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Se tiraron a la pileta. O más precisamente a la laguna. Aunque lo evaluaron y pensaron, fue casi una decisión impulsiva que tomaron en medio de la pandemia por el coronavirus de 2020. Habían culminado hacía poco tiempo un proyecto de desarrollo y construcción de una serie de propiedades en Uruguay y buscaban una tierra o área donde pudieran vincular lo turístico con el agua. Hasta que una tarde llegó a sus correos la carpeta de un pequeño lodge en Laguna Garzón que llamó su atención. Y en el momento de confinamiento más estricto de la pandemia, cuando no se podía viajar, el arquitecto Gabriel Barbot y el ingeniero Nadir Tasat, ambos argentinos, compraron por videollamada un pequeño lodge flotante y en desuso en medio de la laguna.
Criado como un niño de río, aunque había nacido en Buenos Aires y vivía también en la ciudad, la infancia de Gabriel Barbot estuvo marcada por fines de semana a puro disfrute en el Delta del Tigre. “Vengo de una familia muy ligada ala náutica. Desde temprana edad mamé el contacto con la naturaleza, la vida en el agua y las actividades deportivas a ella vinculadas. Crecí en una linda isla de la segunda sección del Delta. Allí trabajábamos la madera, íbamos a comprar el pan, la barra de hielo, me tomaba la lancha colectiva para comprar las frutas y manejaba algún bote pequeño para ir a las huertas cercanas a buscar verduras. En la isla cosechábamos nuestras propias ciruelas y teníamos árbol de nueces. Es algo que jamás voy a olvidar”.
“La laguna se cruzaba en lancha de madera”
De hecho, esa crianza en libertad fue la que marcó su futuro de adulto y la necesidad de mantenerse conectado con la naturaleza y el agua. Desde los cinco años, las vacaciones de verano en Uruguay también forjaron su carácter y la curiosidad por conocer y explorar más allá de lo que los otros se animaban se mantuvo siempre intacta.
“La primera vez que visité Uruguay fue para correr una regata. Esa pasión la había heredado de mi padre. Y como también veraneábamos en ese país antes de que existiera el famoso puente de la Laguna Garzón, yo ya había tenido la suerte de haber cruzado con la lancha. Era una lancha de madera y en esa época todo era todo camino de ripio. Es más, se llegaba José Ignacio por camino de ripio. También practicábamos esquí frente a lo que hoy es el restaurante La Caracola”.
Por eso en pandemia, luego de haber concluido con el proyecto de un desarrollo inmobiliario en el país vecino, sintieron que era hora de darle rienda suelta a su deseo de embarcarse en un emprendimiento donde lo turístico y el agua pudieran estar conectados. Fue en ese contexto que la información sobre la venta de un hotel flotante en medio de la Laguna Garzón, donde Barbot había sido tan feliz de niño, llegó a sus manos.
“Prestaba la casa a quien quisiera usarla”
“Supimos que se trataba del emprendimiento de dos hermanos, los Sosa, que son arquitectos y náuticos. Uno de ellos tenía una casa flotante en la laguna. Y compartía la casa con quien quisiera usarla. La única regla para hacerlo era devolverla en las mismas condiciones en las que uno la había encontrado. Se accedía nadando o con un bote a remo. La casita estaba anclada en el medio de la laguna”.
Esa pequeña aventura sobre el agua le había dado a los Sosa la idea de dar forma a un hotel flotante. Solicitaron entonces los permisos necesarios y construyeron un lodge de doce habitaciones flotantes en la laguna y un restaurante con recepción y servicios para complementar el complejo. “En el medio de la pandemia, cuando no se podía viajar, compramos sin verlo en directo el Laguna Garzón Lodge por videollamada”.
