El titular de la Dirección de Gesta Malvinas revive sus días en Malvinas y su traumático regreso al continente, donde fue acusado de “propagandista” y “divulgador de mentiras”
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Hace días, el 14 de febrero último, Nicolás Kasanzew (75) fue nombrado titular de la Dirección Gesta Malvinas, que depende del Senado. Se trata de una oficina modesta, apenas tres ambientes en un cuarto piso, a media cuadra del Congreso. Dirá, más adelante, que “acá no hay plata, no hay caja chica, ni gente capacitada”. La sala de reuniones, donde recibe a La Nación, tiene un televisor de tubo inútil, algunos cuadros con imágenes de la guerra y una bandera argentina.
-¿Desde cuándo existe esta dependencia, Nicolás?
-Desde 2013. Supuestamente, su misión es asesorar a los senadores sobre Malvinas, eso es lo que dice el fundamento de la creación de la oficina. Pero cuando me convoca la vicepresidenta Villarruel me dijo “quiero que desde el Senado se malvinice, que se haga para afuera, y que la población se entere de quiénes son nuestros héroes”.
-¿Qué opinión tenía de la Dirección Gesta Malvinas antes de su nombramiento?
-Ninguna: no sabía de su existencia. Y la mayoría de los veteranos tampoco. Fue un “descubrimiento”.
-¿Cuánta gente trabaja aquí?
-Cuando llegué había 49 empleados, pero muchos no venían a trabajar. A esos les propuse que se fueran a otro lugar, que pidieran traslado a otra dependencia, porque yo necesitaba gente con ganas de trabajar. Y muchos se fueron. Pienso que están mejor allí, en su nuevo destino. Ahora me queda alrededor de la mitad.
“La cara de Malvinas”
Los 74 días de guerra con Gran Bretaña marcaron definitivamente la carrera y la vida de Nicolás Kasanzew. Fue el único cronista de la televisión que permaneció en Puerto Argentino hasta el final del combate. Desde abril de 1982 -y para siempre- se convirtió en “la cara de Malvinas”. Dirá, más adelante, que lo asume con mucho orgullo.
Sin embargo, de regreso al continente, no recibió una cálida bienvenida: lo acusaron de propagandista, divulgador de mentiras, triunfalista... incluso dijeron que, en plena guerra, vendía cigarrillos y comida a los soldados, lo que jamás fue probado. Sin trabajo, se radicó durante un tiempo en los Estados Unidos.
-¿Vive este nombramiento como una reivindicación?
-Sí, de alguna manera así, pero también como una continuación. Porque yo hago esto desde que volví de Malvinas. Sigo haciendo lo mismo, solo que ahora con el respaldo de un cargo en el Senado. Mi función es divulgación histórica, que es lo que hice todo este tiempo.
-Sí, pero cuando volvió de la guerra lo alejaron de los medios de comunicación. Como se dice hoy, fue “cancelado”.
-Sí, sí. Primero con el gobierno militar, y después con el de Alfonsín.
-Se lo acusó de divulgador de mentiras, de propagandista...
-Me han dicho de todo. Yo empecé a dar charlas apenas volví, con todas las limitaciones del caso. Había tanta mala onda con Malvinas, y particularmente conmigo, que era todo muy difícil, pero siempre lo hice.
-¿Por qué cree que lo atacaron a usted?
-El régimen militar tenía cola de paja. Yo había vuelto y estaba escribiendo un libro. No sabían qué iba a poner, entonces a mí había que desactivarme como posible testigo. Pero además, la cuestión es que, apenas lo voltean a Galtieri, asume Cristino Nicolaides, un bruto mayor, corrupto, y su orden fue “tapar Malvinas”. Por eso escondieron a los soldados, los mandaron entre gallos y medianoche a sus casas, y había que esconderme a mí también, lo cual era más difícil porque yo era conocido. Entonces me hicieron operetas, me dejaron sin trabajo, y después esto siguió lamentablemente con el gobierno de Alfonsín, para mi gran sorpresa. Me han calumniado, me han dejado sin trabajo, me han perseguido. Pero... lo mío es un coletazo de lo que pasó cuando escondieron a los veteranos. Por distintos motivos quisieron censurar Malvinas. Fue una convergencia perversa de dos ocultamientos. Los militares quisieron esconder las miserias de Malvinas, estas afloraron igual. Y Alfonsín y los gobiernos siguientes trataron de tapar las grandezas, que son los hechos heroicos de nuestros combatientes. El hecho de que combatimos dignamente.
