Cuando su sueño parecía frustrarse, una propuesta inesperada lo llevó hacia una travesía que cambió su filosofía de vida: “Estamos detrás de cosas totalmente banales”
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Nicolás Tarquini nunca supo del ruido constante que solía invadir su cabeza hasta que se encontró frente a un océano que se abrió ante él, infinito, durante días de tiempo sin tiempo que se asemejaron a una eternidad. Allí, entre las olas acompasadas, el silencio en su mente reemplazó a los pensamientos caóticos que traía de la ciudad.
Desde los ocho años que navegaba a vela, aunque nunca había emprendido una travesía semejante. No mucho tiempo atrás, todavía en tierra firme, sus ilusiones se habían deshecho cuando creyó que formaría parte de una regata de Buenos Aires a Río de Janeiro. Se había comprado un pasaje de ida a Brasil, para esperar al barco y sumarse al regreso como parte de la tripulación. Pero el barco nunca llegó, el mal tiempo rompió el timón y tuvieron que volver de emergencia. A Nicolás lo invadió un malestar profundo, su primera experiencia de navegación oceánica parecía haberse desvanecido ante él.
Y cuando el barco averiado llegó a su club, Nicolás, aún apoderado por la bronca, asistió a la bienvenida alejado del tumulto, observó la escena por unos instantes y decidió que era tiempo de irse. Pero justo ahí, cuando se dio vuelta, sintió que alguien lo tomaba por el hombro. El joven no podía creerlo, se trataba del mismísimo capitán: “Ya sé que te perdiste de un lindo programa, pero tengo una aventura para proponerte. Tenemos que llevar un barco a Italia, ¿podés?”
“Un fuego enorme me comía por dentro”, recuerda Nicolás. “¿Si no podía? Claro que podía”.
Emprender una aventura inolvidable a los 19 años
Durante tres meses, Nicolás preparó su partida. Para él, de pronto, todo pasó a estar en un quinto plano y su cabeza se focalizó únicamente en su objetivo; se levantaba temprano, iba a trabajar al barco, volvía tarde, dormía y repetía el ciclo al siguiente día: “Es increíble lo que un fin último y claro, a corto plazo, produce en la cabeza de una persona”.
Su familia estaba atravesando un momento muy turbulento, pero nunca dejaron de apoyarlo. Y fue en el día de su partida, cuando Nicolás tomó consciencia de aquello que estaba a punto de emprender. Una repentina sensación de remordimiento se apoderó de él: ¿realmente se iba a ir en un momento tan difícil? “En perspectiva, creo que justamente esas situaciones complejas propiciaron mi decisión”, reflexiona.
En suelo sanisidrense y envuelto en un torbellino de sensaciones inexplicables, Nicolás abordó el barco a vela que lo llevaría, a sus 19 años, a la mayor aventura de su vida, una travesía que cambiaría su existencia, su filosofía, su manera de entender las cosas.
Hacia el silencio mental: “Ya nada me perturbaba, estaba totalmente entregado a la suerte y el buen tiempo”
El barco zarpó y Nicolás observó a su tierra alejarse. Emocionado, se entregó a la experiencia, que no tardó en presentar dificultades, la caja de cambios del motor (nueva) comenzó a perder aceite y tuvieron que recalar en Punta del Este. Días más tarde zarparon rumbo a Brasil, “tuve la revancha del viaje frustrado”; desde allí siguieron a Europa.
“Fue la primera etapa realmente larga”, cuenta Nicolás. “En el océano me llamó la atención ese silencio que gané en mi cabeza, lo defino como un movimiento sincrónico con las olas. Ya nada me perturbaba, estaba totalmente entregado a la suerte y el buen tiempo. A veces me preguntan si alguna vez tuve miedo, nunca lo tuve. Incluso en situaciones de tormenta, situaciones que ahora las recuerdo y me doy cuenta de los riesgos; creo que lo más parecido sería el concepto de visión de túnel, en aquellos momentos en que se necesita acciones rápidas y efectivas. No hubo miedo, sino una conexión con el entorno, los sentidos se empiezan a exacerbar, creo que me faltan palabras para explicarlo...”.