Entre el mar y la laguna
El lodge se encuentra ubicado pegado a la Ruta 10 a la altura del kilómetro 190,5, sobre la Laguna Garzón y a metros del océano Atlántico. Allí mismo hay un pueblo de pescadores que existe hace más de 25 años. La Laguna Garzón y su zona costera integran el Parque Nacional Lacustre, la Reserva Mundial de Biosfera Bañados del Este, área de interés para la conservación según el Plan de Ordenamiento Territorial y Desarrollo Sustentable de la Costa Atlántica de Rocha. Fue declarada Reserva Turística Nacional.
Poner en valor el lugar fue una verdadera odisea. “Cuando llegamos nos dimos cuenta de que el hotel estaba bastante caído. De modo que el esfuerzo y la inversión que tuvimos que hacer fue mucho más grande de la que habíamos imaginado”. Fue necesario hacer las habitaciones de nuevo y desde cero. Se reemplazó la grifería, los colchones, toda la ropa blanca por un lado. Pero también se trabajó intensamente para levantar el restaurante.
“Hicimos una revisión de todos los postes y pilotes que están hincados sobre el suelo más las piezas que sujetaban la estructura no estuvieran oxidados y que soportara la carga necesaria. Recurrimos a un sistema de buzos que revisaron la estructura bajo el agua. Las casas flotan mediante tanques de plástico y están revestidas por un deck de madera. Cada una de las doce casas está agarrada a un bloque de hormigón que está enterrado en la laguna y amarrada con sogas náuticas”, explica Tasat.
Dormir mientras se flota
Desde la recepción del lodge y para llegar a las habitaciones, los huéspedes tienen que moverse como si estuvieran en un muelle. El complejo fue pensado como una construcción sustentable. Es todo de madera y hay un proceso de tratamiento de residuos para no contaminar. El agua para bañarse, por ejemplo, puede ser un poco salada porque sale de la laguna.
“Efectivamente el agua se toma de pozo y es un poco salada ya que es parte de la laguna y parte del mar. Cuando crece el caudal de agua de la laguna, hay que abrir paso a la barra natural de arena que une la laguna con el mar y poder nivelar su caudal. Si supera cierto nivel puede tapar las casas de los pescadores. Eso se hace con una retroexcavadora que facilita la municipalidad de Rocha”, agrega el ingeniero argentino.
El lugar parece de película. Es frecuente amanecer con una garza o un lobito marino sentado al sol en el deck de la habitación. Las habitaciones tienen baño, frigobar, wifi, cañas para pescar y hamaca paraguaya. Además, el complejo ofrece todo lo necesario para hacer paddle surf, pasear en kayak o en bicicleta. Como la Laguna Garzón integra el Sistema Nacional de Áreas Protegidas no permite practicar deportes a motor.
La noche es un espectáculo para los sentidos. En tanto que no hay contaminación lumínica, las estrellas se dejan ver en todo su esplendor. “Es algo que vale la pena ver. Además, una vez al mes nos visita la luna llena que sale del mar frente a nosotros y todos los días tenemos el regalo del sol poniéndose en la laguna”, dice orgulloso Barbot que siente que vuelve a los días de su infancia cada vez que tiene que hacer alguna compra para el restaurante Garza Mora. El local funciona en el mismo complejo y está emplazado sobre palafitos en el agua. Se especializa en gastronomía ecológica gourmet a base a frutos del mar y productos naturales locales. “Hacemos algo parecido a lo que yo hacía en el Delta: compramos a los pescadores el pescado fresco del día, tenemos huerta para cosechar y servir verduras frescas e incluso ofrecemos cangrejos en determinada época del año”.
Al lodge lo visitan huéspedes de todos los rincones del mundo. Han pasado por sus instalaciones viajeros de Serbia, de Taiwán, de Alemania, de Brasil, muchos uruguayos desde luego -como jugadores de fútbol de ese país pero que actualmente se encuentran en ligas europeas y eligen ese destino para desconectarse de todo- y los infaltables argentinos. Entre otras personalidades, Dolores Barreiro ha visitado el lugar. También la actriz Justina Bustos, el actor y productor Nicolás Francella y el cantautor mexicano Cristian Castro, que es un fanático del lodge. “Viene todo el tiempo”, aseguran los dueños.
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