-¿Por qué cree que lo hicieron?
-Entraba en la demonización de todo lo militar. Entonces no podés reivindicar nada de lo militar bajo ese aspecto. Incluso fíjate que los académicos de historia le siguen rajando al tema de Malvinas. Ninguno se ha ocupado, y es un terreno fértil para hacerse un nombre. Y yo creo tener la explicación. Porque si un académico honesto investiga Malvinas, va a tener que reivindicar aunque sea a una parte de los militares: los que combatieron bien, con honor y con valor. Y les van a caer encima todos los colegas de la progresía. Pero en los últimos meses comenzó un cambio de época. Ojalá.
“ME FUI DE SACO Y CORBATA A COMODORO RIVADAVIA”
-¿Cuándo empezó a trabajar en ATC?
-Hasta pocos días antes de la guerra, yo ni siquiera estaba en ATC. Sí había trabajado ahí, pero me había ido un año antes por desavenencias con el productor. Hasta marzo de 1982, yo estaba en canal 11.
-¿Cómo es que va a cubrir la guerra para ATC?
-Días antes del 2 de abril, sin que yo sospechara nada, me llama el productor y me propone volver. Yo estaba con síndrome de abstinencia de viajes, porque en Canal 11 no viajaba nadie, entonces dije sí, agarro. Me dijo: “Venite el 2 de abril a grabar tu promo de reingreso al noticiero. El 2, a la mañana, me llama Víctor Sueiro alborozado porque habíamos recuperado Malvinas, y yo me quería matar, porque me lo había perdido, porque estaba en mi casa en pantuflas. Entonces voy al canal, de traje y corbata, y le pregunté al productor: “¿A quién mandaste a Malvinas?”. “No, no mandé a nadie”, me contestó. “¿Cómo?”. Yo no lo podía creer. Me explicó: “Gómez Fuentes tiene que conducir la batalla política, María Larreta es mujer...”. “Pero mándame a mí”, le digo. “Ah bueno, andá”... Ahí me di cuenta que por eso me habían contratado. A mí me gustaba ese tipo de coberturas, yo había cubierto guerras civiles en Centroamérica, hablaba inglés... y ahí, de traje y corbata, me fui para Comodoro.
-¿Cuándo pisó Malvinas por primera vez?
-Yo llegué el 3 abril y enseguida nos hicieron volver. Éramos 40 periodistas. El 4 volví a volar a Malvinas con Daniel Mendoza. Y después yo entraba con regularidad, casi a diario. Hacía las notas en las islas y regresaba al continente para transmitir desde Comodoro Rivadavia. Era imposible transmitir desde Malvinas. Con la tecnología de aquella época, teníamos que alinear una docena de barcos, entre las islas y Buenos Aires, para transmitir la señal. Una locura. Durante el mes de abril entraron bandadas de periodistas. Muchos tenían carnet de corresponsal de guerra. La mayoría no se quedaba, se volvía el mismo día. Después se cerró el bloqueo y no pudo pasar más nadie. Yo me quedé. Yo te garantizo que Menéndez quería que se quedaran muchos más periodistas, quería testigos, pero todos eligieron volverse... Cuando se cerró el bloqueo, nos quedamos el equipo de Télam, mi camarógrafo y yo.
-¿Había camaradería entre ustedes, los periodistas que quedaron en las islas?
-El tema de Télam es que Télam sí inventaba noticias triunfalistas todos los días. Por ejemplo, una vez dijeron que Daniel Jukic, con su Pucará, había atacado al portaaviones, cosa imposible para un Pucará. Me acuerdo que la crónica decía “como mosquitos enardecidos, los Pucará...”. Mientras inventaban noticias triunfalistas, no pasaba nada, pero un día se les fue la mano e inventaron que los ingleses habían desembarcado y habían masacrado a los kelpers. Eso publicó Télam y la noticia salió en todos los diarios. Y ahí sí Menéndez reaccionó. “Nosotros estamos haciendo acción psicológica”, respondió el periodista de Télam. En ese caso, si es verdad, no era una tarea para Télam. Entonces ahí, el 5 de mayo, cierra la agencia. Sin embargo, el cronista y fotógrafo de la agencia se quedan en las islas, pero sin trabajar, Por eso, mi camarógrafo y yo fuimos los únicos que cubrimos la guerra desde las islas.
