El 15 de julio de 1974, hace exactamente 50 años, el político radical fue acribillado mientras almorzaba en una cantina de San Justo; sus asesinos nunca fueron identificados ni juzgados
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Arturo Mor Roig fue asesinado en uno de los períodos más violentos de la historia contemporánea de la Argentina. Lo mataron el 15 de julio de 1974, dos semanas después de la muerte de Juan Domingo Perón. Estaba sentado en una mesa de la cantina Rincón de Italia, en San Justo, de la cual era habitué. Tenía 59 años. Era un hombre de paz, abocado a su familia, trabajaba como asesor legal de una metalúrgica.
De pronto, dos jóvenes que estaban sentados en la mesa de al lado, se levantaron y dispararon a quemarropa sobre Mor Roig. De inmediato ingresaron dos hombres más y lo remataron con fuego de escopeta de caño recortado. En total, los forenses contaron 32 perdigones en el cuerpo de Mor Roig.
Los cuatro asesinos -que nunca fueron identificados- escaparon en un automóvil rojo de la marca Fiat. De acuerdo a la declaración de los testigos, se trató de un modelo 1500... aunque también pudo ser 125 o 128.
De Cataluña al Río Paraná
Arturo Mor Roig nació en Lérida, una de las provincias de Cataluña, el 11 de diciembre de 1914 . En 1920 su madre Carmen, que estaba separada de su padre, decidió venir a la Argentina con sus hijos. Una vez llegados al país, se instalaron en el barrio porteño de Parque Patricios durante un año. Luego, se mudaron a San Pedro, donde residieron de forma permanente durante décadas. Allí, Arturo se crio y se formó como abogado. Y luego, dio sus primeros pasos en el ámbito de la política.
Su nieto, Javier Mor Roig, hoy es parte de la UCR, una tradición familiar. Hoy es concejal en La Plata. En una entrevista con LA NACION, repasa la vida de su abuelo: los recuerdos familiares, su carrera y su aporte para la reforma constitucional de 1994.
-Javier, ¿cómo empieza la carrera política de su abuelo?
-Mi abuelo estudia abogacía en la Universidad del Litoral. Una vez que se recibe ahí conoce a mi abuela, Odilia Bertolini, con quien se casa y se instala primero en Arrecifes y luego de forma definitiva en San Nicolás. Allí, en 1939, ingresa a la Unión Cívica Radical. Traía la impronta vinculada a lo que había sido el derrocamiento de Yrigoyen, algo que los radicales percibían como una injusticia. En ese contexto arrancó su pasión por la política. Hizo un posgrado en Ciencias Políticas en la Universidad Católica Argentina. Se doctoró con una tesis sobre el Parlamento.
-¿Cómo fueron sus primeros años de carrera?
-Rápidamente tuvo acceso a distintos cargos. Empezó siendo concejal en la ciudad de San Nicolás. Luego fue senador provincial tres oportunidades y después fue presidente de la cámara de diputados en el gobierno de Illia.
-¿Formó una familia?
-Tuvo 4 hijos con mi abuela: Alicia Carmen, Ana María, Marta Teresa y Raúl Arturo, mi papá. En 1964, mi abuela falleció, tenía un tumor cerebral. Mi abuelo sacó un crédito bancario para costear los tratamientos. Lamentablemente, la enfermedad progresó... Tenía 49 años cuando murió.
-Hay un momento de su carrera que fue un punto de quiebre: tras la Revolución Libertadora, la UCR de divide y él elige el lado de Balbín.
-Obviamente que el 57 fue un año muy doloroso para el radicalismo en general, y en particular para él. Decide quedarse en la línea más antiperonista por sobre Frondizi y la UCRI. Tenía muchos correligionarios y amigos que eligieron el otro lado. Adhirió a la fórmula presidencial encabezada por Balbín en las elecciones de 1958, pero la que resultó victoriosa fue la otra, la liderada por Frondizi. Pese a eso fue electo diputado nacional por Buenos Aires, cargo en el cual permaneció hasta 1962 cuando el golpe de Estado militar derroca a Frondizi y clausura el Congreso. Sin embargo, un año después, con el advenimiento de la democracia, apoya a Arturo Illia en las elecciones presidenciales y vuelve a ser electo diputado nacional, período en el cual ocupa la presidencia de la Cámara. Luego, ese mandato volvería a interrumpirse, y por la misma razón, que esta vez fue el golpe de Estado encabezado por el general Juan Carlos Onganía.
-Luego hubo otro punto de quiebre. Una década después, el presidente de facto Lanusse le ofreció ser Ministro del Interior, y él aceptó.
