A cada chancho le llega su San Martín: historias de buenos y malos tratos a los animales
La defensa de los animales contó con un puñado de promotores a lo largo de la historia. Podemos citar a algunos: Pitágoras (vegetariano, para más datos), el emperador Justiniano, San Francisco de Asís, John Locke y Oliver Cromwell. La corta lista abarca veintidós siglos. Muchos años y pocos predicadores para tratar de derribar tradiciones y costumbres milenarias.
Muchas culturas de la Antigüedad ofrendaban animales por motivos religiosos. Entre los casos más conocidos podemos mencionar al pueblo judío. Según el Antiguo Testamento, para expiar sus culpas, lanzaban a un chivo por un precipicio (chivo expiatorio) o cargaban con sus pecados y lo soltaban en el desierto para que se alejara (chivo emisario).
El mismo animal era objeto de culto en la Antigua Grecia. Al sacrificar un chivo, acompañaban la tarea con un canto denominado tragodia (derivado de tragos, "chivo" y ode, "canto"), que con el tiempo derivó en el término tragedia. Mientras que hecatombe (hekatón, "ciento" y bous, "buey") era la matanza de cien reses como ofrenda a los dioses. Por ese motivo, para nosotros la palabra tiene el significado de gran mortandad.
En cambio, la ovación fue cosa de romanos: si un general conseguía una victoria de poca monta, el senado le concedía ese honor. Se llamaba ovación porque durante el acto se inmolaba una oveja (ovis), en lugar del toro ofrecido si se vencía en una gran batalla.
De las tradiciones, la tauromaquia ofreció numerosos aportes al idioma español. Uno de las más curiosos es "tomarse el olivo", frase que expresa el concepto de huir. Es porque las protecciones en el contorno de la pista se hacían con palos de madera de olivo (de ahí que también se diga "tomarse el palo"). Aquel que debía escapar de la furia del toro, corría a guarecerse a la defensa, a salvo de los cuernos del animal. Aclaremos que en este caso, tomar se aplica en el sentido de dirigirse (como tomar a la derecha o tomar tal ruta).
Aprovechamos para comentar una expresión muy popular que alude a una celebración de la cristiandad. Lejos está de ser una ofrenda religiosa o un sacrificio lúdico, pero creemos que por ser tan conocida, merece contarse su origen. Nos referimos a la frase: "A cada chancho le llega su San Martín". La idea que busca propagar es la de la finitud. Todo concluye, al fin. La muerte está en la naturaleza de todo ser vivo.
Unos versos del siglo XIX lo expresaban con claridad:
"De tus proyectos desiste,
si es que quieres acertar,
ya que no puedes borrar
los yerros que cometiste.
Piensa, aunque te pongas triste,
que se te acaba el festín.
Mira cercano tu fin
y no blasones de terco,
pues es ley que a cada puerco
le llega su San Martín."
Puerco, cerdo o chancho. Los tres vocablos se aplicaban a la fórmula cuyo origen se debe a una antigua tradición de los pueblos latinos de Europa. Los 11 de noviembre, día en que el santoral venera a San Martín de Tours, era habitual la matanza de un cerdo con el cual se preparaban alimentos para sobrellevar el invierno. Si bien no todos lo hacían exactamente el día once, ya que dependía de factores climáticos y otras cuestiones, sí se consideraba que el sacrificio del animal debía realizarse alrededor de la fecha consagrada al santo francés.
Más allá de los datos de color, la conciencia acerca del maltrato animal generó algunas leyes en Irlanda, en el siglo XVII. Tiempo después, en 1824, surgió la primera asociación protectora. Nos referimos a Real Society for the Prevention of Cruelty to Animals (Real Sociedad para la Prevención de la Crueldad hacia los Animales), de Londres.
La iniciativa contagió a otras ciudades –París, La Haya, Madrid, Barcelona– que sumaron Sociedades Protectoras. La de Cádiz se denominó Protectora de Animales y Plantas.
La primera de la Argentina se fundó en Rosario, en 1871, y fue presidida por Cecilio Echeverría. En 1879 fue el turno de la de Buenos Aires que durante una temporada actuó bajo la dirección de Domingo Faustino Sarmiento. El sanjuanino fue un ferviente defensor del buen trato a los animalitos y dejó numerosos escritos pregonando a su favor. Si bien la primera ley de protección (2.786) se sancionó en 1891, tres años después de su muerte, pasó a ser conocida como Ley Sarmiento. Pero fue su sobrino, Ignacio Lucas Albarracín, cordobés, quien más méritos acumuló para convertirse en el principal protector. Asumió la presidencia de la sociedad en 1907 hasta 1926.
Sin duda, en la nómina de las rarezas figurará por siempre el pedido de indulto presidencial a los perros que se encontraban en la perrera municipal en mayo de 1907. José Figueroa Alcorta no concedió el beneficio a los animales, pero el tema fue muy comentado y Albarracín se convirtió en el paladín de los maltratados.
Entre las múltiples actividades de la institución mencionamos las campañas para poner fin a las corridas de toros, las riñas de gallos y la práctica del tiro a la paloma. También premiaba a ciudadanos que hubieran salvado la vida a algún animal o viceversa. La obra de Albarracín, luchando contra molinos de viento, fue notable y aún persisten vestigios, como por ejemplo, el Día del Animal, que fue impulsado por él. En 1907, a través de un decreto municipal, se estableció que se celebrara cada 29 de abril. La fecha se trasladó luego a todo el país. En 1926, precisamente el 29 de abril, murió Albarracín, el gran defensor de los animales en la Argentina.
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