Como esposa, madre de cuatro y abuela creyó que era tarde para cumplir su sueño, hasta que un suceso la animó a salir en bicicleta y emprender viajes que duran meses y que impactan en cada regreso a la Argentina.
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Cuando Mónica Romero regresa a su rincón argentino en Bahía Blanca, no puede evitar sentirse extraña en aquel entorno que la vio nacer. Sus viajes, en los que recorre el mundo en bicicleta, suelen durar meses y le permiten explorar otras tierras en profundidad; los sabores nuevos y las costumbres foráneas se mimetizan de tal forma con ella, que a su hogar en la patria austral arriba reprogramada y compenetrada con la cultura que dejó atrás: “Es difícil volver a la Argentina”, confiesa sin dudarlo.
A veces, retorna con deseos de vender la mesa y las sillas para comer en el piso, otras, les implora a todos que se saquen los zapatos al entrar a su morada, y muchas veces se sorprende comiendo con las manos, entre tantas otras costumbres que incorpora y que son ajenas a las argentinas.
Mónica, que emprendió su primera gran travesía en bicicleta al Medio Oriente a los 55 años, cumplió los 60 en el noreste de Brasil, donde realizó voluntariados en hostels y moradas. Todas las aventuras las atraviesa sola, algo que sorprende a varias personas que se cruzan por su camino. Admiran su osadía en un mundo donde persiste la creencia de que a cierta edad ya es demasiado tarde, más aún siendo mujer.
Sin embargo, el impacto mayor llega cuando descubren que Mónica está casada, tiene cuatro hijos y tres nietos, y que durante los últimos cinco años todos han apoyado sus largos periplos junto a su bicicleta.
Las aventuras de la mano de papá: “Yo los escuchaba maravillada y así comenzó a picarme el bichito pluricultural”
Mónica nació en Villa Rosas y se crio frente al parque Arturo Illia, que ofició de patio de su casa. Fue la hija mayor de padres muy jóvenes y la compañera inseparable de aventuras de su papá, quien la llevaba caminando desde su hogar hasta Galván a campo traviesa, la animaba a lanzarse desde el muelle incluso antes de que ella supiera nadar, y la llevaba a pescar y cazar.
Otra costumbre de su padre era levantar al paso a todo hippie en el camino, o algún que otro soldado de operativo UNITAS que andaba rondando. Les abría las puertas de su casa para invitarlos a cenar y hospedarse en su humilde hogar.
“Yo los escuchaba maravillada y así comenzó a picarme el bichito pluricultural”, cuenta Mónica, mientras rememora su historia.
Un matrimonio joven: “Mi sueño de ver el mundo quedó postergado por décadas”
Cuando llegó la adolescencia, Mónica siguió acompañando a su padre en aquellas intrépidas aventuras y, mientras sus amigas leían novelas rosas, ella se trasladaba a otra dimensión a través de las páginas de Julio Verne, Emilio Salgari y Marco Polo, y soñaba con viajar por el mundo.
Tal vez, Mónica no necesitaba novelas de amor porque lo vivía. Ella repitió la historia de sus padres y se casó muy joven. Cuando llegó a los 24 años ya tenía tres hijos y un ritmo de vida adulto, entre la crianza, el hogar y el trabajo: “Mi sueño de ver el mundo quedó postergado por décadas”.
La vida la había llevado por un carril que parecía indicarle que tal vez debía renunciar a su más profundo deseo. Pero Mónica, en el fondo, nunca había abandonado su anhelo. Lo descubrió pasados los 50, cuando por querer adquirir un buen estado físico para subir una montaña, compró una bicicleta mountain bike.
“¡Qué sorpresa la mía! En mi primera salida pedaleé 36 km con absoluta facilidad y en tres horas”, comparte con orgullo. “Hice mis cálculos y me dije: si en un día puedo pedalear 60 km, en diez días puedo hacer 600, y en un mes 1800 y en tantos días…. ¡Guau!”
