Claves para interpretar las reacciones típicas de la etapa como parte del crecimiento y, desde ese lugar, ayudar a nuestros hijos a poner en palabras lo que les pasa.
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En textos anteriores (Adolescencia: cómo entender el salto al abismo que experimentan los chicos) comenté que, al empezar la adolescencia, y por un tiempo largo, los chicos hacen desplantes, contestan mal, rechazan el contacto físico. No lo hacen en contra nuestra sino a favor de su individuación. Responden impulsivamente (sin pensar) porque su lóbulo prefrontal (la zona de la corteza cerebral responsable de la toma de decisiones) no está suficientemente maduro ni va a terminar de estarlo por unos cuantos años.
Los ayudaría que los padres respondiéramos desde nuestro cerebro integrado en lugar de reactivamente, es decir tan impulsivamente como actúan o hablan ellos. Ojalá pudiéramos entenderlo y recordarlo instalando nuevos caminos de respuesta, distintos a aquellos con los que fuimos criados. Ojalá no nos tomáramos personalmente sus acciones o sus palabras. Cuando los padres nos ofendemos o nos enojamos se nos nubla la vista y no los ayudamos, no logramos dejar claro nuestro punto de vista ni presentamos un modelo de respuesta reflexiva e integrada.
Con ejemplos es mejor
Cuando perdemos la calma -ante el impacto de lo que vemos o escuchamos- muy a menudo perdemos también el foco de lo que estamos discutiendo. Veámoslo en un ejemplo: Pedro (13) quiere acostarse a cualquier hora y levantarse después del mediodía de lunes a domingo porque tiene clases a la tarde. Sus padres saben que a su cuerpo no le conviene acostumbrarse a ese cambio de horario, que es mejor dormir de noche, además ellos trabajan de lunes a viernes y no pueden estar en vigilia, atentos a lo que Pedro hace después de las doce. Necesitan dormir para madrugar al día siguiente.
Cuando se lo explican, Pedro seguramente les conteste irrespetuosamente, revolee los ojos, se vaya pegando un portazo, y si los padres no están atentos y enfocados, la discusión va a derivarse a lo maleducado que es. Los padres, enojados, van a avanzar con retos y/o penitencias arbitrarias e injustas que van a enfurecer a Pedro y se va a encerrar más en su burbuja y va a escuchar menos. Es decir, entran todos en un círculo vicioso evitable.
Si en cambio los padres pudieran entender su fastidio y su desilusión, comprender y hablar de que Pedro querría hacer lo mismo que sus hermanos grandes o que su amigo (cada familia tiene su propios códigos), ellos no se enojarían tanto, podrían comprender su dolor y ponerlo en palabras, y así se frenaría la escalada, y un rato más tarde, ya tranquilos todos, podrían explicarle las buenas razones por las que solo puede acostarse tarde los viernes y los sábados, y también dejarle claro qué respuestas y reacciones no son aceptables en casa, en lugar de trenzarse en una discusión que para colmo no resuelve el tema del horario de la ida a dormir de Pedro. Y muy a menudo después de haberle dicho “de todo menos bonito”, los padres se sienten culpables y lo dejan acostarse a cualquier hora.
Les propongo a los padres algo que sabiamente resume el dicho popular : ¡Sánchez, no te enganches!
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