Para él, el paso del tiempo no es un problema a la hora de practicar clavadismo, sino todo lo contrario: dice que cada año salta mejor.
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“Olé, olé, olé olé ¡Viejo! ¡Viejo!”. Los grupos de jóvenes y las familias lo alientan desde la playa del balneario Miami, en Santa Rosa de Calamuchita. Lo observan atentos mientras él escala con dificultad las pendientes rocosas de la olla. Al llegar a la cima, a unos 7 metros sobre el nivel del agua, Alberto Frascaroli (79), traje de baño oscuro, piel pálida, se da vuelta y queda de espaldas al acantilado. Los cantos de su público se intensifican.
Quienes ya lo conocen, la mayoría, saben lo que va a hacer. Pero los que son nuevos en el lugar lo miran fijo, algo confundidos e, incluso, con temor. El casi octogenario, entonces, dobla ligeramente las rodillas, toma envión y se lanza al vacío. En el aire hace un mortal hacia atrás y luego impacta en el agua con las piernas juntas. Cuando por fin su cabeza sale de nuevo a la superficie, el público rompe en aplausos. “Olé, olé, olé olé ¡Viejo! ¡Viejo!”
“A mí me encanta que me digan viejo, me parece un honor -dice Frascaroli a LA NACION-. El viejo es una persona experimentada, que conoce su oficio, conoce la vida más que los jóvenes”. El arquitecto cordobés, vecino de Villa General Belgrano, practica clavadismo en la olla de aquel balneario, ubicado a 15 minutos de su casa, desde hace casi 20 años. Acababa de cumplir 60 cuando empezó a practicar este tipo de mortales. Para él, el paso del tiempo no es un problema a la hora de hacer sus saltos, sino todo lo contrario: dice que cada año los hace mejor. “Estoy tirándome con las piernas y los brazos cada vez más estirados. Me preocupo por ir mejorando. Por ahora lo logro”, comenta, entre risas.
Frascaroli no es un temerario; solo hace los saltos que, a su edad, no le producen temor. Y los hace, aclara, porque está bien entrenado. Cada mañana, al despertarse, practica 20 minutos de yoga. Luego, unas dos veces por semana, sale a correr 4 kilómetros. Cuando no corre, camina. Su rutina es complementada con flexiones de brazos, en el piso o colgado de una barra, y saltos de rana.
“Hago todo esto para estar sano, erguido. No quería terminar como mi tía abuela, que a los 60 años dejó de moverse y de más grande terminó postrada. Eso me asustó a mí. Al no hacer deporte, su cuerpo se fue endureciendo. Es muy importante mantenerse activo. El yoga es espectacular, te deja perfecto. Por eso no necesito antiinflamatorios, solo a veces”, cuenta.
“A mi mujer no le gusta que salte, pero me apoya”
Frascaroli empezó a hacer saltos, aunque desde el piso o desde pequeñas alturas, de chico. Su profesor era su abuelo. Años después, en el liceo militar, aprendió a hacer salto con cajón, una disciplina clásica de la gimnasia artística masculina. Las mismas mortales que aprendió a hacer allí las replicó en ollas del Valle de Calamuchita, pero siempre a uno o dos metros de distancia del agua. Recién a los 60 se propuso empezar a aumentar progresiavemente la altura, hasta llegar al punto desde el que se tira actualmente.
“A mi mujer no le gusta que salte, pero me apoya, así que le mando un cariño a mi querida Roxana. Uno de mis hijos se tira de 10 metros y de cabeza, que es más peligroso. Le enseñé de chiquito. Yo no: siempre me tiro del mismo lugar para mantener la misma altura. Además, ese lugar es espectacular. Los sábados y domingos se llena de gente. Son todos jóvenes, menos yo, el viejo”, dice, entre risas, por teléfono.
En Santa Rosa de Calamuchita, muchos vecinos y turistas recurrentes conocen a Frascaroli como el “Abuelo Clavadista”. Pero él todavía no es abuelo, aunque espera serlo algún día. En las redes, cada vez que alguno publica un video de él saltando en el balneario Miami, surgen muchos comentarios, tanto positivos como negativos. Los que más le gustan a Alberto son los que, además de elogiar sus saltos, hablan sobre su trabajo como arquitecto. En Villa General Belgrano, él es conocido por haber estado a cargo del diseño y la construcción de la terminal de ómnibus, entre otros edificios. Actualmente, ya jubilado sigue trabajando. “Únicamente diseño, porque no quiero estresarme más”, explica.
Los comentarios que menos le gustan son los que dicen que lo que hace es peligroso o que es un mal ejemplo para los jóvenes, que pueden intentar imitarlo. “No es así. Porque cuando suben les das miedo y no saltan. Y el miedo es bueno porque te hace tener cuidado. Hay que ejercitarse antes de hacerlo. Empezás de a poco, haciendo mortal en el piso o a pocos metros. El tema es cuando los jóvenes se quitan el miedo con alcohol o sustancias. La playa esta llena de jóvenes que están tomados. Y si uno de esos chicos si se tira se puede accidentar. En cambio, los que no toman, suben, les da miedo y bajan. O se tiran de palito”, asegura.
Hay un tipo de salto que él dejó de hacer hace un año, justamente por miedo. Se trata de la mortal y media, que termina impactando de abeza sobre el agua. “Cuando la hacés, caés con los brazos para adelante, y yo ya no tengo tanta musculatura para hacer eso, se me puede salir un brazo. Por eso, ya no quiero saber nada con hacerla, me da miedo. Y, si tengo miedo, no lo hago”, explica.
Frascoli busca ser un ejemplo para otros adultos mayores. “Espero que lo que hago y lo que digo le sirva a las personas de mi edad para que hagan yoga, ejercicio, coman bien. Eso te hace el 90% de la vida a esta edad. En cuanto al clavadismo, si la salud me da, lo haré unos dos o tres años más”, dice.
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