Tocar suelo europeo, llegar a Sicilia, y cruzar hacia una cultura “diametralmente diferente”
El barco tocó suelo europeo en la isla de Madeiras, Portugal. Nicolás no podía salir de su asombro, le dio la sensación de que aquel pequeño espacio condensaba mil kilómetros de la Argentina, entre la ciudad, una montaña escarpada, caminos con huellas precolombinas, “incluso una casa en la que Colón habitó antes de cruzar el charco”.
Un buen día el barco arribó finalmente en Licata, al sur de Sicilia. Se suponía que Nicolás debía entregárselo al dueño italiano y volverse a la Argentina, pero el propietario le propuso quedarse al cuidado del barco y que trabajara por aquella temporada: “Se hicieron seis meses”, revela. “En Italia me sentía en casa, y me lo hacían sentir, por lo menos en Sicilia. Cumplí los veinte ahí, no le había dicho a nadie, pero supongo que se enteraron por Facebook; me vinieron a buscar al barco con regalos y me llevaron a la casa de uno ellos a comer unas pastas”.
En ese período, Nicolás cruzó de Sicilia a Túnez, donde, por primera vez, sintió un fuerte choque cultural: “La sociedad árabe es diametralmente diferente a la nuestra. Para empezar, por religión, no pueden tomar alcohol, pero hay una opción `blue´ por ponerlo de alguna manera. Bastaba con que te sientes en un café para que se te arremolinaran en torno tuyo pidiéndote que les convides cerveza”.
“Por los acontecimientos políticos de la época, te cruzabas con tipos con AK-47, las embajadas estaban circundadas por alambres de púa que llegaban por arriba de la cintura, con militares correspondientes a las naciones armados hasta la mandíbula. Ahí en serio me sentí Indiana Jones. Y su gente me pareció increíble, con una gran fortaleza”.
¿Tiempo de regresar a la Argentina? Cuando el destino de los barcos marca el camino
Cierto día, Nicolás logró reunir el dinero para comprar el pasaje de regreso a la Argentina, pero lo inesperado, una vez más, atravesó su camino. Un grupo de ingleses necesitaba a alguien que le lleve su barco desde la isla Mauricio, pasando por la isla de La Reunión, hasta Sudáfrica. Por menos de la mitad del precio del pasaje a su país de origen, el joven voló a Mauricio para encontrarse con el nuevo barco y sus dueños.
“Con los ingleses me costó al principio, por un lado, por las costumbres, desayunábamos sardinas enlatadas y marmaid (una especie de jalea súper ácida a la que le tomé cariño, pero que no se consigue en Argentina). ¡Y contabilicé un promedio de tres litros de té por persona!”, dice con una sonrisa.
“Pero también fue difícil por el idioma, vengo de un colegio técnico con inglés, pero orientado a la técnica, por lo que el tema conversación se me complicó un poco. Gracias a esta convivencia aprendí un montón, ahora me desenvuelvo holgadamente, además de que aprendí varias palabras del slang que se usan en el día a día y que no te enseñan en ningún lado”.
Durante aquel período, Nicolás se familiarizó con dos redes sociales, Find a Crew y Crewseekers, una especie de Facebook para navegantes tras la búsqueda de un barco, así como dueños en la mira de una tripulación: “Simplemente cargás tu CV náutico y te postulás”.
Las convivencias y la cultura que conquista el corazón
Fue a través de las redes que el joven argentino halló un barco para navegar desde Ciudad del Cabo hasta Cádiz, más tarde otro trabajo en Poros, Grecia, luego un barco para ir de Santa Marta, Colombia, hasta Panamá y, desde allí, uno a Tahití, en la Polinesia francesa.
“También navegué en dos barcos suizos, no me caen muy bien, puede que sea solo mi experiencia, pero la verdad es que no fue buena, hallé cierto sentimiento de superioridad. Esa es la sensación que me dieron tras pasar semanas con ellos, puede que en su país haya gente muy buena”, cuenta.
“Asimismo conviví con alemanes. Los alemanes, son alemanes. Una vuelta, para iniciar conversación después de una jornada bastante pesada, le pregunté a uno cómo había sido su día, a lo que me contestó que no veía el sentido de preguntarle esto si lo había compartido con él”, agrega Nicolás, entre risas.
