Abel Pintos:“Me permito llorar en el escenario”
El músico que más discos vende en el país se prepara para sus dos shows en River, pero no les da relevancia a los números de su éxito ni le importa mostrarse desconsolado cuando su sensibilidad llega al máximo. Mientras tanto, intenta ser un hombre común: “Me hago la cama hasta en los hoteles”
Era un sueño recurrente. Abel se iba a dormir y en mitad de la noche, la noche de un adolescente, soñaba que se despertaba y no tenía voz. Para ese chico que ya recorría el país cantando en los festivales de folklore, era la forma que tomaban sus pesadillas. “Es que era la manera que había encontrado de poner fuera de mí las cosas que quería expresar. Porque no es que yo era un chico introspectivo del plan ‘está escondido en un rincón, no tiene amigos’. Era un pibe superenérgico, cariñoso, demostrativo… pero había cosas que quería decir y no sabía cómo. Y cuando encontré que la forma era en la voz, se convirtió en mi pesadilla recurrente despertar y no tenerla más.”
¿Nunca te pasó?
No.
¿No hubo momento de voz aflautada ni nada de eso?
No, porque cuando llegó el momento de empezar a cantar más y trabajar con mi voz, empecé a estudiar canto de inmediato. Entonces siempre tuve el instrumento preparado.
Hay muchas cosas que me provocan dolor. Miedo, no sé.
El que habla es Abel Federico Pintos, 33 años, nacido en Bahía Blanca. Su historia para muchos es conocida: a los 12 le da un casete con cuatro canciones a Raúl Lavié, quien se lo hace escuchar a un productor amigo, un tal Pity. A Pity también le gusta y lo convoca para firmar un contrato. Abel viaja de Ingeniero White, donde vivía, a Buenos Aires. Al poco tiempo está trabajando en el estudio de León Gieco, que lo empieza a producir. Todo lo demás pasa durante 20 años: los festivales de Cosquín, en los que se convierte en revelación primero y luego en el niño mimado; el éxito en el Festival de Viña del Mar, donde gana el Gaviota de Plata y es elegido como el mejor intérprete; el buen recibimiento del disco La llave primero y el suceso de Sueño Dorado, y entre tanto, los tres premios Gardel de Oro (2013, 2014 y 2017), que lo colocan junto a Gustavo Cerati en el binomio de los artistas con más estatuillas doradas. Su camino continúa hasta convertirse en el artista argentino que más discos vende, que más tickets corta, que tiene la mayor cantidad de reproducciones digitales, y que va a hacer, el 16 y 17 de diciembre, dos estadios de River. Una aplanadora de éxito que, sin embargo, no se representa en ninguno de los modos de ser y parecer de Abel Pintos. A su alrededor, como si se tratara de un mago silencioso o de un asceta, todo vibra en una frecuencia misteriosa.
¿Sos consciente de que expresás una especie de claridad, de espiritualismo muy fuerte? Casi una cosa budista.
No. Soy consciente de lo que me pasa cuando hablo, de lo que digo y de cómo lo digo. Pero no podría ser consciente de qué provoca eso en alguien más o mi alrededor.
Es como si sonaras siempre en tu centro.
Tal vez tenga que ver con que desde muy niño siempre estoy muy atento a lo que me sucede. Ahora mismo soy consciente de lo que provocan tus palabras en mí, de cómo me suena y me resuena lo que estamos conversando. Y eso probablemente tenga que ver con lo que vos sentís. Me gusta estar en las cosas que hago y que digo.
¿Sos religioso?
Soy un hombre de fe, no sé si religioso. Aunque estoy bautizado bajo el catolicismo.
¿Rezás?
Sí. Hago más oraciones que rezar en realidad.
¿A menudo?
Diariamente. Pero no lo hago en un momento fijo. Llega un momento del día en que digo: ta, es ahora, rezo. Y hago la oración ahí. Soy un hombre de fe, pero no soy muy ortodoxo.