-Sí. Fue una de las decisiones más difíciles tal vez en su vida, dejar su partido de toda la vida (porque si aceptaba el cargo, debía abandonar el partido) para tratar de ir del lado de sus convicciones. Y esas convicciones consistían en tratar de lograr una salida institucional que terminara con con todos los golpes de Estado que venía sufriendo la Argentina. También se trataba de reconciliar un poco lo que significaba el peronismo y el radicalismo en forma antagónica, terminar con todas esas peleas que venían desde la década del 40 para tratar de posibilitar la participación del peronismo en la política argentina. Y luego, lógicamente, lograr una salida democrática. Fue una decisión difícil. Raúl Alfonsín pidió su expulsión del partido. Pero él sopesó la idea y entendió que era la mejor manera de contribuir.
-A pesar del viento en contra y de la desaprobación de una figura como Alfonsín, contaba con el aval de La hora del pueblo, el agrupamiento en el que convivían representantes de varios espacios políticos que luchaban por un objetivo en común: la salida electoral de la “Revolución Argentina”.
-Sí, y fue con ese aval que, ya como ministro, promovió el Gran Acuerdo Nacional, un conjunto de políticas destinadas a lograr una retirada de los militares y un retorno a la democracia. Además, poner fin a las proscripciones electorales y asegurar, en un futuro gobierno electo de manera democrática, el respeto a las minorías y a las normas constitucionales. Y finalmente, lograr el funcionamiento de los partidos políticos y elaborar una enmienda constitucional que permitiría que se hiciera la elección del 73.
-¿De qué se trataba esa enmienda?
-Principalmente, en reglamentos para las próximas elecciones. Por ejemplo: consideró la posibilidad de un ballotage si ningún partido obtenía la mayoría y determinó que habría tres senadores por provincia, elegidos también de manera directa: dos por la mayoría y el tercero por el partido que siguiera en número de votos. Estableció que las sesiones ordinarias del Congreso se llevarían a cabo del 1 de abril al 30 de noviembre, en lugar de mayo a septiembre. Para ello, convocó un equipo increíble de juristas y constitucionalistas, con el que pensaron la enmienda con la intención de que perdurara, de que pudiera fortificar a la democracia como tal. Bueno, obviamente la enmienda duró hasta el golpe militar del 76, lógicamente. Pero su legado sí perduró, porque muchos de sus conceptos se aplicaron en la reforma constitucional de 1994.
-¿Qué hizo su abuelo cuando regresó la democracia en 1973?
-Su trabajo ya estaba hecho. Empezó a trabajar y a pasar tiempo con la familia. Y también, a escribir columnas periodísticas sobre la actualidad del país en el diario El Día. Usaba un pseudónimo, Esteban Sastre (Esteban Echeverría+Marcos Sastre), para no generar subjetividades y entonces poder expresar lo que él pensaba. Esa experiencia le regaló una incipiente amistad con el director del diario, David Kraiselburd, quien, dicho sea de paso, fue secuestrado el 25 de junio del 74 y asesinado el 17 de julio, dos días después que mi abuelo.
-Le pregunto, ahora sí, por el asesinato de su abuelo. ¿Él sabía que era un potencial blanco de grupos subversivos?
-Yo creo que casi todos los que actuaban en política sabían que podían ser un blanco fácil de la locura que se vivía en ese momento, la locura subversiva. Digo esto porque nadie estaba exento. Quizás no te pasaba nada, pero sí le pasaba al de al lado. Cuando a él lo matan, la Argentina estaba en un período de desgobierno total en manos de Isabel Perón, que no conducía casi nada y tenía a López Rega y a la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) montada ahí arriba. Estaban Montoneros y el ERP, que habían sido echados un par de meses antes de la plaza por Perón. Y bueno, esto todo generaba un clima de violencia e intolerancia permanente que podía conducir a cualquier lado. En ese contexto Montoneros empezó a tirar muertos de un lado y el otro para decir “acá estamos”, para hacerse sentir. Una metodología repudiable, ¿no?
-¿Qué recuerda del día en el que lo mataron?
-Yo tenía 9 años. Ese día yo estaba con mi madre. Se había recibido de fonoaudióloga y fue a buscar a una casa aquí en La Plata una placa que le había regalado, precisamente, mi abuelo. La placa decía “Cecilia Mor Roig fonoaudióloga”. Cuando vamos, la persona que nos atiende mira la placa y pregunta a mi madre si era familiar “del político que fue ministro”. Y ella dice “sí, soy la nuera”. El tipo se quedó blanco. Estaba la radio de fondo, había escuchado lo que había pasado. “Parece que tuvo un accidente”, nos dijo. Entonces nosotros ahí paramos un taxi y salimos raudamente hacia mi casa. Cuando doblamos en la esquina, llegando a mi casa, vimos que estaba lleno de autos.
