Tuvo un momento de apogeo, pero la naturaleza da y quita y el destino de esta ciudad fue muy diferente al pensado en sus inicios
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Parece mentira que una ciudad que durante muchos años vivió en la mirada de ricos y poderosos haya terminado devorada por el desierto. Cuesta creer cómo las viviendas y demás construcciones de Kolmannskuppe, colonia alemana en Namibia, al sureste de África, pasarían a mostrar un paisaje tan desolado como sorprendente. Podría tratarse de una película de ciencia ficción o de terror, pero lamentablemente la cruda realidad habla por sí sola.
Si bien no se trata de un film, la historia de este relato parece de ficción y comienza cuando, a principios del siglo XX, un grupo de mineros alemanes llegaron a la zona buscando diamantes. A partir de la colonización, y el conocimiento de su valor bajo tierra, Kolmannskuppe comenzó a tener cierta importancia en el mapa mundial que antes no tenía.
La afortunada población, en tiempos de esplendor, llegó a tener unos 1.000 habitantes (la mayoría eran los mineros y sus familias) apostó fuerte por esa ciudad de cuyas minas lograron extraer casi una tonelada de piedras preciosas. Todo parecía soñado y, con la alegría por este sorprendente hallazgo, nada hacía pensar que algo malo pudiera ocurrir.
Fue tan importante el crecimiento de la actividad minera en Kolmannskuppe que su crecimiento parecía interminable. En esta ciudad tan pujante, sin embargo, algo faltaba: ¡entretenimiento para los mineros! . Y así fue que la construcción de un casino se convirtió en el ingrediente ideal para la ciudad en la que nadie dormía. Los habitantes, por las noches, apostaban unos billetes a la suerte mientras bebían una cantidad de alcohol suficiente para estar lúcidos a la mañana siguiente, y listos para volver al trabajo.
Con el tiempo, los inversores también pensaron en el crecimiento de las familias y nuevos planes aparecieron: la construcción de un colegio , un hospital, un teatro, un salón de baile, una pileta, mansiones de estilo centroeuropeo, una fábrica de hielo y grandes almacenes en las que se vendían las últimas novedades de Berlín.
“La Berlín de Namibia” también fue la primera ciudad africana en contar con un aparato de rayos x, importado con el objetivo de controlar que los mineros no ingirieran los diamantes para su posterior extracción ilícita de la mina. Lo tenían todo pensado, fríamente calculado. Nada podía salir mal. Sin embargo, lo bueno duró muy poco en Kolmannskuppe y su momento de esplendor y de popularidad se fue acabando cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial (1945).
¿Qué fue lo que sucedió?
Las reservas de piedras preciosas se fueron agotando, razón por la cual las minas se fueron trasladando a otras localidades cercanas, sitios que sedujeron a los mineros que se mudaron para seguir trabajando. La gran mayoría se fue a Oranjemund, cerca del río Oranje. De esa manera Kolmannskuppe terminó abandonada en 1956. Y durante 60 años el desierto la fue, literalmente, devorando. Los trabajadores tuvieron en claro que lo más importante era poder seguir garantizándose trabajo para mantener a sus familias. Y pese a que ellos habían sido una parte muy importante de la ciudad, no les quedó otra que decir adiós. Si alguna vez pensaron que iban a tener una segunda oportunidad en la ciudad de los sueños, esas ideas pronto se convertirían en una quimera.
“Toda la atmósfera de este sitio transmite un halo de misterio bastante surrealista, como si se nos permitiese viajar en el tiempo y observar un pedazo del pasado. Transitar sus calles es encontrarse con todo tipo de instalaciones abandonadas: los utensilios de hierro abandonados en las tiendas, los carteles con anuncios, los edificios colonizados finalmente por las dunas del desierto. Desde el cartel de entrada, anticipo de la rara experiencia que íbamos a vivir, hasta el coche de época oxidado y atravesado por las balas, todo aquí es en cierta manera inquietante, como si el desierto hubiese querido honrar la historia de este rincón que el gobierno alemán llegó a calificar como Sperrgebiet o zona prohibida”, describe el sitio vertierra.com.
Una de las 101 maravillas del mundo
De esa forma, como pueblo fantasma, permaneció hasta 1980 cuando una compañía minera local restauró algunos edificios con la intención de abrir un museo. Luego, aparecieron otras empresas privadas vinculadas al turismo que trataron de aprovechar las inquietudes que muchos visitantes tenían por la exploración de lugares abandonados.
En la actualidad, Kolmannskuppe atrae a muchos turistas a los que les interesa conocer más acerca de esas ciudades o pueblos, que pasaron del apogeo a convertirse en lugares olvidados, para rescatar sus leyendas. Si bien no se trata del lugar más visitado de Namibia, el viajero puede disfrutar de una de esas aldeas que, pese a que fueron devoradas por el desierto, aún permiten contemplar paradisíacas imágenes.
No por nada fue elegida como una de las 101 maravillas del mundo por Lonely Planet, una de las guías de viajes en el mundo. “Aún se ven juguetes entre la arena en algunas casas, muebles perfectamente colocados en otras y el teatro parece listo para abrir sus puertas. Pero lo más cautivador del lugar son los edificios y hogares inundados por el imparable mar de arena. Al trepar por las ventanas desaparecidas y pasear sobre las dunas que recorren pasillos y entran en los dormitorios, es difícil creer lo que se ve, es demasiado surrealista y hermoso al mismo tiempo. Cuando el viento produce remolinos de polvo fantasmagóricos entre los rayos de luz que atraviesan la oscuridad de algunas casas”, describe, precisamente la publicación en su sitio online.
Eso es lo que todavía sigue resonando en “La Berlín de Namibia”, una ciudad que tenía todo para convertirse en uno de los epicentros más importantes post Segunda Guerra Mundial pero que, al acabarse su gran tesoro natural, el desierto y el olvido se encargaron de sepultar.
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