¿Cuándo fue la última vez que te enojaste con Dios?
Nunca.
¿Y nunca le agradeciste nada tampoco?
¿Agradecerle? Sí.
¿Creés en Dios como un ser superior a nosotros?
Considero que está absolutamente conectado con nosotros. Que somos parte de eso. Hay algo interesante en el yoga, que te invita a aprender a agradecerte a vos mismo. Me parece muy bonito eso, porque es un agradecimiento que no tiene que ver con una cuestión egocéntrica sino con darle gracias a tu cuerpo por responder a la práctica, o a tu mente por liberarse y abrirse, a tu respiración… Es curioso porque parece que le das gracias a tu respiración como si fuera un ente separado, pero después de hacerlo entendés que le estás agradeciendo a lo que sos, a lo que te complementa y te constituye. Y gracias a esto terminé de graficar lo que ya comprendía: que siento a Dios de esa manera. Pero no estoy en comunión con darle las gracias como un ente separado, una figura de barba… Estoy más en contacto con darle las gracias a Dios y a todos y a todo, incluyéndome en ese universo de gratitud. Lo siento de esa manera, por eso digo que soy un hombre de fe.
Solés hablar mucho de ella y tenés la palabra tatuada en el cuello. ¿Qué es la gratitud para vos?
Hace unos años leí el término en un libro. Primero me gustó estéticamente. Después, busqué los distintos significados y me volvió a gustar. Pero sinceramente no sentía estar dentro de eso que sugería el término. No solo comprender el concepto, sino estar dentro. Y este año finalmente sentí que lo estaba, y me lo tatué.
Siendo completamente honestos: ¿sabés que en términos numéricos estás siendo el número uno?
Te voy a decir esto: entiendo y estoy completamente al tanto de que ciertas estadísticas indican que mis números están muy altos. De venta de entradas, de discos, de escuchas en plataformas digitales, de premios… Lo entiendo perfectamente, estoy muy en contacto con eso y no lo niego en absoluto. Y es gratificante. Pero no me puedo terminar de identificar con eso por el simple hecho de que a los músicos que yo admiro no los puedo identificar tampoco con eso. O sea, nunca estuve atento a si Mercedes Sosa era una número uno o no, porque para mí era lo más grande que existía. ¿Entendés? A mí nadie podría discutirme que Chris Cornell era un número uno, pero los números no decían eso. Entonces nunca encontré la relación, por tanto no puedo identificarme con eso porque no mido las cosas de esa manera.
Pero te sirve para saber que algo bien debés estar haciendo...
Es que no considero que esté haciendo bien las cosas ahora porque los números indiquen eso. Y te juro, no tiene que ver con una cuestión de falsa humildad ni de postura ni de nada, porque de hecho reconozco que estoy al tanto de todos estos números. Y trabajo mucho por eso, eh, trabajo mucho para que suceda. No es que es un efecto de algo que me tiene sin cuidado. Para nada. Yo hago River y entran 40 mil personas por función y quiero vender 40 mil tickets por función. No es que hago River y veo qué pasa.
Querés que estén los dos llenos.
Claro. Por eso, estoy muy en contacto. Pero aun así, no es mi forma de medir las cosas.
¿En algún momento fuiste un músico que la tuvo que pelear? Digo, ¿un músico buscando su chance?
Sí, y en un contexto distinto continúa siendo así. Porque lo que ha venido con la popularidad y la mayor continuidad de trabajo son las herramientas. A medida que empecé a trabajar más y empecé a ser más popular, comencé a tener más herramientas para hacer todo lo que se me ocurría. Pero eso no quita que cada idea que voy a llevar adelante no me lleve mucho esfuerzo o no le impregne mucha energía. Mi carrera completa fue de esa manera.
Si el camino sigue de esta manera, ¿vas a poder tocar en tantos lugares de nuestro país como lo hacés hoy?
