Olivia Gentili eligió una actividad a la que en la Argentina se dedican pocas personas, en general hombres. Su papá es piloto y desde niña pasaba horas arriba de un avión. Hoy, integra un grupo de mujeres que vuelan y sueña con retratar, desde el aire, las bellezas naturales del país.
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Para Olivia Gentili, los aviones siempre estuvieron presentes. Así lo reflejan varias de las fotos de su infancia en San Martín de los Andes, Neuquén. En una, en la que debe tener dos años, está sentada en el sillón de la casa familiar, con un chupete blanco y los auriculares que su papá piloto, Mario, usaba para volar. Otra, la muestra a upa de Gladys, su mamá, con un aeroplano de fondo. Y en una tercera, está con las manos en los bolsillos, parada en una pista donde parece diminuta debajo de la gran sombra que un ala proyecta sobre su cabeza. Mira a la cámara y sonríe.
Al igual que los aviones, la fotografía también forma parte de su vida desde que tiene memoria. Su abuelo paterno, que se dedicaba a la entomología (el estudio científico de los insectos) y además era cartógrafo, usaba las fotos como un registro de las especies que investigaba. Siempre llevaba una cámara (que luego heredaría su nieta) prendida del cuello. “A mi papá también le gustaba mucho sacar fotos y todo eso se trasladó a mí”, asegura Olivia. La idea de inmortalizar a las personas, animales, objetos e instantes, a través de una cámara, le resultaba fascinante.
Pero aunque ambas actividades −volar y sacar fotos−, formaban parte de su ADN, pasarían varios años más hasta que Olivia logró finalmente conjugarlas. Sin planearlo demasiado, se convirtieron en algo que empezó como un aventura y terminó siendo la profesión a la que actualmente se dedica de lleno: la fotografía área. “Con el tiempo fui dándome cuenta de lo hermosa que es y de que hay poca gente que la hace. De hecho, conozco solo a un fotógrafo de Calafate que se dedica a esto”, cuenta Olivia, que hoy tiene 30 años. Y asegura: “Mi sueño es cubrir la Patagonia y toda la Argentina desde el aire”.
Las vistas desde el avión
Era 2009 cuando empezó a sacar fotos en el asiento trasero del avión que piloteaba su papá. “En esa época, los drones no se usaban de manera civil y, desde el día uno, las vistas del avión me volaron la cabeza. Mirar todo desde arriba me daba una perspectiva que nunca había visto ni imaginado. Era ver las cosas desde otro punto de vista”, sostiene la joven.
Inmersa en el mundo de la aeronáutica, rápidamente se dio cuenta de algo más: era predominante masculino. Las mujeres que volaban eran pocas y eso a Olivia le hacía ruido. Para ella, significaba una cosa: ese espacio también tendrían que conquistarlo.
“Busco mostrar la belleza en crudo”
Olivia nació, se crió y vive en San Martín de los Andes. Además de su papá piloto y de su mamá maestra, su familia está compuesta por un hermano menor, Amadeo, que tiene 27 años. Cuando su abuelo paterno falleció, ella tenía 13 o 14. Tiempo después, al cumplir los 19, su papá le regaló esa misma cámara que había usado el entomólogo para retratar los insectos: una Contaflex TLR. Para Olivia, es uno de sus tesoros más grandes.
Con esa máquina y otras analógicas que había en su casa, comenzó a tomar sus primeras fotos. Le resultó casi instintivo, pero al principio era solo un hobby. Sin embargo, cuando estaba terminando el secundario y mientras la mayoría de sus compañeros optaba entre las carreras de abogacía o medicina, ella eligió fotografía y se mudó a Buenos Aires para hacer un terciario.
Antes de empezar a estudiar, ese mismo verano, una tía suya que trabajaba en el Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsoniano de Washington DC, le hizo una propuesta: se había enterado que convocaban a jóvenes para hacer pasantías y le preguntó a Olivia si le interesaba hacer una en el departamento de fotografía de la institución.
La joven postuló, quedó seleccionada y se instaló un mes en la capital norteamericana para trabajar entre científicos. “Mi jefe era un fotógrafo que había laburado para National Geographic y llevaba un registro de todo lo que había en el museo”, recuerda Olivia, que entonces tenía 17 años. Así, a su interés por las fotos, se le iba implantando otra semilla: la de registrar el mundo de la naturaleza.
De vuelta en la Argentina y con su terciario en marcha, el primero que le planteó la posibilidad de subirse a un avión con una cámara, fue su papá. Trabajaba como piloto privado para el dueño de un campo, que les prestaba el avión a cambio de que ellos pagaran la nafta. “Así empecé”, recuerda Olivia. No tardó en darse cuenta de que allí había un potencial enorme: el de mostrar las bellezas naturales de la Argentina desde “una dimensión completamente diferente”.
Instagram todavía no existía (faltaba un año para su creación, que fue en 2010) y el uso de los filtros en las redes sociales tampoco era moneda corriente. “No mamé nada de eso y aún hoy trato de mantener las imágenes tal y como son, de forma fiel y sin alterarlas. Lo que yo veo desde el aire, es lo que después ven los demás en mis fotos. No todo el mundo tiene la posibilidad de subirse a un avión y por eso busco reflejar las vistas sin alterar, agregar algo o endulzar la imagen. Es mostrar la belleza de nuestro país en crudo”, reflexiona la fotógrafa.
