaba un kiosco de barrio y, su papá, que había fallecido cuando él era adolescente, era metalúrgico de vocación. “Durante mi infancia no tuve muchos lujos. Mis padres trabajaban para llegar a fin de mes y tomarse unas vacaciones en Mar del Tuyú en verano, en la costa atlántica argentina. De chico no era de tener muchos amigos, en el colegio siempre me fue bien. Sabía que ese era el secreto para no tener complicaciones y poder hacer las cosas que me gustaban. Los chicos teníamos otras libertades en los 80′s o 90´s. Recuerdo que me ponía el guardapolvo del colegio para no pagar el viaje en colectivo y que me quedara más plata para comprarme artículos de X-Men y todos sus derivados en la comiquería de la Galería Paseo, o de ir al lado de la iglesia que estaba el video club donde alquilaban juegos para el Family Game que luego pasaba mi mamá a pagar”.
Un trabajo tedioso
Comenzó a trabajar a los 15 años en el horario de tarde cuando salía del colegio. Hasta que en 2007 con 25 años surgió la posibilidad de abrir el famoso centro de copiado. Todos sus trabajos fueron en el mundo gráfico y de imprenta. Al terminar el secundario con orientación en gestión y administración, Andrés se anotó en la Universidad de Buenos Aires. Permaneció un año en aquella casa de estudios hasta que dijo “basta”. No se sentía identificado con el sistema de estudio que allí proponían. “El trabajo que tenia me permitía costearme una universidad privada y fui por lo que me gustaba, la Licenciatura en Turismo, carrera que amé pero que no utilicé como desarrollo económico en mi vida. Luego estudie Fotografía en Motivarte y nunca más dejé de aprender y formarme. Aún hoy no hay un semestre que no haga un workshop, seminario o zoom, la pandemia ayudó mucho a estar en contacto con muchos colegas del mundo”.
Y fue en ese contexto que, aburrido de su trabajo, armó un estudio en el sótano del local para “pasar el rato en los momentos de ocio. Algunos ponen una PlayStation, yo puse flashes. Le hacía foto a todo, desde gente hasta muñecos, hasta que comenzaron a llegar trabajos de fotografía de producto y empecé a tomar en serio la profesión”.
En uno de los tantos talleres de fotografía a los que asistió, conoció a Paola Cipolli, experta en fotografía newborn (recién nacidos) y niños. Aquel encuentro marcó un antes y un después en su vida.
Cumpleaños detrás de cámara
— Mi perro cumple un año, hagamos algo similar al de los niños, le dijo a Cipolli un día.
La idea tuvo buena aceptación. Andrés preparó una torta con una receta que había encontrado en YouTube, vistió a su perro Ragnar con un jardinero y armó un decorado. “Esa fue la tarde más divertida de mi antigua vida sin duda”.
Entusiasmados, abrieron una cuenta en Instagram para mostrar las fotos. Como gustaron mucho, sortearon un par de sesiones y de esa forma se abrieron las puertas al mundo instadog. “Paola dejó el proyecto a los pocos meses y yo puse quinta a fondo porque disfrutaba cada fin de semana. Ya no tenía sábados ni domingos en familia, eran sábados y domingos de estar con perros y por dentro pensaba quiero que sea así pero de lunes a lunes. Iba a trabajar al local de copiado de mala gana, me levantaba mal todos los días porque antes decía que era aburrido, pero ahora tenía con qué compararlo y el de las fotocopias se había transformado efectivamente en el trabajo más aburrido que había conocido”.
Andrés deseaba con todo su corazón cerrar el negocio. Pero antes necesitaba generar un ingreso que se lo permitiera. “Mi familia, muy conservadora, no apoyaba la idea ni un poco. Hasta que, finalmente, luego de muchos tira y aflojes familiares pude tomar la decisión, en diciembre de 2018 cerré mi antigua vida, un negocio estable de muchos años y aposté por vivir de una forma diferente, hacer lo que me gusta y rodeado de los seres que más amo que son los perros”.
Vida de perro
De pronto comprendió que los perros y la fotografía siempre habían sido parte fundamental en su vida. Desde pequeño se había criado con perros, pero el gran momento de su infancia había llegado a sus siete años cuando visitó a su prima y se encontró con cachorritos. La perra había dado a luz. “Ese día en la casa de mi prima hice mi único gran berrinche: no iba a irme sin un cachorra, por suerte logré mi cometido. Íbamos dos veces por semana a la casa de mi prima hasta que se cumplió el tiempo que la cachorra pudo venir a casa, Mi mamá le puso el nombre Fiera (era una palabra que se usaba para decir fea en esa época). Ella fue mi verdadera gran amiga, no hacía nada sin ella y ella era mi gran protectora. Hoy sé que a eso se le llama vínculo. Fiera fue mi primer gran amor, su partida fue el momento más triste de mi vida, nos acompañamos durante hermosos 13 años”.