-¿Cuándo volvió al continente?
-Horas antes de la rendición.
-¿Los desaloja Menéndez?
-No. La cuestión fue así. El 13 me entero por la gente de inteligencia que Menéndez se iba a rendir. Con mi camarógrafo no queríamos eso, no queríamos ver la rendición. Me parecía una imagen espantosa. Le pedí a Menéndez que me dejara subirme al buque hospital Irízar, que estaba fondeado en Puerto Argentino, pero me lo negó. Y no nos quedó opción. Nos resignamos a quedar prisioneros, estábamos muy reprimidos. Hasta que de repente llegó un suboficial y dijo que había llegado un Hércules trayendo un cañón de refuerzo, y que el comandante no iba a entregar el avión e iba a volver al continente. “¿Quieren subirse?”, nos dijo. Yo hablo con mi camarógrafo, decidimos que queríamos ir.
-Con el riesgo de ser derribados.
-Salimos bajo fuego. Le hablo a los de Télam: “¿Quieren subirse?”. Estaban en su hotelito. Dijeron que sí, pero nunca aparecieron. Y mi censor, el capitán Rodríguez Mayo, me dijo “¿Puede llevarle mi valija a mi mujer?”. Le digo “te la llevo, pero cárgamela en el Hércules porque yo tengo muchas cosas y no puedo”. Rodríguez Mayo no se animó a ir al aeropuerto, donde las bengalas inglesas iluminaban todo y había patrullas de Harrier encima. Subimos como 100 hombres al Hércules. De repente alerta roja, todos afuera. Nos quedamos como dos horas entre las piedras. Hasta que el comandante dijo “me voy sí o sí”. De los 100 que había en primer lugar, salimos 60, los demás prefirieron quedar prisioneros. El avión despegó, salió pegado al agua para evitar ser visto. Volamos dos horas a oscuras, con el limpiaparabrisas corriendo la espuma, hasta que se prenden las luces. Había vómitos en el suelo, mucha tensión nerviosa. Al lado mío un suboficial de Fuerza Aérea estaba con la 9mm en la mano. Le digo “macho, ¿qué pasa?”. “No, es que si entraba un misilazo, yo me pegaba un tiro. No quiero morir ahogado”, me dijo. Mi camarógrafo luego me comentó que en el vuelo se había desmayado. Y después, cuando se enfermó de cáncer, le hicieron un estudio que reveló que había tenido un microinfarto. ¡Es que fue un vuelo para el infarto! Inclusive después de la guerra, durante algunos años nos reunimos los que “nacimos de nuevo” ese día, los que estábamos en el avión. En una de esas reuniones estuvimos con el mayor Silva, que era el jefe del radar en Puerto Argentino, y nos dijo “teóricamente los estaba guiando, pero no había manera de que salieran de ahí. A ustedes los salvó la Virgen”.
-Mi “censor”, dijo. ¿Qué función tenía ese censor?
-Sí, cuando llego a Puerto Argentino me ponen un capitán que me hacía la vida posible. Él era el “encargado de prensa”, pero su función era estrictamente de censura. Cuando él me acompañaba, me decía “esto no se puede filmar, esto sí, esto no”. Entendible... yo no puedo filmar una posición para que después la vengan a atacar los ingleses.
-Su censor, Rodríguez Mayo, ¿lo seguía a todos lados?
-No siempre. Pero cuando no me acompañaba, miraba el viewfinder de la cámara y me decía “borrá de acá hasta acá”. Yo le decía “llévatelo vos, pero no me lo hagas borrar por que esto tiene valor histórico”. Me llegó a amenazar con hacerme Consejo de Guerra si no le obedecía. Rodríguez Mayo me hacía la vida imposible... y yo necesitaba notas de acción. Descubrí que el lugar era la base aérea, que era bombardeada entre 3 y 4 veces por día. Y como era jurisdicción de la Fuerza Aérea, el tipo no me acompañaba. Ahí me dejaban moverme con bastante libertad.