Por mejor que me vaya en los caminos que se me abran en el mundo, nunca voy a dejar de tocar en la Argentina.
Estás estudiando inglés, ¿no?
Sí, pero porque siempre admiré a los políglotas y mi ilusión es convertirme alguna vez en uno. Dominar con naturalidad tres o cuatro idiomas. Pero no es un proyecto el exterior. Son caminos que se abrieron, posibilidades. Así como en su momento cuando yo estaba en Bahía Blanca se abrieron caminos hacia todo el país, ahora se abren hacia otros países. Y me encanta, pero no es algo que planeamos.
¿Estudiás o hablás algún otro idioma?
Coqueteo con el francés y con el portugués. Pero me pasa lo mismo que con el inglés: lo comprendo mejor de lo que lo hablo. No es una cuestión fonética. Me cuesta construir con la mentalidad de cada idioma. Una cosa es hablar un idioma, otra es decir en un idioma. A mí me cuesta decir.
Hablás un poco neutral, ¿lo notaste? Decís maleta, luego, niño…
Tiene que ver mucho con la literatura, creo. ¿Viste que las traducciones son a español neutro? Y también con que cuando voy a determinados países como Uruguay o España hay términos que se me vuelven muy naturales y se me pegan. No me doy cuenta la verdad, pero me lo dicen muchas veces.
¿Existe esa posibilidad para vos? La posibilidad de normalidad.
Sí, absolutamente.
¿Es una normalidad aparente, como que todos hacen que no sos Abel Pintos? ¿O es una normalidad que la sentís genuina?
Cuando fui por primera vez al supermercado del barrio, acá en Pilar, donde vivo, las primeras cinco o seis veces era como una situación: “ay, llegó Abel”, ponele. Y ahora ya está, me ven todos los días. O muy seguido por lo menos. No pasa nada realmente, soy uno más.
¿Cocinás?
Estoy entrando en conexión con eso.
¿Eso significa que sos malo cocinando?
Me acostumbré mucho al delivery, pero me gustaría cocinar. Me pasa lo mismo con la cocina que con todas las cosas: me gustaría aprender a decir cosas con eso, con la comida en este caso. A decirles a los demás y a decirme a mí. La cocina también es un arte para expresar. Pero sí, me cocino a diario, al menos al mediodía o a la noche hago mis cosas. Es sencillo, tienen mejor sabor que estética, pero va.
¿Hacés la cama en tu casa?
Sí, claro.
¿Realmente te despertás y hacés la cama?
Sí, es automático. Me levanto y hago la cama. Es algo que me quedó de la niñez. Me pasa en los hoteles de hecho: me despierto y hago la cama. Un par de veces me pasó que entre un compañero a la habitación, me vea y me diga: “Abel, no hace falta que hagas la cama, es un hotel…”. Pero bueno, es automático.
¿Componés tus canciones cantando?
Sí. En general la melodía y la letra. A veces la letra puede que no, pero las melodías son siempre cantando.
¿Y te mandás WhatsApp de voz, te grabás con el teléfono? ¿Qué hacés?
No, no grabo nada. Está todo ahí en la mente mucho tiempo, hasta grabar el disco. No hago registros.
Y si te olvidás, ¿no te hacés mala sangre?
No me pasó nunca. He estado muchos años con un tema únicamente en mi cabeza. En este disco por ejemplo hay una canción que se llama 3. Fui a México hace unos años a cantar con La Oreja de Van Gogh y la discográfica me propuso hacer unos talleres de composición con músicos mexicanos. Juntarme con otros compositores y autores a compartir tiempo de trabajo, digamos. Es algo que se estila mucho en el exterior, llega alguien a tocar y lo llamás y te juntás a componer con él, ponele. Está muy bueno. La cuestión es que fui a hacer eso y me junté con mucha gente. Y con un autor compusimos una estrofa. Yo no la grabé, no la escribí, no registré nada. Él sí la guardó. Eso fue en el 2012. El año pasado retomé la idea, la busqué en mi cabeza, la recordé y terminé de componer la canción. Lo llamé, se lo conté y listo, la grabé en el disco. Pero no lo uso como una virtud, eh, simplemente así funciona.