Recuperar el foco
Después de recibirse y durante cuatro años, Olivia se dedicó a trabajar como instructora de esquí en Estados Unidos y Chile. Por la salida laboral que encontró rápidamente en esa actividad, las fotos quedaron relegadas a un segundo plano. Aunque seguía llevando siempre la cámara con ella, muchas veces no la sacaba de su estuche.
“Mi cabeza estaba en otras cosas. En el esquí, en viajar y en poder generar un capital. No sé si era que no me animaba a dedicarme de lleno a la fotografía o qué, pero esa inquietud no desaparecía nunca de adentro mío”, confiesa.
Al igual que a casi todo el mundo, en 2020 el estallido de la pandemia la llevó a replantearse muchas cosas, entre ellas, su futuro profesional y qué quería hacer verdaderamente con su vida. Mientras cumplía con la cuarentena, se encontró con las impresiones de unas fotos suyas que había hecho un tiempo antes. Se le ocurrió enmarcarlas y venderlas para generar un ingreso. La repercusión que tuvo esa iniciativa, la sorprendió.
Las fotos se vendían al mismo ritmo que algo adentro suyo volvía a encenderse. “En ese tiempo, me desconecté de un montón de cosas y volví a conectar con otras, particularmente con la fotografía. Fue ahí cuando decidí dedicarme a full a esto, dejando de lado todo el resto que era una distracción. Y dio sus frutos”, dice Olivia. Volvió a volar con su papá y, al igual que cuando era chiquita, sintió que estaba en su elemento.
Para tomar las fotos desde el aire, suele sacar una de las puertas del avión (tomando una serie de medidas de seguridad, por supuesto), lo que le da un campo visual mucho más grande. “El viento te pega en la cara y la adrenalina de estar ahí arriba es enorme. Cuando el avión despega, para mí es como si fuera la primera vez. Mi cara es siempre la misma: sonrío y me siento plena”, detalla la joven.
Cuando su papá se jubiló, Olivia empezó a pagarle las horas de vuelo a un piloto local y a planificar de antemano qué iría a buscar en cada ruta, aunque sin perder de vista que la naturaleza siempre es impredecible y, por eso mismo, sorprendente. “Lo mío es pura foto paisaje. Me gustan mucho los volcanes y la cordillera de los Andes. Además, elijo enfocarme en la textura de la tierra, en los ríos, laderas, salinas y glaciares”, dice Olivia. La estación que más le gusta retratar, es el invierno: “En mis fotos, siempre hay una tendencia a la nieve, el azul y el frío”.
Desde otra perspectiva
Una de las primeras imágenes que Olivia capturó desde un avión, fue una vista de San Martín de los Andes. Además del centro y la entrada a la ciudad, se veían los barrios de los alrededores, esos que en general escapan a los ojos del turismo. Sintió que la localidad que tanto creía conocer, donde había nacido y pasado la mayor parte de su vida, tomaba una perspectiva completamente nueva. “Ahí pensé: ‘Qué loco cómo siempre hay mucho más de lo que uno cree’”, cuenta Olivia.
En cada vuelo, empezó a pedirle a su papá o al piloto con el que fuera, que se alejara más y más. Que llegara hasta Villa La Angostura, que recorriera el Camino de los Siete Lagos o que la acercara al Volcán Puyehue, del lado chileno de la cordillera.
Así, su trabajo empezó a crecer y, en octubre del año pasado, la invitaron a participar de la feria Buenos Aires Directo de Artistas (BADA), en La Rural. “Durante cuatro días, se reunieron más de 250 artistas de distintas disciplinas. Una tarde se me acercó una señora que me empezó a preguntar por mis fotos y me contó que era la administradora de un grupo de WhatsApp llamado Mujeres que Vuelan, que además tienen una asociación. Es más que nada de pilotas, algunas muy conocidas en el ambiente de la aviación, pero me dijo: ‘Te voy a poner en contacto con las chicas porque quiero que te conozcan’”, reconstruye Olivia.
La propuesta la enganchó desde el vamos y fue generando en la joven la idea de un nuevo proyecto. “Me encantaría poder cubrir toda la Patagonia desde el aire y hacer un libro con ese material, coordinando con pilotas que estén en distintas locaciones y tengan acceso a un avión, para contratar sus servicios y que sea un trabajo entre mujeres. Eso le daría algo extra y hermoso”, sostiene la fotógrafa.
Hoy Olivia está radicada en San Martín de los Andes y tiene su taller dentro de su casa. Ella misma imprime, enmarca y vende sus obras. Todo el trabajo es 100% artesanal, no terceriza nada.
Además del proyecto del libro y del anhelo de volar por distintas regiones de la Argentina (como Catamarca), tiene otro sueño: abrir una galería de arte en su ciudad. Quiere que sea un espacio donde puedan exponer artistas de la región, ofreciéndoles la posibilidad de mostrar lo que hacen “sin condiciones”.
Aunque muchas cosas cambiaron en ella durante los últimos años, en el fondo siente que sigue siendo la misma de siempre: esa niña que sonreía cada vez que tenía la posibilidad de volar. De alguna forma que no puede explicar, la fotografía le permitió volver a su esencia. “Donde soy más feliz, es arriba de un avión”, concluye.
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