-¿Cómo sigue su trabajo en el continente, cuando regresa?
-Primero me prohíben ir a entrevistar a los soldados que volvían. Tampoco me dejan comentar notas de Malvinas. Después me sacan del noticiero. Y más tarde me hacen una opereta de desprestigio. Aparece un soldado diciendo que yo, en Malvinas, le vendía cigarrillos. Yo hacía todo lo contrario: le compraba comida a los soldados con plata de mi bolsillo, porque yo, como civil, podía entrar a las tiendas y ellos no. Tiempo después encontré al soldado, frente a un escribano y una cámara, y él negó haber dicho eso. Pero el daño estaba hecho. Eso fue una operación del servicio de inteligencia, lo tengo comprobado.
-¿Hasta cuándo siguió trabajando?
-Seguí con dificultades. Se terminó cuando se me venció el contrato. Cuando asume Alfonsín, nombra como director de ATC a Miguel Ángel Merellano. En esos días me llamó Merellano y me dijo “mirá, te prohibieron, la orden vino del secretario de Cultura, Carlos Gorostiza”. Yo, por supuesto, fui a enfrentarlo. Me recibieron Carlos Gorostiza y el subsecretario de Cultura Marcos Aguinis, dos escritores. Y me dijeron, frente a frente, que no tenía derecho a trabajar por haber sido la cara de Malvinas. Y cuando yo les pregunté quién había dado la orden, Gorostiza dijo “¿qué importa si fue Tróccoli o Alfonsín?”.
-¿Por qué cree que Alfonsín habrá impartido esa orden?
-Años más tarde le hacen una entrevista a Eduardo Eurnekián, que me había dado trabajo por un tiempo cuando recién nacía Cablevisión. Él cuenta que cuando me contrata lo llama Alfonsín y le reprocha “haber contratado a ese facho”. Yo nunca me crucé con Alfonsín, nunca le hice nada. Pero Alfonsín odiaba todo lo que tuviera que ver con Malvinas, porque así transmutaba su odio personal a Galtieri, con quien había sido compañero cadete en el Liceo Militar, en la misma camada, junto a Anaya y Harguindeguy. Galtieri parece ser que le hacía bullying al “gordito” Alfonsín, y Harguindeguy era el que protegía a Alfonsín. Y esa relación de amor odio siguió toda la vida. Cuando empiezan a meter presos a todos los generales por crímenes de lesa humanidad, meten presos a todos menos a Harguindeguy. A él nunca lo tocaron, porque era amigo personal de Alfonsín. En cambio todo lo que tuviera que ver con Galtieri, como Malvinas... ¡Alfonsín prohibió conmemorar el 2 de abril! ¡Sacó los restos del capitán Pedo Giachino del panteón de honor en Punta Alta y lo tiraron en un cementerio en Mar del Plata, en un rincón! Tenía ese odio... Se ve que competía con Galtieri, porque una vez, cuando él había creado su programa de poner la capital en Carmen de Patagones, un periodista le dijo “pero eso va a salir mucho dinero”. Y la respuesta fue “pero la guerra de Malvinas también salió muy cara”.
-Poco después, usted se fue del país.
-Sí, pero aguanté poco afuera. No quería irme del país. Pero tenía 4 hijos y muchas dificultades para ganarme el pan. A la tercera oferta que me hizo la TV hispanoparlante de Miami, me fui.
-¿Cuándo regresó a la Argentina?
-Volví en el 95, porque me trajo la nostalgia. Tenía un buen contrato en ATC, pero no me lo pagaban... Había que mendigar cada quincena. Así aguanté 4 o 5 años. Pero yo vivía de mi sueldo y, como no me lo pagaban, me volví a los Estados Unidos. Estuve en Telemundo, en la NBC, un tiempo en CNN... Me fue bien afuera, pero hubiera preferido hacer mi carrera aquí.