¿Cómo es tu vínculo con el cuerpo?
En órdenes generales, cuido mi cuerpo, lo llevo a que se sienta lo mejor posible. Me gusta hacer deporte, hacer natación, yoga, salir a correr. De todas formas, soy principiante en todo lo que hago. Ahora estoy entrenando el cuerpo y la voz especialmente para River.
¿Todos los cantantes trabajan y entrenan antes de un show?
No lo sé. Sé que Madonna entrena mucho porque tiene un despliegue físico muy fuerte, y que Plácido Domingo de frente a temporadas tiene toda una dieta y un entrenamiento especiales. Eso siempre me atrajo: la idea de configurar tu organismo, además de tu físico, apuntado a eso que vos vas a hacer. Admiro y respeto mucho eso de los deportistas. No jugar solamente el juego, sino enfocarte en qué tipo de juego vas a realizar y alinear todo para eso. No solo para el buen funcionamiento, sino también para el disfrute. Insisto: para estar dentro de eso.
¿En qué punto deja de ser emocional y pasa a ser técnico lo que provoca tu manera de cantar?
Estudio mucho técnicamente, sobre todo, la voz. Ahora empecé a estudiar música, hace no mucho. Todo es una herramienta para mí, es como poder comprarme distintos pedales si fuera guitarrista. Hago un trabajo previo muy intenso. Luego, cuando subo a cantar, solo me dedico a interpretar. No pienso ni por un segundo. Tiene que estar todo tan practicado y tan estudiado que cuando se activa el estímulo se despierta también la emoción, porque están directamente conectados.
¿Qué pasó en un recital que está en YouTube en el que de pronto te ponés a llorar desconsoladamente y no podés cantar más el tema?
En muchos recitales me pasa eso.
¿Por qué?
Porque me lo permito. Porque me ocupo mucho para intentar ser lo más profesional posible, realmente disfruto de todo el trabajo que es construir profesionalismo, pero me gusta todavía mucho más sentirme vivo cuando canto. Es lo que te decía antes: invierto mucho tiempo trabajando en lo previo, porque cuando voy a cantar no quiero estar pensando. Lo que juega ahí es el plexo, el corazón, las emociones que se juntan y el alma. Eso es lo que juega mientras canto. Y si hay cosas adentro que están muy sensibles y necesitan expresarse, las dejo.
¿Compartís con alguien después eso que te pasa?
Sí, después de los conciertos tengo siempre un llamado de rigor con el que me vuelvo a conectar con la tierra. Pero necesito que el escenario continúe siendo el lugar de liberación para mí. Y si eso significa tener que dejar de cantar y largarme a llorar, por muy poco elegante que se vea, me lo voy a permitir.
¿Qué estás leyendo ahora? La última entrevista que leí estabas con Knausgård.
A Knausgård lo leí por primera vez hace tres años. Pero el primero que leí suyo no es el primero de su obra. Él escribe Mi Lucha, que son seis libros. Es una novela autorreferencial. Cuando lo leo por primera vez, leo Un hombre enamorado, que es el tercero de esa saga. Me impactó mucho su forma de llegar, entonces ahí leí los otros cinco. Desde entonces los releo, los releo, los releo y los releo. Todo el tiempo los estoy releyendo.
¿Los leíste todos? ¿Los seis?
Claro. Hay algo que me pasa con él, con Mi planta de naranja lima [de Vasconcelos], y con Cortázar. Los llamo libros de colación: leo dos o tres libros y vuelvo a uno de ellos. Ayer terminé El gigante enterrado, de Kazuo Ishiguro, por ejemplo, y ahora comencé uno de Kurt Vonnegut que se llama La pianola.