“Aprecio mucho a los franceses. Se dice que son hoscos, pero me di cuenta de que se refieren a los parisinos, tuve momentos increíbles con ellos, la mayoría muy aventureros. Lo ves mismo en su historia”, continúa. “Los griegos, por otro lado, se llevan todo mi amor, ahí sí que pasé mucho tiempo trabajando. A la par, con mucho respeto. Cuando empecé me decían Nicolakis (pequeño Nicolás), pero para cuando estábamos terminando la temporada ya me pasaron a decir Nikos (Nicolás con todas las letras) dándome a entender que me estaba ganando su respeto”.
“Uno conoce realmente a la gente cuando pasa de lo meramente turístico, a hablar de política (estaba en medio del plebiscito por si quedaban o se iban de la UE), filosofía e historia, siempre con una cerveza de por medio. Por cierto, creo que la mejor unidad de medida para saber cuán caro es un país, es el precio de un vaso de cerveza tirada”.
El lugar con la mejor calidad de vida
En su camino acuático, a Nicolás también le tocó compartir vida en Colombia, donde fue recibido con los brazos abiertos, tanto en las calles como en los hogares. En la Polinesia, por otro lado, se sintió a gusto, allí descubrió gente increíble y predispuesta.
Y así, “saltando de barco en barco”, cierto día Nicolás observó su recorrido con asombro, había atravesado gran parte del mundo, ya más de dos años habían transcurrido y diversas culturas habían impactado su vida. Había visto grandes ciudades, paisajes que lo dejaron absorto y pueblos de ensueño; había conocido personas humildes y otras muy acaudaladas, sin embargo, la mejor calidad de vida la halló en un lugar inesperado.
“El mejor pasar, la mejor calidad de vida, la hallé en la comunidad de los indios Gunas, del archipiélago de San Blas”, asegura.
Viven sus vidas como antes de la colonización. No conocen la plata, son felices y muy saludables. Consumen únicamente lo que producen, pescado y yuca. Son uno de los pueblos más longevos. Viven en sus chozas, duermen en hamacas tipo paraguayas colgadas entre palmeras. Además, claro, lo paradisíaco del lugar. Islotes del tamaño de una cancha de fútbol con una choza encima. Thoreau se haría un festín trascendental, Walden quedaría totalmente opacado frente a la frugalidad de sus necesidades y despojo”.
“Empecé a entender lo que tenemos atrofiado por tanto ruido que nos impone nuestra sociedad”
Tres años habían pasado cuando Nicolás decidió regresar a la Argentina. Había partido desde San Isidro, cruzado el Atlántico a vela -“la fantasía de cualquier navegante”-, y en el camino se había entregado a la aventura sin rumbo fijo hasta llegar a lugares que ni sabía que existían. Había convivido con una increíble diversidad de nacionalidades, algo que lo llevó a aprender más que en cualquier ámbito académico.
El Atlántico lo cruzó dos veces; el Mediterráneo, el Índico, el Caribe y el Pacífico desfilaron ante su mirada exploradora, todo “siempre saltando de barco en barco, dejando que sus destinos definiesen el mío”, suele decir Nicolás. Y en sus travesías, el silencio en la cabeza le trajo un estado de paz interior que jamás había sentido en su vida.
“Tuve la oportunidad de llegar a ese estado de flow y entrega total. Creo que empecé a entender, o por lo menos me puso en búsqueda de esto, lo que tenemos atrofiado por tanto ruido que nos impone nuestra sociedad”, reflexiona.
“Estamos detrás de cosas totalmente banales, cuando lo que realmente tenemos que buscar es un propósito, identificarlo, y entregarnos. Puede ser cualquier cosa. Con esto no quiero ponerme de ejemplo, pero es algo que experimenté en el viaje. Hoy en día estoy en un nudo de mi vida. Encuentro esos pequeños momentos en algún que otro hobby, o en actividades que me demanden mi atención más intensa”.
“Siempre tengo el temor de no volver a encontrar otro propósito como el que viví. De que mi historia haya sido aquella. De que quede ahí. Fueron años muy intensos, con millones de vivencias”.
“Y cuando volví, me di cuenta de que en mi entorno no había cambiado prácticamente nada. Cuando la gente se entrega a la rutina, la vida parece inmutable. Mis tres años de aventura pasaron al mismo tiempo que los tres años de mi gente acá, en Buenos Aires. Sin embargo, parece que yo hubiese estado afuera de la ciudad cinco minutos, mientras que a mí me parecieron diez años”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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