-Con más de 50 años de carrera, su apellido, que es tan particular, quedó asociado para siempre con aquellos 74 días que duró la Guerra de Malvinas.
-Sí, para mí eso es un honor, pero yo no soy solo Malvinas. Yo cubrí muchas cosas y me interesan muchas otras. Entrevisté a Kissinger, a Mohammed Ali, viajé por todo el mundo, tengo un libro sobre la historia de la revolución rusa, un ensayo sobre el amor...
-¿Tiene algún reproche sobre su actuación como periodista en Malvinas?
-No, lo único que lamento es no haber podido esconder, o proteger, el material. Mi gran dolor hasta el día de hoy es que nosotros no teníamos retorno de lo que se publicaba. Recién al volver mis compañeros de ATC me cuentan que el 95 por ciento del contenido que habíamos generado había sido destruido. Imagínate que cada fotograma tenía un valor histórico incalculable. Que hicieran eso significa dos cosas: primero que no era funcional a la propaganda del momento, pero también refleja la imbecilidad profunda de la gente de inteligencia. Lo hubieran guardado para después de la guerra, para la Historia.
-¿Hay algo en particular que nos quedamos sin ver?
-Mirá, en algún momento de la guerra mi productor me dice “no filmes más soldados conscriptos”. Le digo cómo, por qué. “No, para que no se sepa...”. Yo seguí filmándolos por una cuestión de ética profesional y porque ellos se ponían contentos de que los filmáramos. Cuando nosotros estábamos ahí, entre ellos, como que la situación no les parecía tan grave. Además, podían pensar que sus familiares los iban a ver desde el continente. Entonces imagínate la cantidad de material que me destruyeron solo porque yo seguí filmando soldados conscriptos. Después, los generales argentinos tuvieron la brillante idea de prohibirles a los soldados que carnearan los centenares de ovejas que había en las islas. Con un pretexto muy noble de “no vamos a tocar los bienes de las personas cuya isla habíamos ocupado, isla nuestra...”. Pero... ¡pagales una indemnización! Perseguían a los soldados que se cocinaban un cordero. Los castigaban. Y también les prohibieron entrar a las tiendas de los kelpers. Una vez más, protegiendo al enemigo más que a los nuestros. He llegado a pasar las dos horas que estaba abierto el mercadito comprando cosas a los soldados.
-¿No se contagió del triunfalismo que se vivía en el continente?
-Nunca lo hice, porque yo no soy propagandista, yo soy periodista. Además... quién puede saber quién está ganando y quién perdiendo hasta que suene el último tiro? Yo describía lo que veía. Entrevistaba y me lo contaban los demás.
-Siempre se lo ve rodeado de excombatientes, tanto soldados como suboficiales y oficiales. Eso legitimiza su cobertura de la guerra.
-Ahora que me nombraron director de Gesta Malvinas vino una nueva ola de calumnias, pero casi irrisible. El Cecim (Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas) de La Plata, que es un microgrupo de veteranos kirchneristas dijo que yo a un soldado le puse una mesita con medialunas y café caliente, le saqué una foto y después le saqué la mesita con las medialunas y el café caliente. Los veteranos se matan de risa. Primero, hubieran dicho scones, porque medialunas no había. Y segundo, si vos le pones medialunas a un soldado, no duran ni una exhalación.
-¿Cómo piensa llevar adelante la tarea de “malvinización” que le encomendó la vicepresidenta?
-Con divulgación histórica. Haciendo lo mismo que venía haciendo individualmente pero potenciado por el cargo. Acá no hay plata, no hay caja chica, no hay gente capacitada, nada... pero el hecho de ocupar un cargo en el Senado te abre puertas para ir a hablar con gente que puede a su vez abrirte otras puertas. Lo más fundamental, la madre de todas las batallas es la educación. Tenemos que revertir, en cuanto a lo que a mí compete, la bajada de línea absolutamente tendenciosa que hubo respecto a Malvinas en todas las escuelas del país en todos estos años. Hay historias que hasta ahora no han sido contadas. Y son historias apasionadas, potentes... Pienso que Malvinas no es el pasado; Malvinas es el futuro. Los valores de Malvinas son los que van a sacar adelante a nuestro querido país.
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