-¿Quién cometió el crimen?
-Nunca quedó del todo claro de quién fue la autoría. Nunca se esclareció a los autores, ni tampoco si fueron muertos después. Montoneros se lo atribuyó desde el punto de vista de lo que les significaba: con eso decían “acá estamos, téngannos en cuenta”. Las investigaciones no fueron claras en lo inmediato. Y a mi familia tampoco le interesó profundizar en el tema. Hay quienes por ahí viven estas cuestiones de una manera. A mi padre nunca le interesó averiguar. El hecho es que se había cometido un hecho aberrante que lógicamente no sólo lo sufrió todo el país, sino que lo sufrimos la familia mucho más. Pero nunca se investigó demasiado.
“El cerebro político del lanussismo”
Sin demasiadas pistas, la policía salió a buscar un Fiat 1500 rojo, basándose en testimonios que, a falta de precisiones, estaban cargados de vaguedades. Se hicieron arrestos, pero jamás dieron con los autores del crimen.
De pronto, en actos de Montoneros, los militantes comenzaron a cantar: “¡Oy, oy, oy qué contento que estoy! ¡Vivan los montoneros que mataron a Mor Roig!”. Pero Montoneros jamás emitió un comunicado “oficial” reconociendo que haya asesinado a Mor Roig.
Trascendió, en aquel entonces, que el líder montonero Roberto Quieto señaló, off the record, que a Mor Roig no lo asesinaron por su complicidad durante la dictadura de Lanusse, sino “como aviso de que los Montoneros debían ser tan tenidos en cuenta por el flamante gobierno de Isabel Perón como lo habían sido en esos días —principios de julio de 1974— los dirigentes de la oposición invitados a dialogar con la presidenta y sus ministros”.
Por demás, la revista La Causa Peronista, escribía que Arturo Mor Roig era el“cerebro político del lanussismo. El hombre que llevó fe y optimismo a la camarilla militar. El que le dio cauce legal al decreto que proscribía la candidatura de Perón”.
Eso fue publicado en el número 3 de la revista, fechado el martes 23 de julio de 1974. La edición dedica varias páginas a repasar la vida de Mor Roig a raíz de su asesinato días atrás. “Fue Mor Roig, sin dudas, el cerebro político del lanussismo. El hombre que llevó fe y optimismo a la camarilla militar. El que le dio cauce legal al decreto que proscribía la candidatura de Perón”, se lee en otra página.
-¿Cambió este panorama con la llegada al poder de un líder Radical como Alfonsín?
-Mirá, en el momento del crimen estábamos en esa nebulosa en la que nadie sabía qué iba a pasar. A partir del 76 vino el golpe militar, con lo cual se fueron tapando los hechos de violencia de distinta manera, con más violencia. Al llegar la democracia Alfonsín rápidamente trató de clarificar todo lo que se pudiera de esta cuestión, no solamente tratando de sentar en el banquillo a las fuerzas armadas, que habían garantizado la violencia, sino también aquellos que habían provocado la violencia desde distintos lugares, sea agrupaciones violentas de la época como Montoneros, ERP y alguna otra. Los diferentes hechos fueron marcando que algunas cuestiones se pudieron investigar, otras no tanto. Nunca hubo, insisto, la claridad necesaria para resolver el caso en el momento en el que pasó. Después, si pasa el tiempo, se va haciendo muy complejo poder llegar a determinar quiénes fueron los responsables.
-¿Qué recuerdos tiene usted de su abuelo?
-Teníamos la relación de todo nieto y abuelo. No teníamos un trato cotidiano, ni podíamos vernos todos los días, porque obviamente sus tareas no se lo permitían, y además porque él vivía en Buenos Aires y yo en La Plata. Pero obviamente venía cada vez que podía, y nosotros también hacíamos viajes a Buenos Aires. A los dos nos gustaba mucho el fútbol. Él era hincha de Huracán, yo de Gimnasia. Veíamos los partidos de ambos clubes. Lo hemos podido disfrutar el poco tiempo que pudimos compartir.
Una de las figuras de la política que asistieron al velorio de Mor Roig fue Ricardo Balbín. Apabullado, se quitó los anteojos y lloró en silencio junto al cuerpo de su amigo. La última despedida a Mor Roig se organizó en el Salón de los pasos perdidos de la Cámara de Diputados. Lanusse llegó al mediodía del día siguiente. No ingresó al Congreso. Esperó afuera y luego acompañó el cortejo a San Nicolás, donde se organizó una misa de cuerpo presente y donde luego, Mor Roig fue sepultado.
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