Toda su vida había soñado con formar una familia feliz. Por ese entonces, Guadalupe Tisera (38) recuerda que tenía un concepto de felicidad demasiado cercano a las historias de los cuentos de hadas y nada ni nada la podía correr de ese camino.
A los 27 había conocido a su novio, un exitoso profesional que, ella creía, iba a darle la vida feliz que buscaba. Ella también se había convertido en una reconocida profesional de los RR.HH y le esperaba una próspera carrera. En los siguientes años ascendió rápidamente a una gerencia y comenzó a viajar y tener empleados a cargo. Eran jóvenes y disfrutaban de la vida sin restricciones. Vivían en un lindo departamento en la zona norte de Buenos Aires, salían a comer tres veces por semana fuera de casa, iban de vacaciones donde querían.
A los 30, Guadalupe contrajo matrimonio y hasta ese momento su vida era pura alegría. Sin embargo, un año y medio más tarde empezó a buscar un bebé. Pero no lograba embarazarse. Durante el primer año no se preocupó mucho, pero al siguiente fue a un médico de fertilidad y supo que no ovulaba todos los meses y que generaba pocos folículos. "En otras palabras, que mi posibilidad de ser mamá iba a ser un camino difícil. Empezamos algunos tratamientos sin resultados. Mi cuerpo se empezó a llenar de hormonas, de frustración y tristeza. Seguimos intentando, pero en el medio de uno de los tantos tratamientos recibí la noticia menos esperada. Mi marido se había dado cuenta de que no quería ser papá y de que nuestro matrimonio ya no lo hacía feliz".
Fue uno de los golpes más duros que le tocó enfrentar. Nada le había anticipado la decisión de su pareja. Una mañana, cuando se levantó, ella lo vio triste y le preguntó qué le pasaba. Él le blanqueó que ya no quería esa vida que tenían juntos y que había entendido que no buscaba ser papá. Y ese mismo día dejó el departamento en el que convivían.
"Había proyectado una vida juntos. Tenía todo planeado. Y de un día para el otro estaba separada, viviendo sola, con un montón de hormonas en mi cuerpo, y un proyecto de maternidad que dejaba un fantasma muy grande de infertilidad". Su vida se vino abajo. Sentía que era infértil, sin marido y sin proyecto. En paralelo seguía siendo una profesional cada vez más exitosa, pero fue entonces cuando advirtió que le habían sacado el suelo que pisaba y que necesitaba hacer un cambio. "Me pregunté si de verdad yo había querido trabajar en empresas, si me gustaba mi carrera, si esa era la vida que quería para mí".
Desde cero
Decidió salir adelante. Hacerse fuerte. Se aferró a su familia, a sus amigos, hizo nuevas amistades, se reconectó con aquellas actividades que había abandonado, adoptó un perro. La terapia la ayudó muchísimo. Pero también comprendió que, aunque dolorosa, aquella búsqueda para reconocerse, perdonarse y entenderse era algo necesario.
Rearmar su vida fue un proceso lento pero con pasos firmes. Al año del divorcio, se mudó a un nuevo departamento y empezó de cero. Vendió algunos viejos muebles, donó otro tanto y compró nuevos. "Fue como una permuta para iniciar la nueva vida y volver a conectarme conmigo. Hice cambios superficiales, como mi color de pelo, hasta una transformación profunda en la alimentación o mi manera de vestir". También aprendió a cocinar, a manejar y a hacer yoga. Comenzó a viajar por el interior del país. Y su mundo se volvió más sencillo y conectado.
La búsqueda interna, profunda y consciente, la llevó en ese contexto a dar un salto de fe y dejar el mundo corporativo. Había trabajado en multinacionales en el área bancaria, farmacéutica y en el agro por más de quince años. Y hacía ya tiempo que sentía que allí no encajaba. "Que me importaba más ayudar a resolver los conflictos de los equipos o de las personas, sus emociones y dificultades que los procesos de las empresas. Estuve un tiempo largo enojada, de alguna manera culpando a las organizaciones. Hasta que entendí que no eran las empresas, yo era el sapo de otro pozo. Tenía que dejar de luchar contra los molinos de viento y, si me animaba, podía ayudar desde otro lugar".
Sabía que le gustaba acompañar a las personas en procesos de cambio y en su camino de auto-descubrimiento pero, quizás, tenía que empezar por ella misma. No quedaba otra alternativa que saltar al vacío. Se alejó de todo sin tener nada armado. "Me fui por primera vez sola de viaje dos meses a Asia. A hacer todo eso que nunca me había animado a hacer. Dormí a la intemperie, me bañé con baldes, jugué con elefantes, aprendí a andar en moto, me perdí en caminos, viajé con gallinas, en combi con una familia que hablaba otro idioma y nos comunicábamos por señas. Medité. Hice amigos de todo el mundo. Fue una experiencia increíble". Fue toda una aventura. El miedo y la incertidumbre la acompañaban en cada paso que daba pero también sentía por primera vez la vida en la sangre. No planificaba nada. Se dejaba llevar por sus instintos.
Asuntos pendientes
Cuando regresó, se independizó laboralmente y todo empezó a fluir. Pero había algo pendiente y era el tema de la maternidad. Recordó entonces que, de paseo en Varanasi, en la India, había sentido un amor de madre que la envolvía y pedía ser atendido. "Entonces empecé a transitar el camino de sanación de mi cuerpo y, a través de distintas terapias, a trabajar el tema que hasta ese momento para mi era infertilidad. Me dediqué tanto a eso que mi cuerpo me devolvió la ovulación, un ciclo regular y la posibilidad de tener nuevamente la llave de la maternidad".
En marzo de 2019 Guadalupe congeló óvulos y todavía resuenan en ella las palabras de la médica: "Lupe, estás llena de vida". La sanación se hizo tan importante en su vida que decidió también acompañar a otras personas para que pudieran encontrar su propio camino. Se formó y hoy trabaja como consultora independiente. Atrás quedaba esa ejecutiva exitosa con su cuento de Disney. "Pero hoy me siento una mujer más real y cerca de mi propósito. Creo que, al final, se trata de animarse a estar en donde uno puede ser su mejor versión".
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