En un viaje familiar en Israel Daniel quedó encantado con una original grúa que lo inspiró para tener su propio negocio.
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En el Año 2018 Daniel Duer (52) realizó un viaje por Israel, junto a su mujer y a sus dos hijos. Por casualidad, una mañana al subir las persianas de la habitación del hotel, lo sorprendió una “especie de camioncito” que subía y bajaba materiales en la obra del edificio de enfrente. Como le pareció muy curioso y original, tomó su celular y lo filmó.
A la mañana siguiente, casi a la misma hora, sus ojos volvieron a ver esos movimientos llevando, en esa ocasión, elementos de aberturas de puertas y ventanas. Por supuesto, que volvió a grabar y a sacar fotos. Y durante el resto del viaje se quedó pensando en ese tipo de grúa que jamás había visto en la Argentina.
“Me iban a tratar de irresponsable que me metía en un rubro que no tenía idea”
“Ya de vuelta en Buenos Aires me puse a investigar a escondidas porque no quería que mi señora ni mi familia se enteraran. Me iban a tratar de irresponsable que me metía en un rubro que no tenía idea. Lo más cómico es que no tenía idea de cómo se llamaba ese tipo de grúa por lo que estuve varios meses buscando imágenes en Google”, recuerda.
Desde que tenía ocho años Daniel frecuentaba el local familiar de venta de sábanas, acolchados y cortinas que tenía su padre en San Justo, en la provincia de Buenos Aires. y a los 16 ya se encargaba de ir a colocar las cortinas en la casa de los clientes.
Su trabajo consistía en la atención al público y el pago a los proveedores. Si bien cumplía una jornada de nueve horas todos los días, muchas veces debía hacer horas extras cuando lo llamaba algún cliente para que fuera a tomar las medidas de las cortinas o si tenía que entregar algún sillón.
Insatisfacción laboral
“No me sentía feliz haciendo ese trabajo, pero era lo que me daba sustento para vivir y para pagar mis cuentas. Me daba cuenta de que algo no estábamos haciendo bien porque las cosas no salían como pensábamos y los resultados no llegaban. Cómo frutilla del postre, en el año 1994 fue el atentado a la AMIA, nosotros estábamos a dos cuadras de la sede y no nos pudimos recuperar de esa tragedia. En el 95 tuvimos que cerrar”.
A pesar de ese duro golpe, en ese momento Daniel no se imaginaba realizando otra tarea que no tuviera relación con lo que venía haciendo desde que era chico. De hecho, al poco tiempo comenzó a trabajar en una tintorería, justo cuando se había ido a vivir con Paula teniendo que pagar la hipoteca de ese departamento.
“Fueron 10 años de sentirme mal conmigo mismo y sabiendo que estaba harto del rubro”
Pasaron unos años, cuenta Daniel, hasta que se incorporó (en el año 2000) al local donde trabajaban su mamá y su esposa en San Fernando. “Pero era más de lo mismo. Atención al público y a proveedores. Estaba 10 horas con mi madre, 24 horas con mi esposa y se tornaba, a veces, muy difícil. Sabía que tenía que hacer algo para salir de ese lugar. Fueron 10 años de sentirme mal conmigo mismo y sabiendo que estaba harto del rubro”, reconoce.
Daniel se sentía incómodo, insatisfecho, molesto. Sensaciones que muchas personas suelen evidenciar cuando no se encuentran a gusto en un determinado trabajo, a pesar de que ese empleo les permita poder mantener a su familia e, incluso, darse algún que otro gusto.
Desde joven a Daniel le gusta hacer cosas con las manos y hasta varias veces fantaseó con ensuciarse como los mecánicos. Pero hasta el momento en que quedó fascinado con ese “camioncito” que subía y bajaba objetos en aquel edificio de Tel Aviv jamás había pensado en dar un giro a su vida laboral o saltar al vacío. Pero siempre suele haber un clic para tomar este tipo de decisiones que no solo puede modificar los ingresos económicos, sino también generar un equilibrio emocional. En su caso, la decisión de cambiar de rumbo llegó unos poquitos meses antes de cumplir 50 años.
Manos a la obra
Una vez que se decidió a cambiar Daniel se contactó con una fábrica en Europa y un distribuidor en España. Entonces, les mandó un mail pidiendo información y luego de meses de charlas, video-llamadas y audios de WhatsApp, para sacarse las varias dudas que tenía, la última semana de diciembre 2018 decidió comprar la grúa y transfirió la seña.
“Lo que más me gustó del emprendimiento fue la originalidad de la máquina. Es un tipo de grúa que aquí no existía. Me llamaba la atención la manera tan fácil, rápida y práctica en la que se podían subir las cosas por el frente del edificio. La investigación fue muy casera. Llamé a unas empresas de mudanzas que hacían trabajos con soga y les pregunté cuánto cobraban para subir, por ejemplo, una cama de dos plazas y una heladera. Y, sinceramente me quedé sorprendido con el presupuesto con el que había que contar para ese servicio. Teniendo en cuenta lo que se cobraba en España y en Europa por un servicio similar dije: `esto acá tiene que funcionar, es mucho más barato, rápido y seguro`”.
Sin embargo, como todavía tenía algunas dudas que le impedían dar el paso más importante para concretar su sueño, Daniel se contactó con Ricky, un amigo que mantenía desde la época de la secundaria, a quien le propuso ser parte de su nuevo emprendimiento. “Negro: con vos a cualquier lado, firmo y vamos para adelante”, le dijo. De esa forma nació la sociedad.
“Éramos nuestra propia competencia”
“A finales de mayo 2019 llegó la grúa, estábamos llenos de expectativas, de alegría y de miedos, era algo completamente distinto y nuevo. No podíamos ver qué hacía la competencia para mejorarlo o copiarlo. Nosotros éramos nuestra propia competencia y teníamos que hacer y resolver las cosas según se nos planteaban. La premisa era sacar este proyecto adelante de cualquier forma. La situación, sobre todo con mi esposa, no era la mejor. Cuando le conté me dijo: `vos está loco`”.
Más allá de esa impresión inicial de su esposa, Daniel y su socio arrancaron con este emprendimiento al que denominaron Subilo por el balcón. “Los primeros tiempos fueron difíciles porque la gente no conocía el sistema ni la existencia de esta grúa, pasaban semanas sin tener un servicio, hasta que llegó el primer llamado para subir un colchón a un primer piso en Colegiales. Sentimos emoción, expectativa y miedo. Fui con mi socio y salió todo perfecto. El primer paso ya estaba dado”.
Encontrar un camino
Cuando parecía que Daniel había encontrado lo que hacía tantos años venía buscando, la pandemia le colocó un freno obligado a su entusiasmo. Sin embargo, lejos de deprimirse aprovechó ese tiempo para promocionar su negocio a través de las redes sociales en días en que al no poder de salir de sus casas la gente consumía aún más este tipo de webs o de aplicaciones. “Era momento de que la gente empezara a conocernos, tampoco teníamos tanto material gráfico y videos de producción propia ya que recién arrancábamos. Entonces, camuflamos algunas fotos y videos de empresas de Europa para poder mostrar el servicio. De a poco se fueron abriendo las distintas actividades y fuimos recuperando terreno”.
Daniel dice que con su emprendimiento siente que está haciendo lo que realmente le gusta, algo que a nivel laboral no había experimentado en otros momentos de su vida. “Siento que pude encontrar el camino y a los 52 años puedo decir que para mí es como si tuviera 25 por el empuje, las ganas y las fuerzas que tengo en el día a día. La historia demuestra que no hace falta ser joven para emprender y cumplir sueños”.
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