Una docente se conmovió con el caso y aunque no estaba en sus planes, procuró un cambio inesperado para la perrita.
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El caso generó tanta conmoción que motivó la cobertura del periódico local. Abandonada a su suerte en el pasillo de una vivienda cercana al club Patronato, en la ciudad de Paraná, Entre Ríos, había pasado los últimos meses sin techo, alimento ni cuidado de ningún tipo. Hasta que una denuncia cambió su suerte.
Corría junio de 2019 cuando la rescatista Nancy Muller pudo dar con ella. La buscó y le dio la atención veterinaria, que necesitaba en forma urgente. La perrita, a la que entonces le calcularon unos seis años, quedó internada por varios días. Los veterinarios que la atendieron no pudieron asegurar que se salvaría. Fueron días difíciles para ella, estaba desnutrida, sin pelo, con problemas de piel y con signos se haber sido golpeada en sus patas traseras. ¿Qué había pasado con ella? La habían descartado y dejado sola en un pasillo para que la muerte la visitara.
“Cuando la quería acariciar, rehuía a mi mano”
“Ver la nota sobre la perrita en el diario Uno de Entre Ríos me movilizó a hacer algo al respecto. Contacté a Nancy para brindarle mi ayuda, en principio material, y colaborar con los gastos. A los pocos días empecé a visitar a la perrita en su casa de tránsito, mientras estaba en el período de recuperación. La conexión fue inmediata. Nancy había decidido llamarla Pola. Su carita expresaba una profunda tristeza, seguramente por lo que había vivido los últimos años. Cuando la quería acariciar, rehuía a mi mano. Era como que su cuerpito se retraía. Y cómo no hacerlo, después de su mala experiencia con los humanos. Entendí que ella necesitaba que le tuvieran mucha paciencia y fundamentalmente amor”, recuerda Daniela Vivas, que es docente universitaria, Licenciada en Matemática Aplicada y Magíster en Didácticas Específicas y se involucró desde el primer momento en el caso.
En ese momento Lucía, la hija de Daniela, estaba de viaje. Cuando regresó, su mamá le contó la historia de Pola. Inmediatamente quiso conocerla. Fueron juntas a visitarla. “Mamá, ¿qué te parece si la adoptamos?”, le dijo a Daniela en cuanto regresaron a su casa. Con ellas vivía Nino, un chihuahua de 5 años y hasta ese día Daniela realmente nunca se había planteado la posibilidad de tener otro perro.
“Especialmente porque sé que requieren atención y cuidado. Mi familia siempre tuvo varios perros. Pero mi mamá era ama de casa y se podía ocupar. En mi caso, cuando uno trabaja y pasa varias horas del día afuera de la casa, se complica. Pero me decidí. Le dijimos a Nancy que queríamos adoptarla. Ella no nos conocía. Demoró unas horas en contestarnos y finalmente aceptó”.
Con la cola entre las patas
Tenían todo preparado para recibirla: desde una cucha nueva, ropa porque era invierno y había que abrigarla ya que el pelaje era escaso aún, hasta juguetes, peluches, correa, collar y chapa identificadora y alimento especial que la ayudara a ganar peso.
Y un 3 de agosto de 2019 llegó el gran día. La buscaron de su tránsito y la llevaron a su casa, para que fuera parte de la familia y, sobre todo, para darle el amor y el cuidado que necesitaba para reponerse totalmente.
Costó la adaptación a un nuevo lugar. La cola siempre la tenía entre las patas en señal de miedo. “Cuando me veía con una escoba, huía al igual que cuando estaba regando las plantas con una manguera. Supongo que esos eran los elementos que utilizaban para golpearla”.
Lentamente Pola fue cambiando la expresión de tristeza de su carita. Nino la aceptó en cuanto la perrita puso un pie en la casa. “Yo les hablaba y ellos levantaban las orejas en señal de escucha y estoy segura de que entendían mis palabras. Les decía que eran hermanos. Recuerdo que cuando le mandábamos fotos a Nancy, para que viera cómo iba evolucionando, ella la llamaba María, la del barrio, en alusión a la telenovela mexicana que protagonizó Thalía, hace 27 años, donde el personaje que representa es el de una muchacha humilde que luego es millonaria”.
A fines de 2019 Pola ya había recuperado su pelo, había aumentado de peso y su piel había sanado. Conoció la playa y de a poco su vida fue cambiando. Ese mismo año, Lucía, la hija de Daniela adoptó una gatita que había sido abandonada a los pocos días de nacer y la llevó a su departamento. La alimentó con un biberón. Y hubo un momento en que Pola se acercó a la gatita y trató de entablar un vínculo con ella. “Al verlas daba la sensación de que Pola la cuidaba, la protegía, la abrazaba y nos llenó de ternura esa actitud. Pero fue a la única que aceptó ya que ella cuando ve un gato, lo corre y lo persigue”.
Un año más tarde, Pola había recuperado su vitalidad y su cara había cambiado, ahora se la podía ver contenta. De a poco fue ganando espacio en la casa, hasta que terminó durmiendo en la cama. Como docente universitaria y por la pandemia, Daniela comenzó a trabajar en forma online, por lo que siempre estaba en casa. Pola lo agradeció.
“Hoy es una perra feliz. Le encanta salir al patio y custodiar que no pase ningún gato cerca, por los techos. Además, yo estoy jubilada, con lo cual paso más tiempo en casa y con ellos. Cuando salgo, Pola siempre se queda esperándome cerca de la puerta. Y es la primera en recibirme cuando regreso. Cada 3 de agosto festejamos su cumpleaños. Decidimos esa fecha, porque fue el día en que llegó a casa y que le ofrecimos una nueva vida. Pasaron algo más de tres años desde ese día. Adoptarla fue una de las mejores decisiones y no me arrepiento ni un solo día”.
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