Grandes aventuras europeas y el anhelo de ir más allá: “Necesitaba algo más desafiante y deseaba conocer otras culturas”
De la mano de su revelación, Mónica comenzó a organizar salidas grupales a los pueblos cercanos. Luego llegó el cruce de los Andes y más tarde el recorrido por las costas uruguayas.
El mundo, de pronto, se había abierto ante sus ojos y aquellas ganas irrefrenables de explorar otras tierras más lejanas se apoderaron de ella: “En 2016 crucé el gran charco y me animé a viajar sola para hacer el Camino de Santiago de Compostela, donde alquilé una bicicleta con la que recorrí 1000 km y que no dejé ir, pues ya la consideraba mía”.
Mónica regresó a su hogar en Bahía Blanca y al poco tiempo planificó el reencuentro con su bicicleta europea. En aquel nuevo periplo el itinerario comenzó en Budapest y finalizó en Roma: “Seis países, seis capitales, 2800km”.
Para el siguiente año, la mujer decidió que Europa ya había sido suficiente. Ya no deseaba seguir viendo las postales perfectas, los pueblos de ensueño ni castillos maravillosos. Su espíritu necesitaba algo nuevo: “Necesitaba algo más desafiante y deseaba conocer otras culturas”, asegura.
“Para ese entonces ya estaba recibiendo en mi casa miembros de una comunidad de cicloviajeros de todo el mundo que llegaban y me maravillaban con sus relatos, tanto como los de Gerard, un francés que nos visitó en mi infancia”, continúa Mónica, quien vuelca sus experiencias en su blog Monona Bike Traveler. “Muchos mencionaron que Irán era el país más hospitalario del mundo, con muy bajo índice de delincuencia y que, por cuestiones religiosas, los musulmanes reciben a los peregrinos en sus casas y los atienden como reyes, pues quieren también conocernos”.
Para entonces, Mónica ya había cumplido 55 años, había decidido dejar su trabajo formal (diseño de interiores y organización de eventos) y se dispuso reemplazarlo por actividades laborales informales que pudiera tomar y dejar, según su necesidad. El Medio Oriente la esperaba.
Irán, India, Nepal: “Me enseñó a adoptar una postura neutra para observar el mundo”
2017 fue el año que la vio llegar al mundo musulmán. Durante tres meses, Mónica recorrió aquel universo tan ajeno al propio en un viaje donde pudo apreciar su propia cultura occidental desde otra mirada y poner en práctica valores tan importantes como el respeto, la tolerancia y la empatía.
“Fue un viaje increíble, aunque con muchos momentos impactantes, consecuencia de las leyes estrictas hacia la mujer”, asegura Mónica, quien, entre otros acontecimientos duros, fue increpada al ingresar a un pueblo donde las mujeres tienen prohibido pedalear. “Sin embargo, me enseñó a adoptar una postura neutra para observar el mundo. Además, tuve la posibilidad de crear y hacerme `BICIBLE´ (visible con su bicicleta) para otras mujeres adultas y adolescentes, impartiendo charlas sobre mi viaje en bicicleta en institutos de inglés, donde solapadamente les hablaba de empoderamiento femenino”.
La mirada de Mónica se agudizó aún más cuando, dos años después, emprendió sola (como suele hacer siempre) un viaje extraordinario que puso a prueba su temple y la capacidad del dominio del miedo. Pedaleó desde Bikaner, al norte de la India, hasta Katmandú, Nepal: “3800 km en 128 días. Fue la travesía más desafiante de todas”.
“En esos casi cuatro meses y medio solo necesité pagar dos noches de hotel; el resto me alojé en templos hinduistas, casas de familia, ashrams, voluntariados, comunidades Arco Iris en Pokhara (algo así como hippies siglo XXI) y monasterios budistas. Y así fue como conocí el mundo hinduista y budista. Este último es el upgrade de todas las religiones juntas y es lo que practico de manera autónoma y autodidacta, como todo lo que hago en la vida”, revela Mónica, quien hoy aprendió a vivir en unión con la naturaleza, dándole la misma relevancia al mundo animal y vegetal, que al ser humano, y totalmente comprometida con el medio ambiente.
