En la primaria se enamoró perdidamente y la vida los distanció; se casó, pero todas las noches pensaba en ella y decidió confesarlo.
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Octavio nació en el campo en agosto del 72, en un pequeño paraje al norte de la Argentina. Tenía un pasar muy humilde y muchos hermanos. Hasta sus 6 años, su corta vida transcurrió tranquila, hasta el día en que ingresó a la escuela, ubicada a 5 km de su hogar, y todo cambió.
Cuando entró al aula la vio a ella, esa niña angelical que trastocaría su mundo; estaba sentada adelante suyo, le gustó instantáneamente y no pudo dejar de mirarla: “Ese mismo día le comenté a mi mamá que tenía una compañerita muy linda y que no sabía su nombre”.
Durante aquella semana, Octavio se animó a hablarle, era tímida y venía de una familia acomodada. Pero fue recién a las dos semanas que la niña giró su cabeza, y tal vez “robado” de alguna línea adulta, lanzó: “Para qué naciste macho si no vas a ser para mí”.
“Me quedé helado”, confiesa Octavio al rememorar su historia. “Desde ese día me enamoré de ella, no faltaba nunca porque la quería ver, y si ella no venía la extrañaba. Nunca le dije que me gustaba y que me enamoré, creía que no estaba a su altura social”.
“Yo no me olvido de vos” y un ruego a las estrellas fugaces
Los años transcurrieron y cuando ambos cumplieron los 12, en vísperas del fin de la primaria, ella le regaló un escrito en puño y letra en papel secante que decía: “Yo no me olvido de vos, ni tampoco de los favores que hiciste”.
Octavio atesoró las líneas que le llenaron el alma y, a partir de ese día, comenzó a pedirle a las estrellas fugaces, al universo y a todo aquel que pudiera rogarle, que le conceda casarse con ella: “Me sentía feliz con solo verla”.
La primaria llegó a su fin y la tristeza de Octavio fue infinita. Ella comenzaría la secundaria, una posibilidad que él no tenía, ya que debía ayudar a sus padres en las tareas del campo: “La veía de lejos los sábados, porque yo también trabajaba ese día para su padre en la carpintería que tenían”, cuenta. “Pero la verdad es que ni me registraba, aunque yo vivía enamorado”.
Los amores fallidos y una locura con el viejo amor
A los 17, Octavio decidió viajar a Buenos Aires e instalarse en la ciudad definitivamente. Los años pasaron y, aun así, la buscaba en sus pensamientos, la extrañaba con locura. Conoció una chica de la que creyó estar enamorado, convivieron unos años, pero el corazón de Octavio le pertenecía a otra y se distanciaron.
“Luego conocí a otra mujer con la que me pasaba lo mismo, pero me casé y tuvimos una hija”, continúa. “Me divorcié. No funcionó, extrañaba a mi niña de la primaria. Lo mismo sucedió con mi pareja siguiente. Tenía una locura con mi viejo amor, la soñaba todas las noches y no podía vivir de lo que me hacía falta”.
Una llamada y una confesión
31 años habían pasado desde que la vio sentada en el aula, cuando decidió volver su tierra norteña. Decidido, Octavio fue a ver al hermano de su amada, preguntó por ella, y este le contó que un muchacho la había llevado a vivir a Perú: “Me pregunté, ¿y ahora que hago?, le pedí un número de teléfono que me dio antes de volverme a Buenos Aires”, cuenta.
Con el cuerpo temblando aguardó en el teléfono hasta que alguien atendiera. Escuchó la voz de una mujer mayor, que le indicó que volviera a probar en 10 minutos y, con más nervios que antes, más tarde llamó de nuevo. “Se sorprendió al escucharme, y primero no se acordó de mí. No entendía por qué la había llamado, le dije que nada, que tenía ganas de hablarle, pero finalmente conté apenas algo de la verdad y me dio su Messenger”.
Con su pequeño logro, Octavio sintió tocar el cielo con las manos. A partir de entonces, separados por miles de kilómetros, comenzaron a charlar por mensaje, ella le confesó que estaba mal, que las cosas no iban bien con su esposo y él, que también seguía en pareja, le escribió su historia, todo lo que había sentido, pero en tercera persona. “Pero al final le puse que esa persona era yo. No podía creer que alguien estuviera enamorado desde los 6 años de ella. Le gustó mi historia y yo estaba feliz”.
Volver a los orígenes y el comienzo de un amor
Un día ella tuvo que volver al lugar donde nació y se crio. Tenía que pasar por Buenos Aires y le pidió a Octavio ayuda. Él, todavía en pareja, puso en riesgo todo sin importarle nada, la quería ver.
En el aeropuerto la esperó con mariposas en el estómago y al verla se abrazaron fuerte. “En sus horas en Buenos Aires le conté todos los detalles de mi enamoramiento, ese día nos besamos y nada más”, revela Octavio. “Me confesó que su matrimonio estaba quebrado y que volvería a la Argentina. No podía pedirle que seamos novios, porque nuestras relaciones no estaban resueltas”.
Dejaron de hablarse por un tiempo, pero un día, sin poder dejar de pensar en su eterno amor, Octavio no pudo más y se separó. Entonces la buscó en el norte: ella ya había regresado a la Argentina.
“A partir de entonces comenzamos a conversar cada día, hasta que nos reencontramos en su pueblo. Pudimos hablar y fue entonces, después de más de tres décadas, que comenzó nuestra historia de amor: me sentí el hombre más feliz del mundo”.
Del amor idealizado a la realidad
Dos o tres veces al año ella iba a visitarlo a Buenos Aires, y otras tantas, Octavio viajaba al norte para suprimir los 1200 de distancia que los separaban. Un día, que creyó que era el más feliz de su vida, ella le pidió que se mudara con él y así lo hizo.
“Fui a vivir a su casa, pero las cosas cambiaron completamente. En ella pude percibir como un desprecio”, manifiesta Octavio, pensativo. “Lo soporté por un año y medio, donde el trato no era bueno, a tal punto que todo era muy tenso. No tengo explicación alguna sobre qué le sucedió. La situación me llevó directo a una depresión. Por suerte tengo una hermana en ese pueblo que me supo ayudar y pude retornar a Buenos Aires muy angustiado. Tal vez, por sus tratos, ese enamoramiento desapareció. Me recuperé rápido, nunca más hablé con ella. Sé que está en pareja con un señor bueno, la segunda relación desde que nos separamos”.
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