¿A quién le corresponde pagar la cuenta en cada ocasión?
Dicen que los traumas que más nos atormentan en la vida se generan cuando somos chicos, muy chiquitos, y vemos algo que nos deja marcados. Dicen las decodificadoras, esas terapeutas que tan de moda están y se supone que te arreglan los mambos que tuviste hace mucho tiempo, que nuestros grandes líos mentales se generan entre el día que nacemos y los diez años de edad.
Yo tenía ocho cuando mi abuela, una señora muy regia de las regias de antes, armaba un almuerzo con primos y tíos en el Jockey Club de San Isidro y al momento de pagar la cuenta le pasaba a mi padre, por debajo de la mesa, una suma de dinero aproximada al total. Mi abuela, la suegra de mi padre, podría haberle dado la plata antes del momento clave. Mi padre, a quien nunca le sobró el dinero, podría haberse negado al ritual. Mi madre, siempre distraída, podría haber dicho algo. Pero no, nadie decía nada y el sistema funcionaba así: en cada reunión familiar, mi abuela hacía todo el show de pasar la plata por debajo de la mesa y acto seguido agradecerle a mi padre tan generosa invitación. Ella, con las mejores intenciones, hacía todo eso para que no fuéramos nosotros, en un futuro, "los más pobres de la familia ". Pero su estrategia, lejos de alivianarnos la vida, me dejó un trauma bastante tonto y muy perdurable: hasta el día de hoy, y en la situación que sea, me pongo nervioso o incómodo cada vez que llega el horrendo momento de pedir la cuenta.
Los manuales de protocolo son claros al respecto, y la norma indica que quien invita es quien paga , sin excepción. Sean negocios, una cita romántica, un evento familiar o una reunión de amigos, si alguien osa decir "Te invito a tal lado a comer tal cosa", uno debe interpretar que puede tranquilamente caer con los bolsillos vacíos y una actitud aristocrática.
¿A la sueca?
En cambio, si decimos "¿Vamos a comer a tal lado?", o "Nos juntamos en tal lugar", entramos en el sinuoso terreno del pago a la española o el pago a la sueca. ¿Qué significa eso? Los habitantes de la madre patria llaman "pagar a escote" eso mismo que nosotros nombramos, muy argentinamente, como "hacer una vaquita". Esto es, cualquiera lo sabe, dividir la cuenta matemáticamente entre los amigos presentes, más allá de quien haya consumido qué. Los suecos, por el contrario, practican la gran jugada que hizo costumbre un ex notero devenido en conductor de radio: revisemos el ticket y veamos qué consumió cada uno, y así repartimos los gastos en función de eso. ¡Dios mío, que ordinariez!, diría mi madre, criada sabiamente bajo las curiosas reglas de mi abuela y sus pagos por debajo de la mesa.
Como a mí el tema me trauma, siempre arrojo mi tarjeta sobre la adición sin mirar absolutamente nada y dejo que mis amigos la dividan en partes iguales. ¿Me molesta que dos fulanos hayan pedido un vino carísimo y yo casi no haya tomado alcohol? Profundamente. ¿Me exaspera que mi amigo Jorge además del vino pida un lomo de mil pesos porque viene del gimnasio y necesita proteínas y a mí esa noche me pintó comer un revuelto gramajo de trescientos pesos bajado con una gaseosa light? Un montón. ¿Alguna vez tendré el valor de depositar el importe exacto de lo que consumí esa noche y decir muy alegremente "acá está lo mío", con cara de póquer? ¡Jamás en la vida!
Estando en Londres hace unos años fuimos a comer con mi ex y un amigo inglés, y al momento de llegar la cuenta mi ex -que era de buen pasar y de costumbres muy latinoamericanas- depositó su tarjeta sin siquiera desviar la atención de la conversación. El inglesito, muy nervioso, retuvo al camarero para que lo dejara mirar el ticket y sacó de su bolsillo los pounds exactos de lo que había consumido. Mi ex insistió en invitarlo, como hacía siempre con todos, hasta que el tipo pasó de la amabilidad a la firmeza sin soltar su dinero de las manos del mozo. Quisimos pagar, pero no hubo caso.
Traumas patriarcales
Este otro trauma, el de mi ex siempre pagando por todo, hizo que a la hora de formar una nueva pareja surgieran las incomodidades y los interrogantes que hoy me aquejan: si somos dos hombres en una cita, ¿quién paga? Si estoy con una amiga pero me sigo creyendo un macho caballeroso, ¿no puedo invitarla? Si voy a un encuentro que solo servirá para sexo casual, ¿debo invitar yo?
Para resolver el primer dilema, establecí un sistema cartesiano pero elegante, en el que mi novio y yo invitamos una comida cada uno de manera sucesiva y cronometrada, pero nunca jamás se nos ocurre sacar las dos tarjetas en una situación romántica, pues pienso que eso mataría la fantasía amorosa para siempre (sí, ya aclaré que soy un traumado con el tema y nunca dije ser una persona sana y serena). En cuanto al segundo asunto, a veces me hago el macho alfa y saco la billetera con una amiga y fingimos ser una pareja heterosexual del siglo pasado. Esto no tiene explicación, pero me gusta hacerlo.
El tercer tema es más complicado. Tengo un amigo que tiene muchas citas en Tinder con diferentes chicas y es tan antiguo que hace la pantomima de ir a comer a un lugar lindo y pagar tremenda cuenta en modo patriarcal para ver si después de todo eso logra tener una noche de sexo casual. Su actitud cavernícola lo deja siempre en un eterno default salarial, pero como dijimos al comienzo de este artículo, los traumas y costumbres se respetan cueste lo que cueste. A mí, particularmente, me nace pagar el trago o la cerveza de un encuentro sexual y jamás podría tener un one night stand dividiendo lo que tomó cada uno. Llamame antiguo.
Pagar en caja
Esta encuesta dice que la mayoría de las mujeres prefieren que los hombres paguen la primera cita y doy fe que amigas ultra feministas saldrían corriendo si un tipo les cobra lo que comieron en un primer encuentro. Pero todo esto no tiene asidero científico y yo soy grande y no sé qué hará una chica de menos de veinte años.
En cuanto a los negocios, es muy simple: el que convoca a la reunión debe pagar y nadie se sentirá culpable o fuera de lugar por que esto ocurra. El ademán de querer pagar a medias en una situación como esta queda totalmente desubicado, y ponerse incómodo mientras el otro saca la tarjeta o revisa la cuenta tampoco tiene sentido. Hablemos del clima, matemos el silencio, pero siempre con actitud relajada.
En esta línea, los millennials y emprendedores se juntan en un café de esos donde se paga en la caja y cada uno abona lo suyo aunque se trate de una reunión de negocios. Una buena manera de no generar situaciones incómodas, aunque el protocolo de grandes seres de negocios que escribiría la condesa de Chikoff indique lo contrario.
Pero ojo con querer implementar esta conducta de joven sin oficina a nuestra vida amorosa, porque a quien se le ocurra quedar en un local donde "se paga en caja" y cada uno pide lo suyo, no aplica y jamás aplicará en el contexto de una primera cita romántica.
¿Que otra vez estoy escribiendo pavadas?
Ya lo aclaré con mis dos nuevas frases de cabecera: "Soy un tipo traumado" y "Llamame antiguo".
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