La pregunta acerca de la familia y los regresos a la Argentina: “Volver es como haber estado en coma cinco años”
En su último regreso a la Argentina desde Irán, Mónica sufrió -como suele sucederle- un muy largo jetlag provocado por el viaje, así como por el impacto del cambio cultural. No solo regresa compenetrada, reprogramada y habituada a las últimas costumbres impregnadas en su piel, sino que sufre un shock en relación a los hábitos del suelo argentino, que hoy mira con otros ojos: “Desde el momento que estoy más de treinta días del otro lado del mundo comienzo a ver que mi cultura no está muy acertada en muchos aspectos”, reflexiona.
“Y mientras estoy afuera pasan cosas como en los últimos meses, volver es como haber estado en coma cinco años. Los precios se fueron a las nubes y hasta intentaron matar a la vicepresidente. Es muy raro vivir todo eso de lejos”.
“Por supuesto, siempre me preguntan cómo siendo esposa, madre y abuela me permito estas aventuras y yo les respondo que estoy en la mejor edad, una donde mis hijos son grandes y todavía el cuerpo responde perfectamente a estas exigencias”, manifiesta Mónica. “Debo reconocer que tengo una familia muy especial, mi esposo es militar y también ha pasado mucho tiempo viajando y haciendo campañas antárticas, que es lo que ama hacer”.
Las premisas para viajar solo, sin importar la edad y ni el género: “Quisiera motivar a muchas otras mujeres a viajar solas y así poder dejar en claro que el mundo también es nuestro”
Al recorrer su historia de vida, Mónica respira con orgullo y emoción: le hizo honor a aquella pequeña niña que leía a Verne y Salgari y soñaba con ver el mundo. Lo hizo después de los 50, cuando muchos creen que ya es tarde; lo hizo porque, mientras haya vida y salud, siempre estamos a tiempo de alcanzar nuestros sueños.
Hoy, con 60 años, las aventuras continúan y los aprendizajes de vida jamás cesan. Actualmente Mónica se dedica a visitar países más desfavorecidos, y sus próximos destinos serán Cuba, Venezuela, Tailandia, Vietnam, Marruecos, Tanzania y Madagascar. A través de sus charlas y grupos, también ofrenda, brinda coraje a todos aquellos que, sin importar la edad, también desean hacerle honor a sus sueños. El manejo de los miedos, relatos sobre costumbres, lugares donde se alojó, su alimentación durante las travesías y cómo prepararse para los viajes, son parte de las herramientas que comparte, así como el hecho de desbancar ciertos mitos.
“La gente se pregunta cómo hago, pues se nos ha implantado la idea de que viajar es solo privilegio de ricos, pero no es así. Por supuesto que se necesita tener un buen equipamiento técnico y comprarse un pasaje de avión, pero luego viajar como peregrino es muy económico, sobre todo considerando que todos los traslados se hacen con tracción a sangre”.
“La primera premisa es ser despojado, desapegado, minimalista en la propia tierra. Considerando que todo los que nos hace felices cabe en cuatro o cinco alforjas, no acumular bienes materiales es esencial, así como cosas que generen gastos fijos, optar por una vida austera, no consumir nada superfluo y ahorrar cada pesito que uno pueda para viajar”.
“La segunda premisa es enfrentar todos los miedos, deshacerse de los preconceptos, animarse a hacer un viaje de autoconocimiento e introspección. Esto se logra únicamente viajando solo y así uno puede desprogramarse y quedar en neutro para poder ser simplemente uno mismo”, reflexiona. “Viajando solo uno nunca está solo, porque viaja totalmente receptivo a todo lo que aparece en el camino. Nuevos amigos, nuevos maestros, nuevas lecciones. Viajar a conocer y convivir con otras culturas nos da la oportunidad de mirarnos en el espejo de otros, tan distintos y tan iguales a nosotros”.
“Con mi experiencia quisiera motivar, ante todo, a muchas otras mujeres a viajar solas sin importar la edad y así poder dejar en claro que el mundo también es nuestro y que, como consecuencia, sea algo que deje de ser motivo de sorpresa. Debería ser algo natural. ¿O no?”, concluye.
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