Asimismo, hubo dos momentos en su infancia que también lo marcaron en su pasión por la fotografía. El primero fue tener su primera cámara fotográfica, que era una promoción de Sprite. La cámara tenía forma a una lata de gaseosa que la llevaba a todos lados. Pero la realidad era la usaba muy poco: tenía 24 disparos por rollo y se cuidaban como oro. Y el otro gran momento también de muy chico fue una exposición que hizo el programa de Canal 13 “El agujerito sin fin”, donde estaba la famosa caja negra de tamaño gigante: allí entraban los chicos y podían experimentar la creación de una foto. “Eso me voló la cabeza”.
Su lugar siempre estuvo detrás de la lente. “Siempre odié ser parte de las fotos y sigo siendo igual, hay muy pocas fotos mías de la vida y cuando me hago fotos generalmente estoy de espalda. Creo que el lugar a fotografiar, el momento a fotografiar es más importante que un cara intentando sonreír correctamente. Por esto y para que no arruinara las fotos familiares, era el encargado de muy chico de hacer las fotos”.
En ese 2018, el cierre de su local y la apertura hacia nuevas experiencias de la mano de los perros no fueron fáciles. Pero, a la distancia, Andrés reconoce que cada minuto valió la pena. “Cuando tomé la decisión de seguir mi instinto, Dejando Huellitas, mi emprendimiento de fotografía de perros, ya estaba funcionando bien. No me tiré a la pileta sin agua, estaba muy convencido del futuro. Pero a la hora de llegar a casa mi esposa e hija no me apoyaron con la idea. Estoy seguro de que fue por miedos o incertidumbres. Pero solo uno sabe hasta dónde puede llegar con esfuerzo. Por suerte estoy casado con una gran persona que, sin estar contenta, igual me acompañó en el proceso y hoy me acompaña a los eventos deportivos caninos disfrutando el momento y es una gran espalda. De a poco, el hobby se transformó en una profesión y eso me llenó de felicidad”.
Dejar huella
Dejando Huellitas comenzó ofreciendo books temáticos y hoy ha ampliado su rango de cobertura a un enorme abanico de posibilidades para todos. Andrés aprendió de conducta animal y se formó con fotógrafos de perros del mundo. El mundo perruno lo llevó desde ayudar a refugios a cubrir deportes caninos que ni sabía que existían y, lo más importante fue la hermosa comunidad que se armó con gente que aman a los perros y velan por su bienestar mental y físico.
Andrés recuerda con cariño muchas de las sesiones que tuvo el privilegio de realizar. Pero hubo una que lo marcó a fuego y fue antes de que comenzara la pandemia. Había organizado una campaña con sesiones fotográficas a la gorra. “La fotografía es un servicio privativo, y quería que todos pudieran acceder a un recuerdo de calidad de sus perros. Hice casi 40 sesiones con esa modalidad. Pero hubo una sesión que la guardaré en mi corazón por siempre. Antes de comenzar la humana de la perra me aclaró que acababa de quedarse sin trabajo y que iba a abonar el servicio en cuanto pudiera. Le aclaré que no hacía falta. Hicimos una hermosa sesión. Su perra, entrenada, al finalizar tomó una bolsa de papel que me entregó: había tres alfajores Capitán del Espacio en el interior. Los que son de zona sur sabrán el valor sentimental que tiene esa marca, nos abrazamos muy fuerte, y ahora que lo pienso fue el último gran abrazo antes del Covid”.
Desde luego Andrés tuvo miedo por momentos. Se jugaba su futuro y el de su familia. Pero también sabía que su corazón no estaba equivocado. “Nunca voy a olvidar mi antigua vida porque me hace valorar el triple mi nueva vida, la que sin querer soñé y luego se hizo realidad con muchísimo esfuerzo. Antes era una persona a la que le costaba demostrar sentimientos y relacionarse con otros. Trabajar con perros despertó algo, no sé explicarlo, me volví mas empático con la gente, comencé a conocer muchos humanos a los que sí quería hablarles y con los que quería pasar el tiempo: porque compartimos misma mirada de la vida y el mismo amor por los perros. Cambiar mi trabajo no solo cambió mi forma de vivir, también cambió mi forma de ver el entorno y valorar las cosas que antes ni sabía que estaban a mi lado”.
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