El lugar no se parecía en nada a lo que buscaba su dueña, la santafecina Marcela Giscafré. La curiosidad por saber qué había detrás de las paredes fue el inicio de un proyecto que la enorgullece.
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Una falena es una mariposa nocturna que ama volar hacia el fuego, aunque su vida se vaya en eso. La escritora Virgina Woolf la invoca en las páginas de Las Olas, incluso dicen que estuvo por llamar Las Falenas a esa novela pero los vaivenes de la edición la hicieron cambiar de idea. Marcela Giscafré, en cambio, se agarró de sus alas para nombrar a su librería, una esquina de 1930 de la calle Charlone, en el barrio porteño de Chacarita, amurallada, solo con dos puertas rústicas que se atraviesan tras tocar el timbre y con cita previa.
Adentro, luz baja, un hogar a leña, sillones mullidos, mesas que permitan apoyar los libros más grandes. Españoles, mexicanos, también argentinos. Algunos traídos de viajes propios, otros arrimados por socios amantes del arte. Afuera, un patio verdísimo, con un Gingko biloba, el árbol que sobrevivió a la bomba de Hiroshima. Y terrazas casi tropicales. A veces una copa de vino, un café, unas nueces. Esencialidades. Y jazz, y un piano, en el subsuelo.
“No es una librería a puertas cerradas. Es una librería que no tiene vidriera. Todo recrea la intimidad que quiero que cada persona que nos visita tenga con los libros. El espacio impuso este clima y hasta el tipo de material que elijo para mostrar. De hecho me obligó a reducir la cantidad de libros ya que no hay tantas paredes para bibliotecas. Tampoco hay lugar para el depósito. Tuve que ser muy específica. Y está bueno que así sea, solo quiero vender aquello en lo que confío, aquello que puedo defender”, explica Marcela Giscafré.
Bucear en el pasado
- ¿Primer recuerdo de un libro?
- Quien introdujo los libros en mi vida fue mi papá Juan. Soy de la provincia de Santa Fe, de Esperanza, y él viajaba mucho a Buenos Aires, casi todas las semanas. Y me traía libros. Desde los 8, 9 años, adopté el hábito de la lectura gracias a él, que era un gran lector. Emilio Salgari, su Sandokan, Jack London, libros de aventuras. Después ya me anoté en la biblioteca del pueblo y arranqué a leer de manera desquiciada. Porque los libros, en realidad, me rescataron. Fueron mi refugio. Tal vez por eso hoy tengo una librería que promueve la intimidad.
Matemática de formación, integró una empresa familiar que aún funciona en Santa Fe mientras criaba a sus dos hijas, Flor y Belén, y cuando se dio cuenta de que necesitaba ir por más, desarrollar su creatividad a otra escala, a los cincuenta años, tomó el riesgo, y salió a buscar el qué, el cómo y el dónde.
- ¿Cómo te topaste con Falena?
- Dando vueltas hasta que un día hubo espacio para que esto pasara, para tomar el riesgo y pegar el salto. No tenía ni idea de lo que era comercializar un libro. Estaba muerta de miedo. Hoy, cuatro años más tarde, puedo decir que estoy posicionada en otro lugar interno. Me amplió el mundo. Porque en definitiva el mundo es interno. Y esa ampliación depende de correrse un poquito de lugar. Correr la mirada sobre uno mismo y sobre el mundo externo. El lugar en sí no se parecía en nada a lo que buscaba. Quería algo chiquito para los libros y con otro lugar pequeño, contiguo, donde generar actividades, conversaciones, proyecciones, que me permitiese promover ciertas lecturas. Y lo encontré todo acá, mucho más grande pero con el mismo espíritu. Entré solo por casualidad por qué me intrigo qué había detrás de esas paredes. Después que la conocí no pude dejar de pensar en la casa y me mandé.
Los libros están organizados por países, regiones. Sueña con tener un planisferio para poder ordenarlos más claramente aún. Hay libros de arte, literatura, poesía. A su lado está Anya Kovaltchouk, aliada desde el minuto uno en el plan de vuelo de Falena. Su mano derecha e izquierda, dice de ella. Juntas hacen el trabajo de selección de los libros. Coinciden casi siempre. Disfrutan siempre.
- ¿Quiénes son tus clientes?
- Instagram dice que el 75% de mis seguidores son mujeres (NR: 24 mil seguidores). Acá, en la librería, es más parejo. Los que se entregan al proyecto tienen entre 40 y 60 años. También hay gente más joven pero es distinto. Son los más grandes lo que vienen a dar vueltas, a dejarse seducir. A Inspirarse.
- Y a escuchar buena música también.
- El espacio del subsuelo lo pensamos con Jali Wahlsten. Lo llamamos Black Forest. Pasó que me gustó una foto gigante en blanco y negro de un bosque, que quise poner ahí, y después apareció el nombre. Como que una cosa trajo la otra. Igual sabíamos de antemano que el modelo a seguir era el de unos lugares que hay en Japón, los jazz quissa, bares donde se juntan a escuchar jazz en vinilos en equipos de audio analógicos. Y hay un selector de música, que no es un DJ, que viene con sus discos y hacemos una sesión de un par de horas.
Verde y terraza
Las letras y las matemáticas a veces van de la mano. Son signos y aunque no parezca, son totalmente complementarios. La vida de Marcela Giscafré lo demuestra.
- ¿En qué se parecen la matemática y la literatura?
- La matemática es un amor de mi vida. No me dediqué más a ella pero formó mi pensamiento. Y hoy hay algo…La matemática tiene un orden, una estructura; tiene lógica, obviamente, y sostiene una manera de pensar, de preguntarse. Algo tiene que ver con la verdad, la belleza. Es el diamante que llena el alma. Cuando digo, a ver qué voy a poner acá, qué libro…y en el cómo elijo, en el vínculo con lo demás, desde la luz hasta tal o cual autor, lo que aparece es ese orden, esa búsqueda de belleza. Viene desde la matemática y es permanente en mi vida. Defiendo a morir el conocimiento. Sin conocimiento no hay libertad posible.
- En tiempos de Covid, esa libertad es sanadora…
- La situación que impone el Covid me ha detenido en el aquí y ahora. En no proyectar demasiado, estar aquí. Es que actúa como un acelerador de partículas o catalizador que está fijando cosas a gran velocidad…Por eso lo que viene en Falena es más tiempo para conversar, reflexionar alrededor del fuego como verdaderas falenas.
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