Leés muchos autores de culto: Vonnegut, Knausgard, Ishiguro…
Ja. No es consciente en todo caso. Leo de todo. Me encanta Wilbur Smith, aunque nunca me queda nada de sus historias, pero su capacidad descriptiva me gusta mucho. Hace poco me leí varios de John Grisham. Me gusta un poco todo.
¿Te estás preparando un poco para tu libro? Sé que querés escribir uno.
No, no es que me esté preparando. Lo encaro con mucho respeto. Tengo formalmente tres o cuatro libros comenzados, pero no avancé más que eso. En un momento una editorial me propuso: si tenés el comienzo o tenés la estructura, nosotros podemos poner a tu disposición un equipo de personas que pueden hacer el desarrollo grueso… Obviamente, les dije no. No me parece.
Tan responsable que sos con la música, no vas a ser tan chanta con la literatura.
Es que no me pareció posible en lo absoluto. Voy a escribir mi libro a los tropezones, pero lo voy a escribir yo.
¿Ficción?
Sí. Tengo también ahí una suerte de ensayo, pero mi intento por mantener en armonía mis vanidades no me permite continuar con él.
¿Cómo es eso?
Porque los ensayos tienen una opinión muy grande, y para dejar algo así por escrito, tiene que estar muy marcada a fuego. Hay que estar ahí muy presente en esa opinión. Además, suelen ser sobre temas sobre los que se opina mucho.
¿Es sobre música el tuyo?
No. Es raro. Quise empezar a hablar sobre esto que te decía antes, del estar atento, pero me pasó que en un momento temí estar entrando en la corriente del autoayuda y no era por ahí por donde quería ir. Y decía lo de la vanidad porque en la autoayuda hay mucha vanidad, yo he leído muchos. Pero no los leo en plan necesito autoayuda, sino como experiencias personales. Me gustan mucho las autobiografías o las biografías, entonces las experiencias de tipo emocional también me atraen. Pero una cosa es contar una experiencia y otra es querer evangelizar a otros con esa experiencia. Y ahí es cuando noto la vanidad.
¿Te considerás vanidoso?
No, pero trato de estar atento. Hay de pronto algunas cosas que se me alimentan, pero no tengo problema porque me constituyen también, son parte de mí como de todos. Pero no me gusta que nada se exacerbe: ni mis defectos ni mis virtudes. Me gusta el equilibrio.
¿Te sentís un tipo libre?
Sí, me siento libre.
¿No te dan ganas por momentos de decir: chau River, chau todo, me voy a Katmandú?
No. No lo necesito. Al contrario, todo lo que hago de hecho lo hago porque lo necesito. Más allá de que sean ambiciones artísticas, tienen una carga de necesidad personal, artística y emocional muy grande. Realmente estoy en estado de gratitud con todo lo que me pasa.
1984
Nace Abel Federico Pintos, el 11 de mayo, en la ciudad de Bahía Blanca. Al poco tiempo se muda junto a su familia a Ingeniero White, donde comienza a cantar
1996
Con 12 años conocé a Raúl Lavié y le entrega un casete con 4 canciones. El artista lo apadrina y a las pocas semanas le consigue su primer contrato discográfico
2013
Gana su primer Gardel de Oro, además de los premios al Álbum del Año, Canción del Año y Mejor Álbum Artista Masculino Pop; todo por su disco Sueño Dorado
2017
Edita 11, su más reciente disco –el 11° de su carrera–, y vuelve a ganar el Gardel de Oro junto con tres estatuillas más
El futuro
El 16 y 17 de diciembre se presenta por primera vez en el estadio de River Plate. Luego planea irse de vacaciones (las primeras en mucho tiempo, según dice), y después tendrá gira por España y producción de su próximo disco, que pretende trabajar de manera distinta a los anteriores, parando algunos meses para componer decenas de canciones. En un futuro aún indefinido planea publicar un libro
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